Danilo Sánchez Lihón
Las manos que sirven
son más sagradas
que los labios que oran.
Sai Baba
1. Sus
latidos
Algo conozco, y algo sé de piedras preciosas. Y he tenido la suerte de tener en mis manos rubíes, zafiros, topacios, acantos, diamantes. Sin embargo, no sentí nada, no me conmovieron ni subyugaron en absoluto, porque mientras más caras y reputadas me parecen más frías esas joyas. Pero los aretes, anillos, collares y prendedores para el cabello que se vende como mercería, ¡esos dijes sí me hechizan, maravillan y conmueven!
¡Qué encanto y embrujo que les encuentro! Así como también, y siguiendo ese mismo orden de cosas, me cautivan, hechizan y fascinan los botones que se usan para los vestidos. Nada para mí resulta más joya y más alhaja que un botón. ¡Sí! ¡Estos! ¡Este que ahora toco en mi camisa! No, no se trata de los otros, como es el botón de alhelí, de clavel o del humilde geranio. O del botón de rosa, cuya forma y eclosión son de embeleso.
Me refiero esta vez a los botones sencillos de nuestra ropa, ante los cuales me extasío, hundo mis ojos mirándolos y adivinando la vida que llevan dentro. Aunque no es esta fascinación por la vida alborozada o aciaga que llevan por lo que siento por ellos especial predilección, sino por su naturaleza. Sea su tersura, su iridiscencia o sus perfiles. O bien sea por la forma como están hechos, por sus poros que alumbro con una lupa, y por donde exhalan su respiración y sus latidos.
2. En
el pecho
En mi casa de infancia a fin de guardar y tener a la mano los botones para cualquier emergencia, los teníamos catalogados gracias a mis padres, bien guarecidos, clasificados y listos para su uso.
¡Este hecho, el orden de los botones he pensado que quizá era el más esencial para a partir de ello ordenar el universo, y con lo cual empieza la construcción de un hogar, digno de llamarse así, de una casa y de un destino en el mundo!
Es por eso que en una canasta exclusiva para tal fin teníamos varias bolsas pequeñas hechas de tela, cada una de un color diferente, hechas y determinadas para contener los botones, distintos en su función, textura y tamaño, porque hay botones que no abotonan, sino que sirven como adorno o para conseguir una simetría.
Tenían cada una un lazo corredizo y ajustable en su boca para que no se derramen esos portentos. Bolsas que atábamos y desatábamos y donde estaban clasificados estas especies prodigiosas, y que luego se colocaban sea en el pecho, en el busto, en la manga o en la cadera de los vestidos.
3. Con reflejos
e iridiscencias
Cada una de esas bolsas tenía una denominación con la cual la identificábamos.
No estaban escritos los nombres en ningún sitio, sino en nuestra memoria y en nuestro tácito acuerdo de familia, entre padres e hijos.
Una bolsa era de “botones de camisa”, de todos los colores, pero mayoritariamente blancos, entre los cuales destacaban los nacarados.
Unos eran de un tono mate, otros brillantes y otros opalinos; algunos con reflejos e iridiscencias de todos los matices.
Algunos tenían solo dos orificios, otros cuatro.
Unos estaban hechos con un arco o con un puente hacia atrás. O hacia abajo. Y que eran los que no quedaban planos cuando extendíamos los botones en la mesa.
Son botones difíciles de alinear. Y hay que saber pegarlos para que todos quedaran todos parejos prendidos en alguna chompa, que para esas prendas se los hacían.
4. Quizá
porque
Teníamos entre esos tesoros otra bolsa de “botones de pantalón” donde predominaban los plomos, negros y beiges, casi todos ellos de cuatro orificios, hechos de un material denominado “tagua”.
Y que sabíamos que era así porque con ese nombre íbamos a comprarlos a la tienda: “Véndame botones de tagua para pantalón, color marrón”, decíamos sin saber lo que ese material significaba.
Otra bolsa era de “botones de saco”. ¡Temible e imponente! No sé por qué razón, quizá porque en algo estaban ligados a los ternos de los mayores, botones que eran serios, adustos y regañadores.
