Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
Mientras alistaba mi equipaje, los corrales de la manada de Tupucancha iban perdiendo sus contornos en la tenue claridad de la aurora.
A las cinco de la mañana todo estaba preparado para viajar a Chiquián por Navidad. Al poco rato apareció por el cerro colindante mi abuelita Catita, reflejando honda tristeza en su rostro. Había salido de madrugada a buscar a Laura, una borrega preñada, muy querida por ella, que la tarde anterior se perdió en la neblina.
Los minutos pasaban sin señales de Vilka. Preocupado por mi amigo trepé una mole de piedra desde donde podía dominar la parte norte del bosque de rocas. Para mi asombro allí estaban: Laura y Vilka, frente a frente, suspendidos en un alero del peñasco vertical que besaba el cielo. Ninguno de los dos podía avanzar, ni retroceder, menos dar vuelta en la estrecha senda; un traspié y la muerte era la única salida para ambos, cincuenta metros abajo.
Epílogo:
Recordando las palabras de papá en los años de mi infancia: Vilka nació en las montañas de Escocia. Llegó de cachorro a Chiquián, la madrugada del 4 de agosto de 1959 en el camión azul de la familia, acompañando a 5 jóvenes alpinistas suizos y a su dueño, un veterano instructor escocés llamado Graham Duncan.
Después de tres días de aclimatación en Jircán, los 5 alpinistas enrumbaron a pie hacia la cordillera huayhuash, asistidos por porteadores de Llamac y acémilas. El cachorro y el longevo instructor se quedaron en Chiquián. En el ínterin mi papá invitó al instructor Duncan a conocer Tupucancha, pues tenía que recogerme al término de mis vacaciones escolares de medio año. Vilka acompañó a su amo y se quedó para siempre.
Después de 10 días de encierro en Lima y Chiquián, además del largo viaje desde Escocia, Tupucancha resultó siendo un vergel para el peludo visitante acostumbrado a vivir en libertad. El viejo instructor, viendo feliz al cachorro en los hermosos pastizales de Tupucancha, rodeado de gente amable, comida sana, puquiales cristalinos, riachuelos cantarinos y cerca de la laguna de Conococha, decidió dejarlo con mi abuelita Catita y los pastores, con la condición de que lo cuiden y lo quieran como a un miembro de la familia.
La esperanza de vida de los cazadores y rastreadores de su raza (Golden Retrivier), es de 10 a 12 años. Vilka murió a los 14 años de edad sin dejar descendencia. Todos los perros pastores de la manada eran machos, al igual que Nerón, fornido labrador negro de Puscayán que visitaba Tupucancha con mi tío Pablito. El cariño y el cuidado que le dieron a Vilka, además del aire puro de Tupucancha, contribuyeron a darle una vida más larga que sus congéneres Golden Retriever de otras latitudes. La tumba de Vilka está al pie de los farallones rocosos de Shajsha.
Los Golden Retriever son muy inteligentes, sociables y cariñosos, les encanta correr, nadar, jugar, saltar al aire libre y pasear a campo traviesa, sobre todo junto a los niños y adultos mayores. Mi abuelita lo bautizó como Vilka, por su estampa de hidalgo y el oro de su abundante pelaje. Vilka es la castellanización de la palabra quechua willka, que significa sagrado.
JAKE, "tataranieto" de VILKA,
en las montañas de Gatlinburg, TENNESSEE.
(15 JUN 2021)
con tambores de paz, no de guerra,
sin armas letales, ni nefastas teorías,
sino con enseñanzas que da la Sierra.
Son los abuelos los que dan cálido abrigo,
con sus relatos telúricos de dulce trigo,
marcando con sus huellas el camino,
que iluminan el andar campesino.
Por eso, así como el arroyo hermano,
acompaña día y noche al caminante,
dándole a su cansancio una mano,
y el agua para su sed errante.
También así, en la puna peruana,
se cosechan lecciones de vida,
que siembra la Naturaleza:
en el alma y la cabeza.
Nalo Alvarado Balarezo 15651
Fuente:
Relatos de la Puna de Nalo Alvarado Balarezo.