viernes, 19 de julio de 2019

QUIÉNES SOMOS NOSOTROS PARA ENLODAR HONRAS POR UNA NOVELA, ¡QUÉ, HISTORIAS PEORES Y MÁS TERRIBLES LAS HAY! - POR SAMUEL CAVERO GALIMIDI


QUIÉNES SOMOS NOSOTROS PARA ENLODAR HONRAS POR UNA NOVELA, 
¡QUÉ, HISTORIAS PEORES Y MÁS TERRIBLES LAS HAY!
Por: Samuel Cavero Galimidi
      Hablar del discurso literario del escritor Manuel Ruiz Paredes en su novela Todo es posible, quien busca que el lector obtenga una vivencia, una lección de vida, dando cuenta de los peligros del uso de determinadas drogas, de consumo masivo, equivale efectivamente a poner en movimiento cierto número de ideas-fuerza, ideas que transforman las condiciones mismas en las que es posible estudiar la literatura. ¡A ellas me remito!
        Me llamó mucho primeramente el testimonio, en primera persona, del protagonista de esta novela al parecer ciertamente autobiográfica. ¡Lo que enriquece! ¡Una novela autobiográfica contada en primera persona, por todos los testimonios que da de su sanción, de su recuperación y tratamiento!  Me hizo recordar mis ansias locas de meterme en este mundo de Sendero Luminoso, y del MRTA en la selva peruana, para contarlo todo por dentro. En los años 80. A finales.  ¡Nunca creo fui aceptado! ¡Nunca me volví guerrillero, pero estaba preparado para ello, para enrolarme! ¡Pues ya llevaba casi 13 años de vida militar! ¡Y sabía manejar todo tipo de armas! ¡Pero lo mío no era la atracción por Abimael, por sus guerrillas, ni menos por el comunismo, sino por contarlo todo por dentro, como escritor! ¡Nada más! Fue así que entonces, haciendo de cambista de dólares, esto es real, viajé en plena de convulsión provocada por el MRTA, Sendero Luminoso y violencia criminalizada, yo iba y volvía de Lima hacia Huánuco, viajando en la Empresa León de Huánuco, Transmar o Lobatón, hasta lugares como Tingo María, Aucayacu, Pizana, Uchiza, Campanilla, Tocache. ¡Porque era muy joven, audaz, recientemente salido de las Fuerzas Armadas, y buscaba en realidad emociones muy fuertes! ¡Andaba peleado con toda la familia que nunca imaginaban me retiraría de la Aviación Militar, carrera muy bien apreciada por altas clases sociales en Perú y, por haberme tomado como supuesto senderista infiltrado, amargado, me hallaba divorciado de las Fuerzas Armadas! ¡Y creo que emociones muy fuertes y riesgosas las tuve, pero nunca fui enrolado! ¡Pero sí me hice pasar varias veces como MRTA para salvar la vida y eso me caos usaba mucha diversión, demasiada adrenalina, cuando hoy lo cuento! Por ejemplo, recuerdo la vez que viajaba todo un día desde Aucayacu a Uchiza. Nos llegó la noche. Seguí viajando, esa vez subido en una camioneta. Las carreteras en aquella oportunidad en esas vías no eran las autopistas de hoy, eran apenas carreteras afirmadas, con lodazales, huecos, terrenos fangosos. Fue así en plena noche se quedó atascada por el barro la camioneta. Yo era un viajero más. Un temerario aventurero, era yo. Así podría, muy bien, calificárseme. ¡No pudo avanzar más la camioneta, pese a que intentamos ayudar al chofer empujando! Nos dijo: “Bueno, hasta aquí llegamos”. “No podré sacar el vehículo hasta que, mañana, llegue un camión para jalarlo”. “¡Quién desea avanzar en la noche lo puede hacer, total Tocache está a  algo de 10 kilómetros!”. ¡Y así fue! El único que abandonó, con su mochila, la camioneta fui yo. La zona era totalmente peligrosa, oscura, alumbrada solo por la luz de la luna y las estrellas. Abundaban destacamentos del MRTA y de Sendero. Me puse a caminar en medio de la noche. Silbaba y cantaba para no asustarme.  En todo ese tramo aparecían perros y gatos de ojos luminosos que se me cruzaban. Los perros me ladraban mucho pretendiendo asustarme y al ver que yo avanzaba sin miedo se ponían a un lado de mi camino y yo seguía adelante. Luego, los pobres animales se iban, dejando de ladrar.  
