Por Nicolás Hidrogo Navarro
Decididamente me metí a la literatura con zapatos y todo a partir de un verano de 1992, estando recién en la UNPRG-Lambayeque estudiando Literatura, inducido por un premio recibido en cuento del concurso Lundero que promovía el diario La Industria de Chiclayo-Trujillo. Claro que todo eso tuvo sus antecedentes en mi época escolar y colegial en Bagua Grande hace unas tres décadas atrás.
Desde entonces he efectuado más pases de verónica de botellas que Manolete: vasos de toda bebida alcohólica: chicha vinagre, racumín, cerveza, pisco barato, whisky bamba, calientitos adulterados, menjunjes verdosos, jarabes espesos y babosos, etc. Todos ellos venidos en nombre de la literatura y con la finalidad de parecerme y ser “parte del grupo o la cofradía de poetas lambayecanos”. Empedernidamente decidí estar en el grupo, pero faltando al código de parecerme en todo menos en borrachín. Jamás nadie entenderá que más que fuerza de voluntad ha sido mi tozudez de soportar todo miramiento e insulto murmurado entre dientes: “curita”, “evangélico”, “sobradón”, “santurrón”, etc., pero es más, las frases filosóficas de antiantología que he cosechado son más: “El que no bebe alcohol no es buen poeta”, “Para inspirarse como Rimbaud o Baudelaire hay que ser alcohólico”, ¿Qué hubiera sido de Edgar Allan Poe si no existiera el trago”, “Hemingway no hubiera recibido el Nobel si no hubiese sido alcohólico”, “Rubén Darío no sería el padre del Modernismo sin alcohol”, “No existiría la poesía ni los poetas sin alcohol”, “Lo que importa es la poesía no el poeta”, “El poeta debe ser amoral y no importarle lo que el mundo diga de él, sino de su poesía”, “La poesía existe porque existen los despechados y el alcohol”, “El alcohol, es el combustible de la inspiración poética”, “Con el trago todo se arregla, las penas y hasta los poemas feos hechos en sobriedad”, “El que no toma trago es maricón y hay que marginarlo del grupo” , etc., Toda esta retahíla de barrabasadas se han constituido en la filosofía orientadora y gurú del quehacer poético de muchísimos poetas aquí por Chiclayo. Como tengo una coraza de autoestima y determinación más dura que un Panzer alemán, he dicho durante casi veinte años, ¡¡¡no bebo, paso!!!”. He sido testigo in situ cómo imberbes diletantes, aprendices de poetas que han pretendido penetrar o estar en una noche con “los poetas”, han terminado a la primera de bastos como trompitos locos y metamorfoseados y hablando como unos posesos en trance diabólico azul en plena avenida Balta cuadra tres, en el ex Calzoncillo, La Chotana, etc., que de escucharlos sus padres o familiares no los reconocerían. He sido testigo cómo una mancha de diez o veinte borrachines han arrinconado a un novel que quería “pertenecer al grupo poético tal o cual”, obviamente su pasaporte de ingreso era recibir el vaso y la botella y amanecerse. Esa iniciación metílica los marcó y la siguen pagando caro: convertirse en borrachines sociales para ser parte de la cofradía lírica.
Es más, parte de la filosofía báquica de los borrachines de este lado norte del Perú, no se contenta con tomar como pretextos para iniciar la jarana en cualquier día de la semana, hora del día, la noche o la madrugada como: “El que a alguien se le ocurra el nombre de un poemario o cuento sin que aún esté escrito, ¡trago!”, “El que se dé la nominación y posterior noticia de los ganadores del Nobel de Literatura, ¡trago!”, “El que el Jerjes de la poesía lambayecana haya ingresado a la imprenta su libro, ¡trago!; el que su libro le falte una semana para que le entreguen, ¡trago!; el que haya salido el texto hoy de la editorial, ¡trago”; el que hoy se sea su presentación, ¡trago!; el que haya aparecido una nota en La Industria o Caretas, ¡trago!; el que haya salido a vender a los colegios o universidades y nadie le haya comprado, ¡trago!”, el que a mi compadre Josefo lo hayan denominado como mejor escultor de santos en serie del cementerio El Ángel, ¡trago!; etc. Hay una especie de orgullo y de fanfarroneo de éxtasis de ser borrachín exhibicionista. Se cuenta como una faena tauromáquica o como la noticia de un ingreso a una universidad o aumento del sueldo: “Pucha, anoche me gasté cien nuevos soles en chupa, (claro aunque al día siguiente no haya ni para el pan de la familia)”, “Por fin anoche le gané a Luishino en Monsefú, por un balde más de chicha pata de toro en La cuetera”, “Ayer le gané a Juan Boyd en la plazuela tomando racumín, se me durmió el Flaco en la banca buitreando”, etc.
