Foto: http://www.larepublica.pe/ .
TEÓFILO VILLACORTA CAHUIDE
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Por: Teófilo Villacorta Cahuide
Cuando un hombre muere, siempre salen a relucir los afectos a los panegíricos; y los espacios, que una vez estuvieron vacíos, se llenan con la imagen bondadosa del buen hombre que fue. Pero resulta que al llegar a la etapa final -al que todos llegaremos inevitablemente- hay quienes no necesitan de la hipocresía mediática para que aparezcan como buenos, y cuya perdida sí que es como un golpe de garrote que sale de la nada, y es el caso del criollísimo exalcalde y excongresista Alberto Andrade, quien luego de sufrir un terrible mal por varios meses, dejó de existir el viernes 19 a las 11 de la noche en el hospital de Washington a causa de una fibrosis pulmonar.
Y cómo no agradecer a este gordito carismático y bonachón que, gracias a su sensibilidad que desbordaba como sus pasos de jaranero, pudo enaltecer nuestra cultura cuando le tocó ser alcalde de Miraflores y luego de la gran Lima. Allí está como muestra imperecedera el Centro Cultural Ricardo Palma, hermosa instalación ubicada en plena avenida Larco que alberga toda la parafernalia de un lugar donde se puede disfrutar de exposiciones de pintura, presentaciones teatrales, lecturas y muchas otras actividades. Y si damos una vuelta por el parque Kennedy veremos la enloquecedora gama de imágenes y colores en los cuadros de aquellos pintores que él ordenó y afilió para mostrarlos como parte turística del distrito miraflorino. Pero consideramos, (en esto coincidimos seguramente todos los artistas), que su obra mayor y monumental, dentro de la cultura, la hizo cuando fue alcalde de Lima, creando las famosas Bienales Internacionales que se realizaba cada dos años y que albergaba la muestra de Artes Visuales mas representativa y contemporánea de Latinoamérica y del mundo, evento en el cual invirtió, si regateo alguno, un gran presupuesto, con el fin de educar a la gran masa limeña que disfrutaba de las exposiciones montadas en diversos ambientes y galerías del centro de Lima, obra intelectual que el desavisado Luis Castañeda la exterminó arrancando ese presupuesto para construir el famoso paseo de las aguas, arrancando también la opción de hacerlos pensar y analizar sobre la problemática cultural de nuestro medio en relación con el resto del mundo, antes que distraerlos mojándose en ese pasadizo en el que difícilmente podrán surgir las mentes mas lucidas por mas agua que reciban. Entendamos de una vez que el amor por la cultura no es cuestión de posición política: ni son los agudos socialistas los que mas la impulsan o los reaccionarios las que la restringen, o viceversa, sino que es cuestión del conocimiento, de la sensibilidad y el espíritu de un hombre forjado bajo la resonancia de la estética que le otorga la vida con cierto aire de divinidad. Motivo que aun no entienden muchos alcaldes que piensan que el arte y la cultura es un simple acto de distracción y, lo peor, creen que es un medio para levantar su imagen muchas veces alicaída, y para ello recurren a una caterva de improvisados y panegiristas hasta el hartazgo, que mientras cobren una bonificación, aparecen como los abanderados de la cultura, sin tener ni la minima idea que el arte es también desprendimiento, amor y pasión. ¿Hasta cuando entenderán la real dimensión de la cultura los alcaldes que prohíjan a estos aduladores políticos y farsantes de la cultura, como la mismísima encargada del área de cultura de la municipalidad de Lima que deja mucho que desear?
Además del ordenamiento de la ciudad y rescate de la hermosa arquitectura colonial, de esa Lima que no se fue, sino que se quedó con la vívida imagen del pasado, don Alberto, como buen amante del arte, hizo muchas obras que rebozan de belleza artística. Los retratistas del pasaje Santa Rosa, frente a la Galería Pancho Fierro, hoy, uniformados y empadronados, dejaron de ambular por los jirones y parques para tener allí un lugar donde trabajar, esto gracias a su gestión como alcalde en su primer periodo.
Las muestras del trabajo cultural que Alberto Andrade desarrolló son innumerables y resplandecientes como las flores y la bella iluminación que de pronto le cambió la vida a esa Lima que tanto amó como a su Barrios Altos querido. Y ahora, las desgastadas y mortecinas luces se apagarán en esa ciudad que un día la vistió de color y le cantó los valses que salía de su fibra criolla y de su corazón chispeante, de ese corazón que ayer se apagó para siempre… Hasta luego don Alberto, en nombre del hombre y la cultura, hasta luego
.Y cómo no agradecer a este gordito carismático y bonachón que, gracias a su sensibilidad que desbordaba como sus pasos de jaranero, pudo enaltecer nuestra cultura cuando le tocó ser alcalde de Miraflores y luego de la gran Lima. Allí está como muestra imperecedera el Centro Cultural Ricardo Palma, hermosa instalación ubicada en plena avenida Larco que alberga toda la parafernalia de un lugar donde se puede disfrutar de exposiciones de pintura, presentaciones teatrales, lecturas y muchas otras actividades. Y si damos una vuelta por el parque Kennedy veremos la enloquecedora gama de imágenes y colores en los cuadros de aquellos pintores que él ordenó y afilió para mostrarlos como parte turística del distrito miraflorino. Pero consideramos, (en esto coincidimos seguramente todos los artistas), que su obra mayor y monumental, dentro de la cultura, la hizo cuando fue alcalde de Lima, creando las famosas Bienales Internacionales que se realizaba cada dos años y que albergaba la muestra de Artes Visuales mas representativa y contemporánea de Latinoamérica y del mundo, evento en el cual invirtió, si regateo alguno, un gran presupuesto, con el fin de educar a la gran masa limeña que disfrutaba de las exposiciones montadas en diversos ambientes y galerías del centro de Lima, obra intelectual que el desavisado Luis Castañeda la exterminó arrancando ese presupuesto para construir el famoso paseo de las aguas, arrancando también la opción de hacerlos pensar y analizar sobre la problemática cultural de nuestro medio en relación con el resto del mundo, antes que distraerlos mojándose en ese pasadizo en el que difícilmente podrán surgir las mentes mas lucidas por mas agua que reciban. Entendamos de una vez que el amor por la cultura no es cuestión de posición política: ni son los agudos socialistas los que mas la impulsan o los reaccionarios las que la restringen, o viceversa, sino que es cuestión del conocimiento, de la sensibilidad y el espíritu de un hombre forjado bajo la resonancia de la estética que le otorga la vida con cierto aire de divinidad. Motivo que aun no entienden muchos alcaldes que piensan que el arte y la cultura es un simple acto de distracción y, lo peor, creen que es un medio para levantar su imagen muchas veces alicaída, y para ello recurren a una caterva de improvisados y panegiristas hasta el hartazgo, que mientras cobren una bonificación, aparecen como los abanderados de la cultura, sin tener ni la minima idea que el arte es también desprendimiento, amor y pasión. ¿Hasta cuando entenderán la real dimensión de la cultura los alcaldes que prohíjan a estos aduladores políticos y farsantes de la cultura, como la mismísima encargada del área de cultura de la municipalidad de Lima que deja mucho que desear?
