EXTRACTO DEL NUEVO LIBRO DEL
ESCRITOR PERUANO SAMUEL CAVERO:
¡LA BIOGRAFÍA AUTORIZADA DE LA
ESCRITORA URUGUAYA RAQUEL PERDOMO!
Samuel Cavero: ¿Qué otros tristes
momentos guarda de su infancia Raquel Perdomo?
Raquel Perdomo: La verdad que
lamentablemente tuve una niñez muy triste, difícil, dolorosa, sufrida, marcada
por tres lamentables hechos, fui víctima de un pedófilo, mi madre enfermó
gravemente y, después nos mudamos y quedamos sin nada, ¡en una tragedia, un
incendio perdimos todo!
Mi madre siempre me dijo que, de niña, era
muy llorona y vivía pegada a ella, solo que nunca se le ocurrió pensar que
hubiera algo más detrás de eso, cuando entre a la escuela 6 años, recuerdo que
me pusieron en la fila del grupo al cual pertenecía y empecé a llorar y llorar,
la directora pregunto qué le pasa a esa niña? Vinieron me preguntaron y dije
que no quería un maestro varón, sin problemas me cambiaron, me pasaron para un
grupo de una maestra, no me olvido más, era pelirroja Estela se llamaba.
Samuel Cavero: Mira tú. Yo igualmente
tuve como primera maestra una profesora que se llamaba con ese mismo nombre:
Estela. Estela Jurado Casqui. Ese nombre y apellidos nunca lo he podido
olvidar. Hoy, casi cincuenta años después sigo invocándola. Me gustaría que
retrocediese el tiempo, para decirle: “Gracias maestra, gracias señorita
Estela”, aunque su alma se evaporase en mis manos. Y es que ya debe haber
muerto. Se llamaba Estela Jurado Casqui. Quizá es una mujer en el límite de la
vida, en Huancavelica, tierra toledana pues allí estuvo el virrey Toledo.
Tierra del mercurio y de minas. Tierra del azogue y de la explotación en esas
minas donde muchos murieron explotados, allá en los Andes del Perú. Quizá, como
ya me ha pasado, la vuelva a encontrar y emocionado grite: ¡Muchas gracias,
Estela!” Yo tendría 6 o 7 años. Pero ella no era pelirroja, la recuerdo
delgada, esbelta, sonriente, mujer dulce, vestía falda ceñida y tacos. Enseñaba
con qué pasión las lecturas a todos los niños y nos leía cuentos en clase.
Igualmente nos cantaba y nos enseñaba a cantar. ¡Era un amor!
Raquel Perdomo: Hoy en día pienso: ¿Por
qué nadie intento saber más, sospechó alguna cosa? ¿Por qué una niña tan chica
tenía miedo de hombres? Toda la vida me acompañó algo que pensé que era un
sueño, una pesadilla , pero al hablarlo con un sicólogo, me dijo que
seguramente era realidad. Sé que tenía menos de 6 , mi hermana es poco más de 3
años mayor que yo, me llevaba a un lugar, a una casa, pegado al almacén, había
un corredor, (a veces veíamos salir otras niñas)entrabamos ahí, ella tocaba la
puerta, abría un señor de edad , (viejo para mí con 5 años) canoso con el
cabello lacio, repartido, flaco y había un banquito, un taburete chiquito de 3
patas , no me acuerdo de nada que pasaba allí adentro, entrar, ver ese señor
que hasta el nombre le sé, nunca me olvidé Zanabria.
