martes, 1 de abril de 2014

1 DE ABRIL EN SANTIAGO DE CHUCO: NACE LUIS FELIPE DE LA PUENTE - FOLIOS DE LA UTOPÍA: ESPERA EN LA JALCA - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2014 AÑO
DE LA BATALLA DE LA LECTURA Y
ESCRITURA POR LA CONSTRUCCIÓN
DE UN MUNDO MEJOR
 
ABRIL, MES DE LA PALABRA,
LA CREATIVIDAD LITERARIA E
INMORTALIDAD DE CÉSAR VALLEJO
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO
 
*****
 
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DE CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
 
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DE ADHESIÓN
Y FRATERNIDAD
 
 
 
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VALLEJO
 
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EL DÍA EN QUE
CÉSAR VALLEJO
INGRESA A LA
INMORTALIDAD
 
TRIBUNA LIBRE:
 
ABIERTAS
LAS INSCRIPCIONES
 
 
 
 
SÁBADO 12 DE ABRIL
6 PM. AL PIE DEL MONUMENTO
A CÉSAR VALLEJO. CENTRO
HISTÓRICO DE LIMA. FRENTE
AL TEATRO SEGURA. JIRÓN
HUANCAVELICA, 3° CUADRA
 
 
 
 
*****
 
1 DE ABRIL
EN SANTIAGO DE CHUCO
 
 
NACE
LUIS FELIPE
DE LA PUENTE
 
 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
 
ESPERA
EN
LA JALCA
 
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
“El Perú es un país glorioso
a quien el destino le debe una victoria”
Manuel González Prada
 
 
1. Hoy
día
 
– ¡No hay nadie! 
 
– Pero, de todos modos, aquí me tengo que bajar don Mardonio.
 
– Pero, ¡cómo la voy a dejar aquí en esta soledad, señorita!
 
– Me deja nomás en este recodo, por favor. ¡Gracias!
 
El vehículo se detiene y ella baja con una mochila que lleva a la espalda. El aire es translúcido y el verde gris de la meseta de ichu y pajonales se extiende en un mar de suaves colinas que se recortan lejanas en el horizonte y en el cielo azul levemente anubarrado.
 
– ¡Suba niña, que se va a resfriar! 
 
– ¡Don Mardonio, yo he nacido en estas punas! Vaya y no haga esperar más a sus pasajeros.
 
– ¡No le voy a dejar aquí, niña! ¡Imposible! Sería yo una mala persona si hiciera eso. ¿Han avisado a la hacienda de que usted llega?
 
– Desde hace un mes, mis tíos, desde Trujillo han avisado que venía hoy día sábado 22 de mayo; y en su carro, don Mardonio.
 
2. Desde
dentro
 
– Entonces, ya no demoran en venir a recogerla. Esperaremos tranquilos todo el tiempo que sea necesario.
 
– Pero las demás personas querrán llegar temprano a Santiago de Chuco. Yo espero nomás aquí, ¡de todos modos tienen que venir!
 
– De ninguna manera, niña. Ni lo vuelva a repetir, por favor.
 
– Pero a mí, me va a dar mucha vergüenza estar haciéndoles esperar.
 
–Esperemos nomás don Mardonio. –Se escucha desde dentro del vehículo la voz de una mujer–. En estas punas cómo vamos a dejar sola a la señorita, ¡ni que no tuviéramos entrañas!
– ¡Ay, gracias, señora! ¡Pero no quisiera causarles molestias!
 
– No son molestias, niña. –Contesta otra persona desde dentro, esta vez un varón.
 
– ¿Por qué tiene que ser molestia detenerse un momento en estos pajonales? 
 
– ¡Al contrario, es muy bonito contemplarlos un rato!
 
3. ¿Qué
ha pasado?
 
– La verdad que es hermoso ver este paisaje, estas lomas y cerros tan bellos e imponentes. –Interviene alguien más.
 
– Y la Cordillera Blanca de nieves eternas. –Dice otro.
 
