martes, 12 de noviembre de 2019

12 DE NOVIEMBRE: DÍA DE LA PEDIATRÍA - POR DANILO SÁNCHEZ LIHON


 

Construcción y forja de la utopía andina
 
NOVIEMBRE, MES DE LA GESTA
DE TUPAC AMARU; LOS DERECHOS
DEL NIÑO; VIDA Y EJEMPLO DE
J.M. ARGUEDAS Y MANUEL SCORZA
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO

 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL


 
12 DE NOVIEMBRE
 
DÍA
DE LA
PEDIATRÍA



FOLIOS
DE LA
UTOPÍA


 
¿QUIÉNES
SON
TUS HIJOS?


 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
Tus hijos no son tus hijos. Son hijos e hijas de la vida,
deseosa de sí misma.
No vienen de ti, sino a través de ti y aunque estén contigo
no te pertenecen.
Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos.
Gibrán Jalil Gibrán
 
 
1. Mi corazón
a tus pies
 
Yo sentí tu temblor y tu genio, hijo mío, en el vientre de tu madre, bajo el techo de una casa que habíamos alzado a puro pulso y con nuestras propias manos, esperando que llegaras.
Hoy nacerás a las diez de la mañana por operación cesárea. Pero aún es el amanecer y, mientras, goza tus últimas horas en la pancita de mamá. Daremos la vida por protegerte, pero el mundo que te espera aquí, quiero ser sincero en decirte, es bravo y no está del todo bien.
Se anuncia un terremoto devastador en el Perú, de grado 9.9 en la escala de Richter. Hay ya un enfrentamiento declarado de guerra con Ecuador, por asuntos de fronteras. Ronald Reagan anuncia que lo mejor para el Medio Oriente no es la paz sino la guerra.
Pero la vida merece ser vivida. Y, aún entre abrojos, entre nosotros, pugna por mostrar su flor. Pese a algunos hechos, este es un mundo lleno de promesas. Aquí encontrarás nuestros pechos. Algo tan hermoso como son los senos de tu madre y mi corazón que se arrodilla a tus pies.
 
2. Un mundo
mejor
 
Te escribo esta carta mientras tu mamá te alista para salir; bajo el alero de lo que juntos denominamos nuestra casa. Te digo que tú has traído lo que tanto hace falta aquí: vida nueva, naturaleza pura, frescura. Lo simple y verdadero.
Palpo tus camisas del tamaño de mi mano. Y te espero siempre en los acordes, en la luz y en las estrellas que miro hacia lo alto con mis ojos agradecidos y bañados en lágrimas.
Miramos cada rasgo tuyo, tus manos, tus ojos gloriosos, tus pies envueltos en nuestros puños que sienten tus latidos.
Te abrigamos cada tarde y cada noche helada con todo lo que tenemos a nuestro alcance. Te hemos bañado con tu mamá en una tina, sin saber cómo.
Ya te sientas, ya caminas. Ya has roto mis papeles que antes eran intocables. Sobre tu frente velamos todas las noches.
Tú eres aquello por lo cual hay que luchar en esta realidad, cuál es la promesa de un mundo mejor.
 
3. Lo mejor
mío
 
El minutero del reloj que está sobre la mesa ha traspuesto las 12 horas de la noche y corre ya seguro por la superficie de la tierra y el mar un nuevo día.
Hoy cumples tres años de vida. Solos con tu mamá en esta casa somos un hogar. Tú más que nadie lo sabe y lo siente.
Vamos y volvemos juntos cada día, al dejarte y recogerte de la guardería de mi trabajo. Tu alegría es infinita, mi niño hermoso.
Tú eres la prolongación de mi existencia, la fuente y el espejo en donde me miro. Eres mis latidos, lo mejor mío. Mi prolongación y trascendencia.
Coges mis cabellos cuando te alzo y te echo al aire para acogerte en mis brazos. Tu desesperación hace que te prendas y sujetes fuertemente.
Hoy por culpa mía al dar un volantín tu sangre ha goteado sobre tu camisita blanca. Recostado sobre mi hombro, te has aguantado los sollozos y las lágrimas.
 
