28 DE ENERO
DÍA DEL ARTISTA
EL DESAFÍODE SER
MÚSICO
Danilo Sánchez Lihón
1. Sin angustias
ni sobresaltos
Don
Baldomero Vásquez, amigo de mi abuelo Desiderio, al ver salir a quien
sería mi padre al corredor del patio de la casa en donde se encontraba
de visita, dirigiéndose al jovencito, le dijo:
– Felicitaciones, niño. Qué bien tocas la guitarra. Lo haces como el mejor de los artistas.
Lo
dijo sin saber que esas palabras iban a provocar la más violenta de las
tempestades y borrascas en el corazón de mi abuelo y del joven quien
sería años después mi padre. Y, ¿por qué sucedía así? Porque, quien
sería mi abuelo le había prohibido total, expresa y terminantemente a
quien sería mi padre, que siguiera practicando la guitarra. Y lo hizo en
ocasión de haberlo encontrado un día pulsando ese instrumento, que no
sabía quién lo había prestado a su hijo.
Pero
quiso cortar de modo drástico esta afición porque consideraba que no
hay músico que no sea un borrachín, un trasnochador y un mujeriego. Y
hasta un vago sin trabajo, quien anda de fiesta en fiesta y de jarana en
jarana, perdiendo todas las oportunidades de ser persona con una
ocupación honorable y de llegar a ser un profesional, de tener empleo y
un hogar digno y seguro. Y de criar a sus hijos bajo un buen ejemplo;
sin angustias, vergüenzas ni sobresaltos.
2. Tempestad
de todos modos
Lo
prohibió entonces de manera tajante seguir tocando la guitarra, para
evitar que su vida se vuelva una desgracia y perdición. Y con ello para
su familia, “como un calvario para quienes serán tu mujer y tus hijos”
–le dijo–, “cuando los tengas algún día”. Y bien claro te lo digo y
recalco: “No quiero verte más con una guitarra”.
Por
eso, al escuchar la felicitación de don Baldomero, quien sería mi padre
trastrabilló. Y tembló de miedo y pavor. Pero, más que temer a una
reprimenda, o bien ser expulsado de la casa, algo peor le estremeció:
que la prohibición esta vez fuera tan drástica que nunca más volviera a
pulsar una guitarra.
–
Así, ¿no? –Expresó mi abuelo arrastrando las palabras que le salieron
de la boca después de un buen rato, lo cual era una pésima señal, de que
no había dudas de que estaba conteniéndose–. Así que estás tocando la
guitarra.
Y
la impresión que alcanzó a tener su voz hizo voltear a su amigo, quien
tuvo que mirarlo a fin de ver que había causado sin quererlo una gran
calamidad, y que la desgracia estaba por suceder.
Al
observar la coloración del rostro de mi abuelo recién comprendió la
magnitud del tremendo lío en el cual había puesto al chico. Y el abismo
en el cual había metido a mi propio abuelo, por la decisión que tenía
que tomar a partir de ese momento y en ese instante, cuál era
seguramente botarlo de la casa.
3. Para salvar
alguna vida
La
tempestad de todos modos ya estaba desatada. Y aún, más nubes
tenebrosas se apelotonaban en lo alto, revolviéndose agitadas en el
cielo antes azulino y sobre los campos aún sembrados de trigales y de
flores.
Nunca
mi abuelo imaginó un desacato de parte de ese hijo suyo, a quien
consideraba un dechado de virtudes: juicioso, atinado y cauto. Y ejemplo
para sus demás hermanos.
De
este hijo andaba orgulloso ante todos, por su seriedad y compostura. Y
porque de todo salía airoso. A quien consideraba su sostén, la garantía
de vida en su vejez, y su lámpara encendida y votiva cuando viniera el
anochecer. Pero, ¿qué ese hijo le era desleal? ¿Así lo había
traicionado?
–
¡Bien! –Se oyó que dijo después de largo rato mi abuelo. Rato en
absoluto silencio, en que su amigo no osó intervenir ni siquiera con una
palabra demás. Ni un gesto. Él también, don Baldomero, guardaba tenso
silencio, sabiendo que sin querer había provocado que dos destinos en
ese minuto tengan que quebrarse y dividirse para siempre.
–
¡Bueno pues! –Se volvió a oír decir, costándole que las palabras
salieran naturales de su boca–. ¡Entonces, vamos a ver! ¡Quiero oírte
tocar en este instante! –Fue la decisión inesperada. Y lo dijo sin mirar
a su hijo ni mirar a su amigo, que era lo peor.
Pero
allí fue que el propio Baldomero avizoró una luz en el túnel, en ese
paso intrincado y abismal. Un fósforo se prendió en esa noche ya
tenebrosa.
