martes, 14 de enero de 2020

14 DE ENERO: CREACIÓN DE LA RESERVA ASHANINCA - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
 
ENERO, MES DE LA DEFENSA DE LIMA
DEL NACIMIENTO DE ARGUEDAS, HERAUD
Y LOS PARADIGMAS DE MACHUPICCHU
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO


 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL


 
*****
 
14 DE ENERO
 
CREACIÓN
DE LA RESERVA
ASHANINCA



FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
BOYEROS
DEL
UCAYALI
 
LA CAPTURA DE TRONCOS
PARA HACERLOS MADERA EN LOS ASERRADEROS


DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
1.
Viví en la Amazonía durante todo un año, trabajando como profesor en el Colegio Nacional Genaro Herrera de Contamana, en el Ucayali.
Muchos hechos me sorprendieron y maravillaron, allí donde el río es inmenso, tanto que parece un lago, por lo ancho; en donde de pie a su vera la otra orilla es apenas visible como una hilera de hierba o de pasto en la lejanía, cuando en verdad son árboles gigantescos los que en sus riberas crecen.
En esta estancia una épica que contemplé y que viví, y que es una historia que nunca la he visto ni oído contada, es la proeza de una habilidad suprema, en verdad una gesta heroica e inédita, propia de una región grandiosa y callada, como es la que se realiza para atrapar los troncos de madera que vienen por el río.
Una hazaña propia de un gigante dormido, silencioso e indestructible como es la Amazonía; en donde todos los males de la tierra se ensañaron e hicieron mella, pero ninguno ha podido destruirlo, que ha soportado el genocidio más infame, radical y extremo de la historia.
Que ha soportado una guerra de agresión constante. Y que ha sido capaz de salir adelante, soportado el enquistamiento de una clase social oligárquica; la más parásita apátrida y explotadora de la tierra, poseedora de todas las taras y que sigue aún más infame y ladrona que nunca.
2.
La épica a la cual me refiero es la captura de troncos que navegan hace meses para hacerlos madera en los aserraderos apostados a la orilla de cada pueblo del Ucayali.
Troncos que son arrojados a miles de kilómetros de su lugar de destino, arriba en el Alto Ucayali; y que viajan por el río durante meses, a tal punto que algunos echan ramas y aparecen como árboles inhiestos que flotaran, y hasta conforman un bosque, puesto que del tronco flotante han brotado varios árboles recientes.
Y vienen también cargados de líquenes, de musgos y de helechos; de nidos de aves en su copa; con su flora y su fauna propias. De loros y ardillas; y de animales que han hecho allí sus madrigueras. De víboras que anidan, como si fuera ese un mundo estable para sí mismas; sin que nadie se los mueva, se lo quite o se los mude; pero que esta noche tendrán que saltar y buscar otro suelo y otro cielo o refugio.
Vienen los troncos verdecidos de raíces, tallos o bejucos. Que parecen torres, barcos, toros, delfines; animales antediluvianos.
Y esta fiesta de la caza o la pesca de los troncos de los árboles que navegan por el río Ucayali, o el rodeo de los árboles que llegan por el río Ucayali al aserradero de los Avenzur, de los Panduros o de los Salles, a orillas del río Ucayali, es lo que ocurrirá esta noche.
3.
Son árboles que han navegado meses por el río, y llegan como una manada de búfalos, o de toros bravos y salvajes
Sus dueños, que son los propietarios de los aserraderos, calculan cuándo van a llegar los troncos que están marcados con sus siglas y de todos modos con sus señas y sus signos, para que no haya confusiones con los de otros empresarios.
Cuando ya van llegando contratan hombres, cuáles son los indígenas boyeros del Ucayali.
Pero a veces estos viajeros de hace meses llegan de noche, como esta vez. El aserradero siempre está en un sitio a la orilla del río, y la fuerza de las aguas ayudan como dificultan que se los sojuzgue a esos grandes e inmensos cuerpos.
Cada tronco es una fortuna. Y ahora están llegando en la noche.
Si se pasa un milímetro no hay fuerza en el mundo que los pueda hacer retroceder. Es como la fuerza de gravedad, que no podemos esperar que se detenga o se altere un momento.
Hay troncos que pesan tres o más toneladas y vienen hasta con árboles encima. Pero más que el peso del tronco es la fuerza de las aguas.
 