4. Solidario
en la ruta
 
Siento que tu destino es mi destino. Cada día cuando vamos y venimos en el auto, cuidas todos mis movimientos con tus ojos a la vez alertas e inocentes; temerosos y buenos. Y cuando apeándome del carro compro fruta de una tienda, tus ojos se desesperan, y cuando regreso tu sonrisa se abre como el cielo infinito.
A ratos te duermes encogido en tu asiento, viendo las palomas que cruzan y desaparecen por el marco del parabrisas. Dando un grito cuando descubres una cometa o un ave que vuela por el cielo. Entonces yo levanto tu camisita y froto mis manos por tu espalda de terciopelo. Sonríes y tratas de hundir tu cabeza en mis brazos.
Cada vez que descubro un nuevo camino para llegar a casa me miras a los ojos, tratando de explicarte la razón del cambio a la nueva ruta. O si nos hemos perdido.
Te atrae ver los perros en las ventanas de las casas, como los gatos y los caballos. Cuando recojo un pasajero te levantas un tanto de tu asiento, y te vuelves a caer con una alegría amplia en el rostro. ¡Qué solidario eres en la ruta, niño mío!
 
5. Un niño
que llora
 
Hoy hay en la casa un sitio vacío, en tu cama, en la mesa, en el sillón de la sala. Mientras tú permaneces en un cuarto de este hospital que es un lugar extraño, lejos de tus juguetes y la voz nuestra que te quiere y el cariño de tus padres.
Tú estás luchando, hijo mío, y desde donde sea pongo mi sangre al lado de tu sangre, mi pulso en tu pulso. Yo te alcanzo, mis latidos. Hijo mío. Eres pequeño, pero hay un punto en el cual eres tú solo. Y ese es el ámbito del dolor. Por más que yo te acompañe, y esté a tu lado es tu dolor. Íntimamente tuyo. Personalmente de ti.
¡Qué frágiles somos todos! Momentos en que es difícil pensar. Cuando nadie sabe por dónde aparecerá el cuchillo, la sombra tras el muro. Donde se va envolviendo el ovillo, que va acortando el hilo y se cierne la muerte. Pero, ¡Dios mío! Tú que eres tan dulce como la gasa que cubre una herida, pósate en la mueca afligida de un niño que llora sin llorar, porque ve a sus padres sufrir y él sufre. En el vasto mundo y en el cosmos hay tanto lugar, que me duele que el mal se ensañe con un cuerpo frágil y pequeño, y que al final hace que seamos tan débiles.
 
6. Brazos
abiertos
 
– La operación está programada para las dos de la madrugada. Ustedes, es mejor que vayan a dormir, y vengan mañana.
– Nosotros esperaremos aquí, doctor, si no incomodamos.
A solas rezo y me arrodillo en la loza: Dios, yo te ruego por mi hijo. Él debe volver otra vez a casa. Es hijo tuyo, pero otra vez encárganos a nosotros. Es noche atroz, oscura y lenta. Una pena inmensa invade nuestra alma. Qué solos estamos los hombres. Cada quién va con sus afanes, con su pena, inmensa como un puñal. Y un niño es tan indefenso. Pero hay un centro y ese centro es Dios.
En un hospital por la noche hay quejidos, llantos, toses; timbres, pasos, estertores. Enfermeras que cambian de turnos. Médicos que se afanan, velan, vigilan en el timón de la nave que es la vida. Ya al amanecer nos anuncian:
– La operación ha sido un éxito, su hijo está bien. Está en la sala de cuidados intensivos. Pierdan cuidado. Váyanse a dormir.
¡Qué extraordinario todo! ¡Los médicos, el diagnóstico, la operación exacta, y la medicina precisa! Hoy nuevamente te recibiremos en nuestros brazos abiertos, como si otra vez nacieras.
 