       Fue así como a cinco kilómetros de camino se me presentó en medio de la carretera un grupo de hombres, no vestían como los del MRTA uniformes, tampoco llevaban armas solo tremendo palos. Y uno de ellos me dijo: “¿Usted es el camarada “Artemio”, compañero?” “¡Así es, compañero! ¡Aquí me tienen, recién llegando!”. Y lo dije más para salvar la vida. Ellos con toda tranquilidad me dieron la mano, me saludaron y me llevaron allí cerca, a unas chozas, donde me dijeron que hace pocos días había habido algunas incursiones militares desde Uchiza y Tocache. Y tenían algunos muertos. Me entregaron escrita a mano de los jefes militares que debía mandar matar, me dijeron además que en Campanilla había un comandante militar abusivo, que les cobraba demasiado cupo a los del MRTA. Yo, aprobé, en efecto, yo mismo estando en el pueblo de Campanilla había visto con mis propios ojos como personal de tropa del propio Ejército se coludía para que aquel pueblo fuese nada menos que un mercado abierto de venta de cocaína para los pasadores de droga. Y por allí abundaban incluso algunos colombianos, con cadenas de oro. Y todo era permitido en Campanilla, la droga se exhibía y vendía aquella vez a vista y paciencia de todos
      Cuando tomé el papel les dije: “¡No se preocupen, camaradas! Los de esta lista serán eliminados, por miserables, Vende-patria!” Ellos loaron por la lucha armada, luego me abrazaron y hasta me dieron unas provisiones de alimento, pues andaba hambriento sin haber probado nada muchas horas. Me dejaron continuar avanzando mi camino.  
     Fue así que avancé, como un iluminado en medio de la noche, caminé hacia Tocache devorando papitas y carne del monte soasada. Yo ya tenía la información que Tocache era un pueblo grande, muy militarizado, con toque de queda durante toda la noche como en Lima y toras ciudades, así que no iba a divisar ni las luces del pueblo mientras llegase, en plena noche.
    Avancé, más perros ladrándome, yo abriéndome paso. ¡Y claro, si de cadete de Aviación, donde volando se vive a diario al filo de la muerte, además como que había sido un rebelde justiciero, defensor de las injusticias cometidas contra cadetes y entre cadetes, esto que veía, perritos ladrándome, me daba en realidad mucha risa… ¡Y hasta pena! Me decía: Como yo, estos pobres perros del camino deben tener tanta hambre.
     En el camino yo ya tuve tiempo de deshacerme de aquel papel delator que me pudo comprometer. Y entonces cuando llegué a la altura de Tocache había un tremendo río y un puente custodiado por los militares que me impidieron el paso. ¡Les dije soy el Teniente FAP! Les di señas de ser realmente militar, a uno le piden el TIF,  y me creyeron. Luego, me dijeron: “Mi teniente, tenemos órdenes totalmente prohibidas de dejar pasar a nadie hasta después de las seis de la mañana”. Pero nosotros lo cuidaremos desde aquí, si gusta puede descansar por el embarcadero. Cuando me dirigí al embarcadero no había casas, ni hotel, solo el río y una enorme mesa. Fue entonces que me hallé con una tropa de perros furiosos que llegaron hasta mí intentando despedazarme. Ladraban furiosos.  Yo, sonriendo, les remedaba y hasta hacía como que los iba a atacar. Y los perros no se iban, pero tampoco llegó la tropa, desde sus puestos en el puente, a auxiliarme. Fue así que temiendo lo peor me subí sobre una mesa que había allí, que era probablemente para vender pescado o vegetales. Me quedé tendido sobre la mesa, en total silencio. Los perros se abalanzaban sobre la mesa. Yo, tirado sobre la mesa, me puse a mira la luna y las estrellas. Los perros comenzaron a retirarse. Me dejaron solo. Y entonces me quedé totalmente dormido. Cuando desperté un solo radiante casi me dejó ciego y había algunos niños que desde lejos me observaban cómo me despertaba, pensaban de seguro que estaría borracho. Me lavé la cara y crucé el puente metálico. El puente conectaba con Tocache. Y me convertí en un ciudadano más entre ese mar de comerciantes, militares, gente que nada sabía de mí, ni por qué había venido desde tan lejos.
