jueves, 6 de agosto de 2009

EVOCANDO A RAIMONDI

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Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
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Un 28 de julio de 1850, arribó al puerto de El Callao el eminente sabio italiano Antonio Raimondi (Milán, 1824 – San Pedro de Lloc, 1890) huyendo de los horrores de la guerra por la independencia y unidad de Italia, para comprometerse en noble y fecunda misión que él mismo se impuso: estudiar y recorrer el territorio nacional hasta los últimos instantes de su vida.
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Según precisa Teresa María Llona en su libro “Raimondi y Llona”, el explorador milanés se sintió motivado a venir al Perú, al observar mutilar en el invernadero de Milán un “Cactus peruvianus” que atraía su admiración, porque amenazaba romper la estrechez de la techumbre y sus paredes transparentes que lo rodeaban. Sin duda, influyó en su decisión el considerar que nuestro país ofrecía amplias perspectivas por abarcar, su extensa geografía, todos los climas y haber sido poco investigado, no obstante su proverbial riqueza.
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En Lima, Raimondi fue acogido por el Dr. Cayetano Heredia, quien le encomendó la clasificación de las colecciones de geología y mineralogía del gabinete de química e historia natural del Colegio de la Independencia, posteriormente convertido en la Escuela de Medicina del Perú. Sin conocer bien la capital, le gustaba incursionar por sus alrededores buscando plantas desconocidas para clasificar cuidadosamente.
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El ilustre explorador inició sus primeas andanzas contando sólo con su propio peculio. Recién en 1858 recibió una asignación de 2,000 pesos anuales, por iniciativa del Parlamento Nacional, suma que en 1860 se elevó a 3,000 pesos, por considerarse necesario ayudarlo para afrontar los gastos. Así emprendió su viaje de más extenso recorrido que debía comprender millares de kilómetros -avanzando por regiones inhóspitas- debiendo bordear abismos y cruzar ríos tormentosos, sin contar con los puentes más primitivos para hacerlo. Dos años y medio duró ese peregrinaje inverosímil y apenas tuvo seis meses de descanso en Lima antes de emprender otro sumamente trascendente, que abarcó la parte central del país.
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Llegó por primera vez a la Cordillera de los Andes, ingresando hasta Vitoc y Chanchamayo, para retornar por la misma ruta un año después; internándose hasta Tingo María, dejando atrás la costa y la sierra. Documentó los yacimientos de carbón mineral del literal piurano, analizó el guano de las islas Chincha, verificó las reservas salitreras de Tarapacá, recorrió las remotas provincias auríferas de Carabaya y Sandia, navegó el Marañón, Ucayali y Amazonas, entre los ríos orientales más representativos.
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Luchador inclaudicable, marchó hacia su fin siempre orientado por el anhelo de revelar al mundo ese Perú con el que estuvo tan identificado, y al que entregó el esfuerzo de su existencia con desprendimiento. Luego de superar muchas adversidades, en 1874 apareció el primer tomo de su obra “El Perú”, dedicada a la juventud peruana, en donde escribió: “…Confiado en mi entusiasmo he emprendió un arduo trabajo superior a mis fuerzas. Pido pues vuestro concurso. Ayudadme, dad tregua a la política y consagraos a hacer conocer vuestro país y los inmensos recursos que tiene”. Este libro, que incluye descubrimientos, asientos mineros, haciendas de la costa y sierra, fundación de pueblos y ciudades, es un documentado recuento de nuestro admirable -y por aquel entonces poco conocido- patrimonio natural, cultural y social.
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Logró avanzar algo más en la publicación de sus trabajos; sin embargo, quedó sin redactar ni editar bajo su dirección muchos de ellos. Dejó numerosos libretas (algunas desaparecieron) conteniendo la recopilación de sus anotaciones sobre el paisaje natural que reconoce a su paso. Plantas, animales, insectos y minerales fueron colectadas; mientras medidas barométricas, observaciones meteorológicas y croquis precisos complementaban la información de las distintas regiones por las que pasó.
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De actitud serena y poco afecto a la exposición pública, Raimondi fue el principal referente científico de nuestro país durante la segunda mitad de siglo XIX. El legado intelectual y moral de este renombrado naturalista enciclopédico representa uno de los capítulos más hermosos en la historia universal de las ciencias naturales. La divulgación de su obra y su fe inquebrantable, se renueva entre quienes encuentran en su vida inspiración para conocer, comprender y, consecuentemente, despertar un genuino sentimiento de identificació n con nuestra patria. Al recordarlo, debemos evocar sus palabras: “En el libro del destino del Perú, está escrito un porvenir grandioso”.
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(*) Docente, conservacionista, consultor en temas ambientales, miembro del Instituto Vida y ex presidente del Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda.
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