domingo, 17 de noviembre de 2019

17 DE NOVIEMBRE: DÍA DEL ESTUDIANTE - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN


 

Construcción y forja de la utopía andina

NOVIEMBRE, MES DE LA GESTA
DE TUPAC AMARU; LOS DERECHOS
DEL NIÑO; VIDA Y PASIÓN DE
J.M. ARGUEDAS Y MANUEL SCORZA
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO


 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL



*****
 
17 DE NOVIEMBRE


 
DÍA
DEL
ESTUDIANTE


FOLIOS
DE LA
UTOPÍA



 
REFLEJOS
DEL
SOL


 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
1. Primera
vez
 
– ¡Compañías!
Es la voz de mando del Instructor Oficial de IPM en el ensayo de los alumnos del Colegio Santiago el Mayor para el desfile de Fiestas Patrias.
– ¡Paso de desfile! ¡Marchen!
Las dos columnas, una de mujeres y otra de varones dejan caer el primer paso que resuena con un golpe parejo haciendo temblar el suelo del patio de la vieja casona donde ha empezado a funcionar el recién fundado Colegio del pueblo de Santiago de Chuco, el primero de Educación Secundaria en crearse en todo el ámbito de la provincia.
Es principios del mes de julio y yo había acompañado a mi padre a una visita a la añosa casona detrás del campanario donde él tenía cita con su amigo, el profesor Romeo Solís Rosas Anaya, músico, pedagogo, gestor y ahora flamante director del nuevo y pujante plantel estudiantil.
Llegamos en el momento en que alrededor del patio el alumnado que ha ingresado este año hace un ensayo para el desfile escolar de las Fiestas Patrias, donde por primera vez desfilará una institución educativa del nivel de la Educación Secundaria.
 
2. Imbuidos
de ideales
 
Dos agrupamientos de tres columnas cada uno marchan con la frente levantada hacia lo alto, sin un gesto vano o fallido en los rostros, sin una mirada distraída, los semblantes serenos, candorosos, casi iluminados.
Adelante, en cada vuelta que dan alrededor del patio, va la sección de mujeres en líneas de a tres, en marcha acompasada, con sus uniformes de falda azul y blusa blanca.
Son unas muchachas altas, límpidas y hermosas que me admira verlas como brotes inusitados de nuestros manantiales, ríos y bosques encantados; de nuestras flores, nevados y puquios de agua.
Delante de todas ellas, con su bastón de mando blanco, la mirada indoblegable, todo el talante imbuido de ideales, marcha la Brigadier General de aquel agrupamiento.
Es ella quien traza el sendero con sus pasos a la vez femeninos y marciales, indicando con un gesto dónde hacer los giros, volteando de vez en cuando para indicar algo con la mirada, señalar un movimiento, o vigilar una conducta. Todo parece depender de aquella joven delgada, etérea y a la vez exacta. Y, ¡qué preciosa!
 
3. El perfil
de las montañas
 
Son más o menos entre ochenta y cien muchachas y muchachos a quienes yo contemplo subyugado por su distinción y compostura. Un haz de espigas entresacadas de nuestros campos, de suyo floridos.
Impresiona la seriedad de esos rostros, el aplomo de los gestos, la altivez de su carácter.
Envueltos en sus uniformes impecables giran en el patio de tierra apisonada delante de las paredes blancas de adobe que coronan en lo alto racimos de malvas y mostazas.
Teniendo como contorno los muros florecidos después de las lluvias de mayo y de junio. Más arriba quedan las techumbres rojizas de las casas. Y, más arriba todavía, el cielo azulado con vellones blancos de nubes apelotonadas.
En el balaustre del segundo piso mi padre conversa con don Romeo Solís Rosas que, en sus lentes, bajo el techo cimbrado de la casa vetusta, concentra todos los horizontes y el perfil de las montañas azuladas con las nubes bogando en el anchuroso firmamento.
 