    En verdad en Aucayacu a mí los cambistas me decían: “El gringo”. Aí me habían apodado.  Y se comentaba que yo era de la DEA. Yo, un soplón e informante de la DEA. La DEA nunca me contactó para nada. Era el primer gobierno de Alan García y el Perú pasaba por una honda crisis financiera e hiperinflación, casi como la de Venezuela.
      Fue así que, en mi último viaje a esa zona, pues yo era cambista de dólares, había vendido mi único patrimonio económico que entonces tenía, mi auto, a 5,800 dólares y buscaba por aquellas zonas comprar a menos precio los dólares y enterarme más de todo lo que ya se vivía.
      Vi muchas veces cruzar sobre mi vista helicópteros artillados. Avionetas con pases de droga.
       Vi en algunas ocasiones, cuando viajaba, llegaban miembros del MRTA a pedir documentos o pedir colaboraciones, comida a los camioneros, llegaban armados, pero por fortuna a mí nunca me interrogaron, ni me registraron. Llevaba escondido mi Carnet de Teniente de la FAP entre los calcetines, en la planta de los pies. Y no llevaba armas. Así que las numerosas veces que la policía me registró yo les enseñaba mi DNI y les decía que venía en misión de Inteligencia, y me dejaban pasar. Y cuando me hallaba en peligro, entre el pueblo, con gente desconocida, me hacía pasar como del miembro contrario.
     Mi gran desazón se dio cuando una vez un comandante de la Policía me mandó llamar. Me llamó severamente la atención diciendo: “Si usted no está en actividad ya, qué hace aquí. No teniente. Usted algo está haciendo. Lo averiguaremos. Así que su Carnet de Identidad queda requisado e informaremos a su comando, en lima, de su presencia por estas zonas en emergencia”. Yo le dije: “Nada tengo que temer ni perder, mi comandante; hace algunos meses que estoy en retiro, por mi voluntad; no estoy en falta al venir aquí, jefe, y como no tengo nada comprometedor ni antecedentes policiales, usted me deja irme”. ¡Y así fue!  Hizo una reverencia frunciendo el ceño: ¡Me dejó ir! ¡Sin mi carnet de Identificación!
    No quisiera contarles de los que me pasó en Aucayacu, un poblado cercano a Aucayacu. Donde se me esperaba para eliminarme, pues yo, sin saberlo, por mis continuas y repentinas llegadas a Aucayacu había sido confundido como un soplón y miembro de la DEA. Como yo volvía rápidamente a Lima no podían ellos eliminarme tan fácilmente. La manera más común era, en ese tiempo, un tiro en la cabeza y tirar ese cuerpo al río, para que se lo llevase y nadie pregunte por él.
      Al saberlo, por medio de una mujer a quien hoy le agradezco por salvarme la vida, una viejita comerciante, que se había hecho muy amiga mía en ese pueblo lluvioso, triste, donde ya comenzaban a abundar negocios ilícitos, prostitución, mucha droga, comercios informales, bares de mala muerte, y venta de dólares a precios más reducidos, que es lo que yo buscaba.