Además del ordenamiento de la ciudad y rescate de la hermosa arquitectura colonial, de esa Lima que no se fue, sino que se quedó con la vívida imagen del pasado, don Alberto, como buen amante del arte, hizo muchas obras que rebozan de belleza artística. Los retratistas del pasaje Santa Rosa, frente a la Galería Pancho Fierro, hoy, uniformados y empadronados, dejaron de ambular por los jirones y parques para tener allí un lugar donde trabajar, esto gracias a su gestión como alcalde en su primer periodo.
Las muestras del trabajo cultural que Alberto Andrade desarrolló son innumerables y resplandecientes como las flores y la bella iluminación que de pronto le cambió la vida a esa Lima que tanto amó como a su Barrios Altos querido. Y ahora, las desgastadas y mortecinas luces se apagarán en esa ciudad que un día la vistió de color y le cantó los valses que salía de su fibra criolla y de su corazón chispeante, de ese corazón que ayer se apagó para siempre… Hasta luego don Alberto, en nombre del hombre y la cultura, hasta luego
Huarmey, 21 de junio del 2009
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Información, por cortesía del escritor Víctor Hugo Alvítez Moncada
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TEÓFILO VILLACORTA CAHUIDE
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(Aija –.Ancash -1966)
(Aija –.Ancash -1966)
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Artista polifacético que ha optado por incursionar en terrenos diversos, como la plástica, la poesía y la narrativa. Estudió en la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes del Perú (Lima) y en la Escuela Superior de Formación Artística de Ancash (Huaraz). Como artista plástico ha expuesto sus obras en diferentes lugares del Perú y el extranjero.
Artista polifacético que ha optado por incursionar en terrenos diversos, como la plástica, la poesía y la narrativa. Estudió en la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes del Perú (Lima) y en la Escuela Superior de Formación Artística de Ancash (Huaraz). Como artista plástico ha expuesto sus obras en diferentes lugares del Perú y el extranjero.
Es autor de los poemarios Flores en celda (1999) y Nostalgia desde los escombros (2001). Reunió sus primeros cuentos en el volumen Aventuras en marea caliente (1997) y en De color rojo (2003). Ha sido antologado en 21 poetas del XXI de Manuel Pantigoso (Universidad Ricardo Palma) y Siluetas del tiempo de Pedro López Ganvini (Universidad Inca Garcilaso de la Vega). En el 2007 obtiene el Tercer Premio Nacional de Poesía “Escribas Muchik” –Chiclayo. Poemas suyos han aparecido en medios literarios del país como: Remando, Puerto de oro, Kordillera, La Industria y El Rincón del loco; mientras que sus cuentos pueden leerse en la revista electrónica El Ornitorrinco, en la antología regional Ancash. Cuentos infantiles (Ediciones Altazor), y en la colección de cuentos eróticos La santa cede (Rio Santa Editores). Ha participado en los Encuentros de Escritores desarrollados en diversos lugares del país. Reside en la localidad de Huarmey y se desempeña como profesor de Artes Plásticas.
Marea de sombras azules es un libro que trata sobre el amor, la mujer idealizada y carnal. Aunque aquí hay que diferenciar que el poeta no ve a ésta literariamente, sino con la retina de un pintor, ubicándola en un paisaje que es por momentos tórrido y en otros seco (arena y mar), recreando su entorno externo e interno. Más que un peregrinaje, es un viaje onírico no exento de la realidad castrante de la urbe que todo lo destruye y que sólo el amor intenso salva. Con trazos fuertes e imágenes que se suceden una tras otra, logra intensidad y altura, como diría Vallejo. Y vemos pasar el tiempo, la nostalgia, el presente las cicatrices, el espacio rural, el irreconciliable universo del poeta y el mundo exterior. Asimismo, la caleta de Culebras discurriendo lenta o vertiginosamente como si fuera una realidad mítica, creada sólo a través de la palabra del poeta. De esto se compone este libro de Villacorta Cahuide, auspicioso y generoso como su arte y su narrativa, instalándose en la poesía peruana como una voz sugerente y sublevante, mientras esperamos los nuevos frutos de su talento innato.
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Fuente:
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Recordando a nuestro ALCALDE:
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