4. Columnas
de argonautas
 
No había visto aún la banda de guerra que estrenarían en el desfile de Fiestas Patrias del 28 de julio de aquel año de 1954.
De allí que, en la mañana del 28 de julio, pasamos con mi escuela primaria esforzándonos por mantener la fila rectilínea y acompasando el fluir de la columna, golpeando fuerte el piso para que resuenen nuestros pasos lo más que podamos delante de la tribuna.
Y tan pronto nuestras tarolas de madera pintadas de azul de nuestra banda de guerra dieron el redoble final, y se escuchó la orden de "¡Rompan filas!", corremos en estampida a ganar el mejor sitio para ver pasar en su marcha inaugural al Colegio Santiago el Mayor que cierra el glorioso transcurrir de los batallones que desfilan en este año.
El anhelo de ver este acontecimiento al parecer es del alumnado de todos los planteles de Educación Primaria, porque ya disueltos invadimos en avalancha la plaza y reventamos los emplazamientos de la calle frente al Municipio.
Pero no solo los niños, sino que toda la población está pendiente de ver pasar a esas columnas de argonautas como son para nosotros los alumnos y alumnas del Colegio Santiago el Mayor.
 
5. Soldado
raso
 
Por eso, cuando se anuncia el ingreso del Colegio por la bocacalle de la plaza, en línea recta con la tribuna oficial, el griterío de la gente estalla y el cordón humano, que a duras penas sostenemos los que estamos adelante, se rompe en varios puntos.
Pero empujamos hacia atrás con todo el peso de nuestro cuerpo, en los hombros y en la espalda, deteniendo la arremetida. A ratos cedemos con riesgo de ser maltratados por los policías, quienes pasan golpeando con sus varas a los se han atrevido a ceder siquiera un paso hacia delante, ante el empuje incontenible que viene desde atrás.
Allí es cuando desde lejos resuena el estallido de cornetas que nunca antes hemos escuchado:
– ¡Es la banda de guerra del colegio!
– ¡Viene la banda de guerra del colegio! –Es la voz unánime.
Los instrumentos han sido donados por el General de División Carlos Miñano Mendocilla, héroe de la Batalla de Zarumilla, nacido en las pampas de Samada en la parte rural de Santiago de Chuco, y quien ha ascendido desde soldado raso hasta cubrirse de gloria cuando tenía el grado de coronel en el conflicto bélico del año 1941.
– ¡Viva Santiago de Chuco! ¡Viva el Perú! – Se escucha una voz.
– ¡Viva! –Responden todos.
 
6. Los reflejos
del sol
 
Ya cerca los redoblantes atruenan el aire y avanzan por entre la calle abierta por el gentío, con el aplauso y los vítores de quienes se apostan en la vereda y en los muros aledaños.
Y asoman ante nuestras miradas deslumbradas y atónitas las circunferencias plateadas de puro metal, de cueros traslúcidos y atornillados con rojas mariposas, con banderines que casi se arrastran por el suelo, las nuevas tarolas de la banda de guerra del colegio, nunca antes vistas por nuestros ojos estupefactos.
¡Con cuerdas que atraviesan su circunferencia y le dan aquel sonido áspero, dulce y, a la vez, altivo a sus compases!, ¡tal y como debe ser el fragor de una batalla!
Los muchachos que las tocan parecen tener otro talante, como si no los conociéramos. Se alinean bajo los ventanales del viejo Municipio, alzando las rodillas como si marcharan en su propio sitio. Y nosotros subyugados de ver una luz nueva del sol en los reflejos que desprenden y en los acordes que se elevan desde esos prodigios.
 