7. El hueco
de una mano
 
Cabe reconocerlo: Tú eres tanto nuestro hijo, como hijo de Dios y de la ciencia, y de los facultativos que te ha salvado. Y de ti mismo que has luchado por tu vida milímetro a milímetro. Sin miedo, aferrándote a este aire, a esta gota de luz en la tupida eternidad. A brazo partido has ganado tu derecho a vivir, a ser saludable, a correr bajo el sol.
Te has aferrado tanto a la vida, razón por la cual es un compromiso hacerla buena, aspirando a ver el mar azul, la tierra verdecida, el cielo despejado y colmado de estrellas.
Tú eres, hijo mío, un enlace, un punto fijo, una señal desde el futuro. Aunque chiquito, abres tus brazos inmensos.
Gritamos y las peñas ya no solo dan mi eco solitario como antaño, sino junto a otro más, el tuyo, que es insondable. Porque un hijo encierra el universo entero. Abarca el cielo y las estrellas, el mar que no tiene orillas.
Un hijo es un manantial que brota, un río que serpentea nuevo, con un destino que se abre ancho como el mar. El océano que te cabe en el hueco de una mano, o de tu abrazo.
 
*****


OTRA
VEZ
LA VIDA



Danilo Sánchez Lihón


1.

Hijo mío,
perderte entre estos edificios
de donde no
te pude rescatar, ni conducir,
ni proteger. Yo
pidiendo y doblando pases a
fin de
estar contigo, adulterándolos
siempre,
cambiando los horarios para
entrar
a Sala de Prematuros. Y cien
veces
oír: "¿Usted es el papá? Lo
sentimos,
pero no puede verlo. Y tiene
que salir”.


2.

Al final
sólo conocía de ti las huellas
de tus pies
que grabaron en unos toscos
formularios
membretados y ya desteñidos
por la humedad
del lugar y el abandono. Pero,
¡qué hondas
nos parecieron, aún allí, esas
tus dos
pisadas, apenas eternizadas
con tampón y
tinta de sellos, que es lo único
que queda,
como sí al nacer tú, tu mamá
o yo, ¡o quién!
hubiésemos pedido permiso
para que
entraras, tierno y débil, en un
casillero y
no en esta vida en donde aún
te esperamos.


3.

Yo
preguntando por ti día tras día
ante
un mostrador como si rogara
por un vaso
de agua, un mendrugo de pan,
o una limosna.
O como se mendiga un tarro
de feche,
para un desvalido. O un sitio
en la fila
para alguien que aún quiere
vivir. Sin
saber avanzar o retroceder.
Sin saber
si ponerme a un lado, o estar
de pie,
o esperar sentado. Sin lugar
a nada,
salvo el estupor, el sobresalto
y el miedo.
Sin lugar ni siquiera al llanto.


4.



El día
lunes pusieron en mis manos
un pagaré,
y una cuenta pormenorizada
que tenía
que cancelar en la ventanilla.
Fue
lo primero. La auxiliar se me
acercó
y me consoló. ¿Qué estaba
pasando?
Me confiesa que ella compró
y encendió
las velas en tu breve capilla,
disculpándose
por decidir antes, según dijo,
bautizarte,
y ponerte los Santos Óleos.
“Es usted
cristiano, ¿no es cierto?". Me
indaga
sin olvidar pedir una propina.


5.

La frazada
que entregó mamá, colmada
de ternura
que allí llenamos; perfumada
limpia y mil veces
besada, para que te abrigara,
la trajeron tal
y cual la habíamos entregado.
Pero nos
pareció que nos la devolvían
¡infinitamente
vacía! El sitio que te hicimos
en nuestro
seno y en la cama extasiada,
se arrugó y
se congeló para siempre esa
mañana.


6.

Los tarareos
y la tonada de la canción que
para ti
musitamos, junto a tu madre,
después
cada uno la repite en silencio.
Para luego
ella y yo llorar abrazados. Te
cuento
que es tan bella que al igual
que yo,
de ella tú también ya estarías
enamorado.
Los arrullos que aprendimos
con ilusión
hoy te buscan en la vastedad
del horizonte.


7.

Y te hablo
siempre, ¡hijo mío! En silencio
te refiero
de muchas cosas a lo largo y
ancho
de estas avenidas desoladas
por donde
pasa la gente y corren veloces
los autos. Y
si es verano, o si es invierno,
no lo sé.
Si sale la luna y si brillan o no
las estrellas,
eso no lo sabemos. Junto a mí
sé que
caminamos yo probando la sal
del mar en el aire
con que se llena el atardecer
y la noche,
buscando estrellas en el cielo,
tratando
de adivinar cuál eres tú y con
su luz
o su ceniza, llenar otra vez la
vida, aunque
para siempre y sin ti, hijo mío,
inconsolable.
 
 
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