       Ahora bien, quisiera contarles cómo, gracias al apoyo de un hermano mío, quien llevaba una pistola Beretta, con dos cacerinas de balas de 9 milímetros, llegué a salvar mi vida. Mi hermano, militar, me acompañaba providencial y circunstancialmente. Pues él venía a ver qué posible negocio a futuro podría hacer, incluso comprar un terreno. En esa oportunidad allá estaban casi regalados.  
       Fue así que pudimos, ambos, esa vez, salvar la vida.  Escapamos a paso acelerado, volteando a cada rato hacia atrás, inmediatamente del pueblo. Un pueblo que desde que yo llegué ya me parecía que estaba maldito.  Sin hacer mucha luz huimos tomando un taxi a toda velocidad. Y no paramos tampoco en Tingo María, el pueblo más cercano, donde había mucha movilidad hacia Huánuco; así fue que, en el pleno camino, mientras viajábamos, nos cambiamos incluso de ropa. Para despistar y burlar a nuestros perseguidores. Este era otro bastión del Senderismo, del MRTA y de las drogas. Seguimos rumbo a Huánuco y Lima. ¡Y nunca más volví! ¡Porque mi cabeza, como he dicho, ya estaba pedida! ¡Tanto por el MRTA que sería un informante de la DEA, así por Sendero, al no cumplir el pedido que me fue hecho, y por los militares que ya me seguían, como sabuesos, mis pasos!
     ¡Y en Lima, muchas veces, tuve que cambiar de domicilios!
       ¡Pues siempre me tuvieron bajo la mira los grandes Servicios de Inteligencia Nacional, pues pensaban sería un escurridizo senderista o emerretista! Incluso en la Aviación, siendo cadete FAP, ganador del Premio Nacional de Novela “Francisco Izquierdo Ríos” de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas, ANEA, a tan solo 17 años, con el imaginario reconstruido de la vida de Abimael Guzmán en Ayacucho en mi novela publicada, retratándolo cual era, todos, al leer mi libro, hasta la prensa, pensaban que yo lo conocía.  ¡Nada más falso!
        Recuerden, y que quede muy claro, lo que yo siempre buscaba era la adrenalina (como un corredor de autos) para escribir más novelas. ¡La gran adrenalina de todo contador de historias! Buscaba las experiencias fuertes, duras, al borde de la muerte, como novelista que soy. ¡Soy muy insistente y perseverante con las realidades que nos desangran, como el que vivió el Perú en los años 80 y 90 en mis novelas con más de 40,000 muertos, que recrean la Lucha Armada, la Violencia Política y Social que vivió Perú! Quizá el insistir en estos temas, buscando la paz, el amor, la reconciliación de todos, así la fraternidad universal, es porque yo tanto insisto, con mis libros.
     ¡Esa espiritualidad y terquedad de escritor por la paz, sea, quizá, una de mis fortalezas y virtudes!
      Fui muy afortunado. En realidad, siempre la propia familia, mis padres en especial, han dicho de mí: “¡Samuel parece un gato techero, tiene siete vidas!”
      En realidad, las siete vidas creo que se me acabaron en mi niñez. Si más vidas tuviese, con lo gracia el amor de Dios, seguro que fuesen por lo menos 21 vidas. Mi padre que era médico director de hospitales siempre decía: “Samuel dudo que llegue a los 30 años, tiene una vida muy riesgosa y totalmente acelerada”. “Samuel de escritor, ya lo verán, se morirá de hambre”.
       Tenían razón, aunque no mi padre. Había salvado de morir varias veces.  Pues desde niño, si todavía les cabe la duda, yo cazaba moscardones, ratas, pericotes (como los que hay en la Política Nacional), y metía los cuchillos en los tomacorrientes hasta que se derritieran. Felizmente, nunca llegué a electrocutarme. Soy de gran temperamento temerario, audaz, investigador, defensor de la justicia y de la paz a donde voy; cuando veo una injusticia o algo incorrecto me araño, me transformo; soy peor que Laura Bozo; soy un pez sin miedo a nada, que nada contracorriente, ¡Ese soy yo!