– ¡Cuántas veces viaja uno y quisiera bajar aquí. Dar siquiera unos pasos por estos lugares de nieve!
 
– Al contrario, señorita, usted nos da la oportunidad.
 
– ¡Es el techo del mundo!
 
– Yo, por ejemplo, voy a salir a caminar un ratito.
 
– Ah, gracias señores, gracias. Me alivian y me hacen sentir menos culpable.
 
– Además, así se enojen los pasajeros yo no podría dejarle sin protección en estos confines. –Concluye el chofer.
 
– ¡Usted tan bueno, don Mardonio! Pero, ¿qué habrá pasado que no vienen? Deberían ya estar aquí.
 
Ella es María Isabel, hija del hacendado de Uningambal. 
 
Las tierras de su padre abarcan más de veinte mil hectáreas y cosechan alrededor de 18 mil sacos de papa al año, aparte de otros tantos productos agrícolas.
 
4. Flores
rojas
 
En estas tierras también pastan rebaños de ganado, cada uno con sus pastores que tienen miles de cabezas que se extienden de banda a banda cruzando los riachuelos.
 
Veinte grandes ríos y cientos de quebradas cruzan por toda la extensión de sus comarcas.
 
María Isabel estudia medicina en la Universidad Nacional de Trujillo.
 
En su rostro, sus profundos ojos verdes se pierden ahora por el horizonte reflejando el paisaje, por el que deberían haber llegado ya quienes tenían el encargo de recogerla hoy día.
 
La tierra húmeda tiene aquí y allá chorrillos de agua que se deslizan tenues formando estalactitas de hielo bruñido que penden entre diminutas flores rojas, azules y amarillas que brotan de los tallos de una hierba silvestre que crece entre la escarcha.
 
Igual es el atuendo de María Isabel que resalta la tersura de su rostro, haciendo más misteriosas las piedras preciosas del fondo de sus ojos.
 
– ¿Su papá está en la hacienda?
 
– Mi papá recién viene la próxima semana de Estados Unidos.
 
5. El sol
de las seis
 
– ¡Con razón! De lo contrario ya él estaría aquí desde temprano, como otras veces; ¿no es cierto, señorita?
 
– ¡Sí, pues, es cierto!
 
Los cerros ondulan a lo lejos y pareciera que más allá poco a poco se hundieran haciendo redondo el universo. El viento silba en la paja brava.
 
Algunos pasajeros bajan, y absorbiendo una sola bocanada del viento gélido regresan tiritando a acurrucarse en sus asientos, frotándose las manos y cubriéndose con lo que sea orejas y cuello.
 
– De repente van a demorar mucho don Mardonio. Váyanse nomás. Yo espero aquí, tranquila. Ya vendrán. ¡Qué me va a pasar nada! 
 
– Ya le he dicho, niña; y ni lo vuelva a repetir: ¡De ninguna manera la vamos a dejar! Más bien pase y abríguese aquí adentro.
 
Y, dando más énfasis a su decisión de esperar, el chofer apaga el motor de la góndola. 
 
– Aquí está bien. Tengo que mirar que aparezcan.
 
El sol de las seis de la mañana dora levemente las cimas de las colinas y el cierzo deja mil astillas en los ojos, las mejillas y los labios.
 
El viento, entretanto, ha dejado de silbar y entona una canción indescifrable.
 
6. ¡Ahí
están!
 
La mayoría de los pasajeros suponiendo que la espera será larga se arrellanan para dormir un rato. 
 
Es el mundo inmóvil de la jalca, donde las garzas cruzan a lo lejos con las alas muy abiertas y las patas estiradas hacia tierra.
 
De repente, a lo lejos, en los cerros difusos, se hace nítido un trazo en el amanecer. Si ese trazo estuviera en el cielo sería un cometa por la velocidad con que avanza. Es un pelotón de jinetes que refulge entre el suave velo de la niebla distante y el verde intenso ya con el incipiente brillo del sol en los pajonales. Es un dardo que se desplaza en velocidad pareja o una saeta que vuela disparada.
 
