La
tierra que nos alberga tiene 4,570 millones de años, de los cuales,
sobre su faz, el homo ha recorrido 2.5 millones. Ya convertido en ser
racional, además de fatigarse del calor del sol; de asombrarse del
brillo de la luna; de apreciar con emoción los luceros ululando en las
noches de los cielos celestes; de beber el agua de la lluvia; fue
entendiendo que la tierra no solo era el espacio sobre el que se
sostenía, sino el reino que le daba la vida a manos llenas.
Las
diversas culturas, en distintas latitudes del planeta, empezaron a
sentir que algo de la existencia estaba más allá de su capacidad de
raciocino; que más allá de su sensibilidad había un mundo mágico y desde
entonces adoró al padre fuego, al dios agua, a la madre tierra. El
hombre se reconoció hijo - criatura de la madre amorosa que le daba
calor y alimento. El planeta se hizo su hogar y su querencia.
Por
eso que los poetas de todas las lenguas y de todos los tiempos,
hicieron de la tierra, de la luz, de los ríos, la fuente inagotable de
su poesía. Estos elementos fueron –y son- los más recurrentes y
trabajados por los aedas. La poesía es como un río de agua inagotable o
como una luz inextinguible. Esto don solo es posible gracias a la
poesía, a la palabra hecha imagen. Sino, vean ustedes lo siguiente: los
hombres que tienen la capacidad de llevar un tesoro de sueños en el
corazón y el cerebro son los que cantan al amor, a los sueños, a la
esperanza. Gracias a los poetas la vida se hace canción de la tierra,
árbol que da sombra y que calma la fatiga del espíritu.
La
poesía nos identifica y hermana. Ya hemos referido que, en la cultura
del mundo occidental, la poesía es concebida como el verbo hecho carne,
es decir, que no hay poesía que no direccione su destino apuntando el
alma del hombre y que no hay alma sin cuerpo. La vida se sostiene sobre
los elementos de la materia. Esa es una concepción poética de la vida.
Pero, a la vez, no hay luz, viento, lluvia, sino hay historia ni sueños.
Ese pensamiento no solo es potestativo de la cultura occidental.
En
la cultura quechua, la leyenda cargada de poesía y mito, refiere que
Manco Capac y Mamac Ocllo, los padres salieron de la vida a la vida. De
manera específica es un culto al elemento agua. La fuente sagrada es –en
esta visión– el pozo de la existencia. La pareja emerge del Lago
Titicaca. Luego, reciben del padre sol (elemento fuego), el encargo que
caminen y que solo se detengan cuando el varayok de oro, se haya hundido
en la tierra. Cuando ocurra, allí debían fundar una civilización. Así
lo hicieron.
Es
ese sentimiento, ese hermoso estar sobre la tierra, lo que hizo que
Vallejo, al abrir sus ojos en la tierra de Santiago de Chuco, viera que
la vida era una oración de la tarde, un vibrar de los juncos, un aroma
de los choclos de mayo, una verde solidario de alfalfales. Vallejo se
reconoce poeta de la vida y como tal se hace profundamente solidario.
Vallejo en toda su poesía profesa amor, idilio vivo a la tierra, a su
pueblo, a la humanidad. Vallejo es el poeta de la vida y desde su aldea
de Santiago de Chuco se convierte en ser universal.
Los
poetas angulares, que son estandartes de vida, suelen ser solidarios,
amorosos, comprometidos con la especie viva. Y, si nos atenemos a las
leyes de la ciencia, entenderemos mejor que la telúrica no es un asunto
de creencia, sino de fe, que no es lo mismo; y, si nos atenemos al curso
de la vida, entenderemos que la dialéctica no es una cuestión de dogma
sino de concepción, de método, una manera de percibir la existencia.
Es
esta en nuestra opinión la clave para entender el trabajo constante de
Danilo Sánchez Lihón. Su militancia vallejiana no es cuestión de
etiqueta, sino de compromiso de vida.
Leyendo
Pozo Sagrado, título del libro que hoy comentamos, nos encontramos con
el pueblo de Santiago de Chuco. Nos encontramos con el cielo luminoso
color de agua y de luna, que extasió hasta volver niño al poeta de Los
Heraldos negros y de Trilce. Recorriendo sus hojas de papel donde Danilo
acomoda sus estancias, nos encontramos con La Parva de la Virgen, El
agua del oro, las guitarras, la cruz del llanto. Sentimos los pasos de
los andantes de los tiempos idos, que nos hablan con el lenguaje del
viento y que nos susurran nos acarician con la lluvia. Entonces
empezamos a reflexionar sobre en el destino de la patria humillada y del
planeta herido.
El
libro de Danilo, Fuente Sagrada, es un homenaje a la querencia, es un
canto que hacen los hombres honrados a los poetas honrados. No es
posible, en mi opinión, ser vallejiano, amar a la tierra, amar a la
patria y ser, a la vez, un corrupto y un deshonesto. Este es el mensaje
urgente para una sociedad como la nuestra, que, lamentablemente, se
hunde en un abismo de corrupción y que carece de valores.
Invito
a leer el libro de Danilo. Invito a leer las obras de Vallejo.
Alimentémonos de este pan para el alma. Siempre recuerdo las palabras de
Vallejo, que, en una situación de crisis del sistema, de pérdida de
ética, de empoderamiento de los poderosos que aman hasta la demencia al
poder corrupto, que dañan el alma pura de los jóvenes, decía lo
siguiente:
“Voy sintiéndome revolucionario, más por experiencias vividas, que por ideas aprendidas”.
Eso significa que hay que “ir para adelante”. Como dice el autor de Pozo Sagrado:
“¿Cómo
vamos a lograr superarnos y alcanzar a ser una sociedad mejor en
nuestro país? Haciendo que la buena cimiente fecunde. Que vidas y obras
como la de nuestros maestros fructifiquen”.
“Y
cómo la haremos fructificar? Esparciendo esa semilla en el ambiente,
sacándola a la luz, poniéndola al sol y derramándola hacia los cuatro
vientos. Esa debe ser nuestra consigna y misión inexcusable”.
Saludo
al escritor promotor de Capulí, Vallejo y su Tierra, Danilo Sánchez,
por esta nueva obra cargada de enseñanzas, de estilo coloquial, de
frases precisas y cargadas de verdades y de imágenes.
Que vengan los lectores a beber de la fuente de su amor y de su sabiduría.
Deseo
que esta obra de haga un río de agua purísima y que vaya a humedecer el
alma de la tierra hambrienta de amor y de ternura.