7. El pecho
henchido
 
Pronto el corneta mayor, cuan alto es y con ceño fruncido, hace girar su clarín en el aire. A lo que sigue un revuelo de banderines de que están adornadas las cornetas.
Las embocan en sus labios y luego, a una señal, soplan endureciendo los carrillos de sus caras y el contorno de sus labios.
Y emerge nueva la “Marcha de banderas” que resuena en nuestros corazones con sonido absoluto, sideral e infinito. Que la oímos como si fuera la primera vez, y que nos parece una música divina.
Sones que levantan del fondo de los abismos todo lo sufrido, lo amado y también la más prístina alegría y esperanza que nos cabe albergar hacia el futuro más prominente.
En eso, aparece a lo lejos y hacia el fondo, sereno e inhiesto, el pabellón nacional rojo y blanco, emergiendo del tumulto que hacen las cabezas y los cuerpos arracimados de la gente sencilla.
Es portado por la escolta de mujeres que visten uniforme de gala de paño azul con cuello blanco, llevando un brazalete amarillo con bordes rojos y negros y la escarapela del Perú en el pecho henchido.
 
8. Cuerpo
y espíritu
 
Detrás de la escolta un manojo impresionante de muchachas y muchachos, a quienes al golpe de los pasos en el suelo les tiemblan las mejillas, con la mirada fulgurante y el ceño endurecido de guerreros que portan en el alma y el ser algo sagrado.
Y así pasó, o no pasó nunca, sino que se quedó para siempre en nuestras almas, el desfile del colegio de mi pueblo, marchando como jamás habíamos visto, ni imaginado antes que se pudiera marchar; con otra fuerza, con una convicción mayor, con un mundo nuevo sobre la frente y bajo sus pies.
Aquella realidad no estaba solo en la marcialidad de sus pasos, ni solo en la templanza de sus cuerpos, ni solo en la seriedad de sus semblantes, ni solo en los vítores de la gente. Ni tampoco solo en las lágrimas de los ojos de hombres, mujeres y niños que los veían desfilar, sino en mucho más.
Una emoción profunda invadió al gentío que aplaudía y en los ojos de todos nosotros se escarchaba el coraje, la ilusión y la esperanza hecha cuerpo y espíritu.
Lo vimos avanzar en formación perfecta, la mirada puesta en un mundo sublime entre el atronar de las cornetas, los vítores y los aplausos de la gente.
 
9. Dones
de la tierra
 
Era una marcha triunfal frente a las tribunas oficiales en la ceremonia de gala de aquel día memorable y en aquel colegio con temblor de leyenda y de fábula.
¡Era nuestro pueblo, puesto de pie; ¡con toda la esperanza depositada en el horizonte lejano y límpido, pleno de amatistas y diamantes en esa mañana radiante del mes de julio!
– ¡Ya puedo morir tranquilo! –Dice un viejo restregándose los ojos con un pañuelo.
– ¡Es el Dios de los cielos y nuestro Apóstol Santiago bendito, quienes premian así a nuestro pueblo!
– Es la bondad de la gente la que hace posible ver estos dones de la tierra.
– Son los buenos profesores los que preparan así a nuestros muchachos y a quienes debemos estar agradecidos.
– ¡Vivan los profesores! –Grita alguien.
– ¡Vivan los estudiantes! –Replica otro.
– ¡Viva Santiago de Chuco! –Anima alguien.
– ¡Viva!
 
