lunes, 3 de agosto de 2020

ALFONSO UGARTE Y EL FUEGO SAGRADO DEL ALMA - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
 
AGOSTO, MES DE LOS NIÑOS,
DE LA JUVENTUD, LAS COMETAS,
EL DEPORTE, EL FOLCLORE Y
DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO
 
*****
 
2 DE AGOSTO
CALENDARIO
DE EFEMÉRIDES
 
 
 
NACE
UN
HÉROE
 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
 
ALFONSO UGARTE Y
EL FUEGO SAGRADO
DEL ALMA
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
1. Vale más
que todo el oro
 
Alfonso Ugarte quien naciera el 2 de agosto de 1847 en Tarapacá, no se desmoralizó ante los reveses sufridos en la guerra. No doblegó su intrepidez, pese a que se cernía la sombra del infortunio en su frente. No le desanimaba la suerte. Él alzaba la bandera e impulsaba el batallón hacia adelante.
 
No dijo tal fulano tuvo la culpa. No echó en cara a nadie una derrota, pero sí era generoso en atribuir a cada uno de los otros la victoria. Siguió luchando.
 
No dijo ya no hay ejército, hay que darnos por vencidos. ¡No! ¡Hizo su ejército! No dijo: el otro no peleó como debía. Al contrario: arengaba a que la batalla siguiente era la decisiva.
 
Él cada vez era más soberbio en el combate. No puso a un sustituto para comandar su batallón. Él iba adelante.
 
Nada para él era bastante cuando de lo que se trata era de defender principios. Puso toda su fortuna en el arca santa del amor a su lar natal. Y a la evocación de las horas de infancia.
 
Y todo porque tenía fuego sagrado en el alma que vale más que todo el oro de la tierra.
 
2. Quienes
defendieron
 
No dijo escojo otra morada tranquila y apacible. No, no dijo esto: soy cosmopolita, soy ciudadano del mundo. O, el mundo es de todos. ¡Él que tenía sucursales de su empresa en varias ciudades del continente y hasta en Europa!
 
Tampoco elucubró: La guerra es cuestión de gobiernos. No buscó el subterfugio de razonar: La guerra es función de los ejércitos. No dijo: es una contingencia, y lo mismo me da estar aquí que allá. No dijo eso.
 
¿Invertir en equipar un batallón? ¿A quién se le ocurre? ¡A él! A los insignes. Y a otros tantos seres acrisolados cuando los convoca el deber y el amor.
 
Porque la Guerra del Pacífico de parte nuestra fue una guerra de civiles indignados contra militares enemigos entrenados y esquematizados para ejercer la crueldad, el odio, la vesania y la infamia.
 
Quienes defendieron esta tierra no estaban preparados para matar. No sabían matar, y prefirieron no hacerlo. Es más: se dejaban matar, porque eran seres humanos, llenos de humanidad, no bestias. Las bestias no defienden, atacan.
 
3. Y eso
fuimos
 
Los espartanos fueron formados desde niños para ser soldados. Pero al lado del modelo de heroísmo recogían también un código de moral y de ética que nunca debe perder un soldado. Quienes agredieron aquí no tenían ni eso. Mataban heridos
 
Los héroes que defendieron Arica fueron en su mayoría civiles. Algunos militares jubilados, como Francisco Bolognesi. Alfonso Ugarte, que lucía el grado de comandante de dos batallones, no era sabueso entrenado para morder, ni hiena para asaltar, ni serpiente para morder y matar. Era civil.
 
Fue tanta la ignominia y degradación de esta guerra de parte de los agresores que despreciaban al civil en los campos de batalla, al punto que estaba sentenciado darle muerte como prisionero sentado y por la espalda, con el corvo, la bayoneta o con las balas del fusil.
 
Si el heroísmo en un soldado entrenado para la guerra es admirable, en un civil en el campo de batalla es supremo. Y eso fuimos en esta contienda que jamás la imaginamos niños.
 
4. Héroe
insigne
 
¡Cómo no ha de ser de mayúsculo y superlativo ese sacrificio si prepararse para esa guerra nunca siquiera fue imaginado ni en el delirio! Pero, aún más, esa victoria moral no era para ganar ya una batalla ni una guerra. Era cara a nosotros mismos, para colmarnos de orgullo y de coraje. ¡Que esto jamás se nos olvide!
 
Honor a los que defendieron el día 7 de junio de 1880, lo que es el sentido moral no solo para al Perú sino para de la raza humana. Y lucharon por lo honorable, íntegro y puro del corazón humano; por el hombre como especie, frente a una horda criminal y vesánica.
¡Honor para quienes convirtieron su paz y tranquilidad en espada fulgurante! ¡Honor a quienes ofrendaron su vida por defender el sentido humano frente a la delincuencia y la aberración! ¡Deber que nos incumbe y compromete defender a todos los hombres!
 