SE APAGAN
CON LA LLUVIA
LOS CANDILES


 
Danilo Sánchez Lihón
 
1. Almas
nómades
 
– ¡Boyeros! ¡Ya la palizada está cerca! ¿Ya? ¿Todos listos? ¡Al agua!
Carneticéis boyeros hacen el primer impulso hacia adelante. Y dan el primer paletazo del remo de sus canoas en el agua turbulenta.
Se apagan con la lluvia los candiles, y hasta la mirada se empaña por los azotes y ramalazos del agua en el cuerpo y en la cara que ciega los ojos.
– ¡Qué mala suerte llegar la mijanada de palos esta noche en que la lluvia arrecia y en sombra tan tupida!
– ¡Y con esta tremenda tormenta!
Es noche lóbrega y tenebrosa. La lluvia arrecia y los hombres ponen toda su atención en oír, palpar, imaginar en dónde puede haber un tronco en la anchura silenciosa de todo el vasto río.
Hace meses que la vida de los troncos de los árboles en el río ha sido atravesar libres por lugares ora tranquilos ora turbados.
A veces estar dando vueltas en los remolinos. Retorciéndose con las curvas, dobleces y giros. Y, a veces, quedar extasiados por un tiempo, varados en alguna orilla. Hace meses que su vida es indomable, libre, salvaje. Hace meses que son almas nómades y solitarias, vagando en medio de la corriente alucinada.
 
2. No se divisa
nada
 
Los boyeros desde hace días han avistado la llegada de los troncos de árboles echados al río, en la primavera pasada. Y que recién ahora se acercan a la playa del aserradero en el barrio de los Aragones, situado en la parte alta del pueblo de Contamana.
Para eso se ha convocado a los mejores hombres, la mayoría indígenas. Y, a quien dirija el rodeo, al maestro Shanti. Si no, ¿a quién más? A él. ¿Quién tiene ojo para divisar en lo más intrincado de esta tormenta incluso lo que hay al fondo del agua? Solo él, ¡el maestro Shanti lo puede!
Es noche tupida y en cada canoa, al principio, apenas hay una linterna que titila con el viento y la borrasca. Y luego se apaga, con la lluvia con los rayos y los truenos.
Es ya pasada la medianoche, cuando la oscuridad es tan cerrada que parece un muro, y latigazos de negrura que golpean el rostro. Y no se divisa nada, cuando están llegando los troncos.
Cuando entrar al río es como entrar en un túnel, donde la oscuridad es una masa física con la cual uno se topa. Que parece una pared. Y se alzan los brazos como queriendo separarla, y abrir esos ramalazos de bosque. Y uno marcha de costado y manoteando lo que sea. Es lo oscuro que tapa y lo cubre todo.
 
3. Selva
adentro
 
– ¡Ahora, boyeros, aunque empapados! Tapen sus oídos a la tempestad y la lluvia. Que nadie la oiga, solo atentos al latido y a la respiración de los troncos. Cada quien espere el suyo. Atentos a cualquier rumor o zumbido que venga desde dentro del agua.
Esta es una prueba de habilidad suprema, de arrojo y de valentía, como de intuición y coraje.
Donde cada madero tiene el diámetro de dos metros y el largo de nueve, que vienen a travesando todas las fragosidades del río que se contorsiona en meandros de miedo y en devoradoras muyunas.
Y hoy es cuando en la noche tenebrosa luchamos con esos mismos troncos que han viajado por el río Ucayali durante meses. Desde que fueran arrojados al agua, en el Alto Ucayali, y que son principalmente de la madera más fina.
Cuando sería una desgracia que un solo árbol se nos escapara. Son miles de soles que cuesta uno solo. ¡Ah, eso no nos lo perdonaríamos nunca! Sería perder una millonada de plata, pero más sería perder el honor. Y una afrenta para nosotros.
Hay aserraderos que han quebrado solo por perder uno solo de ellos, puesto que para ubicar un árbol de madera fina hubo necesidad de enviar brigadas que partieron selva adentro, otras que tumbaran y cortaran los árboles. Otras que los sacaran a orillas del gran río, y otras que los botaran ya marcados a las aguas. Es mucha la plata invertida.
 