O sería porque veíamos lucirlos a los mayores cuando iban a algún velorio. Y al otro día acompañaban al entierro. O los lucían los mismos muertos tendidos y boca arriba en sus catafalcos. ¡Eran botones graves, de colores obscuros y solemnes!
5. Con el iris
del sol
Otra bolsa era para lo que, en el lenguaje familiar, lo identificábamos como: la bolsa de botones de “Abrigos de mujer”. ¡Ah! ¡Esta bolsa sí que era de botones de éxtasis, arrobamiento e ilusión! Cada uno hecho como si fuera una obra de arte.
Realmente, ¡qué delirio, qué exquisitez!, qué consumación ponemos los hombres por todo aquello que complazca a la mujer! Y ellas con frecuencia tratan con tanta displicencia y miran hacia un costado errando el camino, yendo por el injusto y equívoco. ¡De allí que haya tantas desavenencias y hasta crímenes! Pero, no nos apartemos del tema de los botones para no terminar destrozándolo todo.
Unos tienen los bordes tallados, otros son ondulantes, otros son forrados en cuero, otros con telas exóticas de diferentes colores: unos con brillos en su superficie, otros bruñidos o chamuscados con el iris del sol y las estrellas en sus venas profundas.
¡Ah, botones fascinantes!, verdaderos tesoros y reliquias. Para mí: piedras preciosas, porque les reitero sin vergüenza alguna que no he sentido emoción alguna ante un diamante, un ágata o la más preciada y costosa esmeralda, de aquellas que valen fortunas y ¡que las he tenido en mis manos!
6. En la ropa
de la gente
Tuve delante de mis ojos, en la joyería "Tíffanis" de la Quinta Avenida de New York, a la perla que ostentaba en su cuello la Reina Victoria, que allí se exponía en una vitrina.
Con todo el amor y devoción que yo siento por el mundo andino, no me impresionó la custodia profusa de preciosas pedrerías y que se muestra en la Catedral del Cusco. La verdad, tampoco me parecieron extraordinarias las ágatas, los rubíes ni diamantes de María Antonieta que lucen en sus vestidos y que se muestran en el Palacio de Versalles.
Nada del otro mundo igualmente me parecieron con sus pedrerías los trajes de los zares en el Museo del Kremlin. Es más: no me conmovieron en absoluto.
Y les confieso, ingenuo o confuso: ¡Recordé en ese instante y mientras los miraba a los botones que refiero, y que me parecieron más hermosos quizá porque además son útiles!
¡Es ante los botones que me embeleso! Porque hacia ellos va nuestra mano temblorosa. Y es que son talismanes, sortilegios y abalorios en la ropa de la gente, ¡y no nos damos cuenta!
Y es que los botones están ligados a la vida y a la muerte: a sacarse el saco para una pelea, a desabrocharse una blusa con los dedos temblorosos para las a veces fatales entregas del amor.
7. Es lo que al final
los salva
Son también como los aretes de las mujeres de mi aldea, preciosos por quién y dónde y cómo se lucen.
Quizá no cuestan más allá de diez céntimos, pero son y serán para mí las joyas más preciadas y excelsas en mi aprecio, valoración y veneración de los bienes del universo.
Y también, como vengo diciendo, ¡los botones de las bolsas en la canasta de trastos de mi casa de infancia, lamentablemente desaparecida y desperdigadas esas joyas por el suelo! Ellos sí lucieron en una manga o en un escote.
¡Ellos sí corrieron mundo! Ellos sí vieron la pena y el gozo, lo dulce y lo amargo de esta vida. Ellos sí lo que dice una promesa y lo que hiere un desengaño. ¡O una despedida!
Algunos de ellos quizá fueron recogidos después de haber rodado por la tierra, como los que fueron trofeos en nuestros juegos de trompos. ¡Y por lo cual soportamos resondros y hasta de severos castigos!
Todo ello quizá no merezca, pero no hay tampoco razón por qué tenga que resistirlo. O que me avergüence, de que por ellos broten estas lágrimas que ahora corren hirvientes por mis mejillas.
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CONVOCATORIA