Samuel Cavero: Me duele tanto lo que
nos cuentas. Tienes el nombre y seguramente hasta el apellido. ¡Qué horror! Me
solidarizo contigo y cuánto daría porque hubiese sido una niña feliz, nunca
tocada, nunca vejada. Nuestras vidas, Raquel Perdomo, amiga, amigo, no son
color de rosa. Yo mismo arrastro muchas penas y pretendo ser feliz. Cada quien
arrastra dolores, cadenas de humillaciones, tormentos, vejaciones, que son
impagables e inenarrables. Reconozco tu enorme valentía al hacerlo público. Lo
haces, imagino, para redimirte desde Los Infiernos. LO haces igualmente en
nombre de tantas mujeres que fueron vejadas y violadas de niñas y no quieren
hoy dar a conocer su denuncia. ¡Para ellas es un caso cerrado! ¡Ay, Raquel, si
yo te contase mi vida! En mis novelas, cuentos, nunca cuento de ni propia
vida. Sí, algunos dolores, traumas, amores en mi poesía. Quizá es una manera de
evadirme de la realidad y del pasado, mi pasado. Y evadirme de mi otro Yo. Pero
bueno tú, Raquel Perdomo, eres la entrevistada. Tú eres aquí el centro de
toda nuestra atención. Te agradeceré nos sigas contando los pormenores:
Raquel
Perdomo: ¡Bien, seguiré relatando
las vejatorias circunstancias de esos hechos que viví sometida y abusada de
niña! Amiga lectora, amigo lector, te ruego tomes una bocanada de aire, un
trago, algo que te ayude a ti a digerir mis dolorosas palabras que se te
anudarán como correa, como corbata al cuello y quizá, como me pasa a mí, no te
dejarán respirar, cual fantasma que nos asola.
Recuerdo después ver cómo ese hombre le
entregaba a mi hermana 50 pesos, así una chala azul en la mano. Hay lapsus,
momentos que no recuerdo, me dijeron que la mente se niega a recordar, como lo
que pasaba allí adentro, solo recuerdo, entrar, y salir. Me aseguraron que con
hipnosis podía recordar, revivir esos momentos, confirmar. Pregunto:
¿Para qué revivir, recordar algo que de solo pensar me duele? Me lastima
y aprieta el alma. Son cicatrices de por vida. ¡Los ojos son el espejo del
alma, muy pocas fotos mías vi cuando niña, y tenía los ojos tristes!
Samuel Cavero: De niña nos cuentas
tenías los ojos tristes, tristes y melancólicos como los de Virginia Woolf. En tu vida hay un peso
personal con sentimientos encontrados. No has dejado de ser niña, Raquel. Hay
todavía esa niña sufriendo en tu alma interior. Te lo digo por el rostro
triste, atormentado y esa voz quebrada que a veces tratas de evitar. Es tu voz
una voz dolida, cansada, envejecida por el tiempo y los dolores mundanos. Eso
es la impresión que tengo de ti, Raquel Perdomo. Te recomiendo leer Animales
de fin del mundo, una novela que explora la
niñez, las relaciones familiares y la pérdida de una forma muy peculiar de la
colombiana Gloria Susana Esquivel. Ahora bien, háblanos más de ese hombre
abusador, del tal Zanabria.
Raquel Perdomo: Hace poco se la conté a
mi tía, nosotros vivíamos en una casa pegada a la de ella, y si se acuerda del
“viejo Zanabria” vivía exactamente donde yo le dije, era si un hombre flaco,
canoso, o sea no era invención de mi cabeza. Si me preguntas el nombre de
algún vecino de casa, no me acuerdo. En cambio, de algunos niños y niñas que
compartíamos juegos, sí, claro, pero de gente mayor no.
A mi tía le pregunté si sabía dónde vivía
ahora ese viejo maldito Zanabria, pero claro pasaron 40 años, si esa vez ese
hombre tendría 50 años hoy tendría 90; dice ella que se fue de la noche para el
día, que era un hombre raro, más que raro, era un desgraciado, seguramente
alguien lo descubrió y desapareció; dice que supo que había muerto en un
accidente de tránsito.
Samuel Cavero: Tú eras una niña usada
por un pervertido. Tu hermana también, Raquel. Me pregunto: ¿Podría ese hombre
haber abusado también de tu hermana cuando niña? ¿O por lo menos tu hermana fue
usada como intermediaria sexual?
