LETRAS SALVADOREÑAS:
MIRIAN
Por Carlos Rodolfo Ascencio Barillas
Hoy, que vuelvo al pasado,
lejano amor de mi adolescencia,
el ocaso de mis ojos ve la inocencia
de aquella primavera que pronto pasó.
En las montañas donde te hallé,
quise abrazarte en un bello sueño,
larga espera deseando ser tu dueño
en un lecho de rosas, de ilusión y anhelo.
Fue de madrugada, un tañido de campanas,
un concierto de cristales en la luz de tus ojos,
con madrigales de melancolía y ausencia.
Estabas erguida, yo postrado de hinojos;
eran los ruiseñores que anidaban tu pecho,
y las golondrinas que volaban desde tu aliento
se desprendían de tu voz cual lagrimas del alma.
Te vi tan hermosa esa tarde, caminabas etérea,
yo acariciaba las seda de tus manos blancas.
¿Qué lejos quedó la juventud? edad lozana.
Ella era mi amada, con su belleza anhelada.
Junto al arrroyo cantarino de la paradera,
ella contemplaba extasiada el Universo,
buscando sin demora el fulgor de un lucero.
Ella, la fantasía soñaba; ella, a quien prefiero.
Ella, fuente primigenia de mi inspiración,
juzgaba cada palabra de un poema nuevo.
Después de 40 años me dejó el almíbar
de una rima, de un beso y una canción.
Ella era dichosa, de su voz brotaba
ternura;
su mirada deslumbraba y su sonrisa estremecía,
y yo, prisionero del ayer, moría en cada
atardecer.
Un día en su locura encontró lo que había perdido,
un anillo que cayó en la honda fuente del ensueño.
Ella siempre lo negaba, implacable hechizo
en una jungla de recuerdos, gacela de otro tiempo.
Un manso amanecer volvió la alegría extraviada,
Ella se levantaba con el alba, de noche dormía;
muchos gavilanes la asediaban las 24 horas del día;
un abismo la vestía de lluvia, cual lágrimas de su triste bohío.
El amado le dedicó el verso tantas veces soñado
en la soledad de su adusta celosía. Ella miraba
desde la cabaña de una colina: jilgueros volando,
lejos de las ardientes arenas del yermo llano.
Su bella sonrisa me decía cuánto extrañaba,
quise comprender lo que ella no comprendía,
eran los desolados desiertos, el sol encendía
sus fuegos, abrasándome con sus calinas ráfagas.
Estaba bellísima aquel día, que apenas dudé que
fuera el gran amor que en mi pecho ardía,
despertando en mi corazón la ilusión primera,
y que hoy yace en la soledad de mis recuerdos.