4. Sacarlos
a flote
 
Ahora hay compañeros que se alejan a todo lo ancho del río, dejándose llevar por las aguas, separándose a lo largo de su cauce, haciendo una cadena a fin de no perder ningún tronco, atentos y vigilantes al más leve rumor, zumbido y el reventar de los soplidos del agua.
Apenas brille y se apague alguna burbuja blanca alrededor del madero para advertir que es él. que llega después de nueve meses de haberlos arrojado al cauce de la corriente del majestuoso Ucayali.
Solo nos orientamos por el ruido o el murmullo del tronco que zumba en la corriente como una abeja reina perseguida por un tábano, o un moscardón atrapado dentro del agua.
Solo nos guiamos por el instinto de sentir bajo nuestros pies o en los nervios algo que aceza y que se acerca.
Pero hay troncos que vienen debajo de la superficie, que se han hundido. A ellos, entonces, ¿cómo atraparlos? Hay que zambullirse, lacearlos en el fondo y sacarlos a flote llevándolos a la ensenada del aserradero.
 
5. ¡Aquí
está!
 
 
Por eso:
– ¡Boga! ¡Boga! ¡Boyero!
¡Y no dejen escapar a ninguno de esos toritos!
Y avanzamos en la noche sin luces ni candiles pues ninguna flama arde con esta lluvia y con este viento.
– ¡Ohé! ¡Boyeros del Ucayali!
Solamente orientándonos con nuestras voces que se dejan oír entre trueno y trueno
Apagadas por breves instantes, cuando el boyero capitán da la orden, que es el instante preciso para no dejar pasar los troncos de la palizada en la noche sideral.
Pero tampoco lanzarnos segundos antes, de tal modo que no podamos sostenernos en la corriente que pugna por arrastrarnos.
– ¿Ya?
– ¡Aquí!
– ¡Aquí llega! ¡Aquí está!
– ¡Ya lo cogí, al primero!
– ¡Hurra!
– ¡Aquí va! ¡Es este!
 
6. Noche
oscura
 
El primer madero cogido ha sido enlazado por el viejo Shanti. ¿Quién más? Y, ¿cómo lo sabía? ¡Ahí está pues! ¡Viejo bufeo! ¡Viejo baqueano! ¡Boyero bien experimentado es!
Quien inmediatamente le ha echado un lazo y ha dejado que el tronco avance unos metros echando espuma, corcoveando en el agua de sentirse privado de su libertad de hace cientos y miles de años.
Y moviendo la paleta debajo del agua lo hace avanzar y lo arrima por dónde él quiere, divisando las luces parpadeantes de algunas casitas que permanecen pendientes en la orilla.
– ¡Voy al aserradero! ¡Déjenme pasar!
Allí llega y lo fija, exactamente en el lugar en donde es una cabecera de playa, a partir de la cual se alinearán otros troncos inmensos como este.
Es de noche y la luz del candil apenas titubea en la esfera lóbrega. Pero uno de los maderos ya ha sido arrimado y puesto en la orilla asignada.
– ¡Ahí viene otro!
Pareciera que se viera, pero es noche oscura.
 
7. Quedándose
dormidos
 
– ¡Denle paso! ¡Denle paso!
– ¡Este está embravecido!
– Ya lo tengo a este también. Es el 81.
– ¿Cuánto mide?
– ¡Doce metros!
– ¡Asu!
– De ese su sitio es más abajo!
– Y ha echado ramas el bandido.
– Trae un bosque encima con sus nidos de pájaros y de víboras.
Ahí viene otro. Felizmente a este tronco, que no hay de dónde enlazarlo, le ha tocado un buen boyero.
– He tenido que arrojarme al agua, bucear en la oscuridad y enlazarlo, teniendo que voltearle un poco, para anudarle la cuerda. Y con la cual jalarlo.
– ¡Bravo! ¡Bravo!
Hay trajín en el atracadero, donde hay una fila interminable de troncos que se remueven impacientes, donde unos crujen y dance vuelta impacientes. Que se acomodan, que quieren hundirse y buscar una escapatoria para seguir bogando. Y que al final terminan quedándose dormidos.
 