4. Tampoco
quiso afinarla
Y
él mismo don Baldomero fue corriendo a traer una guitarra. Para ello
miró en la calle todas las puertas y atinó ir a la que estaba más cerca y
entreabierta. Era la de don Juan Rojas, llamado El Macarano.
– ¡Qué pasa! –Le dijo al verlo pálido y agitado como si la vida se le estuviera escapando.
– ¡Présteme, don Juan, su guitarra!
Este
al verlo y escuchar el pedido, supo que la guitarra no era para ser
tocada, sino para salvar alguna vida humana que en ese instante estaba
en peligro de caer fulminada. Por esa razón, sin preguntar nada, fue
corriendo, la descolgó y la entregó, tal como estaba. Mientras, aquel
que sería mi padre, tenía los ojos y los pies petrificados en el
corredor, sin que su progenitor se dignase ni siquiera murmurar algo, ni
decir nada.
– No te acerques. Toca desde ahí, desde el umbral, bajo el alero. Y ya te digo: no te acerques. –Reiteró.
Con
eso trazaba una raya divisoria ya de la separación definitiva, y en el
suelo concreto y no imaginario. Y lo dijo justo cuando mi padre quiso
dar unos pasos para buscar una silla, adoptar alguna posición cómoda que
le permitiera manejar el instrumento con cierta soltura. Pero mi abuelo
delineó las cosas así para que se supiera que no iba ya a involucrarse
en nada de ese hijo. Y para que no le cupiera duda de lo que haría, ni
le doliera mucho la decisión que ya había tomado, y que solo faltaba
decirla. El joven tuvo entonces que sentarse en la piedra del umbral del
corredor con la guitarra en sus brazos. Queriendo también dejarse
llevar por la fatalidad, tampoco quiso afinar la guitarra. Y la tocó,
así como estaba.
5. Un adiós
irreparable
Bordoneó
entre la quinta y sexta cuerda. Y la pulsó como si ya fuera una
despedida. Y como ya sabía hacerlo, que era haciendo temblar los hilos
con las yemas de los dedos, oprimiéndolos sobre el diapasón con un
movimiento de agonía, como yo no he visto a nadie que sepa hacerlo
jamás. La pulsó como si le apretara el corazón a cada cuerda, como si le
cortara la respiración y le apretujara las venas a alguien.
Así
hacía que la cuerda se retuerce de dolor y lastime el alma, quedando
aprisionada bajo la sangre viva de sus venas o arterias, de su pulso y
de su aliento y de sus nervios, que esta vez se balanceaban para bien
morir bajo ese movimiento absoluto, ineluctable y letal; en donde ya no
la guitarra sino la vida gime, solloza, grita y clama.
Baldomero
Vásquez se había quedado de pie en el patio, queriendo salvar de algún
modo a ese adolescente que se había suicidado mucho antes con el
desacato. Y sin querer lo había ayudado a morir y a sepultarlo de ese
modo.
Tocó
mi padre primero “El indio llora”, resumiendo los siglos de dolor, de
expolio y de aniquilamiento de toda una raza, incluidos varones mujeres y
niños. Y lo hizo como un desgarro, como diciéndole a su padre: ya me
voy, adiós para siempre, e irreparablemente. Porque no se le escapaba
que la orden ya estaba dictada. Sabía que la desobediencia era castigada
de modo inexcusable. Y lo tocó como una agonía.
Había
visto que por causas menores habían salido expulsados para siempre de
la casa su hermano menor Baltasar, quien tuvo que emigrar a Trujillo
sólo por hacer un gesto de enojo a sus dictámenes. Y otros hermanos por
faltas menores ya estaban lejos. En realidad, nadie había sido
perdonado.
6. En la misma
casa
El
joven a continuación tocó “Vírgenes del Sol”, y lo hizo sublimando todo
lo sufrido, elevando el alma en una suerte de alivio y paz, queriendo
que en la vida todo sea perdonado. Y después, tocando y cantando con voz
trémula y quebrada: “Llora, llora corazón”. Pensó que ya por gusto.
Pero mi abuelo que estaba en la sombra no pudo disimular sus lágrimas.
Le corrían por las mejillas sin atreverse a sacar su pañuelo y
enjugarlas. Como tampoco avanzó a abrazar a su hijo. Fue mi padre el que
lo hizo, apoyándose en su hombro y diciéndole.
– ¡Adiós, padre! Te he desobedecido.
Y mi abuelo solo alcanzó a decirle:
– Quédate, hijo.