*****



LOS
ESTUDIANTES
CAMPESINOS



 Danilo Sánchez Lihón


Azulea el camino,
ladra el río…
César Vallejo


1. Riqueza
verdadera

Venían los niños campesinos a la institución educativa donde yo cursé la Educación Primaria en Santiago de Chuco, desde lugares distantes. Eran niños del campo que para llegar a la escuela del pueblo caminaban desde la madrugada. Pese a que tenían todas las desventajas su limpieza era diáfana, nunca llegaban tarde y en muchos casos nos superaban en notas y en comportamiento a los niños que vivíamos en la ciudad.
¡Eran los primeros! En ellos no solo relucía la valentía, la veracidad, el sacrificio sino otros dones que ahora ya no se reconocen como valores, tal por ejemplo la renuncia a las comodidades y privilegios, siendo los primeros que cedían en esos aspectos. O en otros valores como en la inocencia, el candor y la abnegación.
Y en otros tesoros más rústicos, pero en mis recuerdos ¡excelsos! También por la actitud con que nos los ofrecían y prodigaban, me refiero a su fiambre y a sus comidas. Esos niños nos lo obsequiaban generosos, quedándose ellos casi sin comer. Porque todo su yantar lo traían y compartían abiertamente con nosotros, nacidos y crecidos orgullosamente en la ciudad en donde poco tenemos de riqueza verdadera, aunque ostentemos y hasta seamos tan desdeñosos y despreciativos.

2. Una loma
y una quebrada

Felizmente, la historia nos desmiente y todo lo corrige a tiempo en lo que corresponde a estas imposturas y vanidades. Consigno aquí por ejemplo algunos datos como el siguiente: En el certamen Capulí, Vallejo y su Tierra del año 2005, visitamos la campiña de Cotay y un escritor del lugar, el Dr. Melanio Delgado Siccha, presentó con dicha ocasión un libro alusivo a ese recodo mínimo, compuesto apenas una loma y una quebrada.
En dicho estudio y memoria se consignan los nombres de cientos de profesionales que residen ahora en Europa, Japón y Estados Unidos, que nacieron y crecieron en ese paraje, es decir: Cotay. ¿Qué había entonces allí? Ni siquiera una plaza, apenas una pequeña capilla, recodo donde se arriman hasta juntarse algunas casitas como si el frío las encarrujara unas al lado de otras, humildes pero bellas en el espíritu, regadas entre maizales que se pierden por la hondonada.
En mi escuela admiré siempre de aquellos niños campesinos que esperaban que la puerta se abra, su creatividad para resolver problemas, para afrontar adversidades, para ser solidarios. Y si algo conozco de virtudes fueron las que siempre vi que ellos las encarnaban. ¿Qué es lo que falta? Que ellos vuelvan y se hagan más presentes, pero con sus mismas virtudes en la vida diaria.

3. La nitidez
de los manantiales

Pero vayan aquí estas líneas de agradecimiento a ellos, pero también a la Escuela Pública que desde siempre nos une a todos los niños sin distingos de ninguna especie, algunos con zapatos, otros con ojotas. Y otros que asistían descalzos, pero donde todos jugábamos comulgando por igual. Y así, mucho de la construcción del Perú actual se debe a aquellos niños del campo que han alcanzado a ser destacados profesionales y hombres de bien.
Ellos nos han superado por su aplicación al trabajo, noble y a lo serio; por encontrarles recién salido el sol ya a ellos en los caminos. Por madrugar amaneciendo ya avanzados por el sendero; por su ímpetu e integridad.
Por ser generosos en sus afectos y puntuales en su comportamiento. Por su transparencia quizá inspirada o como un reflejo de los manantiales y acequias por donde pasaban, recogiendo de ellos su nitidez. Por todas sus inmensas virtudes. A ellos agradezco el frescor de haber compartido conmigo el aroma y sabor de los alimentos de la tierra, que son los prodigios primeros que nos regala la vida. Como son maravillas los niños mismos y sus naturales talentos.

4. ¡Ellos,
nunca!