8. Nadie
parpadea
 
– ¡Boga! ¡Boga! ¡Boyero!
– ¡Yo también aquí traigo el mío!
Dice el Shego contento de dominar a otro recio tronco que apenas levanta sus narices del agua.
– ¡Avancen otros hacia esta banda!
– ¡Por ahí! ¡Por donde no se crucen!
– ¡Alalau! ¡Este sí qué es inmenso!
– ¡Qué grande es este torito!
– ¡Lacéenlo! ¡Lacéenlo! ¡No lo dejen pasar!
– ¡Lancen la cuerda!
– ¡No lo dejen pasar!
– ¡Mira que por ahí se desliza otro!
– ¡Cuidado, que ese se ha torcido!
Nadie parpadea. Ni siquiera cuando tiene ya a su tronco prisionero y amarrado.
 
9. Se canta
y se baila
 
– ¿Ha escapado alguno?
– ¡Ninguno!
– A todos los hemos atrapado.
– ¡A todos!
– Entonces, ¡bravo!
– Faltan solo dos que vienen de pie y lejos. Nadie, ni de día lo ha podido ver. Para ellos hemos asignado a Beni y a Baro.
– ¡Está bien! Buenos cholos son.
Es la noche de don Shanti, y ningún árbol se ha pasado. Todos han sido recogidos y yacen enfilados en el aserradero.
Eso somos los boyeros del Ucayali. Se han recuperado los ciento dieciséis troncos. Hay alegría, se canta y se baila.
Hay confianza, hay amor propio entre los concurrentes. Y se canta y se baila.
Y por momentos se exclama:
– ¡Ohé! ¡Ohé! ¡Boyeros del Ucayali!


EL ORIGEN
DE LAS FRUTAS
Y ALIMENTOS


LEYENDA AMAZÓNICA


 
Danilo Sánchez Lihón

1. Sobre todo
sus ojos

Al principio de los tiempos la gente comía la tierra que de a poquitos la escogía de las orillas de los arroyos, de las lagunas y los ríos.
Aderezaba ese légamo con los primeros y rústicos condimentos y especies que se iba escogiendo y separando las distintas especies de hierbas que crecen entre las piedras, probando a utilizarlas sin que hicieran daño ni se muriera la gente. De todo eso el hombre iba haciendo su comida.
Después aprendió a saborear las hojas de las plantas y los árboles. Y hasta aprendió a descascarar las cortezas y probarlas como alimento. Porque los árboles aún no daban frutos sino solo follaje y ramas haciendo más intrincado, tupido e impenetrable el bosque.
Hasta cierto día en que una madre juntó tres piedras e hizo el primer fogón en el suelo para cocer las hierbas que en ese tiempo se comían. Y esto mismo enseñó a hacer a su única hija de larga cabellera, de airoso torso y de rostro muy agraciado, sobre todo de ojos oblicuos de ninfa y sirena.

2. Agua
del río

Con el pasar de los días vio que su primogénita todo el tiempo permanecía sentada en aquel sitio de la cocina cerca al fogón sin despegarse del suelo.
Hiciera lo que hiciera, hablara lo que hablara, pensara lo que pensara y soñara lo que soñara, no se movía de ahí.
Estar así hizo que la madre se preguntara:
– ¿Por qué mi hija de este sitio no sale y ni siquiera se mueve?
Y volvía a preguntarse a sí misma:
Todo el tiempo está aquí sentada, y hasta aquí mismo se queda dormida.
La madre se puso a observar minuciosamente cada detalle. Pero nada exterior aparentaba ni justificaba que ella aquí se quede y permanezca todo el tiempo.
Hasta que, sin saber dar explicación a esta inquietud la madre manda a su hija con engaños a traer agua del río.

3. Una
puerta

La orden que le da es que llene de agua tres barriles que hay afuera de la puerta de la casa.
Pero, para eso le da una vasija agujereada, a fin de que el agua por allí se derrame.
Y de ese modo se demore en llenar los recipientes dándole a ella tiempo de ver y examinar qué hay o qué sale del sitio donde ella se sienta.
– Anda al río con esta vasija y llena estos tres barriles hasta el borde. ¡Anda! ¡Anda! –La impele a ir.
Entonces cierra la puerta de la casa y barre el sitio, pero no encuentra nada. Entonces, con una barreta y una lampa empieza a cavar en el lugar donde su hija se sienta.
Llega a cierta profundidad y allí descubre que hay un hueco que da hacia otro mundo.
Descubre que es una puerta para comunicarse con un lugar mucho más bello, pródigo y fecundo. Un reino espléndido, maravilloso y extrañamente iluminado.

