Danilo Sánchez Lihón
“Espero tener siempre suficiente firmeza
y virtud
para conservar lo que considero que es
el más envidiable
de todos los títulos: el carácter de hombre
honrado”.
George Washington
1. Los frutos
de la tierra
El prócer y protagonista principal de la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica es George Washington.
De él se cuenta la siguiente anécdota, que ocurrió en aquella edad en que se va dejando de ser niño y ya se es un joven adolescente vivaz, intrépido y cada vez más autónomo.
En aquella época él vivía en la granja de su padre en Mount Vernon, en Virginia, campo de praderas llanas y de vegetación abundante; de suaves y húmedas colinas donde brotaban plantas aromáticas, serpenteaban ríos cristalinos y crecían aquí y allá bellos boscajes.
George amaba la vida libre y recorría la campiña montado a caballo, feliz y lozano, completamente integrado a las tareas que ejecutaban los pobladores, y a la vida en comunión con la naturaleza.
Participaba en las faenas agrícolas, sembrando, cultivando y recogiendo los frutos que nos prodiga la tierra, a veces arreando el ganado, integrado a la vida rural con la gente del campo.
2. Por
probar
Tiempo en que impetuoso ostentaba probar su fuerza en toda prueba que se presentara a su paso.
Ya sea arrancando cañas, cruzando las aguas de un río caudaloso o haciendo leña.
De un solo golpe, con buena puntería y técnica, partía en dos los troncos de madera de los árboles trozados que primero ponía de pie para partirlo, ya sea verdes o secos.
Era tan hábil en esos trabajos que un día recibió como obsequio un hacha filuda y reluciente.
Con esa hacha de un solo golpe certero desbrozaba la maleza de tallos ya gruesos que solían invadir los caminos.
Y así andaba derribando arbustos silvestres solo por probar el poder de su hacha y de sus brazos.
3. Bajo
su follaje
Su padre había sembrado con sus propias manos un cerezo cuyo almácigo recibió como un obsequio preciado que le enviaron desde un país extranjero.
El árbol ya había dado su primera floración de pimpollos blancos y de frutos de un dulzor exquisito, como de un aroma primoroso y embriagante.
Adoraba su padre aquel árbol. Era lo primero que divisaba desde lejos, y ya cerca lo acariciaba y se arrobaba bajo su follaje.
Sin darse cuenta hasta allí llegó el jovencito y por probar su hacha y su destreza en un dos por tres derribó aquel árbol sin pensar lo que hacía y sin saber después cómo ponerlo en pie.
Al darse cuenta de esta atrocidad fue inmensa su tristeza, su angustia y su congoja.
Y allí estuvo destrozado él mismo de dolor, cavilando y cabizbajo. Se sentía derrotado, más por el cariño que le tenía a su padre.
4. Fue a buscar
a su padre
– ¿Cómo he podido derribar el árbol de cerezas de mi padre que es su orgullo? ¡Qué inmenso será el dolor y la aflicción que por mi culpa le cauce! –Se lamentaba.
Y continuaba en su contrición:
– ¿Y tiene que venir de un hijo suyo esta amargura? ¡Siendo el árbol al cual le das el mayor significado y valor, y amas como a un hijo suyo!
Y proseguía en sus lamentos:
– Y ahora, ¿cuál será mi suerte? Pero, el castigo que tú puedas darme, ¿será comparable al dolor que por este motivo te cauce, a ti a quien yo más quiero en esta vida?
5. Se abrazó
a él
– Padre, te pido perdón. He derribado tu árbol de cerezas por probar el filo de mi hacha y la fuerza de mis brazos.
– ¿Qué? ¡No! –Gritó su padre.
– Soy culpable y castígame tal cual lo consideres justo.
– ¡No! –Volvió a gritar su padre–. ¡Imposible! ¿Cómo?
Y corrió desesperado hasta el lugar en donde aquel árbol se erigía bello y lozano.
Y lo encontró en el suelo, con el tallo y follaje tumbados y esparcidos en el suelo. Eso sí, emitiendo su olor más profundo. Y se abrazó a sus ramas conmovido. Al lado estaba su hijo:
– Merezco el castigo que quieras imponerme. Dime qué debo hacer y lo haré.
Su padre permaneció largo rato en silencio. Después volteó a mirarlo a los ojos. En su abatimiento, lo abrazó y le dijo:
6. Decir
la verdad
– Eres íntegro, verdadero y valeroso, hijo mío, al afrontar esta situación y decírmelo tú mismo directamente. Y mirándome a los ojos.
Y prosiguió:
– Así como siento veneración por un árbol siento admiración y regocijo porque sabes reconocer tus errores. Y afrontarlos con todas las virtudes de tu mente y de tu corazón, hijo mío.
Y George Washington en cada fracaso como gobernante nunca olvidó este pasaje ni la lección de su padre. Y, sobre todo, según él, jamás dejó de decir la verdad, cueste lo que cueste, se pague por ella lo que tiene que pagarse.
A George Washington en los Estados Unidos se le considera el Padre de la Patria, como uno de los padres fundadores de los Estados Unidos junto con John Adams, Benjamín Franklin, Alexander Hamilton, John Jay, Thomas Jefferson y James Madison.
7. El primero
en la virtud
George Washington fue el comandante en jefe del Ejército Continental revolucionario en la guerra de la Independencia de los Estados Unidos, entre 1775 y 1783. Y el primer presidente de la nación entre 1789 y 1797.
Henry Lee III, un compañero de la Guerra de Independencia y padre del general Robert E. Lee de la Guerra Civil, dio el famoso elogio fúnebre de Washington, el 14 de diciembre de 1799, expresando de él lo siguiente:
Primero en la guerra, primero en la paz y el primero en los corazones de sus compatriotas, fue insuperable en las escenas humildes y perdurables de la vida privada. Piadoso, justo, humano, templado, sincero, uniforme, digno y sobresaliente.
Su ejemplo fue tan edificante para todos a su alrededor, como igual fueron los efectos de dicho duradero ejemplo... todo correcto, el vicio se estremecía en su presencia y la virtud siempre se sintió fomentada de su mano. La pureza de su carácter privado dio fulgor a sus virtudes públicas...
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CONVOCATORIA