Aquí en Chiclayo, de cada diez autodenominados poetas, 9.5 son alcohólicos (claro ellos jamás lo reconocerán, pues la palabra alcohólico no sólo le suena a insulto, sino un sacrilegio entre los poetas, recién cuando están en la lona y a días de morir lo reconocen y se dan cuenta de su enfermedad, demasiado tarde la cirrosis ya les perforó y sancochó todo lo que antes era hígado y tripas).
Un poeta, desde el momento en que escribe y publica un texto, es un hombre público, lo quiera o no. Sus poemas, cuentos o ensayos, al enajenarlos, se convierten en un producto consumible por grandes o chicos, y aunque quiera parecerse al propagandista Oscar Wilde o al anacoreta compulsivo J.D. Salinger, si tiene calidad, su vida e imagen siempre será socializada y estará en el ojo de todos. No habrá vida privada para el poeta, como para cualquier artista –sólo probablemente en el baño a la hora de hacer su necesidad- y por lo tanto debe saber manejarse, por supuesto no como cura o un dechado de virtudes y valores, porque un poeta es un ser humano con defectos y virtudes. Pero un poeta debe estar a la altura de su texto. No puede ser que el contenido de tus tiernos y estéticos poemas, terminen afeados por tus conductas antagónicas. Tus lectores –aún más los escolares- te idealizan y quieren conocerte porque haz proyectado una imagen de tu texto. No me imagino a un Juan Ramón Jiménez, agarrando a palazos a un tierno e indefenso “Platero” en la vida real. No concibo a un Arguedas o Ciro Alegría lanzando injurias y vituperios contra el indio o el cholo, por su condición social o étnica. No me imagino a un Neruda siendo un misógino y a Charles Dickens un misántropo. Eso sería incongruencia total, un ser postizo que escribe una cosa y hace otra. Por supuesto, que los ejemplos negativos abundan, pero si un poeta es símbolo de belleza y creatividad, no puede acercarse al filo de la depravación, la sordidez, las esperpentez para llamar la atención o creer que así pasará a la inmortalidad. Ni Hemingway, Rubén Darío, Chocano, Miller, Poe, Verlaine, Baudelaie, Rimbaud, Píndaro, Salinger, Wilde, han pasado a la inmortalidad literaria por borrachines o falladitos, sino por su talento y genialidad literaria.
COLOFÓN
No bebo no sólo porque el alcohol sea amargo para mi garganta diabética acostumbrada al dulce, sino porque estupidiza la inteligencia humana, te hace esclavo y débil, cuando estas ebrio hablas torpezas y sandeces que te pintan como un ser ridículo y aflora tu putrefacción humana –lejos de remediar cualquier depresión o tristeza, te hace adicto a ella y te lleva rapidito al hueco-.
No bebo alcohol porque no creo que sea una justificación o estimulante para inspirarte y llegues a ser mejor poeta o narrador.
No bebo alcohol porque no quiero pasar a engrosar una estadística de alcohólicos anónimos.
No bebo alcohol porque no me hace ni bien económicamente ni en salud al día siguiente a la hora de trabajar.
No bebo alcohol porque no quiero que mi familia alguna vez tenga que pedir limosna para enterrarme y deba gestionar una miserable pensión conseguida por pena y sentido humanitario cuando esté postrado y llorando desgraciadamente.
No bebo alcohol porque no quiero que el grupo Backus & Johnston siga enriqueciéndose a mi costa y los gobiernos de turnos se carcajeen del triste espectáculo que dan su dopados y marginales poetas borrachines.
No bebo alcohol porque un trasplante de hígado para un cirrótico cuesta alrededor de 50,000 dólares y ni pidiendo colaboración entre todos los poetas del Perú alcanzaría para comprarme la décima parte de este órgano vital.
No bebo alcohol porque la literatura – es en mí- una pasión irrefrenable por la lectura y la creación y no por el alcohol.
Por cortesía de poeta nacional Lucy Martínez Zuzunaga
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