Autor: Bernardo Rafael Álvarez
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Nunca a nadie en Pallasca se le ocurrió averiguar la razón del insólito remoquete. Pero estaban seguros que, por donde se le viera a nuestro personaje, no era posible encontrarle carencias físicas: del meñique al pulgar, los dedos estaban completos, y las orejas, sin mácula alguna, mostraban con orgullo sus gruesos pabellones. Por ello (cosas del ingenio popular), el apelativo, chapa, mote o apodo, que, sabe Dios quién le puso, resultaba por demás increíble. A manera de broma, sus amigos más cercanos y, por supuesto, de más confianza, le decían que cuando ocurría un fallecimiento en el pueblo y el cortejo pasaba frente a su casa él comentaba -no sabemos si con tono de pena o de sarcástico orgullo-: “A ese muertito lo curé yo”. Y, créanlo, no se enfadaba, tenía correa, y como estaba seguro de que en la chanza no había un ápice de mala fe, lo que hacía era echarse a reír. No era, como nadie lo es, un dechado de perfección; era simplemente un ser humano, con debilidades y fortalezas (¡hasta los curas lo son!). Cuentan que alguna vez, por haberse “enredado” medio clandestinamente con una señora que vivía sola, el hermano de esta, probablemente empeñado en tutelar la moral familiar o la reputación del apellido (cosa que, hay que decirlo, en cuestiones de amor es una inadmisible exquisitez o, mejor dicho, una reverenda exageración), le propinó una “carajeada” de padre y señor mío. Nuestro personaje, dicen, simplemente no respondió y con estoicismo mesiánico, casi acurrucado como una indefensa criatura, tuvo que soportar sin un gemido la inmisericorde “cuadrada”. Más tarde, cómo no, sus amigos le increparon por aquella inesperada muestra de debilidad. “¿Por qué te acobardaste?”, le dijeron. Su explicación, extremadamente lacónica, no podía estar más ajustada a la realidad ni dejar de ser, a pesar de todo, hilarante: “La conshensha, pues, la conshensha...” (Eso es: no hay justicia más cabal e inapelable que la administrada por la conciencia). Durante un buen número de años trabajó en Conchucos; era sanitario, es decir, una suerte de “médico rural” sin diploma universitario: el que aplica las vacunas y trata la tifoidea, el que receta lavativas y vinagre “bullí” y cura de las picaduras de “huaylulo”. Y allí, en la tierra de don Mesho, se resolvió el enigma. “¿Por qué?”, se atrevió a preguntarle un inquisitivo conchucano. Lejos de incomodarse (pues, ya lo dijimos, tenía correa), se sintió feliz por la curiosidad del “tiralazo”. Es que durante casi toda su vida esperó esa pregunta; siempre quiso dar a alguien la respuesta que íntimamente le regocijaba y que pugnaba por salir a la luz: directa, rotunda y satisfactoria, pero, sobre todo, ingeniosa. El era así: agudo y mordaz. Tras ser absuelta la interrogante, el epílogo –es fácil de adivinar- fue una estentórea carcajada, jadeante, interminable, como aquellas volcánicas que expulsaba en nuestra tierra don Pancho Nina. “Me dicen “mocho”, respondió don Reinerio, por una sencilla razón: en mi pueblo soy el único varón que no tiene cachos”...
Fuente:
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ANECDOCRÓNICAS DE PALLASCA
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Bernado Rafael Álvarez en Chiquián - AEPA ENE 2009
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HOJA DE VIDA
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Bernardo Rafael Alvarez, poeta y escritor. Nació el 12 de noviembre de 1954 en Pallasca, Ancash. Sus primeros estudios los hizo en su pueblo natal, hasta el 4° de secundaria; los culminó en Trujillo. Ya en Lima, estudió Cooperativismo y Ciencias Administrativas en las universidades Villarreal y Garcilaso de la Vega, y siguió, además, cursos libres de Lingüística en San Marcos.
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A fines de 1972 comenzó a frecuentar a los poetas de Hora Zero y es con el sello informal de dicho movimiento que en 1974 publica Aproximaciones & Conversaciones, un libro que según confiesa, tiene menos de él que -aunque burdamente- de Jorge Pimentel, Enrique Verástegui y Juan Ramírez Ruiz. Publicó, también, poemas en diversas revistas y periódicos. Es -además del libro citado- autor de Dispersión de cuervos(1999) y de Toro de trapo y algunas otras deudas (2003) y figura en las antologías Hora Zero, la última vanguardia latinoamericana de poesía (Venezuela, 2000), Un canto por Sierra Maestra (Lima, 2000), YACANA/51 poetas (Lima, 2005) y Poesía peruana contemporánea, 33 poetas del 70 (Lima, 2005). Conduce la asociación Cáctus, Cultura contra el desierto.
A fines de 1972 comenzó a frecuentar a los poetas de Hora Zero y es con el sello informal de dicho movimiento que en 1974 publica Aproximaciones & Conversaciones, un libro que según confiesa, tiene menos de él que -aunque burdamente- de Jorge Pimentel, Enrique Verástegui y Juan Ramírez Ruiz. Publicó, también, poemas en diversas revistas y periódicos. Es -además del libro citado- autor de Dispersión de cuervos(1999) y de Toro de trapo y algunas otras deudas (2003) y figura en las antologías Hora Zero, la última vanguardia latinoamericana de poesía (Venezuela, 2000), Un canto por Sierra Maestra (Lima, 2000), YACANA/51 poetas (Lima, 2005) y Poesía peruana contemporánea, 33 poetas del 70 (Lima, 2005). Conduce la asociación Cáctus, Cultura contra el desierto.
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Radica en Lima y ha viajado poco, pero ha vivido intensamente los gozos, sufrimientos, hedores y traiciones de una ciudad como Lima, grande y tormentosa.
Radica en Lima y ha viajado poco, pero ha vivido intensamente los gozos, sufrimientos, hedores y traiciones de una ciudad como Lima, grande y tormentosa.
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La poesía de Alvarez, a decir de Tulio Mora, se caracteriza, entre otras cosas, por el deconstructivismo y "ese afán de capturar el contrasentido de lo real." Para Marco Aurelio Denegri, se trata de una "poesía viral y arrebatada", "porque es poesía impetuosa, inconsiderada y violenta". Para Pedro Escribano (diario La República) "es una especie de graznido humano y salvaje, por eso muchas veces desordenado, que busca retratarnos por dentro y por fuera."
La poesía de Alvarez, a decir de Tulio Mora, se caracteriza, entre otras cosas, por el deconstructivismo y "ese afán de capturar el contrasentido de lo real." Para Marco Aurelio Denegri, se trata de una "poesía viral y arrebatada", "porque es poesía impetuosa, inconsiderada y violenta". Para Pedro Escribano (diario La República) "es una especie de graznido humano y salvaje, por eso muchas veces desordenado, que busca retratarnos por dentro y por fuera."
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27 ENE 2008
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Fuente:
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BELLEZA DE PALLASCA
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GALERÍA FOTOGRÁFICA DE EDGAR ASENCIOS
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