jueves, 31 de agosto de 2017

31 DE AGOSTO: DÍA DE LA SOLIDARIDAD - FOLIOS DE LA UTOPÍA: PORTENTO QUE ESTÁ ENTRE NOSOTROS - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN


 
 
Construcción y forja de la utopía andina
 
2017 AÑO
DE LA IDENTIDAD Y DEL PATRIMONIO
INALIENABLE DE NUESTROS PUEBLOS
 
AGOSTO, MES DE LOS NIÑOS,
DE LA JUVENTUD, LAS COMETAS,
EL DEPORTE, EL FOLCLORE Y
DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO


 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL


 
*****
 
COLEGITO POBRE
En mi clase no hay mesas,
sólo bancos muy duros.
En mi aula no hay tiza,
hay que escribir en los muros.
Las paredes de adobe.
El piso de barro.
Nosotros sin libros
y como cartuchera para trastos,
¡un tarro!
Sin zapatos estamos.
La misma ropa, ¡todo el día!
Y en el banco de la maestra,
una lata con rositas.
Colegito pobre,
colegito y vida dura,
enséñame a no tener rencor
ni tampoco amargura.
MARIELA VILLANUEVA
(Niña de 9 años. Perú)
 
*****
31 DE AGOSTO
 
 
DÍA
DE LA
SOLIDARIDAD
 

FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
PORTENTO
QUE ESTÁ ENTRE
NOSOTROS

 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
1. ¡Es
increíble!
 
Frente a la fortaleza de Sacsayhuamán, en el Cuzco, hay una explanada y al borde de ella, bajo la sombra de un árbol, una señora expende agua, bebidas gaseosas, galletas y golosinas. Allí nos guarecemos del sol después del recorrido por graderías y pasadizos, puertas trapezoidales y dinteles de punto, admirando las piedras y su majestuosa monumentalidad.
En eso se acerca un cargador de bultos indígena con su soga, sus ojotas y su atuendo raído y hecho flecos, con el rostro cetrino y vidriado de sudor, con el agobio de siglos. Saluda y habla en quechua con la señora que vende y luego se pone a contar moneda tras moneda de a céntimos. Se ve que no le alcanza para comprar una botella de agua y menos de jugo.
– Dame lo que tienes. –Le dice la señora al ver el cansancio del pongo. Y le extiende la botella.
Este se retira un tanto. Desenrosca la tapa y vacía a la tierra por lo menos una tercera parte del contenido. Y bebe. Pero solo él se ha dado cuenta de un niño agobiado de sed por el calor bajo los árboles. Avanza hacia él y le entrega lo que ha dejado, que es casi la mitad. Un turista que está a mi lado conmovido comenta:
– ¡Es increíble! Pese a sus andrajos esta raza no pierde la inocencia ni la ternura, ni el ser generosos.
 
2. Lo que tenían
 y traían
 
¡Y es cierto! En mi infancia no he conocido a personas más protectoras, solidarias y puras como aquella gente indígena que venía del campo a la ciudad. Y eran así no porque no tuvieran experiencia de vida o del mundo. ¡Al contrario!
Nuestra cultura es una de las más viejas del planeta. Y sin embargo durante miles de años aquí reinó la paz y se decantó la experiencia humana a fin de extraer las esencias más prístinas y primorosas, y que son síntesis de vida con valores acrisolados como la solidaridad, el candor, el sentido de lo sagrado y el alma matinal.  ¿Cómo lo hicieron para extraer principalmente esas virtudes? Indudablemente hay que reconocer la acción de los maestros, de los guías y orientadores, como eran los amautas que educaron al pueblo incaico.
Porque la experiencia casi siempre más bien nos endurece, nos hace más insensibles y desconfiados; o sencillamente: nos hace indiferentes. Se requiere una sabiduría profunda para hacer que la vida se torne cada vez más sencilla, luminosa y trascendente, tanto que nos prodigue más bien encanto, ternura y mayor generosidad,
Y es lo que tenían y traían las personas del campo, esencialmente indígenas y a la vez tiernas, diáfanas y generosas, aquellas que en mi infancia llegaban con toda la humildad del mundo a mi casa, en mi pueblo natal que es Santiago de chuco.
 
3. Tanto
es así
 
Y nos sorprende encontrar la ternura y delicadeza incluso entre tanto rigor, abismo y fragosidad. Las niñas más tiernas, ¿cómo es que pueden provenir desde lugares tan abruptos, escabrosos y privados de todo halago? Y quizá hasta como compensación ante la naturaleza árida y despiadada.
Y así también la dulzura, el afecto y el apego como contraparte y oposición a lo rudo y rijoso. La intensidad de la flor como protección de la vida ante tanta desolación, inclemencia y desamparo.
Pero otra faz que aparece vinculado a lo andino es el dolor. Huella del sufrimiento y rictus de pena que es nuestra marca en la frente y en el alma. Y que más que debilidad, es capacidad. Más que carencia es fortaleza, ya casi proverbial. Y hasta definitoria de lo que es ser andino y peruano.
Tanto es así que se identifica, a ambos referentes, peruano o andino, como un mundo de aflicción, congoja y sufrimiento. Casi consustancial a lo que es ser personas o seres humanos en quienes nacemos y moramos aquí.
En nuestras regiones, incluso la nostalgia y el desgarramiento anterior a la época prehispánica se representan en huacos y ceramios asombrados y estupefactos. Pero, ¿acaso tristeza es debilidad? ¡Es fortaleza!
 