4. Husmea
inquieta

Se trata de un paraíso escondido, con huertos bañados por un inmenso río y árboles como no los hay en este mundo.
Regresa y se queda esperando para ver quién sale o aparece por este orificio.
En eso ve que se desliza una enorme culebra que empieza a oliscar buscando algo hasta llegar al hueco que da a la cocina de su casa.
La madre disimula como puede. Además, porque su hija ya termina de llenar los tres barriles de agua y va a entrar a ocupar su sitio de siempre.
Pronto vendrá a sentarse otra vez y a no moverse en el lugar que la madre acaba de descubrir que es una puerta hacia el subsuelo lleno de encanto y prodigio.
Y rápidamente piensa qué hacer ante lo que acaba de descubrir.
Y sin vacilar vacía la olla de agua hirviendo que hay a la mano en el fogón, y que da justo en la cara de la culebra que husmea inquieta esperando a su compañera de siempre.

5. Fuera
de sí

La culebra desaparece emitiendo silbidos horrendos.
Al instante se presenta la hija quién le reprocha a su madre por su crueldad, diciéndole:
– ¿Qué has hecho con mi marido que grita de dolor? ¿Cómo has actuado de ese modo, mala madre?
– ¿Cómo? ¿A quién llamas marido? ¿A una culebra?
– Sí. Lo es. Y de él ya estoy embarazada. Y voy a tener un hijo.
La madre se horroriza. Monta en cólera, y le incrimina:
– Jamás reconoceré que ese hijo tuyo sea mi nieto.
– ¡Tendrás que hacerlo, puesto que ya es un hecho!
– ¡Nunca! ¡Lo juro por mi vida!
Y cogiendo una leña del fogón que allí ardía, grita fuera de sí:
– Antes, ¡quemaré entonces esta casa!
Y así lo hace.

6. Quiero
verte

La casa arde y el fuego restalla hasta extinguirse la última caña brava de que está hecha, acabando con el último vestigio que allí había.
Y la madre desamarrando su canoa huye espantada río abajo.
La hija ya cansada se duerme cerca a los rescoldos de la casa incendiada.
Esa noche en el sueño de la muchacha aparece su marido diciéndole:
– He venido a despedirme, ya nunca volverás a verme.
– ¿Por qué? Acaso, ¿vas a abandonar a tu hijo que tiene que nacer?
– Es imposible juntarnos. Ahora hay una muralla de fuego entre tu mundo y mi mundo.
– Entonces, ¿qué será de mí, sin ti, sin mi madre y sin casa dónde vivir?
– Tú no te muevas de este sitio. Vuelve a levantar tu casa. ¡Porque aquí todo lo vas a tener!
– Pero, ¿dónde estás? ¡Yo quiero verte!

7. Toda hambre
 fue saciada

– No puedes. Es imposible. Pero aquí, en ese sitio, va a nacer un árbol. Ese árbol es nuestro hijo y yo me convertiré en sus raíces. Es el árbol de las frutas y de la comida. Coge cada rama y plántalo en el suelo y verás que nacen plátanos, que son los dedos, las manos y los pies de nuestro hijo.
Nacerán mangos, papayas y melones, que son la cara, la frente y el mentón de nuestro hijo. Nacerán yucas, camotes, frejoles que son los brazos, las piernas y los dientes de nuestro hijo.
Nacerán pijuayos, ciruelas, ungurahuis como son los ojos, la nariz y la boca de nuestro hijo. De cada cogollo brotarán zanahorias, zapallos y lechugas, que son el corazón, el hígado y los riñones de nuestro hijo. Y así, planta todo lo que nazca de este árbol porque todo dará frutos buenos que son alimentos que se extenderán por todos los confines.
Y así fue. De ese árbol también se desprendieron las plantas medicinales que curan nuestras heridas. Las aves y los animales nacieron también de ese árbol a partir del cual ya nuestros antepasados y gentiles no comieron greda ni limo, ni légamo de los arroyos, lagunas y ríos. Y así toda hambre fue saciada sobre la faz de la tierra.
 
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