– ¡Ahí están! ¡Allá vienen! –dice jubilosa María Isabel. 
 
– ¿Dónde?
 
– Allá, ¿lo ven?
 
– Yo no veo nada.
 
– Un punto que se desplaza en esos cerros del fondo. ¡Allá!
 
– ¿Y puede mirar hasta esos confines?
 
– ¡Sí!
 
7. Ya
los vi
 
– Ya lo vi, sí, yo ya lo vi. ¡Pero allá! ¡Allá a lo lejos! 
 
– Bueno. Muchas gracias por acompañarme, muchas gracias. ¡Les he hecho perder tiempo!
 
– Tenemos que esperar a que lleguen, niña. ¿Qué tal si los que vienen no son su familia, sino bandidos que asolan por estos caminos? ¡Y en vez de llevarla a su casa se la roban!
 
– Ellos son. Es Rodrigo, mi hermano. Lo podría reconocer de una orilla a otra del océano. –Dice, ya llena de contento.
 
Dentro del ómnibus los pasajeros comentan:
 
– Tú, ¿lo ves?
 
– Sí. Al fondo entre esas montañas.
 
– Entonces. ¿Cuánto crees que demoren en llegar?
 
– Por lo menos una hora, o más. Porque tienen que dar vuelta a cada cerro y entrar por cada quebrada.
 
– Ya los vi. ¡Pero mira oye, cómo avanzan!
 
8. Piafan
los caballos
 
Desde el recodo de donde miran los pasajeros y está detenido el vehículo, la caravana es una flecha que se asoma y oculta entre el perfil de las colinas y desaparece por las quebradas y hondonadas de los cerros sucesivos. 
 
Los jinetes han dado ya la última curva y se divisa cómo flamean sus capas con el viento, a la velocidad de una centella.
 
Son más de cuarenta hombres montados a caballo, que han devorado las distancias como bólidos en sus caballos de fuego, de crines levantadas y altas y robustas ancas.
 
Dan un rodeo para amenguar la fuerza de la carrera y luego todos se alinean detrás de uno de ellos que se arroja a tierra. Y levanta a María Isabel en sus brazos, llenándola de besos y sacudiéndola con una alegría rebosante.
 
– ¡Mi golondrina! ¡Mi golondrina, te he hecho esperar!
 
– ¿Por qué te has demorado, Rodrigo?
 
– ¡Perdóname cariño! Pero desde que el ómnibus se detuvo ya te vigilábamos desde las alturas.
 
Mientras, los caballos piafan y se acercan a la góndola dando vueltas y juntándose, resoplando briosos y potentes.
 
9. Es
bella
 
– Gracias don Mardonio por cuidar a mi hermana. –Dice el muchacho que apenas tendrá unos veinte años, acercándose por la ventanilla.
 
– No hay de qué, joven. Sus tíos me han recomendado mucho, como si fuera una joya. ¡Y tienen razón! ¡La niña es una joya!
 
El muchacho levanta otra vez orgulloso y feliz a María Isabel, como si fuera una pluma. Y le da varias vueltas en el aire.
 
– ¡Rodrigo, ya por favor! ¡No seas loco!
 
 Después la sienta sobre su caballo.
 
– Mil gracias por esperar –dice a todos, pasando por cada ventana y estirando la mano a aquellos que la estiran abierta para saludarlo. 
 
Y se despide feliz, seguido por su corte marcial que emprende detrás de él el camino de regreso.
 
– ¡Es la hija del hacendado! –dice don Mardonio suspirando cuando el carro emprende la marcha–. ¡Ya casi está para recibirse de doctora en medicina! 
 
– ¡Ciertamente, es bella! –Dice una persona ya mayor.
 
10. Aguas
cristalinas
 
– ¡Es preciosa! ¿Pero, han visto? ¿Además de linda lo buena que es? Y ¡cómo quiere a estas jalcas, que son su tierra, señor! A otras muchachas ¿qué les importa volver? Es más: ¡nunca regresan! Se van al extranjero, o se quedan en las ciudades de la costa, pero a ella no. 
 