4. Saber y sentir
adhesión
 
En las expresiones culturales de aquellas épocas remotas están ya presentes el desgarro y la melancolía. Pero al lado de ello curiosamente también se manifiesta exultante el espíritu de regocijo. ¡Y de fiesta sagrada! Siendo así, la tristeza entre nosotros no es falta o carencia sino más bien plenitud y hasta sabiduría.
El respecto recordemos a César Vallejo en el poema “Masa” cuando en el momento culminante y en la epifanía del poema se expresa:
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
En donde la tristeza del cadáver es epifanía y la antesala del resucitar a una eternidad colectiva. Esta capacidad de sufrir es a su vez la aptitud y hasta la bendición para tener condolencia, que se hace tan evidente entre nosotros incluso en el arte.
Aquella noción y visión de saber y sentir adhesión por el que sufre es la raíz para que aquí brote y finalmente se consolide como valor universal la solidaridad.
 
5. Dolores
sociales
 
Hay pues que rescatar la tristeza como un don. Esta nota de aflicción y melancolía no es acaso, como algunos piensan, un elemento de la conquista que se nos haya agregado a lo que es ser andinos. No es así, porque dichos contenidos están en nuestra música anterior a los Incas. Y en todas nuestras artes antes de la conquista española.
No le concedamos honores en donde no lo tienen. Los europeos no nos hicieron de este u el otro modo. La tristeza nuestra no es ni fracaso ni frustración. No es por haber sido aparentemente vencidos. Somos así, como también celebramos la vida y tenemos espíritu de fiesta, por decantación sublime y acrisolada de la más honda y raigal experiencia humana.
Rasgo o aspecto que se sitúa más bien como una sabiduría de vida antes que como una desgracia episódica. Así el dolor y el sufrimiento son factores consustanciales en César Vallejo y en José María Arguedas, los representantes más genuinos y máximos de nuestra cultura. Pero los suyos son dolores sociales, históricos y ontológicos, antes que solo efecto de sus peripecias biográficas.
Este dolor y laceración mi padre que era maestro y músico, igualmente atribulado con esos mismos quebrantos, lo explicaba a partir de los mitimaes incásicos, y más cuando se embebía en el misterio que desgranaban las cuerdas de su guitarra, de su violín o de su mandolina. Decía que la pena nos venía desde que esas comunidades enteras dejaban sus terruños, a fin de cumplir un fin civilizador en los pueblos anexados a la gran organización del Estado Incaico.
 
6. Epopeya
y portento
 
Pero con ser hondas y profundas estas manifestaciones, y con ser estupendas y portentosas las obras materiales realizadas, y que se hicieron aquí, como Machu Picchu, Sacsayhuamán, Ollantaitambo, no es todo ello sin embargo lo más significativo.
No es lo externo, material y físico el principal portento sino lo que está en el alma. Es la solidaridad el aporte más importante y valedero del mundo andino a la cultura universal. Es aquel sentido colectivista del hombre en el Tahuantinsuyo. Es la hermosa epopeya hecha esplendor y genialidad de organización aquí, ahora y para siempre.
Es toda la mente y el corazón puestos en velar por la comunidad humana, el extraordinario milagro y prodigio del mundo andino.
Porque no solo es la solidaridad familiar, vecinal o regional; sino la del hombre como totalidad, el aporte más preciado de nuestra cultura a la civilización universal.
Es decir, la utopía ya realizada de desayunar un día todos los hombres juntos, es nuestra bandera flameante y de total y plena celebración.
¿Hay algo más supremo y acrisolado? ¿Hay religión más refinada y excelsa?
 
7. Crecer
y fructificar
 
¡Qué extraordinario que sean nuestras culturas las representativas de lo que es la solidaridad humana como un valor supremo! Porque aquí, como en ningún otro lugar del planeta se la practicó como política de Estado y también como actitud cívica, natural y cotidiana de la familia básica y natural.
Aquí donde no había hombres aceptables y otros excluidos; ni unos que eran bendecidos y otros condenados; ni unos ungidos y otros rechazados. En esto la utopía aquí ha sido pan del día y cotidiano. Sería interesante rastrear cómo es que se ideó, implantó y cultivó la solidaridad entre nosotros, de manera que pareciera una flor natural entre los hombres.
Y qué fue lo primero que lo inspiró y lo hizo posible para que surgiera, creciera y se estableciera aquí de manera tan propia, fuerte y luminosa, la reciprocidad y la comunión entre todos los seres humanos como un lugar de utopía y de tierra sagrada.
El de saber qué inspiró a los sabios y cómo se hizo para implantar esa flor excelsa, noción en el corazón de todos los hombres. Y de cuáles condiciones se dieron para que prosperara aquella virtud tan difícil de brotar, crecer y fructificar en cualquier otra tierra, época y contexto vital.
Son estas preguntas las que valdrían que sean el centro de nuestra reflexión, convertidas en fe y en acción práctica no solo en un día como hoy sino siempre.
 
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