Por: Juan José Alva Valverde (Pepe)
En la Plaza de Armas de Chiquián, una tibia tarde de 1958, cuando la luz del día iba cediendo paso a la noche, una niña de 4 años, con abrigo rojo y carita asustada, lloraba y suspiraba buscando a su padre.
Una dama que pasaba por allí, se le acercó.
- ¿Por qué lloras niñita?, ¿quién es tu papá?...
- Mi papá se llama Fico, quiero ir a mi casa. Mi papá me dijo que en mi manito está escrito mi nombre y la dirección donde vivo -le mostró la palma. Al no ver nada escrito, la dama pensó: "seguramente se ha borrado", y trató de consolarla:
- Sí, acá está, te llamas Bonita, y tu papá vendrá a la misa. Antes que entremos a la iglesia vayamos por unos biscochos a la panadería de don Alejandro, ¿quieres?.
-Sí -respondió la niña, secándose las lagrimas.
Ya en la panadería:
- ¿Qué hace con esa niña, doña Rosita?, preguntó el dueño de la panadería.
- ¡Ay don Alicho, la he hallado frente de la iglesia, estaba llorando, ¿no sabe quiénes son sus padres?.
- Déjeme recordar, ¡si, ¡si, ya recuerdo, es la hijita de mi primo Federico.
En ese momento se oyó la voz de un hombre que desesperado llamaba:
- ¡Mechiiii! ¡Mechiiii! ¡Mechiiii! -la niña dejó caer el biscocho que golosamente comía y corrió con los brazos abiertos.
- ¡Papá! ¡papá! ¡papá!
- ¡Mechiiii! ¡Mechiiii!
Se abrazaron. Ambos lloraban. La niña de alegría por tener a su padre cerca, y el padre, por encontrar a su querida hijita, una y otra vez, secándole las lágrimas con la punta de su poncho. La niña, con la emoción de su inocencia infantil, le contó a su padre:
- Papá Fico, la señora Biscocho dice que me llamo Bonita, mira acá está -mostrándole la palma de su mano.
-¿Señora Biscocho?, ¿y quién es la señora Biscocho, hijita?
Desde la puerta de la tienda, don Alejandro Rivera y la Sra. Rosita, lo contemplaban todo. Al verse descubiertos por la mirada de don Federico, don Alejandro retorno al mostrador y la dama, guardando el pañuelo con el que acababa de secar sus lágrimas, se alejó del lugar.
-¿Como has llegado hasta acá Mechita?
- Papito, al ver que no llegabas, mi abuelita me dijo, anda mirando en la puerta a tu papá,… y tú no venías, cuando miré hacia acá, vi tu poncho, vine corriendo y ya no te encontré, me dio miedo, en eso la señora Biscocho.
***
Federico fue fruto del amor juvenil de sus padres. Desde muy niño sobresalió por su picardía y locuacidad; tenía el cabello ondulado, casi ensortijado. Cuando las travesuras rebasaban la paciencia de su mamá, ella le decía,
- ¡Eres igual que tu padre!, jodido huallanquino, amansador de caballos! -Federico, con la intención de conocer un poco más de su progenitor le preguntaba:
- ¿Mamacita por qué no me llevas donde mi papá?, quizá yo también pueda amansar caballos y con eso te compraría un pañolón, porque ese que usas está viejo?, además mi tío Francisco me ha dicho que Huallanca está cerquita, y se va por Aquia.
- Cerquita está el agua que vas a traer para churcucur (poner a sancochar) las papitas que me dio tu tía Ana, por el lavado su frazada, ¡agarra el balde y no te demores!
- ¡Churcucur, churcucur! -arrastrando los pies y refunfuñando en voz baja salió Federico a traer agua del puquial.
Su espíritu aventurero hizo que Federico emigrara muy joven a Lima, donde trabajó en mil oficios y conoció a una joven muy bonita de tez blanca, ojos pardos y cejas pobladas. Cuando Imelda se enojaba, sus cejas se crispaban y sus mejillas se encendían; ambos trabajaban en Barranco. Con el tiempo procrearon a su única hija y le pusieron como nombre Mercedes. Alquilaron un cuartito y se turnaban en la crianza de la niña. Federico trabajaba de noche en una panadería.