El ardor de aquellos combatientes no era creer tanto en los triunfos sino en las grandes causas que es ineludible defender, porque de lo contrario lesionamos la estatura del hombre frente a lo siniestro y lo bestial y lo cobarde. Por eso, ¡honor al héroe insigne!
 
5. Huella
que traspasa
 
Alfonso Ugarte era alegre, vital y campechano. Se lo refiere franco, generoso, de puertas y brazos abiertos. Le gustaba el deleite de la vida. Y la declaración de guerra le sorprendió de vacaciones de donde regresó prestamente. No dijo: ya estoy lejos y a salvo.
Así abrazó a Arica, quiso quedarse en ella. Es la insignia imperecedera en el costado izquierdo de su pecho, lo más cerca de su inflamado corazón.
 
Aquello que defendía era ya un imposible. Era una utopía vencer en el momento en que estuvo dispuesto a entregar su vida por aquello que soñaba.
 
Porque la horda diez años antes lo había planeado con premeditación, alevosía y ventaja. Pero de imposibles está hecho el canto y el himno a la vida y a la permanencia del hombre sobre la faz de la tierra.
 
De allí que su abrazo es imperecedero. Y Arica, más que una referencia geográfica es un símbolo de intrepidez y de bravura. Por eso: ¡Honor a quien convirtiera su paz en huella que traspasa el infinito!
 
6. Antorcha
inapagable
 
No dijo: esto no me implica, no es mi responsabilidad. La cosa no es conmigo. Además, no soy soldado. No buscó ninguna argumentación de esa índole.
 
Con sus arengas infundía entusiasmo a su gente, diciéndoles que nos había tocado, como destino, defender una causa honesta, honrada y como tal gloriosa. Jamás fue derrotista, ni pusilánime, ni acobardado. Al contrario. Era pujante, confiado, victorioso.
Sus vínculos con sus soldados eran simples: fraternidad y una gran ternura por la vida en esos momentos aciagos por defendernos de una caterva de lobos. Al fin y al cabo era un hombre práctico, que sabía comunicarse directamente con la gente. 
 
Pero solo en las grandes pruebas sobresale el fuego sagrado de que estamos hechos. Y sobresale a manos llenas. Por eso: ¡Honor a quien convirtiera su paz en venerable antorcha inapagable!
 
7. Las estrellas
estupefactas
 
Al contrario: ¡se afanó, buscó, reclamó participar! Pugnó por unirse, afiliarse involucrarse en ese asunto de honor. 
 
Y es que quienes tienen fuego sagrado en el alma hacen lo indecible para estar allí donde las papas queman. Y eso hizo él hasta morir, el 7 de junio de 1980 en El Morro de Arica. 
 
Y aquella iniciativa de formar él mismo un batallón debemos seguirla en otros campos porque en el fondo y con ella nos da una lección y una consigna. Que cada organización, que cada empresa, que cada entidad en el Perú sea una milicia y una legión.
 
Antes, participó el 19 de noviembre de 1879 en la Batalla de San Francisco. Estuvo en la agobiante retirada por el desierto. Peleó en la Batalla de Tarapacá el 27 de noviembre de 1879, donde fue herido de bala en el occipital izquierdo.
 
De allí emprendió la penosa marcha hasta Arica a unirse al bastión de guerreros incólumes que dieron un ejemplo de heroicidad sin límites al mundo y a las estrellas estupefactas.
 
8. Esa lógica
furtiva
 
 
Alfonso Ugarte era un empresario de quien dependían muchos empleados y trabajadores. No dijo: debo tener sentido común y ser realista. No dijo: si otro fuera mi caso pelearía, pero de mí depende el destino de mucha gente. No se le ocurrió una justificación de ese tipo. O decir: haré mejor si me pongo a buen recaudo. 
 
¡No!, esa lógica furtiva, calculadora y escapista no era su lógica. ¡No! Había deberes sagrados qué cumplir y él los cumplió a costa de su propia vida. Y eso es ser colosal, grandioso y gigantesco, de allí que el Morro de Arica sea su monumento.
 
Tampoco dijo: mudo de oficina, me voy a otro puerto, bajo la sombra de algún otro país de América o de cualquier continente. No pensó: mañana despacho desde Buenos Aires o el apacible Río de Janeiro.
 
No adujo ser sensato susurrando: ¡debemos pactar! Es nuestro deber cuidar nuestros negocios, la bolsa o el movimiento bursátil. 
 
No calculó fríamente: puedo escoger cualquier patria que yo quiera. Para eso soy ciudadano del mundo, moderno y universal. Y eso es tener fuego sagrado en el alma.
 
 
 
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El texto anterior puede ser
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