Estaba
arrepentido de la decisión que ya había tomado de antemano, quizá hacía
muchos años atrás. Y era más bien como si ahora lo recibiera de regreso
a casa. Mi padre después de aquel suceso quedó libre para ser músico.
Nunca lo vi tomar un vaso de licor ni de vino, ni de ron, ni de cerveza.
Integró como el más joven de sus miembros, el plantel del Orfeón
Leandro Albiña de mi pueblo, siendo el más tierno de sus integrantes.
Después fundó su propia orquesta de cuerdas a la que puso por nombre
“Ollantay” porque en sus lecturas él se prendó para siempre de Cusi
Coyllur, mientras se reservaba el rol del protagonista de aquella gesta
incaica.
7. En el umbral
bajo el alero
Hoy
día esa orquesta ensaya en la sala de la que fue mi casa de infancia,
en la misma casa donde don Danilo Sánchez Gamboa protagonizó la historia
que he contado. Y aún gente que nunca lo escuchó dicen que lo escuchan
en el umbral del corredor y bajo el alero desde donde estuvo a punto de
ser expatriado de Santiago de Chuco, de esta tierra que él jamás dejó.
Mi
padre, así como a la guitarra le extraía quejumbres y gemidos a la
mandolina y al violín. Y lo hizo tocando incluso en las misas solemnes
de la iglesia. Y de continuo en la casa, cuando ensayaba a solas.
Ahora
cuando la gente pasa por la calle dice que lo escuchan. Y hasta
refieren que se asoman a mirar hacia adentro de la puerta de la sala. Y
en las leyendas que se tejen acerca de él, describen que al pasar ven
que el violín se toca solo. Porque a él lo ven, así lo relatan: con los
ojos cerrados y profundamente dormido. Pensando seguramente en lo que le
dijo al principio mi abuelo aquella vez en que se jugó entero su
destino:
– No te acerques. Toca ahí, desde el umbral, bajo el alero
Por
eso, a estas actividades de revivir la orquesta Ollantay” en la sala de
nuestra casa, y que dirigió mi padre, la llamamos ahora de ese modo:
“Música desde el umbral, bajo el alero”. Y lo hacemos cada vez que vamos
con Capulí, Vallejo y su Tierra.
DÍA DEL ARTISTA NACIONAL
ARTISTA
ES
EL PUEBLO
Danilo Sánchez Lihón
1. Caricia exacta
Alguna
vez a mi hermano Guillermo le escuché alabar las manos de mi padre,
como en verdad lo eran: manos precisas y abarcadoras, sensitivas y
seguras, cabales y prodigiosas. ¡Manos fieles! Y un artista precisamente
lo es por las manos que tiene.
–
Yo no he visto nunca manos como las de mi papá, dijo Guillermo al
desgaire. Y eso que él trabajó, ya adulto, mucho tiempo como pintor y en
construcción civil.
Manos
tenía mi padre con una fina precisión para pulsar la cuerda en el
traste del diapasón de la guitarra, y extraer a la melodía una emoción
inédita jamás presentida. Así como también para empastar un libro
ordenando sus páginas, coincidentes por el lomo y sin una sola arruga o
desnivel en el borde.
O
para empapelar una mesa adonde había que hacer algún trabajo manual.
Como para dibujar con la tiza animales y letras de colores en la pizarra
o en cualquier piedra que encontrara. Con una capacidad para tener el
pulso, la fuerza y la caricia exacta, si es que exacta puede ser alguna
vez en el universo una caricia.
2. ¿Qué son ellos?
Y
hablo así porque mi padre era maestro, como también era músico, quien
tocaba la guitarra, la mandolina y el violín, y dirigía una orquesta de
cuerdas magisterial.
Y
en todo lo que hacía era un artista, si es que aceptamos llamar así a
quien sabe hacer las cosas bien, con cabalidad, precisión y hermosura.
Era
en verdad un artista en todo lo que hacía, hasta en cómo cortaba el
rocoto en el momento en que comía, y con la punta del tenedor se llevaba
un gajo de ese pequeño rayo de sol de nuestros campos fragantes a la
boca, rojo, verde o amarillo. Y lo era hasta en su manera de escribir.
Pero,
quiero referirme aquí a un arte para el cual siempre lo llamaban, y
este arte era ser altarero, es decir: quien sabe hacer altares.
¿Qué
son ellos? Estructuras rituales que se alzan o levantan frente a la
casa de una persona que ha pedido celebrar al Inter del Apóstol en la
Fiesta del Patrón Santiago.
3. De par en par la puerta
¡Ah,
los altares de mi pueblo! Hieráticos bajo la candela blanca de la luna y
el fulgor carmesí de las estrellas que alumbran desde lo alto.