      ¡Bien, ya les conté algo de mi apasionante vida, que en realidad en mis novelas no las suelo contar! ¡Y si las cuento, ya están procesadas en otras vidas! ¡Volvamos entonces a la novela del querido educador y escritor Manuel Ruiz Paredes, quizá de una vida más interesante y que en fue, con las drogas, más marginal, que la mía!
        Me llamó más la atención cuando en su novela editada y publicada por Ediciones Viernes Literarios, con Juan Benavente, nos dice el escritor y protagonista: “Salí de ese hueco llevándome diez soles de cada uno y supongo que se cansarían de esperarme porque nunca más volví”. (Pág. 27) ¡Y en verdad el protagonista-escritor sí vuelve, hasta se convirtió en pasero de droga y contumaz consumidor, vuelve entonces con más fuerza deleitándonos con el llamado morbo, la inquina que quizá es parte de esa fuerza que requiere un buen libro para motivar lo sigan y  leyendo, pero no da cuenta a sus lectores cómo lo trataron! ¡Si algo le hicieron o le perdonaron!  Pues, entiendo, quien violenta esta promesa (con la gente marginal) muchas veces (por ofrecer, mintiendo, de ir a conseguir la droga, prometiendo volver, y no vuelve, se escapa, los engaña) termina golpeado, expulsado para siempre o con la muerte. ¡Y nada de esto le ocurrió!
        En referencia a la estupenda novela Todo es posible del educador Manuel Ruiz Paredes que la leí, nada menos, en Costa Rica, a veces me pongo a pensar y me digo: ¿Quiénes somos nosotros para juzgar al autor en tanto personaje de una novela?    ¡La leí con la garganta anudada de ansiedad buscando la esencia de ese vacío existencial!  ¿Cómo juzgarla, si yo también viví en un hospital, cerca de cañaverales y jóvenes que se drogaban, en Trujillo; después de muchos años lo supe? Quizá algunos de esos protagonistas trujillanos sean hoy mis amigos y ex compañeros de estudios.  ¡Sí, además, dentro de la ficción cabe todo!
       Nos basta acaso con poner en contacto un alma con otra: la naturaleza misma de esas “almas dolientes”, del “autor-personaje” varía con las instituciones de palabra históricamente definidas que las hacen posibles para recrear, con gran verosimilitud, una vida de descontrol, de riesgos y experiencias temerarias con las drogas, que al final son, digo yo, como espejos de la realidad, lecciones de vida para los demás.
     Cómo entonces valorar con criterios moralizantes la aparente realidad, si además no es en lo esencial nuestra tarea hacerlo.  ¿Cómo valorarla con criterios de ser juez sin ser dios, sin esa carga peyorativa que podría hacer caernos en prejuicios o acusaciones? Si aparece el autor de una novela, como es nuestro distinguido Manuel Ruiz Paredes, siempre tan caballero, a quien no lo creía capaz de fumarse ni un pito de marihuana, donde además participa como personaje marginal.  Como en otras novelas quien resulta un asesino, ladrón, drogadicto, villano, en fin, no necesariamente lo es, o si lo es se escuda en la ficción. ¡He allí mi honda preocupación! ¡Fernando Vallejo, el escritor colombiano, con su celebrada novela La Virgen de los Sicarios sería hoy un consumado sicario, que no lo es, ni nunca lo fue!
   
    En la narración literaria del escritor se hace igualmente interesante reconozca él lo ya vivido. Para lograrlo Manuel Ruiz Paredes realiza un trabajo artístico y en sus últimas páginas de tinte sociológico y terapéutico. En relación con la historia ese trabajo artístico (porque toda novela es también un trabajo artístico) puede manifestarse incluyendo varias historias correspondientes a distintos personajes.
     En literatura, tanto el “mundo real” como el “mundo imaginario” son ficticios (de ahí las comillas), por eso, la terminología que se usa es mundo posible, ya que la literatura de hecho crea con palabras, a través de descripciones o sugerencias, un mundo que parece real y de la misma manera otros mundos que no parecen reales, pero todos ellos son creaciones literarias y, sin embargo, posibles.
