lunes, 12 de octubre de 2020

VALLEJO Y LA MEDICINA - ESCRIBE ÁNGEL GAVIDIA RUIZ

 

VALLEJO Y LA MEDICINA

 Escribe Ángel Gavidia Ruiz

En el recuento cronológico que hace Ricardo Silva-Santisteban de la vida de César Vallejo  refiere que en 1910, el poeta, al no poder seguir estudios de medicina se matricula en la Facultad de Letras de la Universidad de la Libertad en Trujillo, pero incapaz de sostenerse económicamente retorna a su tierra natal. En 1911, dice, viaja a Lima y se matricula el 19 de abril en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Dificultades económicas le obligan a retirarse de las clases (1). Georgette Phlillipart, la viuda del poeta, coincide al señalar que en 1911 “la intención de hacerse médico lo conduce a la capital. Pronto renuncia a la carrera y deja Lima” (2).  Estas son solo dos de las muchas fuentes que consignan la intención del autor de Los Heraldos Negros de estudiar medicina. 

 Estos datos me plantean una primera interrogante: Vallejo de veras tenía la vocación de ser médico o solo cumplía la común  aspiración de las “principales” familias santiaguinas de contar  con uno entre sus miembros. Más en esos tiempos en donde dicha profesión aseguraba  estatus económico y social.  Gregorio Marañón define la vocación médica acercándola a la etimología, Vocatio-onis, acción de llamar, y le atribuye   características de una entrega religiosa; es decir de seguir  una causa en cuerpo y alma sin importar, por tanto,  recompensa alguna. Habla también de pseudovocaciones como el deseo de seguir la carrera por el conocimiento o por la recompensa dineraria que su práctica conlleva (3).  Y, ya en el  territorio  de la ucronía, viene  la segunda pregunta, qué hubiera pasado si Vallejo lograba hacerse médico. 

Tanto la medicina como la literatura son voraces en conocimiento teórico-práctico, en tiempo, en vida, en sangre, quiero decir en experiencia. Son voraces, digo,  y no negocian a riesgo de caer en la mediocridad.  Quizás, por eso Chejov terminó abandonando su actividad médica para abocarse a la literaria. Conocida es su frase: la medicina es mi esposa pero la literatura es mi amante. Y como suele suceder terminó dejando a  su esposa por su amante. 

Sin embargo hay un hecho evidente en la enorme poesía del vate santiaguino que nos dice que este episodio de su vida lo marcó. Es su constante retorno a los ámbitos médicos y de la biología en general para hurgar por  palabras para construirla. Recordemos este “apunte” de Vallejo: Y el material más simple y elemental del poema es, en último examen, la palabra, como lo es el color en la pintura. El poema debe, pues,  ser concebido y trabajado con simples palabras sueltas, allegadas y ordenadas artísticamente, según los movimientos emotivos del poeta (4). Si es así, Vallejo torna  una y otra vez a las canteras de la medicina para tomar palabras de ella y colocarlas magníficamente en sus poemas. Existen varios trabajos al respecto.  En una rápida revisión por Los Herlados Negros, por ejemplo, encontramos palabras como ojos, hombro, corazón, venas, brazos, pies, sangre, diente, pupilas, pestañas, músculos, huesos, cerebro, pezón, nervio, tísico, neurasténico, ciego, joroba, probeta, llaga; en el poema “Nostalgias imperiales II” hay un verso que dice Sus ojos de esclerótica de nieve, y en “Encaje de fiebre”: Porque antes de la oblea que es la hostia de la Ciencia/  está la hostia, oblea hecha de Providencia;  en “Avestruz”: la sangre que extrajera mi sanguijuela azul; en “Nervazón de angustia”: con gotas de curare.  Igual en Trilce: ovario, lagrimales, bicardíaco, dicotiledón, dosificarse en madre, pericardios, didáctilo, cervical, lácteos glandulares, etc.

 Pero resulta difícil aceptar que Vallejo haya concebido el poema solo como algo trabajado “con simples palabras sueltas”. En “Los nueve Monstruos”, en  Poemas Humanos, nombrado tantas veces  a raíz de la pandemia que venimos sufriendo,   Vallejo aporta conceptos sustanciales que, claro, estructura con palabras, pero parte de conceptos. Es el poema en donde crece el dolor a cada rato, y la desdicha crece más pronto que la máquina, a diez máquinas y en donde enrostra al ministro de salud  diciéndole que nunca como hoy la salud fue más mortal. Para variar, habla también del humor acuoso. Interesante cuando dice que la migraña extrajo tanta frente de la frente; es decir que el dolor ha  devastado al soma y con él, al hombre,  e interesante también cuando, siendo el ministro de salud el punto donde apoya su reclamo  y al que le pregunta qué hacer, la respuesta va más allá de un solo hombre extendiéndose por todos y por eso dice: y desgraciadamente hombres humanos hay hermanos muchísimo qué hacer. Esta frase va bien con lo que ya en el siglo XVIII pensaba  el padre de la patología, el gran Rudolf Virchow: hacer política es hacer salud en vasta escala. Dicen que cuando le encargaron al médico alemán conjurar una epidemia en los distritos industriales de  Silicia  dio por remedio prosperidad, educación y libertad (5). 

Volviendo a las pregunta planteadas líneas arriba, Vallejo tuvo una empatía muy fuerte con el dolor humano y lo conoció bien. Tenía, además, una clara inteligencia como lo atestigua su performance estudiantil. Hubiera sido un excelente médico. Cuánto de ese tiempo dedicado a la carrera hubiera menoscabado su crecimiento como poeta, es imposible   determinarlo. Danilo Sánchez Lihón dice que Vallejo era un genio y que hubiera llevado las dos actividades con enorme solvencia. Estoy a punto de darle la razón.

BIBLIOGRAFÍA

1. Silva-Santisteban R. En  Cesar Vallejo. Poesía Completa. Vol 1. Pontificia Universidad Católica del Perú. 1997. p 33-34.

2. Phlillipart G. En ¡Allá ellos,  allá ellos, allá ellos, Vallejo! Editorial Zelvac. 1978. p7.

3. García, M: Vocación y medicina. Releyendo a Gregorio Marañón: https://amyts.ers/vocacion-y-medicina-releyendo-a-gregorio-maranon/

4.  Vallejo C. El arte y la revolución.

5. Lip C, Rocabado F.  Introducción En Determinantes Sociales del Perú. Ministerio de Salud; Universidad Norbert Wiener; Organización Panamericana de Salud, 2005, p 7,8.

                    Trujillo, 10 de octubre del 2020

 

Poeta Ángel Gavidia Ruiz

 

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