Danilo Sánchez Lihón
Buscando una sombra
plantamos un árbol
que guarda en su tronco
la savia mejor.
Y allí protegidos
por verde follaje
que brote del alma
la dulce canción.
Canción al árbol
1. ¿No
te acuerdas?
–
Hijo. Anda a Santiago de Chuco y vende los árboles que hay en nuestra
chacra para que aquí o en cualquier sitio puedas labrarte un porvenir.
– Con eso puedes viajar a Lima y ha de servirte para que te instales ahí y abras un negocio.
– Porque, ¿qué haces aquí? Y, ¿cuál va a ser tu destino? ¡Tienes que labrarte un porvenir!
– ¿Cómo cuántos árboles habrán, papá?
–
Quizá 300, o quizá 500, o más. Y hay otros esparcidos por los
contornos. O crecidos por donde viene la acequia. Pero hay todo un
bosque.
Haciendo
cálculos y solo vendiendo a 100 soles cada árbol ya es una fortuna.
Pero su precio debe de ser mucho más–, tendrá una bolsa de viaje que
será suficiente para instalarse y hacerse un porvenir en Lima. Y son
árboles de más de cien años heredados de mis padres Y mis padres de mis
abuelos. Muchos de esos árboles señalan cuál es el cerco de nuestros
linderos.
– ¿Tantos son?
– Quizá son más. Qué ¿no te acuerdas?
– No.
2. Hacerse
un porvenir
–
¡Pero si ahí tú has nacido y jugado de niño! Son árboles centenarios.
Los plantó tu bisabuelo; vio crecer a tu abuelo, me han visto crecer a
mí. Y también te ha dado sombra a ti de chiquillo.
– Y, ¿a cómo hay que vender cada árbol?
–
El precio lo averiguas tú ahí. Son árboles de grueso tronco, como ya no
hay en la zona. Cuatro hombres, estirando los brazos y cogidos de las
manos no alcanzan a rodear su base.
– ¿Cuántas cargas de leña saldrán de cada uno? 80, o 120, ¡no sé! ¡Pero será una fortuna!
– ¿Así?
– ¡Anda! Servirán para que te traces un porvenir en la vida, hijo. –Le dice don Víctor, su padre.
Por eso, Luis viajó hoy a Santiago de Chuco.
3. En sus ramajes
el viento
Quizá
alcance incluso para comprarse un departamento en un edificio situado
en un distrito distinguido, al menos para la cuota inicial. ¡Y hasta
para comprar un auto!
No
hay duda, los viejos han sembrado para que nosotros cosechemos. Es que a
nosotros nos ha tocado una realidad distinta y más difícil. ¡Ya no
podemos hacer nada!
Él
recuerda que la mayoría son árboles añosos, gigantescos e imponentes.
¿Su papá habrá contado también aquellos que se elevan hacia los terrenos
altos?
Creo
que no. Creo que entonces deben ser más, muchos más. En sus ramajes el
viento hace un rumor tanto de noche como de día, como de un río
caudaloso e indomeñable.
–
Creo ahora que la cantidad es mayor. ¡Por supuesto! La finca es grande.
Habrá por lo menos 500 o quizá mil árboles. A 100 soles cada uno –¡y
estoy seguro que pagarán mucho más!–, y si solo fueran 500, arroja ya 50
mil soles. Con eso he de luchar como sea en Lima.
4. Habas
verdes
Ya
en Santiago de Chuco, con el aroma a manzanilla, eucalipto y cedrón
llenando sus pulmones, pide que Daniel, su primo, lo acompañe hasta
Cachulla, temiendo no acordarse del camino.
Es una peregrinación, en la cual cada punto del camino le trae una evocación hermosa y encantadora.
Así: el cerco de pencas, la peña de enfrente, este recodo en el río le rememora mil vivencias ocurridas en su infancia.
¡El rumor del viento en el bosquecillo de la quebrada! Cierra los ojos, y ¡qué paz!
Viejos alpartidarios salen a recibirlo. Lo abrazan con beneplácito, entusiasmo y hasta veneración.
Lo
invitan a comer, le traen huevos pasados, papas amarillas sancochadas,
habas verdes, ¡choclos frescos!, que le dejan su sabor dulzón en la boca
y en el alma.
A todos invita a venir por la tarde, cerca de La Poza, porque va a vender los árboles, les dice:
5. Plenos
de cariño
– Son árboles que se plantaron hace más de cien años.
– ¡Así es niño! ¡Desde que nacimos sombra y consuelo nos han dado sin faltar un día!
– ¡Pero todo acaba!
– Todo tiene su fin, niño. O cambia.
Ya
por la tarde, reunidos en torno a La Poza, empieza por el borde,
escogiendo uno de los árboles más grandes y coposos y poniendo la mano
en su tronco, expresa.
– He venido a vender los árboles, que como ven, son inmensos.
– Así es, niño. Gracias. Así es.
– Haber, ofrezcan, pues por este. ¿Cuánto vale un árbol así? –Dice y levanta los ojos hacia su espléndida copa.
Y
después mira los rostros candorosos, unos ya arrugados, otros con
huellas de sufrimientos y reveses, otros aún lozanos, pero todos
transparentes, sencillos y plenos de cariño.
6. Una moneda
de a sol
– Ofrezcan. Los escucho.
– Veinte centavos yo ofrezco.
– Yo también veinte ofreceré pue; todo por ser usted, niño que ha venido.
– ¿Veinte qué? ¿Centavos?
Pregunta Luis, quien cree no haber entendido bien la propuesta.
– Veinte centavos, niño. –Dice otro claramente desde el fondo.
– Yo también ofreceré veinte centavos. Aunque está caro pagar ese precio.
– ¿Veinte centavos? –Duda Luis–. ¿Una peseta por cada árbol?
– Así vale pué niño.
Aún,
todavía creyendo que no ha entendido bien, saca todas las monedas que
tiene en el bolsillo a fin de encontrar siquiera una de veinte centavos
para mostrarla, pero no la encuentra.
Cogiendo una moneda de a sol que apenas sirve para comprar cinco caramelos se acerca a preguntar:
7. Su verde
luminoso
– ¿Aquí, en esta moneda, hay cinco de estos árboles?
– ¡Cinco árboles hay pué, niño! –Responden con alegría, contentos de haber podido sacar bien la cuenta.
– ¿Así cuesta un árbol aquí? –Pregunta anonadado a Daniel, su primo que lo ha acompañado y que permanece de pie a su costado.
– Sí, primo. Así cuesta aquí un árbol –Le responde lleno de confianza.
El viento se columpia seguro de las ramas de aquellos apus tutelares.
El follaje se mece dejando ver el añil del cielo. Cruzan bandadas de loros y torcazas por la copa de esos árboles centenarios.
–
¿Veinte centavos? ¿Veinte centavos? ¿Este árbol gigantesco y venerable
cuya copa llega a las nubes apenas vale veinte centavos?
–
¡En plata así vale, niño! Pero nosotros queremos su sombra, su aroma
para el alma y su verde luminoso para los ojos. Y para que las aves
aniden en sus ramas.
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