ITINERARIO DEL AMOR EN CÉSAR VALLEJO
Del ensayo “Itinerario del amor en Vallejo”. Poeta y escritor peruano, Carlos Garrido Chalén
Dada
su trascendencia universal, a César Vallejo es imposible fijarlo en el
tiempo de las vagas melancolías o los forzados sentimientos. Se
hace necesario y perentorio, excluirlo de la ambigüedad de ese profundo
pesimismo decantado que ha hecho que lo definan simplemente como “el
poeta del dolor”.
Claro
que podría argumentarse que en su orden de preeminencias, el dolor
suministro a su fervor (a sus “mayos desarmados de juventud”:
Capitulación) la cuota instintiva para hacer una poesía a veces
desgarrada; pero Vallejo. “el Coraquenque ciego/que mira por la lente de
una llaga”: Huaco, es mucho mas que en un escéptico idealista en franca
rebeldía con ese dolor sentimental. Es un poeta universal, pero antes
que del dolor, del amor universal (“Amor contra el espacio y contra el
tiempo”: Absoluta).
Es
irresponsable hablar de él, solamente desde su acercamiento al horror,
del ardor combativo de su pluma a partir sólo de la onda expansiva de su
agobiante y presunta soledad; de su idea intrépida de la inmanencia de
Dios en el Universo solamente desde la supuesta antinomia de su
exaltación vitalista.
Cuando
acudimos a él y a su original visión del mundo (a su “confianza en el
anteojo no en el ojo;/en la escalera nunca en el peldaño; en el ala del
ave… en la maldad no en el malvado/en el cauce, jamás en la corriente/…
confianza en la ventana, no en la puerta, en la madre, mas en los nueve
meses”: Hoy me gusta la vida mucho menos), encontramos, no al lírico
trovadoresco que recurre a la altisonancia para subyugar ( si “nada
hay/sobre la ceja cruel del esqueleto …/nada delante ni detrás del
yugo”: dos niños anhelantes), sino al Vallejo que ama.
Que
sufre y se duele por que ama. Su dolor expuesto a través del vigoroso
realismo de un vocabulario nuevo, no es simplemente un hurgar en los
abismos de idilios fatigosos, o una tentativa experimental para explicar
la ambigüedad humana. Es la forma más auténtica de expresar su amor a
la humanidad. Sólo se puede sentir el dolor propio y el ajeno, cuando se
tiene amor (“…que nos dará la libertad suprema/en transubstanciación
azul, virtuosa/ contra lo ciego y los fatal”: Líneas).
En
el santiaguino felizmente (“mas acá de la cabeza de Dios”), no se da el
nihilismo nietzscheano que afectó a muchos espíritus de su época, por
que a su prolijidad (a sus “espaldas ungidas de añil misericordia”: A lo
mejor soy otro ), se acercó con contundencia una poesía que se
inflexiona y acomete con toda su incitación revolucionaria (en el mismo
terreno de “la paz/la abispa, el taco, las vertientes/ el muerto, los
decilitros, el búho,/los lugares, la tiña, los sarcófagos, el vaso, las
morenas,/ el desconocimiento, la olla, el monaguillo,/las gotas, el
olvido, la potestad, los primos, los arcángeles, la aguja,/los párrocos,
el ébano/el desaire,/la parte, el tipo, el estupor, el alma…”)
Su
vocación no es la de tránsfuga que prestó su intuición y su rebeldía al
egoísmo, ni la del ingenuo nigromante que inventó la filosofía del
desengaño emprendiendo una búsqueda desesperada de su otra mitad a
través del odio u otro sentimiento sibilino (“De allí este tubérculo
satánico/esta muela moral de plesiosauro/y estas sospechas póstumas/este
índice, esta cama, estos boletos”: A lo mejor soy otro)
La
suya fue una propuesta de amor social (“Y entonces oirás como medito/ y
entonces tocarás como tu sombra es esta mía desvestida/ Y entonces
olerás cómo he sufrido”: Pero antes que se acabe), que entró de sorpresa
a esta tierra imprevisible (con sus “cuaternarios maíces, de opuestos
natalicios”: Telúrica y magnética). No como una escuela conventual o
palatina en busca de una certeza filosófica invulnerable, sino como un
desafió natural - de repente inconsciente - para enfrentar las
vicisitudes de un mundo eclosionado por la desgracia (“Amémonos los
vivos a los vivos, que a las buenas/ cosas muertas será después. (Cuanto
tenemos que quererlas/y estrecharlas, cuánto. Amemos las actualidades
que siempre no estaremos como estamos”: LXX).
