jueves, 16 de abril de 2009

ALMAS EN PENA, QUE EL RECUERDO LLEVA…Y TRAE

Chiquián: Valle del Aynín

Autor: Javier Cerrate Núñez (Puncupa Surin)

Me cuesta algunas veces rememorar el pasado, por allí confundo las fechas o los hechos, algunas veces las dos cosas, me olvido de los nombres, de el de las personas o el de los sitios, supongo que es el precio a pagar, como peaje, al paso de los años, esto que les voy a narrar, quiero creer que puede estar íntimamente atado, a mi aclaración anterior, pero también quiero decirles en mi defensa, que todo esto no me impide contarles lo que les voy a narrar ahora.

Chiquián: casa de la familia Vicuña Valverde
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Era una madrugada fría, de luna llena y de ese vientito que se cala entre los huesos, mi poncho no conseguía atajar el frío, mis dientes castañeteaban fuertemente, la hora también daba lugar a considerar normal al frío que hacía, pero no sé por qué extraña circunstancia mi cuerpo decía lo contrario y permanecía alerta, lo trivial hubiera sido que al salir de mi casa, el sueño me invadiera, despaciosamente, pero no, ese día, algo fuera de lo común estaba ocurriendo o estaba por ocurrir, había tomado la calle Comercio con dirección a la posta médica, el viento como he dicho ululaba, por momentos fuertemente, entre el follaje de los eucaliptos y herbazales cercanos al camino, que me conduciría a Obraje, al llegar a la plaza de Quihuillán, en la esquina de los Vicuña una sombra permanecía parada, pasé a unos metros de ella y mi piel se erizó, no pude distinguir su ropa, menos su cara, supongo que mi mirada fue un rápido vistazo, en ese instante tuve un mal presagio, lo que me impidió por miedo, supongo, a mirar nuevamente en dirección a esa torva y oscura figura, invadiéndome un sabor amargo en la boca y una desazón, que en el transcurso del día, no se me iría, reconozco que era un niño aún, tal vez diez años o algo menos, debido a eso podría suponer, que era muy impresionable, tendría que aclarar además que como cualquier niño andino, era propenso al miedo a la oscuridad o a lo desconocido, en mayores dosis a las comunes, nuestra formación cultural prioriza lo sobrenatural a lo racional, siempre fue así.
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Chiquián: caminando hacia la Posta Médica
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La bajada hacía Obraje fue rápida ya que mis sentidos alterados, me permitían sortear los obstáculos del camino con facilidad y rapidez, hasta el rumor del agua que bajaba por las acequias de regadío, llegaba nítidamente hasta mis oídos, murmurándome frases o palabras que mi mente trataba de descifrar, mi acotado mundo ese día estaba totalmente trastocado y afiebraba mi tierna imaginación, pero como todo pasa, también esto llegó a su fin, los ruidos propios del despertar del campo calmaron mi ansiedad, el balar de los becerros reclamando a sus madres, la ronca respuesta de ellas, lo mismo que el canto de los gallos y de los pajarillos del campo, me devolvieron a mi cotidiana realidad, recién entonces pude olvidar o dejar en segundo plano mi “pesadilla” de la madrugada, junté la leña de aliso que había ido a buscar, hice un pequeño fardo, que era muy pesado por estar a medio secar aún, la cargue sobre mi hombro con una soga y empecé a subir la cuesta para volver al pueblo, llegué apurado, ya que Martín el portero de la escuela Prevocacional, ni bien daban las nueve de la mañana cerraba el portón de hierro y no dejaba pasar a nadie, ni maestros ni alumnos, aunque los primeros podían en algún caso, sortear las verjas del frente, pasando por sobre ellas. Todavía tenía que tomar mi desayuno, un tazón de deliciosa leche caliente, acompañado por dos o tres cemitas de harina de maíz y trigo, y una gran rebanada de queso, esto de las cemitas no era lo común, pero mi madre las había hecho, aprovechando los restos de la paila de hacer chicharrones, debido a que habíamos “matado” un chancho, en días anteriores, esta última frase trae a mi mente un sabroso dicho chiquiano, cuando algún adulto camina molesto o fastidioso, suelen decir de él, “fulano a matado su chancho” sin que esto haya sucedido en la realidad, significa, que está así por que al matar su chancho, tiene que imponer límites, para que sus vecinos o amigos no le pidan los deliciosos chicharrones, entonces tiene que demostrar eso, con su hosquedad y cara de pocos amigos...
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Volviendo a mi narración, en ese entonces todavía estaban construyendo la carretera que va a Huasta, Pampán, Aquia, etc. y la obra, lejos ya de la posta médica, estaba pasando la primera curva, lugar donde los cartuchos de dinamita, rompían las duras piedras blancas que cerraban el paso. La mañana transcurría como cualquier otra, en la escuela, nosotros esperando la hora del recreo, que a esa edad es de prioridad absoluta, para seguir con nuestros juegos o transacciones rutinarias, como comprar “melcocha”, o caramelos caseros, a ya no me acuerdo quién, pero sí, que había alguien que los hacía en su casa y los llevaba a la escuela para vendérselos a sus compañeros, también estaba el que vendía manzanas de Chinchupuquio, o negociaba con bolitas de vidrio, quehaceres propios del recreo entre los niños y mozalbetes; a eso de medía mañana un rumor comenzó a circular por las aulas, había sucedido un accidente en la nueva carretera, nadie sabía con exactitud lo ocurrido, esperábamos expectantes que terminaran las clases, para interiorizarnos de los pormenores, sonó la campana del mediodía y salimos a las calles a la carrera, llegué a casa y mi madre me contó con lujo de detalles lo que había pasado, estaban poniendo rondas de diez “cachorros”, cuando el dinamitero que hacía las cargas, señaló que uno de los “cachorros” no había detonado, efectivamente, la mecha no había llegado a quemarse totalmente en una de ellas, el remedio consistía en poner otro cachorro cercano al que había fallado, para lo cual se abría un nuevo agujero vecino, el pobre hombre comenzó a hacer el hoyo con su barreno, pero al golpe de la comba sobre el barreno, estando ya cerca al fallado, provocó su explosión, la muerte le llegó de manera inmediata, la potencia si bien no era muy grande, sí lo suficiente para partir las piedras grandes en otras más pequeñas y manejables, mientras escupía la presión propia de la explosión, le había volado prácticamente la cabeza, cuando mi madre mencionó esa circunstancia, mi piel volvió a erizarse, como a la madrugada, sí, a ese pobre hombre lo había visto a la luz de la luna, era él, es decir su alma, tal como nuestra ancestral cultura nos dice, el pobre estaba despidiéndose de su mundo, recogiendo sus pasos, de eso yo estaba seguro, ya que tal como recordaba, era la figura de una persona, cubierta por su poncho pero sin cabeza, el lugar donde debía tenerla era solo una mancha oscura, la gran luna me grabó y devolvió nítidamente esa imagen, luego, en mis recuerdos, pasó mucho tiempo para olvidarla, fue mi pesadilla de varios años, más aún, cuando la soñaba algún hecho malo y fortuito me sucedía, debido a eso, cuando despertaba de esos sueños, generalmente estaba bañado en sudor y luego era imposible volverme a dormir, por supuesto este percance fue la comidilla de muchos días en Chiquián, y como siempre sucede, día a día se conocían más detalles, a cual más truculento, pero bueno, esto siempre fue y será así.
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Como corolario, doloroso para mí, les cuento que al narrar esto, no pude recordar el nombre de los hermosos alfalfares, rodeados por bosques de eucaliptos, que creo eran de Teobaldo Suárez , antes de llegar a la “shalería” de la primera curva, siguiendo el trazo de la carretera, lugares por donde recorrí luego, junto a mis mejores amigos, en mis épocas de adolescente y estudiante del Coronel Bolognesi, acompañando a las bellas alumnas del Santa Rosa a quienes pretendíamos enamorar, rumbo a las cascadas de Usgor, lugar donde luego les jurábamos amor eterno, esperando que con su influjo, estas aguas las convirtieran en realidad, en el futuro cercano y venidero.
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09 ABR 2007

