QUIRUVILCA:
PRIMERA FERIA DEL LIBRO "ÁNGEL GAVIDIA RUIZ"
Quizás te interese saber, querido Nalo, que hacen algunos días, muy cerca de los 4,000 metros sobre el nivel del mar, en Quiruvilca, un joven alcalde, Óscar Diestra, y una también joven directora de un centro educativo de la localidad, llevaron a cabo una exitosísima Feria del libro. Fue el 25 y 26 de julio. Y convocó a escritores, músicos, pintores, comediantes, en fin, un amplio espectro de creadores que llegaron acezando, pero dispuestos a dar lo mejor de si. Venían de todas partes y con el ánimo al tope.
Las metáforas más audaces, las performances más provocadoras, las melodías más directas al corazón humano, además de los cometarios de libros de distintas ramas del saber, como geografía y periodismo, surcaron los fríos aires de esta tierra como pájaros felices. Me equivoco. No eran fríos los aires. El entusiasmo de este pueblo lo había abrigado todo. Sí. Así fue. Además, el poeta y narrador William Guillén, que venía de Sayapullo, desalentó cualquier crítica a la desafiante geografía y al clima a riesgo de traslucir una pusilanimidad que no se hubiera condicho con esa fogata de afecto de la que fuimos usufructuarios.
Quiruvilca, dicen los entendidos, significa Diente de Plata, pero el escritor Roberto Rosario añade que también podría ser Diente Sagrado. Se ubica, claro, en nuestra dentada cordillera. Y sea el nombre que fuere, ¡los incas sabían nombrar a sus lugares!
Por otra parte, César Vallejo le tiene una deuda a Quiruvilca comenzando por su novela Tungsteno, pasando por su poema “Los mineros salieron de la mina”, por decir lo más visible, pero ese verso estoy cribando mis cariños más puros también le debe el verbo cribar tan frecuentemente dicho y ejecutado en las minas de esos tiempos. Además, Quiruvilca es origen de sentidas canciones de amor y desamor (de adioses y retornos) que alivian las cicatrices y los duros trajines. Y volviendo a Vallejo, dirá: son algo portentoso, los mineros y seguirá diciendo ¡Salud, oh creadores de la profundidad…! (Es formidable).
Y para terminar siempre acompañado de nuestro vate, no sé qué de Quiruvilca tiene (digo, es un decir) lo que anota Octavio Paz: Huidobro es el aviador pero Vallejo es el minero. El mexicano tiene razón, Vallejo es uno de esos creadores de la profundidad, qué duda cabe.
Un abrazo, hermano.
Ángel Gavidia
Las metáforas más audaces, las performances más provocadoras, las melodías más directas al corazón humano, además de los cometarios de libros de distintas ramas del saber, como geografía y periodismo, surcaron los fríos aires de esta tierra como pájaros felices. Me equivoco. No eran fríos los aires. El entusiasmo de este pueblo lo había abrigado todo. Sí. Así fue. Además, el poeta y narrador William Guillén, que venía de Sayapullo, desalentó cualquier crítica a la desafiante geografía y al clima a riesgo de traslucir una pusilanimidad que no se hubiera condicho con esa fogata de afecto de la que fuimos usufructuarios.
Quiruvilca, dicen los entendidos, significa Diente de Plata, pero el escritor Roberto Rosario añade que también podría ser Diente Sagrado. Se ubica, claro, en nuestra dentada cordillera. Y sea el nombre que fuere, ¡los incas sabían nombrar a sus lugares!
Por otra parte, César Vallejo le tiene una deuda a Quiruvilca comenzando por su novela Tungsteno, pasando por su poema “Los mineros salieron de la mina”, por decir lo más visible, pero ese verso estoy cribando mis cariños más puros también le debe el verbo cribar tan frecuentemente dicho y ejecutado en las minas de esos tiempos. Además, Quiruvilca es origen de sentidas canciones de amor y desamor (de adioses y retornos) que alivian las cicatrices y los duros trajines. Y volviendo a Vallejo, dirá: son algo portentoso, los mineros y seguirá diciendo ¡Salud, oh creadores de la profundidad…! (Es formidable).
Y para terminar siempre acompañado de nuestro vate, no sé qué de Quiruvilca tiene (digo, es un decir) lo que anota Octavio Paz: Huidobro es el aviador pero Vallejo es el minero. El mexicano tiene razón, Vallejo es uno de esos creadores de la profundidad, qué duda cabe.
Un abrazo, hermano.
Ángel Gavidia