Por: Juan José Alva Valverde (Pepe)
“Cual Bandadas de palomas que regresan al vergel...”, así cantábamos los pichuichancas (pajarillos), abriendo el año académico en el 378 de Chiquián. Todos en el patio de la Escuela, formados por secciones, con la mirada al frente, con porte militar y tratando de que nuestro querido maestro don Juan Aldave Oyola, se sintiera orgulloso de nosotros. Era el primer día de clases y lo habíamos esperado con ansias; por tanto, la mayoría acudíamos lo más temprano posible, algunos por la premura habían dejado a medio tomar su desayuno. El pan con mantequilla fue el fiambre de cada día, y estaba acondicionado en el maletín, envuelto en un pedazo de papel de bolsa de azúcar.
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En aquel entonces, lo más espectacular de las vacaciones que llegaba a su fin el 31 de marzo, era una escapada al río Aynín, llevando anzuelos y carnada para la pesca de truchas. Una latita de atún, unas cuantas papitas birladas a la abuelita; juntando todo lo que llevaban los compañeros de aventura, teníamos lo suficiente para una pachamanca campestre a orillas del río. Las incursiones a las lagunas de Shapash y Chivis, (así llamábamos a dichos lugares), se planificaban con lujo de detalles, tratando de evitar encontrarnos con los de hura barrio (barrio abajo). Ambas "lagunas" están ubicadas en las afueras del pueblo, pasando dicho barrio. Los de hana Barrio (barrio arriba), teníamos a nuestro favor, el “desarenador”, afincado en la zona alta de la planta eléctrica, y se asemejaba a una mini piscina, construida de material noble para desarenar el agua de las alturas que bajaba por un tubo de acero e impulsaba el generador de energía eléctrica, iluminando las noches de "Espejito del Cielo". A la derecha del "desarenador" está Putu, cascada mediana que al caer forma una hondonada. Para hacerla más profunda nos dábamos el trabajo de estancarlo con ramas de los arbustos, aplastándolos con piedras. El resto de los días jugábamos interminables partidos de fútbol, llegando a casa empapados de sudor y polvo.
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En el primer día la formación se hacía de acuerdo al tamaño, algunos nos dábamos cuenta que habíamos crecido un poco, otros no y unos cuantos se habían estirado. Nos buscábamos con la mirada tratando de ver si alguien faltaba o si había un compañero nuevo, hasta que se escuchaba la voz potente de mando militar del querido profesor don Germán Romero:
- ¡Atención!, iniciaremos el año escolar cantando nuestro Himno Nacional, un, dos, tres.
- Somos libres…
- A continuación nuestro director, el profesor don Fabián Cano, os dará la Bienvenida
- Señores profesores, queridos alumnos…
- A la voz de tres, la canción de apertura:
- Cual bandadas de palomas...
Nuestras gargantas estaban ávidas de cantar y siguiendo las indicaciones del profesor, cantábamos de la mejor manera. Los del 378 teníamos mística y cariño por nuestra Escuela y así no tuviéramos un local propio, no lo cambiábamos por la mejor Escuela del Perú. Cada actuación finalizaba con el Himno sagrado del 378:
En el patio de mi Escuela
hay un hermoso manzano,
tiene 5 manzanitas
que es fruto de mi trabajo…
Letra y música de nuestro querido Maestro Don Germán Romero, a quien siempre recordamos con cariño.
