Danilo Sánchez Lihón
1. El
ruego
Emilio siempre quiso tener una mascota en su casa.
– ¡Un perrito!
–Suplicó.
Pero no.
Su mamá le explicó que no, que los perritos traen
muchas enfermedades, que ladran y hacen bulla que resuena en las paredes cuando
la casa es pequeña.
Mucho más aún
cuando los niños necesitan estudiar y… ¡nada de distracciones!
– ¡Un gatito, entonces,
mamá! –Reclamó afligido.
– Tampoco. Su
pelusa podría causarle resfríos a tu hermana mayor proclive a la alergia. Los
gatos necesitan tierra para escarbar y aquí todo es loseta y cemento. –Le
advierte.
– ¡Aunque sea
un conejo!
2. Una
trae a otras
– ¡Ni pensarlo
hijo! Los conejos hacen huecos en las paredes y en el piso. Y si lo hacen ¡ya
verás cómo esta casa y hasta el mismo edificio se derrumban!
– ¡Siquiera un
sapito, mamá! –Gimió, sintiendo que el mundo se le caía a pedazos.
– ¿Cómo se te
ocurre pensar que aquí vamos a criar un sapito? ¿Estás loco? ¡Ellos necesitan
una laguna y una charca para bañarse, nadar y dónde poder vivir!
– ¡Una hormiga,
por lo menos, mamá! –Se le ocurrió pedir ya en el desconsuelo total y con el
último aliento de su boca.
– ¡Hijo mío!
Las hormigas son sucias. ¿No has visto cómo las barremos? Una trae a otras
compañeras y al final en esta casa habría una invasión de hormigas.
3. La tierra
humedecida
Y era cierto. El domicilio de Emilio queda en un
departamento del piso once de un edificio donde todo zumba como una máquina y
se balancea como un poste con el viento.
Donde no se conoce la tierra húmeda salvo aquella
sintética para los maceteros que lucen colgados en las paredes de la sala.
Felizmente un día Emilio pudo coger con disimulo un
puñado de tierra de suelo al cruzar de una a otra la vereda de la avenida
entreverada junto a pajillas y a los restos de las hojas de algún árbol.
Pero no conoce la tierra humedecida lista para sembrar
y mojada por la lluvia.
4. ¡A que
no sabes!
Debido a todo eso Emilio anda cabizbajo, malhumorado y
sin poner mucha atención en todo aquello que hace.
Hasta que un
día preguntó a su papá:
– Papá, ¿cómo
nacen los pollitos?
– De los huevos
de las aves cuando se los abriga.
Contestó despreocupado el padre, leyendo su periódico.
Con esta
respuesta Emilio anduvo meditando hora tras hora, hasta que se le ocurrió una
idea.
Extrajo un
huevo de codorniz recién llegado a la cocina y lo ocultó en un lugar bien
seguro.
¡A que no sabes
dónde lo escondió!
5. Hasta
que un día
¡Bajo la gorra que siempre llevaba puesta en la cabeza!
Y que desde ese día no se lo quitó por nada del mundo, ni siquiera para dormir.
Para que no se
tambaleara sobre su frente andaba despacito y como bamboleándose a fin de que
el huevito apenas se meciera como acunado en un nido.
Pero, ¿dónde
estaba el huevito?
¡En su cabeza,
debajo de su visera.
Y cada vez que
podía Emilio abrigaba disimuladamente su cabezota bajo la luz y el calor del
sol que entraba por la ventana.
Hasta que un
día... sintió unos piconcitos y se le agrandaron las pupilas.
– Toc, toc,
toc.
6. En aquella
mañana
Corrió a buscar a su hermana Lucía y entre ahogos le
contó el secreto.
– Jura que no
mientes. –Le dijo ella.
– ¡Juro,
hermanita!
– A ver,
¡quiero verlo!
Y levantando
levemente su sombrero… ahí estaba un pollito, amarillo como el oro bajo la luz
del sol radiante.
Y el pollito,
abriendo su pico carmesí, pió a todo pulmón:
– Pío, pío,
pío.
Y pió y pió
bajo la luz del sol en aquella mañana resplandeciente de primavera.
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