Danilo Sánchez Lihón
Nunca dejes que los bienes
que quieres
te hagan olvidar los bienes
que tienes
1.
¡Ya febrero,
padre, no te parecerá traicionero ni
alevoso ni atroz,
con sus veintiocho naipes enfilados,
como temías.
Pero igual: ¡qué recelo sentías Dios
Santo! Por, y,
ante este mes de febrero, repitiendo
tus temores
¡hasta cuando te veíamos contento!
Abriendo
grandes tus ojos, intentando mirarle
a este mes su cara y
entraña mortal y alevosa. Negándote
a aceptar
que fuera inocente. Y que detrás no
hubiera
alguien que mintiera. “¿Por qué nos
quitan dos y más
días? ¿Por qué?”. ¡Gobierne quien
gobierne! Te quejas.
¡Tú, un guerrero quien se ha batido
en mil contiendas!
2.
Por eso, desde
el primer día es que andas afligido,
sospechando
mucho de ese altibajo en el tinglado
de los días
que en verdad nunca fue claro. Pero
igual, te sume
en la congoja cuando ves aparecer
el 29 de este mes
en el almanaque que traes enrollado.
No aceptando
esa concesión de los dioses, ¡que te
indigna!,
presintiendo en todo ello una traición
y una burla,
aún más ofensiva todavía. ¡Por qué
sólo un día
cuando se nos quita y regatea todo!
Te exaltas.
3.
¡La vida
de un hombre sobre la faz de la tierra
son tantas
eternidades y hechos triviales, juntos
y revueltos!
Y tú querías padre, avanzar un poco,
y superarte,
por ejemplo. Y bien que lo has hecho
pero en el sentido
¡inverso! Porque al final moriste en el
llano y
al margen de todo. Que era para ti –e
igual pienso yo–
la mejor demostración de verdad con
uno mismo,
en este tiempo en que todo se pudre,
y se comprueba
que todo lo que relumbra no es oro.
Y tú, ¡sin
sueldo que nos alcance! Sin un bien
peculiar.
Sin ningún halago, ni reconocimiento,
sino al contrario,
fiando siempre en la tienda, cada vez
con mayor soledad
4.
¡Ah, padre!,
para mí el más insigne y noble varón
en el universo.
¡También en algo muy grande, como
es la pena! Y el
don de sentir congoja, porque es así
cómo nos llenamos de
mundo, nos hacemos más humanos
y cariñosos
con lo que es legítimo y es auténtico.
Así tú,
tan orgulloso y contento en tu calma
para pedir
¡Dos fritos con frejol!, en el mercado
de Trujillo
una mañana como ésta en que el sol
baña los tejados,
y llegan balidos de ovejas de alguna
casa lejana.
Mientras abajo alguien reza al pie de
tu capilla ardiente
donde estás, y a la vez ya no estás.
¡Rara trenza esta
madeja o hilacha, que teje y desteje
el destino!
5.
Yo también
refriego ahora inconsolables mis ojos.
¡Ojos que tú
has defendido tanto, incluso de la luz
de una débil flama!
Para lo cual les hacías a las lámparas
que hoy callan,
unos sombreros gachos de cartulina
celeste
que introduces en los tubos de vidrio
y que poco a poco,
se iban negreando en el centro, tanto
que hasta pudiste
provocar un incendio con tal de salvar
mis ojos que hoy lloran.
Cubiertas y ribeteadas de mil costuras
parejas,
a fin de que las llamas no se atrevan
con sus dardos,
y parpadeos a lastimar mis pequeñas
pupilas.
Y que después he echado a perder y
estropear,
dejándolos ir por todos los confines,
mirando
tan de noche y tan al fondo, que han
quedado
heridos para siempre de vida, y más
de muerte!
6.
¿Por qué
le temías tanto al tiempo, padre? Y
así febrero te
espantaba y te hacía salir de quicio.
Y solo
¡porque era breve! Y hoy, que yaces
aquí muerto,
el tiempo ha mostrado que te quiere.
Falleces
justo: día del aniversario de tu boda,
a su vez,
cumpleaños de mamá y víspera para
el onomástico
de mi abuelo Desiderio, tu papá. Qué
más coincidencia?
Mes en que los campos de Santiago,
¡la tierra que amaste!
se cubre de flores amarillas, violetas
y blancas;
de campos gualdas, azules y verdes.
Y brotan
alhelíes en las faldas de las colinas y
cañadas!
Y el sol dora como ahora las cumbres
de los cerros.
7.
Padre,
tu muerte es un paso adelante de mí
propia muerte.
La siento así de inmensa y desolada;
una atroz
herida en la hendidura del alma, una
incisión
del tiempo; indiferente para el sol que
nos alumbra,
¡porque siento que así es más honda
y grave la vida!
Pero, retornaré a esta hora siempre,
¡tarde o
temprano! Y será igual. Habrá, como
en tu caso,
ausente una mujer, sea en el punto
de partida
y en el otro de llegada. Porque ha de
venir
luego, al encuentro y desde lejos, por
el camino
para abrazarse llorosa en tu sombra.
Bien
sea o no febrero, que a ti te dolía tanto.
Así ha
de ser para que sea recién la muerte
y ella llegue.
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