Chiquián

Comentario:
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Amigo Puncupa Surin:

Desde pequeño me hincó la guadaña del más allá; signo que se hizo frecuente con el paso y el peso de los años. Recuerdo que en los sesentas soñaba con la muerte bañándose con sangre en el oconal de Umpay o caminando cerca al cementerio. Dos días después de este último sueño, un accidente carretero entre Uyu y Chinchupuquio nos arrebató a Marco Ibarra Damián (4 de abril de 1965); y con él, un pedazo de nuestros corazones se fue. Sueño premonitorio, muerte anunciada, alma en pena o aviso de despedida, no sé, pero así sucedió.

Chiquián: Cementerio General

Muchas gracias por tu relato, que trae a la memoria recuerdos dormidos con sobresalto. Elevo mis plegarias por nuestros amigos que en primavera surcaron el éter. En estos últimos años muchos paisanos nos han tomado la delantera; entre ellos: abuelitas y abuelitos, amigas y amigos, padres y madres muy queridas que se han sumado al batallón de ángeles del cielo.

Dicen que después de los "sin cuenta" se pierde más seres queridos que los que se ganan. Lo cierto es que debemos mantenerlos vivos con nuestras oraciones a los que se fueron y fortalecer los lazos de comunicación entre los que aún seguimos con las velas encendidas la procesión que no para.

Nalo

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Fuente:
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Página electrónica del Club Chiquián
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