César
Vallejo (“Carne de llanto, fruta de gemido”: Intensidad y altura; que
”crujía de una anual melancolía”: Quédeme a calentar la tinta en que me
ahogo) no perdía su tiempo en la distinción platónica de un orden
sensible y un mundo inteligible; presumía la existencia de una
injusticia cósmica en el continuo engendrarse (cuando “la oruga tañe su
voz y la voz tañe su oruga”: De puro calor tengo frió); y tenía en el
fondo ese oculto privilegio ontológico compensatorio al que aludía
Spinoza, de ser considerado como una parte de Dios (“este bohemio Dios…”
“pájaro cruel…” “vestido de suertero”: La de a mil, aunque a veces “un
miedo terrible de ser un animal); pero digámoslo de una vez por todas,
el punto de partida de su reflexión poética no fue la especulación
teológica forjada bajo la premisa de la omnipotencia y omnipresencia de
un Dios desconocido (que “sobresaltado, nos oprime”: XXI), sino su
preocupación y amor indeclinable por el mundo (“este valle de lágrimas, a
donde/ yo nunca dije que me trajeran”: La Cena Miserable), y a partir
de esa experiencia sabia de “La cólera que quiebra al hombre en niños,/
que quiebra al niño, en pájaros iguales; la cólera que al árbol quiebra
en hojas y a la hoja en botones desiguales /la cólera que quiebra al
bien en dudas/ a la duda en tres arcos semejantes…” con el hombre.
A
Vallejo, ese “pichón de cóndor desplumado/por latino arcabuz”: Huaco,
no se puede entrar por el entorno de la virulencia ni la festinación.
Hay que hacerlo (“aleteando la pena de su canto”: Aldeana) por el camino
de la comprensión altruista de sus adjetivaciones (“ ya va a venir el
día; da/cuerda a tu brazo, búscate debajo/ del colchón, vuelve a parte/
en tu cabeza para andar derecho/ ya va venir el día, ponte al saco./ ya
va a venir el día; ten/ fuerte en la mano a tu intestino grande,
reflexiona/ antes de meditar, pues es horrible/ cuando le cae a uno la
desgracia/ y se le cae a uno a fondo el diente/ Necesitas comer, pero me
digo/no tengas pena, que no es de pobres/ la pena, el sollozar junto a
su tumba;/ remiéndate, recuerda/ confía en tu hilo blanco, fuma, pasa
lista/a tu cadena y guárdala detrás de tu retrato./ ya va a venir el
día, ponte el alma”: Los desgraciados).
Es
muy fácil hablar del Vallejo Universal (“con un tiro en la lengua
detrás” de su “palabra”: Hoy me gusta la vida mucho menos) lacerado por
el dolor iconoclasta que sucumbe -quiérase o no - ante una credulidad
irreverente (Aunque él siempre huyó de “la intelectualización del dolor”
como precisa Coiné)
Lo
difícil es reconocer sus ventrales motivos. Por que mas allá del mero
horror (de la “abrupta arruga” de su “hondo dolor”: Haces) y la
nostalgia, hay un inédito y evidente rescoldo causal llamado amor que es
necesario reconocer. O si no veamos su “Traspiés entre dos estrellas”
“Hay gentes tan desgraciadas, que ni siquiera
tiene cuerpo, cuantitativo el pelo,
baja, en pulgadas, la genial pesadumbre,
el modo arriba;
no me busques, la muela del olvido,
parecen salir del aire, sumar suspiros mentalmente, oír
claros azotes en sus paladares!
Vánse de su piel, rascándose el sarcófago en que nacen
y suben por su muerte de hora en hora
y caen, a lo largo de su alfabeto gélido, hasta el suelo
¡Ay
de tanto! Ay de tan poco! Ay de ellas! ¡Ay de mi cuarto, oyéndolas con
lentes! ¡ Ay de mi tórax, cuando compran trajes! ¿Ay de mi mugre blanca,
en su hez mancomunada! ¡Amadas sean las orejas Sánchez, amadas las
personas que se sientan amando el desconocido y su señora, el prójimo
con mangas, cuello y ojos! ¡Amado sea aquel que tiene chinches, el que
lleva zapato rojo bajo la lluvia, el que vela el cadáver de un pan con
dos cerillas, el que se coge un dedo en una puerta, el que no tiene
cumpleaños, el que perdió su sombra en un incendio, el animal, el que
parece un loro, el que parece un hombre, el pobre rico, el puro
miserable, el pobre pobre ¡Amado sea el que tiene hambre o sed, pero no
tiene hambre con que saciar toda su sed ni sed con que saciar sus
hambres! ¡Amado sea el que trabaja al día, al mes, a la hora, en que
suda de pena o de vergüenza, aquel que va, por orden de sus manos, al
cinema, el que paga con lo que falta, el que duerme con espaldas, el que
ya no recuerda su niñez; amado sea el calvo sin sombrero, el justo sin
espinas, el ladrón sin rosas, el que lleva el reloj y ha visto a Dios,
el que tiene un honor y no fallece. ¡Amado sea el niño, que cae y aun
llora y el hombre que ha caído y ya no llora! ¡Ay de tanto! ¡Ay de tan
poco! ¿Ay de ellos!