En una entrevista que yo hiciera al profesor Jacinto Diestra, quien estudió en la misma escuela donde estudiara César Vallejo, y que es la escuela donde yo también estudié, él evoca vivencias relacionadas a este mismo tema y lo hace del siguiente modo:
Pero aquí ha de valer que rindamos un homenaje a esos muchachos, nuestros compañeros que venían del campo después de caminar cuatro, ocho, diez o más kilómetros y, sin embargo, llegaban al pueblo y a la escuela antes que todos nosotros, que vivíamos en la ciudad. O que vivíamos ahí no más, al lado de la escuela.
Ellos, ¿acaso tenían reloj? ¿Alguien ha visto a alguno de ellos que tenía reloj? ¡No! ¡Nadie! ¡Porque no tenían! En cambio, yo, por ejemplo, vivía a una cuadra de la escuela ¡y yo sí tenía reloj! Y, sin embargo, llegaba a veces tarde, o con las justas a la formación ya en el patio. ¡Ellos, nunca!
Y es que cuando escuchaba el segundo campanazo recién me levantaba con todo de la cama. Agarraba ahí no más el agua de las goteras de la lluvia caída por la noche, esa agua helada que recogemos en barriles o baldes, y me lavaba la cara, así como el gato.

5. El imaginario
de la gente

Y continúa:
Me secaba con mi pañuelo y me iba con dos panes en mi bolsillo: ¿para qué? Para canjearlos en la escuela con el "Mono" Segundo Paredes.
Lo menciono a él porque es quién se acuerda todavía de estos hechos. A quien yo le daba los panes y él me entregaba capulí traído de su chacra. O nísperos. O llacones.
Yo llegaba con las justas y mis compañeros del campo, ¿ah?, con sus llanques y pantaloncitos arriba de la canilla, me ganaban. Y algunos venían de Cochabuc. Otros por el lado de Samada. Otros de Querquerbal.
Yo me he preguntado también eso: ¿por qué usan el pantaloncito alto? Y es por la lluvia, ¡debido a que tienen que pisar el agua que hay en los caminos! Y, para que no se mojen las bastas del pantalón, usan el pantaloncito arriba.
Esos niños eran los niños más sanos y puros que yo tengo registrados en mi memoria. E iban con la esperanza de que nosotros también les enseñemos algo nuevo. Y como que así era:

6. Todo acto
y voz genial

– Yo el otro día he estado en Trujillo. –Decía uno. Y ellos escuchaban con mucha atención.
Y es que la educación y la escuela siempre han formado parte del imaginario de la gente campesina, como lo ejemplifica bien Ciro Alegría en su novela El mundo es ancho y ajeno.
En ella los albañiles de la comunidad que siguen levantando el edificio de la escuela, al lado de la capilla de Rumi, donde hay sombra y aroma de eucaliptos.
Y se entabla el diálogo que sigue, entre dos comuneros, uno de ellos el alcalde del pueblo, Rosendo Maqui, hombre legendario; quienes conversan diciendo:
– La verdá, ya tendremos escuela. Me habría gustado demorarme en llegar al mundo, ser chico aura y venir pa la escuela...
– Cierto, sería bonito...
– Pero también es güeno poder decir a los muchachos: “vayan ustedes a aprender algo” ...

7. Ellos
¿sabrán qué?

– Cierto taita... yo tengo dos; ellos sabrán alguna cosa; porque es penoso que lo diga; yo tengo ya la cabeza muy dura. Si veo un papel medio pintadito de eso que llaman letras, me pongo pensativo y como que siento que no podría aprender, ¡hasta tengo miedo!...
– Es que nunca, nunquita hemos sabido nada –respondió Rosendo Maqui– y luego con fervor: –Pero ellos sabrán... ellos sabrán... Ellos sabrán...
Ellos, ¿sabrán qué? Esta es la pregunta raigal de nuestra educción y de nuestra cultura. Ellos sabrán más y mejor de sí mismos, sabrán valorarse y a desarrollar desde dentro.
Y no tanto de lo ajeno para ya no acostumbrarlos a emigrar, dejando nuestro espacio interior vacío
Aprenderán a conocer de sus potencialidades y acerca de su identidad que es también la nuestra, para legárnosla, siendo nosotros los que hemos de aprender de ellos, principalmente sus valores.
Es por eso que César Vallejo, producto de la escuela pública, expresa:
Todo acto y voz genial viene del pueblo y vuelve hacia él, de frente o trasmitido.


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