Concluida la emotiva ceremonia, pasábamos al salón de clases. Nuestro maestro don Juan Aldave Oyola, a quien queríamos y respetábamos por ser un paradigma a seguir, año tras año nos iba moldeando. Cual ceramista pulía nuestras aptitudes, cualidades y corregía muy sutilmente nuestros defectos. Para ubicarnos en las carpetas, sopesaba la ubicación de un alumno aplicado con otro que no lo era tanto; un distraído con un atento, sin romper la empatía de los seleccionados; con su voz paternal y mirándonos con toda atención nos decía:
- Queridos alumnos, comenzamos un nuevo año, los veo más creciditos, por lo que me alegro, porque eso significa que sus mentes están más desarrolladas y que poco a poco se irán forjando con las expectativas de ser jóvenes con mente y cuerpo sano. Recuerdo cuando iniciamos el primer año, abajo en Quiullán, hoy están en el cuarto año de primaria, y dentro de poco serán estudiantes del Colegio Coronel Bolognesi; al pasar el tiempo muchos quizás sean mis colegas de profesión lo que para mí será un orgullo, porque viviré pensando con satisfacción que no aré en el mar; y si abrazan esa noble misión de educar, háganlo con amor, con paciencia, con dedicación y con ejemplo de vida; practicando siempre lo que predican; algunos de ustedes serán médicos, lucharan por salvar vidas, comprenderán entonces que la vida es un Don Divino y que Dios nos la dio para utilizarla de la mejor forma, aprovechando lo maravilloso de la naturaleza y de los adelantos de la ciencia, cuando pasen los años disfrutaremos de la inteligencia del ser humano; y si no tenemos cuidado lamentaremos la mezquindad y la irresponsabilidad de algunos; sólo Dios sabe queridos alumnos lo que les depare el destino, fuera lo que fuere, lo más importante es que sean hombres de bien, con buenos sentimientos, con buenas intenciones, hombres útiles a su hogar, a su comunidad y a su Patria; desarrollen sus cualidades y desenvuélvanse y estudien la profesión que les guste, para que lo realicen de la mejor forma; gracias a Dios a sus 10 u 11 años que hoy tienen, sus caracteres están siendo bien formados, y como los conozco están creciendo como el árbol de eucalipto, derechitos; lo importante es que al final de sus jornadas y cuando estén solos, sus conciencias estén tranquilas, sin remordimientos, sin rencores y sin pesares; sean honestos en todos los actos de sus vidas; es difícil pero hagan todo lo posible por ser justos; cuando se sientan débiles, abatidos, sumidos en la desesperación, eleven sus plegarias a Dios y récenle con toda devoción, Él siempre escucha...
Así iniciábamos el año escolar, abrigados por la estación primaveral real, y no como se dictamina para Lima; cuando los prados de los valles de Usgor y Obraje comenzaban a vestirse de un verde silvestre, cuando el Aynín serpenteaba abajo dibujando un destello plateado, cuando el majestuoso Yerupajá resplandecía como sacudiéndose de los nubarrones de enero, febrero y marzo invernales; cuando el astro Sol sonriente y alegre por contemplar tanta vida en la hermosa Villa de Chiquián, dejaba caer sus rayos abrigadores. Nosotros, los pichuichancas del salón del querido maestro don Juan Aldave Oyola: Hernando Aldave, Vladimiro Reyes, Oswaldo Pardo, Rodolfo Minaya, Mario Yabar, Lucho Yabar, José Yabar, Federico Lemus, Edgar Agüero, Carlos Jiménez, los recordados Félix Ñato y Diosdado Romero (Popa), quienes viven en la gloria eterna del Señor; tratábamos de asimilar lo más posible de las sabias enseñanzas del cuerpo docente de lujo que la escuela tenía: el director, profesor Fabián Cano, nuestro querido maestro don Juan Aldave Oyola, la dilecta maestra doña Albina Aldave Alva, el maestro don Germán Romero, el maestro don Eduardo Aldave, el maestro don Pedro Gutiérrez, el maestro don Jorge Garro, nuestro maestro del 5to. Año de Primaria don Carlos Rivera(Challe) y nuestro maestro de Educación Física don Arturo Figueroa.
Infinitas gracias queridos maestros; gracias amada Escuela, quizá soy la pepita más pequeña de una de las cinco manzanitas del hermoso árbol que floreció en el patio y que siempre florecerá en el corazón de todo ex alumno del 378 de Chiquián.
Gratamente: Juan José Alva V. (Pepe Alva)
Lima, 1 de Abril del 2009.