LA CAUSA DEL AMOR Y EL EFECTO DEL DOLOR
En “voy a hablar de esperanza “ ( de “Poemas en prosa”), el poeta afirma:
“Yo
no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como
artista, como hombre ni como ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor
como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no
me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese
artista también lo sufriría, si no fuese católico, ateo o mahometano,
también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente”
Cuál seria su causa? Donde está aquello tan importante, que dejase de
ser su causa. Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. A
que ha nacido este dolor, por si mismo? Mi dolor es del viento del
norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves
raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia mi dolor seria igual.
Si la vida fuese, en fin de otro modo, mi dolor seria igual. Hoy sufro
desde arriba. Hoy sufro solamente”.
“Miro
el dolor del hambriento y veo que su hambre esta lejos de mi
sufrimiento, que de quedarse ayuno hasta morir, saldría siempre de mi
tumba una brizna la yerba al menos. Lo mismo el enamorado. Que sangre la
suya mas engendrada para la mía sin fuente de consumo”
“Yo
creía ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente
padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo.
Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para
amanecer” y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo
pusiesen en la estancia luminosa no echaría sobra. Hoy sufro suceda lo
que sucede. Hoy sufro solamente”.
Vallejo,
en aparente confusión semántica y rompimiento de la sintaxis y la
lógica, (con su “dialéctica emocional, lógicamente absurda”, como dice
André Coiné) ensaya una explicación ambigua e impersonal de su dolor,
que no es al parecer un subterfugio deliberado para confundir y
distorsionar su inevitable soledad (su “miedo practico” de ser “aquel
tal vez a cuyo olfato huele a muerto el suelo”), si no, una manera
poética muy personal de decir que su sufrimiento (“ el bohemio dolor
sobre su pecho”: Oración del camino) que copa toda su universalidad,
carece de un entorno autónomo definido, pues si bien “es tan hondo que
no tuvo causa” y disyuntivamente “nada es su causa”, queda un rescoldo
para suponer que “nada ha podido dejar de ser su causa” que a su empeño
masoquista de sufrir “suceda lo que suceda”, ha concurrido el propio
mundo con su totalidad causal (como “un pilar soportando consuelos”),
aunque el alegue que “le falta espalda para anochecer, tanto como le
sobra pecho para amanecer” y que “si lo pusiesen en la estancia oscura,
no daría luz y si lo pusieran en la estancia luminosa no echaría
sombra”. Pero no nos convence que al Vallejo que quería “ser feliz de
buena gana” y creía “que todas las cosas del Universo eran
inevitablemente padre o hijo” se le ocurra que su dolor “no es padre ni
es hijo” por que no pudo nacer definitivamente por generación
espontánea.
Su
dolor, generado por un amor social inacabable (“estoy plasmando tu
fórmula de amor/ para todos los huecos de este suelo: LXV), es un
tributo personal que el poeta nos ha legado, y tal vez dentro de su
moral, la más legal y sincera de sus virtudes. Fundamentalmente porque
no se trata de una falacia psicológica para conmover, y menos de un
duelo atractivo dentro de una conciencia fanatizada y una escéptica para
crear una “herejía poética”, y muy lejos de toda reconciliación, un
atajo hacia la duda, sino de la conquista personal de un hombre, que en
el fondo vivió como pudo y como quiso (“ Ardiendo, comparando/viviendo,
enfureciéndose/golpeando, analizado, oyendo, estremeciéndose/muriendo,
sosteniéndose, situándose, llorando“: La paz, la avispa, el taco, las
vertientes).
Carlos Garrido Chalén
Premio Mundial de Literatura "Andrés Bello"
Version Poesía 2009, de Venezuela
Presidente Ejecutivo Fundador de la
Unión Hispanomundial de Escritores. UHE
Premio Mundial de Literatura "Andrés Bello"
Version Poesía 2009, de Venezuela
Presidente Ejecutivo Fundador de la
Unión Hispanomundial de Escritores. UHE
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