– ¿Y siempre viene por aquí?
 
– Siempre. No pierde ocasión de estar aquí, curando y sanando a la gente. ¡Es una alhajita esta niña!
 
– El que ha venido a recogerlo es su hermano que también estudia en Trujillo. –Agrega un joven desde atrás.
 
– Es increíble cómo han galopado. No han pasado ni veinte minutos desde que lo vimos aparecer y ya están delante de nosotros.
 
– Son caballos muy bien entrenados.
 
– Lo ganan a su vehículo en velocidad, don Mardonio.
 
– La verdad que sí. –Sentencia el chofer, abstraído en los ojos de María Isabel, mirando las lagunas de Coypín y las garzas que sobrevuelan las aguas cristalinas.
 
11. Y otros
le siguen
 
– Pero, ¿vieron la formación en escuadrón de esos caballos?
 
– Es de estrategia militar.
 
– Sí. ¡Claro!
 
– Rodrigo es del MIR, la agrupación de Luis de la Puente Uceda. –Dice la misma voz desde atrás–. Ha repartido sus tierras entre los campesinos. Uningambal ahora es un polvorín. Sólo se esperan las órdenes de Luis de la Puente Uceda, que está en el Cuzco, para atacar gobernaciones, puestos policiales, municipalidades. 
 
– Julcán, Sangual y Uningambal están listas para levantarse en armas a favor del movimiento insurreccional. Es cuestión de días…
 
– Pero, ¿ellos son los hijos de los hacendados?
 
– Pero también pueden ser del pueblo, ¿no? Luis de la Puente también era hacendado.
 
– Y ya ven cómo es, un hombre a carta cabal. Él ya repartió Julcán. Y otros le siguen.
 
– Es un tremendo organizador. Y se ha preparado. Ha estado en Cuba, en China, en la Unión Soviética, en Angola…
 
12. Sino,
¡qué fuera!
 
– Con razón, ¡cómo han galopado!
 
– Y vieron cómo rapidito han revisado todo el vehículo.
 
– Rodrigo ha venido con su escuadrón comando.
 
– A recoger a una linda y preciosa flor. –Concluye el chofer.
 
– O quizá a una comandante guerrillera. –Dice misteriosamente el joven del asiento posterior, lacónico y observador.
 
– ¿Y su padre?
 
– Su padre adora a Rodrigo y a María Isabel. Son la luz de sus ojos.
 
– Pero, no creo que soporte lo que ellos han decidido y va a venir.
 
– ¡Entonces, se irá dejando el lugar a los que vienen!
 
– Los tiempos cambian, ¿no es cierto? 
 
– Sino, ¡qué fuera!, la historia se detendría.
 
– ¿Y María Isabel sabe que se van a sublevar? –Se interesa en preguntar una señora.
 
13. Y
¿tú?
 
– Señora, ¿no ha visto? María Isabel tiene la estrella de comandante en la solapa de su saco marrón. –Dice el joven misterioso–. ¿No ha visto? Esa medalla es de comandante.
 
– No imagino a una niña así vestida de guerrillera.
 
– La que no puede seguir así es la situación en que vivimos, señora. ¡Cómo soportar tanta miseria y tanta corrupción!
 
– ¡La gente se muere de hambre y miren los políticos cómo se comportan y enriquecen a costa del Estado!
 
– Luis de la Puente ha dicho: Santiago de Chuco, es la Sierra Maestra del Perú.
 
– Ahora está en el Cuzco para desde allí lanzar su grito de rebelión. Escapará y vendrá a estas tierras y se habrá desatado la insurgencia. 
 
– Y ¿tú?
 
– ¿Yo? ¿Por qué cree que regreso a Santiago de Chuco?
 
– Entonces, ¿cuál es la consigna?
 
– “¡Espera, en la jalca!”
 
– ¡Viva, compañero! 
 
 
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CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
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