A los dos años de convivencia, Federico comenzó a tomar licor los sábados y domingos. Imelda le suplicaba que no lo hiciera, pues sería el culpable de sus desgracias, pese a los ruegos, Federico no dejaba de tomar.
Cuando Mercedes cumplió 3 años y medio, Federico al despertarse por el llanto de la niña, notó que no estaba la maleta. Desesperado salió a la puerta y divisó por todos lados. Al no ver a nadie, cogió a la niña y se dirigió a la casa de los patrones de Imelda, quienes se sorprendieron, pues Imelda les había dicho que los tres viajaban a provincia, Federico, pensando "seguro se ha ido a la casa de algún familiar para asustarme, ya volverá en la noche". Esperó toda la noche, otra y otra. Imelda no volvió y nadie supo de ella.
***
Muy apenado por lo sucedido, Federico viajó a Chiquián con su hijita. Llegó al pueblo y se dirigió a su casa, hallando a su madre, sentada en el patio, escogiendo granos de trigo.
- ¡Hijo mío!, has traído a mi nietecita ¿cómo se llama? -preguntó la madre entre lágrimas.
- Se llama Mercedes, como tú mamita.
Federico como panadero que era, consiguió trabajo en el horno de un amigo, mas la pena por la ausencia de su querida Imelda lo arrastraba al licor. Cada vez que llegaba ebrio a su casa, abrazaba a su hijita, y lloraban ambos hasta quedarse dormidos. Al ver este cuadro, se le partía el alma a doña Mercedes.
No se sabe si fue de pena o por alguna bacteria, que la niña enfermó. La fiebre era alta en las noches. Mechita llamaba a su madre y estiraba sus bracitos, tal vez porque la veía en su delirio. "Es por la fiebre decía la mamá de Federico". El cabello de la niña, también se llenó de parásitos.
- Hijo, cuando aparecen piojos en la cabeza así no mas, es de mal agüero, no vaya ser que tu hijita muera.
Federico, lloraba, oraba, maldecía y odiaba. Pero como no hay mal que dure cien años, Mechita creció hermosa como una flor silvestre. Tenía la cabellera larga y la sonrisa de miel. Su mirada tenía un no se qué, que envolvía y turbaba. Cuando reía lo hacia casi a carcajadas, alegrando la vida e iluminando el alma. A los 14 años fue "Reina de la Primavera" por el Primer Año de Secundaria del colegio Santa Rosa de Chiquián.
Conocí a Mercedes en aquella fiesta primaveral. Ella lucía más bella que la reina del colegio, en el corso. Recuerdo que a la distancia le dije ¡hola!, me contestó levantando la mano y le envié un beso volado. Unos días después nos topamos en el mercado de abastos, me reconoció y charlamos un rato.
Tres meses después, días antes de Navidad, llegó a Chiquián una hermosa señora, de tez blanca, ojos pardos y cejas pobladas, que cuando se enojaba sus cejas se crispaban, y sus mejillas se encendían. Indagando llegó a la casa de Federico, llamó a la puerta y salió Mechita, se miraron por buen rato, el corazón de ambas se reconocieron, se escuchó: "¡hija, hija mía!" "¡mamá, mamacita!", fueron testigos los pichuichancas que a esa hora rezaban a Dios todopoderoso, por lo bello que es la vida, la naturaleza y sobre todo el AMOR; el amor de madre a hija, ese amor que llevó a Imelda a buscarla.
Federico, comprendiendo que fue el culpable del abandono de su conviviente, pidió disculpas y dejó en manos de Imelda a su hijita. Así, con la bendición de su padre y de su abuelita, después de pasar juntos la Navidad, el 27 de diciembre de 1968, Mechita, aquella niña del abrigo rojo y su mamá, se despidieron de Chiquián, con las bendiciones de Federico y de doña Mercedes...
Lima, 5 de Septiembre del 2,008