1972, LA UTC QUE CONOCÍ
Por Fransiles Gallardo Plasencia
No tuve el privilegio de sentir la adrenalina del examen de ingreso. En los años setenta los 2 primeros puestos de los colegios secundarios tenían ingreso libre a la Universidad. Tuve el privilegio de esa oportunidad.
Debía estudiar Medicina Humana y la habían cerrado dos años antes y me matriculé en el Programa Académico de Ingeniería Civil de la Universidad Nacional Técnica de Cajamarca. Dicotomías de la vida. Allí comenzó la bipolaridad de mis actuares intelectuales y profesionales.
El lunes 3 de abril de 1972, madrugadito y bajo la lluvia, caminé desde la casa de mi tío Alfredo Plasencia en el Jr. Alfonso Ugarte del barrio La Florida hasta la ciudad universitaria, por la carretera a los Baños del Inca.
Era una pampa con un edificio de 3 pisos, el de Ingeniería Civil, a la derecha el de Enfermería, a la izquierda el de Educación y al fondo el de Agronomía. La biblioteca estaba en una antigua casona del jirón Cajamarca, en el centro de la ciudad.
Era la época en que Cajamarca era un pueblo grande donde casi todos nos conocíamos.
Emocionado me encontré con 120 muchachos compartiendo las mismas ilusiones, los grandes sueños,con esperanzas abiertas y objetivos firmes; es decir, escribir un capítulo importante de nuestras existencias.
Iniciábamos la epopeya más importante de nuestras vidas: hacernos Ingenieros Civiles. Un gran grupo eran citadinos, amigos o conocidos; la mayoría “forasteros en tierra ajena”,shilicos, písadiablos, cajabambinos, bambachos, chotanos, jaenienses, trujillanos, piuranos, amazonense y sanmartinianos.
Era el primer día de asistencia y nuestra primera clase,la de análisis matemático con el “tigre” Marino Villarreal Tinoco, un ingeniero de minas de la UNI, con rostro cetrino, acholado y hablar serrano. Nos preguntó cuántos éramos y todos en coro, como muchachos de colegio dijimos: “Sesenta, Ingeniero”. Recuerdo su mirada escrutadora y su sonrisa irónica cuando dijo: “Conque me apruebe la mitad, estoy contento”.
Nos quedamos mudos y sorprendidos. Nos miramos asustados. Veníamos de colegios nacionales, donde se supone, éramos los mejores y nuestras notas no bajaban de 18 y no nos habían retado de esa manera.
El grupo de compañeros que ya habían postulado a universidades en Lima, sabían de esos desafíos.
Después de primer examen parcial, un grupo de compañeros de la sección B pidió la salida del Tigre “porque se jaló a más de la mitad”. La moción la traía Felipe Gamboa, hermano del Rector de la Universidad; los del A nos opusimos y Zoila Gamboa, otra hermana del Rector no decía nada. Finalmente se quedó y con él, nos fuimos de viaje de estudios hasta Guayaquil y en Machala, se nos dio el patriotismo y cantamos como nunca, el Himno Nacional del Perú y casi se genera un conflicto internacional.
Compañeros de la Promo 1972, la memoria como muchas cosas en la vida son infieles y probablemente, en el disco duro de mi memoria, no los tenga actualizados a todos los ciento veinte jovenzuelos del ayer, que temblando de frío de esa mañana, iniciábamos esta aventura académica.
Recuerdo a Elishe Bereistein con quien coincidimos años después, en una empresa constructora en Lima. Al flaco Gonzales de Huamachuco que se enamoró de la muchacha más bonita de Educación y no aprobó un solo curso y no retornó más.
Los Javieres, Ruiz y Colina Bernal. A los otros Ruiz, Rocha, Ruiz Paredes y Ruiz Leyva y al flaco Paredes, quien fue el primero en graduarse; a pesar de que años antes, falleció su enamorada y su tristeza lo volvió solitario.
Como no recordar a los compañeros políticos apristas Emilio Horna Pereyra “nuestro ingeniero ecológico” y a Francisco “Paco” Arroyo Cobián, quienes fueron alcaldes de Cajamarca. Además, a Javier Arroyo Ruiz, al “negro” Brenis Morales, a Fernando Soto Zubiate, al flaco Bernal y sus lentes a lo John Lennon, al “loco” William Quiroz Gonzales y a Fernando Anduaga, quien al segundo ciclo se retiró y puso su negocio en Trujillo, igual que Gilberth Díaz del Castillo, quien se trasladó a Agronomía y terminó como un exitoso comerciante de quesos con un exitoso restaurant de comida cajamarquina en Lima
La segunda clase fue con el ingeniero Emilio Cacho Gayoso y su dibujo técnico. Todos recordamos su flacura, su casaca marrón, su infaltable cigarro en la mano y los rayones a nuestras cartulinas y esa afirmación que aún resuena en mi cerebro “conmigo no habrá ni sábados ni domingos ni fiestas”. Cierto.
Una odisea manejar los lápices y “la herramienta del bruto”, el borrador, la tinta china, las escuadras, los compases y las exposiciones personales.
La alegría de los Onces y la decepción, resignación y lagrimeos de los primeros desaprobados universitarios.
La mancha que habitaba una casa completa en el jirón Urrelo con Lucho Carranza de Cajabamba, Ludgardo “Yayo” Vásquez Reyes, de Trujillo, el negro Roberto Lacherre Vásquez de Piura y a Herberth Correa Celis de San Miguel de Pallaques, a quien la lluvia mojó su cartulina con sus dibujos con tinta china y su terror para presentarlo y sustentarlo ante el ingeniero Cacho Gayoso.