     Me recuerda de algún modo a la novela Campos de fresas, de Jordi Sierra, novela donde su protagonista se adentra en el mundo de la noche y de las drogas. La actividad creadora y la experiencia del escritor Manuel Ruiz Paredes hunden sus raíces en esa memoria que, presa en los conflictos del campo literario, se ve sin cesar modificada por cada posicionamiento. Cada una de ellas posee su propia legitimidad con tinte confesional. Y cuando se habla de temas tan duros, tan reales como la drogadicción, que no es exactamente del narcotráfico, igual nos hiela la sangre, nos llama a devorar la novela para saber en qué termina, nos pone al final en la total duda sobre sí esto realmente sucedió o se lo contaron o se lo inventó. Y si sucedió, nos preguntamos absortos, cómo un maestro educador de un Colegio Militar pudo salir tan incólume, sin secuelas, y nosotros leer sin prejuicios su libro.
      La incertidumbre alcanza también a la extensión de ese dominio: En otros términos, ¿se va a tomar en cuenta el hecho literario en toda su complejidad. Si el verdadero objeto del estudio de la literatura, el que la justifica, es la interpretación de grandes obras, el analista ha de alejarse de consideraciones socio-históricas o psicológicas que se juzgan ajenas a lo esencial: la relación hermenéutica.
       Hay que comprender que el estudioso de literatura se encuentra atrapado en una situación muy riesgosa, delicada que, además, como es cualquier droga, crea dependencia adictiva. El de contar un doloroso hecho que le costó un proceso incluso de recuperación terapéutica y psicológica me parece interesante y novedoso. ¡Le otorga un cariz de gran verosimilitud con nuestra ya espantosa y caótica realidad que vivimos en muchas ciudades!
        Para ser legítimo en la institución académica nuestro escritor santiagochuquino, liberteño, Manuel Ruiz Paredes, debe reivindicar las normas dominantes en materia de investigación asumiéndose como actor de su propio drama y después como sanador; no obstante, para fundar su autonomía necesita rechazar que esas mismas ciencias humanas y sociales tengan derecho a ocuparse de su objeto por el cosificado. Pareciera que al final la novela de Manuel Ruiz Paredes busque ser un libro más de carácter moralizante, preventivo para el uso de las drogas, que se alza desde el inframundo para decirnos: ¡Basta; hijo, hija, no te metas en las drogas!
      Quizá además se haga posible una “lectura sociológica” de esta obra, la misma que nos alejaría de nuestra esencia de escritores y probablemente nos llevaría a otros caminos relación hermenéutica que se me antoja inagotable.
      Pierre Bourdieu no cejó en denunciar la relación “ilusoria” e interesada que mantendrían los especialistas de literatura con las obras, en especial novelas como las de el gran educador Manuel Ruiz Paredes con su libro Todo es Posible, contraponiéndole el “verdadero” saber del sociólogo, capaz de objetivar su propia práctica. El problema es que, a fuerza de querer disipar esta relación ilusoria, se acaba recusando incluso el estatuto de la literatura en la sociedad. El hombre de letras debe legitimarse como parte de la sociedad, de garantizar la memoria y los valores colectivos. Lo quiera o no, forma parte de la vida cultural y de la enseñanza. De nada sirve entonces imaginar que, por medio de este libro obtengamos menos gente con drogas, pues los hay por miles por las calles, plazas y ciudades; el fin moralizante y educador es desgraciadamente utópico, aunque se lo proponga el autor como educador y escritor. Pero si este libro, lo digo de corazón, puede llegar a ser un Best Seller por el tema y la valentía del escritor que la escribe.  Hace falta nada más que llegue a los grande públicos y foros. Y su autor, puede igualmente ser un gran líder de masas, un líder espiritual, coach como educador y hombre de experiencia en la vida. 
 
Escritor Samuel Cavero Galimidi


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