Raquel Perdomo: ¡Claro! Ahora pueden
hacerse las siguientes preguntas: ¿Mi hermana también era abusada? No sé, pero
ella era quien me llevaba, era más grande y recibía plata por eso. ¿Qué hacía
con el dinero? No era boba, nosotras dormíamos en la misma cama, un espacio
separado de mis padres por un ropero grande alto, me acuerdo que compraba cosas
ricas, chicles, caramelos, galletitas, y las comíamos de noche y me decía, que,
si contábamos, no teníamos más cosas ricas y yo obviamente callaba… (¡Mis
hermanos varones dormían en un colchón en el comedor en el piso, que vida
dura!) No sé cuánto tiempo duró, como fue que me libré de esa pesadilla, lo que
me acuerdo que después de eso, mi hermana para comprar cosas ricas, “agarraba”
lo que encontraba a mano en casa donde íbamos a jugar, cuando la dueña de la
casa le dijo a mi madre, que le venía faltando cambios que dejaba arriba de la
mesa, y había comprobado que era cuando íbamos nosotros, fue la paliza más
grande que me acuerdo.
Samuel Cavero: ¡Y claro se había
producido un hurto, una falta que debía corregirse! Nos cuentas que, por tu
hermana mayor, tu madre nunca se enteró que te abusaban. Ahora cuéntanos: ¿Qué
recuerdas de aquel castigo que sufrieron ambas hermanas cuando eran niñas por
parte de tu señora madre?
Raquel Perdomo: ¡Ah! Mi madre nos
arrinconó en un pasillo y con una sandalia de plataforma tipo de caucho de
color rojo nos dio duro. ¡Volaba esa sandalia! Hoy me da gracia, porque nunca
más me olvidé. A decir verdad, mi madre no era de pegarnos, pero tenía toda la
razón, aunque la culpa no era mía, la prueba esta que ella siguió con esa
“costumbre”; lo último que me acuerdo que yo la vi agarrar, ella tenía 18 años,
ya sabía muy bien lo que hacía, una sombra verde redondita en una tienda.
Samuel Cavero: ¡Qué sería esa sombra
verde redondita! Imagino una bolsa de caramelos, un peluche que se robó por
necesidad. Y bueno: ¿Hablaste con tu hermana de estas cosas íntimas después?
Raquel Perdomo: El sicólogo me preguntó
si había hablado de eso con mi hermana. Le dije que ¡no!, era muy chiquita,
después se ve que un tiempo, unos años, se me borró de la memoria, empecé a
recordar, a tener esa pesadilla de adolescente. Quizá por otra situación en la
que volví a sentirme amenazada. Será una sorpresa para todos, esta historia la
saben muy pocos, a mi madre se la conté, teniendo yo más de 40 años, lloraba,
no podía creer que nunca hubiese dicho nada.
Samuel
Cavero: Volvamos al tema del abuso infantil y Pedofilia.
Sucedió contigo y tu hermana se prestó para ese juego. Ante las
atrocidades tenemos que tomar partido. ¡Combatir y denunciar! El silencio
estimula al verdugo, nos dice Elie Wisel. Has venido a contarlo todo, Raquel
Perdomo. Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore
desde el interior, decía Frida Kahlo.Sea mentor y enseñe a los varones jóvenes
sobre cómo ser hombres de manera que no degraden o abusen de las niñas y las
mujeres, propone, con toda razón, Jackson Katz. ¿Qué piensas hoy de todo esto? En especial de
aquellos hechos íntimos aberrantes vividos con el abusador cuando tú y tu
hermana eran niñas.