Como no recortar al “chatito bigotón a lo Pedro Infante ”Benel de Jaén y a su “pata” el colorado a quien decíamos “el obispo” o al flaco Coronado de Piura con sus casi dos metros de largura, quien elevaba lo más alto el trípode, para que el ingeniero de topografía no alcanzara a leer el teodolito.
Dentro del currículo estaba el curso de Biología y las prácticas de Laboratorio en el Pabellón de Enfermería, vestidos con guardapolvo blanco.
Era como estar en medio de la feria de las flores. Toda la belleza femenina en unas aulas. Éramos los adolescentes provenientes de provincias, atolondrados ante tanta belleza junta; más aún cuando el profesor Benites publicó su libro y a página entera, el aparato Reproductor Femenino en toda su dimensión. Era romper tabúes y mitos sexuales. Era la universidad.
La Ingeniería no era muy atractiva para las mujeres. Recuerdo a Zoila Gamboa, A Doris, a Azañero y a Zully, a quien elegimos reina de nuestra promoción y la coronamos en el cine Los Andes de Raúl“el rulo” Valera y donde participé con mi conjunto musical Los Shinfanys. Fue debut y despedida.
Recuerdo a Mario Andaback, nuestro torero, quien llegaba en su jeep con sus botas de barro y a Edgar “el loro” Díaz y sus múltiples Toyotas, “porque era distribuidor oficial” hijo de don Arturo Díaz, socio de don “Sheba” Díaz, los dueños de la agencia Díaz S.A. que nos llevaba y traía de Cajamarca a Pacasmayo.
A mi buen amigo Waldemar Chávez Albarrán “el chiroque” y al “chato” Simón Inga, puntero izquierdo de la UTC de Cajamarca y mi vecino, cuando vivía en La Florida.
El mejor cachimbo universitario lo organizaba Agronomía. Lo nuestra era “a lo macho y a lo ingeniero”.
Una mañana en medio de la clase de matemáticas, se aparecieron los alumnos de tercero, cuarto y quinto de Ingeniería, con tijeras en las manos, cerrando las puertas procedieron al corte de pelo, como carneros. Al fondo se armó la bronca con puñetes, patadas, bancos y silletazos incluidos.
Yo tranquilito, dejé que cortaran mi cabello, para posteriormente lucirlo orgulloso como cachimbo del Programa de Ingeniería Civil de la Universidad Nacional Técnica de Cajamarca.
La fiesta se hizo en el local del CIP en la calle Tarapacá con el rector de la universidad, el ingeniero Mariano Carranza Zavaleta, con quien compartimos y celebramos nuestro cachimbo y brindamos las primeras cervezas.
Días después, murió atropellado en la pista un compañero nuestro, cuyo nombre no recuerdo y aún lamento no haber estado en su sepelio; porque ese día tenía un partido de fútbol en la Tercera División en la Liga de Cajamarca. Fue también debut y despedida.
Como olvidar al profesor Obando y su curso de Lenguaje o al profesor de física Segundo Gallardo Zamora, mi pariente.
Quiero recordar y agradecer a mi amigo de siempre, a quien Zoilita Gamboa llamaba “escopeta de bandolero”. Mi guardaespaldas en las marchas universitarias, cuando era subsecretario del Programa y secretario del Interior de la Federación de Estudiantes y quien discutía de política con dirigentes de Lima, cuando yo no estaba. Mi compañero de habitación desde la quinta del Sargento Cantro entre Soledad a la vuelta de Desamparados; el sanpablino cachablanca “el ñato” Marwin Burgos Vargas.
Mi gratitud y mi agradecimiento por su tremenda paciencia para conmigo, por ser mi hermano mayor, por apoyarme en los momentos críticos y difíciles “cuando la soledad y los desamores invadían mis sentimientos”, por compartir mis alegrías “cuando entrevistaba a los políticos” y frustraciones “cuando jalábamos cursos”, por su solidaridad y generosidad, en todos los años de mi vida universitaria.
Como no recordar también a Orlando “el cojo” Rivera, el de la moto Honda 350; de una promoción anterior, se apareció a la una de la mañana, de un 25 de diciembre, en mi casa de Magdalena, para saludarme por navidad y tomarse unos buenos cañazos conmigo y esos caldos verdes a las dos de la mañana, luego de terminar los trabajos de fin de ciclo.
La rueda de la vida a girado 50 años. No somos los de antes. Hemos envejecido, hay arrugas en nuestras frentes y los espejos son crueles. Tenemos canas y calvas, panzas y pellejos, lentes para ver de cerca y de lejos, una ruma de medicamentos y citas médicas, el terror a la informática “que hay que llamar a los nietos para que nos ayuden”. Los que contamos las mismas historias y los mismos chistes de hace tantos años. Los que lucíamos nuestro diploma de Ingeniero en la sala, luego en el estudio que se hizo garaje y hoy es sólo un cuadro en el depósito.
Simplemente hemos envejecido; pero hemos hecho grandes cosas en la vida. Somos gente de bien y podemos aún cantar con mucho orgullo “nosotros los ingenieros somos los buenos, somos los buenos…las vacas de agronomía ya no dan leche, ya no dan leche…los brutos de medicina casi matan a la vecina…”
A todos ustedes grandes amigos del Programa de Ingeniería Civil, mi recuerdo y mi cariño. Siempre.
Repetiré lo que dijo un amigo mío, cuando cumplimos 50 años de fundación del Colegio de mi pueblo: “Compañeros nos vemos dentro de cincuenta años”.
Optimismo digo yo.