O de las velas y lámparas anaranjadas desde dentro del altar mismo.
¡Y de las fogatas desde el fondo de las casas extasiadas en donde la vida bulle en el abismo de lo ocasional y lo eterno!
El
altar se levanta delante del domicilio de la familia que, de un año a
otro, se ha comprometido a cumplir con el ritual de esta celebración.
Eso incluye traer al apóstol en procesión, con mojigangas y comparsas.
Hacerle
su altar, rezarle un rosario, servir café con tajadas, para todo el que
quiera bastando llegar y entrar a la casa si es que hemos abierto de
par en par la puerta.
¡Y comida para los más allegados!
4. Todo el año disimulados
Para
eso el "ínter" del Apóstol, viene y regresa de la iglesia con cohetes y
banda de músicos bajo un bosque de guirnaldas de flores, sean flores de
papel o flores naturales, que se extienden de pared a pared de la calle
por donde pasa la comitiva.
O
bajo los arcos que con artificio primoroso de parantes y travesaños, se
erigen en plena calle. Todos sus parantes y travesaños cubiertos de
oropel, de colores estallantes.
Con
figuras devotas y hasta con el retrato de algún santo, o lo que
adoremos en la casa: sea, por ejemplo, la fotografía de un ser querido
que no llega, que esté lejos, o ha muerto.
Que
rematan en una corona donde hay una canasta llena de pétalos de flores,
que se plantan en el centro de la calle para lo cual hay que remover
las piedras de los huecos que ya se tienen allí excavados, pero que
pasan todo el año disimulados con algunas piedras que hemos puesto
encima.
5. Rico en tonadas
¡Ah
los altares de mi aldea! Que cuando somos niños recién nos damos cuenta
que ya se armaron y están terminados cuando desprevenidos salimos a la
puerta de nuestra casa y los divisamos en lontananza.
O
cuando pasamos por una calle a oscuras, y vemos una antorcha encendida a
varias cuadras de distancia de nuestra casa bajo el telón entenebrecido
del mundo.
Ya
sea en el sector de abajo o ya sea en una estribación de arriba. O
hacia los costados en donde se asientan los barrios de Santa Rosa y
Santa Mónica.
¡Son los altares a nuestro Apóstol bendito que la devoción de la gente los erige!
Frente
a la casa en donde a partir de las doce de la noche hay un baile,
después de los rezos y jaculatorias; rico en aires, tonadas y giros
propios de la música de la región donde se asienta mi comarca.
6. Bordada en oro
Y
entonces, ¿qué representan? ¿Cuáles son sus motivos o imágenes? Puede
ser en la calle empinada y rocosa una carabela con sus olas agitadas. O
puede ser en el barrio de abajo la quilla altanera de la proa de un
barco que se empina, hacia lo alto.
Y
donde allí ya posa la efigie de nuestro patrón Santiago el Mayor, el
varón insigne cuyos huesos se dice que reposan en Galicia, en donde está
su basílica en la ciudad de Compostela, como el capitán infalible que
guía esa nave que es nuestro pueblo por ese mar proceloso.
O
ya puede ser, el altar alzado por los altareros, en donde está mi
padre, hecho de maguey o de carrizo, un avión o una nave espacial, hecha
de papeles de colores que traslucen su resplandor.
Y
en la parte más alta manejando el timón aparece el Inter” del Apóstol,
nuestro taitito, el Apóstol Santiago, vistiendo su capa “verde majestad”
o “rojo ritual”, bordada en oro y su bastón de peregrino invicto.
7. En el cielo morado
¿Qué
arte puede ser más consumado? Ninguno de las artes cultas, académicas y
canónigas. Este es arte popular empapado de fe de la gente sencilla y
de a pie, arte colectivo, arte basado en nuestras creencias, devociones y
cariños más puros.
¡Todas
estas son obras insuperables! Yo que me he embebido tanto en los libros
y en los museos, en los conciertos y exposiciones, que vivo a veces
enclaustrado en congresos y seminarios, nunca me he emocionado tanto
como al ver y dejarme fascinar por estos portentos que se dan de la
manera más natural en mi comarca nativa.
Y
expreso que no hay nada en el mundo en ningún sitio de la tierra que
pueda compararse en magia y donosura con esas obras del ingenio y del
alma de la gente sencilla. Esos son los altares y sus hacedores son los
altareros.
Y
así como son los altares hay otras expresiones maravillosas de arte de
mi pueblo y sus alrededores, como las andas en las procesiones de la
Semana Santa, que ya está cercana, o de las enjalmas de los toros en las
corridas, o de los globos encendidos que se elevan en el cielo ya
morado de las madrugadas.
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