Raquel Perdomo: Mi hermana quizás lo
niegue o se escude en que era chica también, es mi palabra contra la de ella, y
nadie inventa algo así. ¿Qué gano yo con eso? Es triste, doloroso, injusto, me
robaron la alegría, la inocencia de la infancia… Mi mayor miedo, era que me
faltara mi madre, veía a mi padre como era, así que tenía pavor que me faltara
ella… Les dije éramos 4 hijos, mi padre, trabajaba de vez en cuando, un hijo
discapacitado, le impedían a mi madre trabajar, dejaba de comer para darnos a
nosotros, para que vean su sacrificio, ella nos daba la carne frita y se comía
la grasa, eso la llevó a problemas serios de salud, piedras en la vesícula y en
el hígado, sufría ataques callada, hasta que un día se despertó y tenía la piel
del abdomen en lamparones amarillos y verdes. Mi madre le pidió a mi padre que
quedara con nosotros, él le dijo que no podía y se fue, entonces ella llamo una
vecina y quedamos con ella. Tenía derrame de bilis y otras complicaciones,
debía operarse urgente, estuvo muy muy grave, 3 meses en el hospital.
Samuel Cavero: Tu madre fue a todas
luces una heroína, mujer luchadora y abnegada, quería lo mejor para sus hijos.
Hay un pensamiento muy hermoso de Rudyard Kipling que resume lo que es una
madre: “Dios no podía estar en todos lados y, por tanto, hizo a las Madres”.
Ahora bien, ¿Qué fue lo ocurrió con ustedes cuando tu madre enfermó y se agravó
sus dolencias?
Raquel Perdomo: Nosotros fuimos los 4
para casa de un tío hermano de mi madre, ella tenía una guardería en su casa,
nos trató como perro, no me olvido, nos empujaba para afuera, para el patio,
dormíamos en el piso, en la salita del teléfono, cuando era una casa de 14 habitaciones.
Por suerte un hermano de mi padre, cuando supo la situación se ofreció a
tenernos, ellos tenían 9 hijos y así mismo, nos llevaron a los 4 para su casa.
Los que menos tienen, son los que más dan, eso sin dudas. ¡La tía Beba y el tío
Julio, imagínense, 14 niños en una casa! Una casa pobre, donde seguramente
mantener tantas bocas era difícil, y restaba lugar para sus propios hijos, ¡mil
gracias a ellos por habernos acogido tanto tiempo en su casa!
En esa situación cumplí mis 8 años. Mi madre
estaba tan mal que ni siquiera podíamos verla. Alguien nos contó que tuvieron
que encargar unas agujas especiales de EUA, para limpiarles los cañitos del
hígado. Como Dios es grande se salvó, pudo volver, para felicidad de
nosotros. Mi padre tenía un taller, era técnico de radio y televisión. Para que
vean las cosas cómo son de injustas, mi madre pasando muy mal, mientras mi
padre tenía secretaria y eran amantes. El marido de la amante de mi
padre, aquella vez estaba en el exterior, pero volvió, y lo amenazó de muerte.
¿Qué hizo mi padre? Decidió irse de Montevideo, así que, en 1982, salimos de la
capital para el interior, el lugar elegido Vergara, ciudad del departamento de
Treinta y Tres, su hermano tenía una casa y se la prestó para vivir. La mudada (es
decir la mudanza) se mandó antes en el tren (ferrocarril) para que, al llegar
allá, estuvieran. Solo llevábamos ropa y más nada. Bueno, la cosa fue que, al
otro día de llegar, fueron a preguntar y aún no habían llegado todas nuestras
cosas. ¡Así pasó una semana y nada, dormíamos en el piso sin colchón los
primeros días y la almohada sin mentir era la pura madera! Realmente no me
acuerdo cómo cocinaba mi madre, pero debería ser en un brasero.
Pasó un mes, dos, y mi tío fue a hablar
con la administración de la estación ferroviaria. ¡Cómo podía ser que no
llegara la mudada, la mudanza, después de tanto tiempo! Para sorpresa nuestra
le dijeron que el día tal había descarrilado el tren, se produjo un incendio,
en donde lo único que se salvó era una garrafa de gas, ahí venia la mudada,
pero que cuando mi madre iba con hijos chicos, les daba pena decir la verdad.
¡No teníamos nada de nada! AFE (asociación de ferrocarriles del estado) se vio
obligado a indemnizarnos, meses después. Con ese dinero mi padre le compró la
casa a mi tío, y los muebles imprescindibles. Fue una desgracia, “con suerte”,
digamos…