Danilo Sánchez Lihón
1. Seres
queridos
Somos inmensamente ricos. ¿Quién dijo que éramos pobres? Tenemos la tierra, sus dones y paisajes. Son nuestras también las ciudades y caminos. Los
bosques, ríos y nevados son íntegramente nuestros, tuyos y míos, como
también las expresiones de la gente, sus lenguas, sus danzas, sus
costumbres y sus fiestas.
Nos
pertenecen a mí, a ti y a todos, las plazas, las calles, los monumentos
y vestigios que permanecen incólumes; los detalles de los frisos, las
aldabas que cuelgan enigmáticas de una puerta, el artesonado de una
cúpula y las molduras ensimismadas de un balaustre.
En
el aire palpitante de las mañanas aletea indeleble el espíritu de
nuestros seres amados que se han ido y nos han dejado este patrimonio y
con él ellos mismos se han quedado entre nosotros y para siempre.
No
seamos indolentes ni ingratos ni infieles. Cuidemos el mundo que hemos
heredado. Y a nuestros seres queridos que han creído en nosotros, ¡no
los defraudemos!
2. Arraigo
a la tierra
Nuestros
hijos cuidarán los bienes que les dejamos, pero igual engrandezcamos el
mundo que hemos recibido. Que aquel balcón en la pared no se desmorone
por la incuria del tiempo ni por el abandono en que los tienen nuestros
brazos o manos desapercibidos de la memoria de ellos. Mucho menos
destruyamos implantando modelos y estilos foráneos y ajenos.
Patrimonio
es lo que somos, lo que nuestros padres construyeron y nos legaron; es
asumir con altivez el lar nativo y la aldea que nos pertenece; es
atesorar para ser algo de lo íntimo, lo propio y lo entrañable así sea
escaso, mínimo o incipiente, de lo contrario no somos nada ni nadie.
Seríamos
pajitas tiradas al viento, poñas desasidas, aire endeble, si no
tuviéramos arraigo a la tierra, sabiendo que es ella la que nos hace
verdaderos. Patrimonio es la herencia de la cual somos apenas
depositarios, no la desbaratemos, cedámosla mejor ataviada sin
adulterarla a nuestros hijos. ¡Que ese sea nuestro empeño!
3. Futuro
promisorio
Defendamos
lo que es propio y genuino, porque ha nacido inspirado en la naturaleza
que lo hizo hermoso y sabio, y porque nos distingue de otros pueblos
del mundo. Y porque en ellos está el pálpito, el aliento y la corazonada
de nuestros padres, abuelos, bisabuelos y así hasta más atrás, eslabón
tras eslabón en una cadena honda, viva e imperecedera.
Seamos
hijos legítimos de nuestros pueblos. He aquí un cántaro, he aquí una
manija, he aquí una cuchara con la cual muchos han probado el sabor de
las comidas calmado su hambre como también su sed, y que tan bien nos
representa. Hagamos con ellos museos y casas de la identidad.
No
hay desarrollo que valga la pena sin identidad y sin proyección del
pasado que nos exorna y glorifica hacia el futuro promisorio. Así como
no podemos expatriamos de nuestra infancia ni podemos expatriarnos de
nosotros mismos ni renunciar a ser ciudadanos de los sueños y las
utopías que llevamos dentro.
4. Colibrí
trémulo
¿Podemos
oír los acordes que emanan de los salones, corredores o patios donde
antes se hizo música? ¿Podemos degustar los manjares que aquí se
sirvieron? ¿Y ver danzar a las parejas cuando aquí asistieron a una
fiesta? Por eso, ¡no destruyamos de un manotazo estos vestigios, que son
sagrados!
Defendamos
con nuestra vida un muro antiguo, una techumbre, un campanario. Este
friso, ¿acaso crees que no justifica este empeño? ¡En ellos hay vida
perdurable, y el alma de la gente que transitó y quizá se detuvo debajo
de estas alas! En ellos está depositada nuestra historia, la cultura que
nos distingue y la sangre que corre por nuestras venas.
Las
ciudades son prodigios, síntesis de tiempos y épocas pasadas, son
abalorios y poemas expuestos a los amaneceres y crepúsculos; una cenefa,
un friso, una filigrana sobre la ventana. Un farol que vigila, que
resiste y permanece en la esquina y donde se posan tus ojos que se
llenan de lágrimas, como se posan una mariposa o un colibrí trémulo.
¿Acaso ya no son inolvidables?
5. Aquello
que la vida
Enseñarle
a un niño, no importa si es a escondidas, a adorar una puerta, una
lámpara, una piedra de su lar nativo, a limpiar reverentes y con el
pañuelo el marco de un cuadro, una perilla o un adoquín si ha caído
polvo sobre su superficie, es engrandecerlo.
Tanto
o más que el palacio, defender lo que queda de la casa del labriego o
la morada del pastor que tributaron leche y miel al príncipe presumido; y
tanto o más que lo escrito defender la voz oral de los abuelos; mucho
más, o tanto, cómo la iglesia el reclinatorio donde dobló su rodilla en
oración la madre humilde. Tanto o más que la fortaleza valorar el
parapeto dónde veló sus armas el soldado.
Que,
bajo el techo típico estén todos los servicios de la modernidad. Que
sobre el mantel de la mesa esté aquello que la vida desarrollada nos
prodiga. Pero que nada extraño o foráneo altere en la arquitectura y la
armonía del lugar en relación con el paisaje y el espíritu esplendoroso.
Y que es así por el tiempo que ha rodado, como los cantos de piedra
desprendidos de las cumbres y que ya pulidos se extasían a las orillas
de los ríos.
6. Hacerlo
todo bien
Que
aquellos que trabajan en establecimientos que brindan servicios sean
personas atentas, gentiles y que se comuniquen bien, porque finalmente
es eso lo que atrae a la gente.
La
prueba es que le brillen los ojos al hablar de su pueblo y de la bondad
de su gente. Y que la gente, no importa que sea por esta razón, que
para siempre se hagan buenas.
¡Y
cuidado con la añoranza que ata de manos y de brazos y nos sume en la
nostalgia! Activismo, militancia, alegría son las claves, y lo que como
actitud necesitamos. No el lamento ni la pena, ni la queja por lo que
fue ni por lo que tarda. ¡Acción!, ganas de hacerlo todo bien, es la
consigna.
Teniendo
ciudades y pueblos con identidad vamos a tener visitantes que colmen
hoteles, consuman en los restaurantes, frecuenten las tiendas; compren
los panes y quesos que tú, madre mía, cuajas y acicalas. Y escribirán
cartas a sus amigos contándoles lo bien que los trataron. Y querrán
regresar algún día.
7. Llenos
de fervor
Porque
se habla de la belleza de los pueblos que son originarios y donde
descuella la cultura de sus moradores; de ello se habla y se cuenta,
porque dan visiones propias para los ojos y música auténtica para los
oídos.
De
ellos sí se tomarán fotografías. De estar ahí nos preciamos y sentimos
que le hemos sacado una pluma de oro al ave maravillosa de la vida.
Por
eso, quienes no respetan nuestra identidad, quienes adulteran y traen
lo ajeno nos empobrecen. En el fondo en todo esto se trata de si tenemos
o no tenemos alma.
Vivamos encantados de lo que somos y tenemos, sumidos en el hechizo y la magia del arco iris posado en la ventana crédula.
Es
el legado de generaciones de nuestros antepasados que construyeron todo
esto llenos de fervor, ilusión y esperanza. Y tenuemente posados sus
corazones en los nuestros.
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