Danilo Sánchez Lihón
1. Las vuelo,
pero en sueños
– Chapita, ¿y cómo sabes acompasar las cometas sin saber volarlas?
Le
pregunto viéndole mover ligeras las manos morenas, midiendo el
cuadrante y corriendo los nudos, el día en que pedí permiso a mi madre
para ir a buscarlo.
– ¡Yo sí las vuelo! –Me dice.
Le
miro a los ojos y no dejo de observar también el cajón de madera con
ruedas en que anda metido porque las piernas las tiene tullidas y
paralizadas.
– ¿Dónde las vuelas?
– En sueños.
– ¿Cuándo duermes, entonces?
–
No. Las vuelo de a verdad cuando las acompaso, cuando tiemplo los
hilos, ajusto los zumbadores, amoldo los carrizos y pulso la cola que es
cuando siento que estoy volándola, y vivo ese momento con la sensación
muy clara en mis manos de la cometa que se eleva.
– Pero, en realidad, ¿alguna vez las volaste desde algún sitio?
– Nunca. ¡Si desde que nací no he podido dar un solo paso! Ni siquiera ponerme de pie.
2. Nadie
como él
El
Chapita vive metido en un cajón de madera de cuatro ruedas. Es de mi
edad y sus ojos negros en su piel morena son inmensos y lentos. Y tiene
unos mechones que le salen por la nuca delgada.
Él
es un niño que no puede caminar. Ni tampoco jugar. Pero nadie como él
para acompasarlas cometas, para ponerles el tamaño y el peso exacto de
la cola.
Nadie
como él para afinar los trompos que sangaretean y no pueden bailar
haciéndoles danzarines con sólo darles un golpe preciso en el clavo.
Nadie
como él para suavizar las tejas que tiramos en la rayuela haciéndolas
que al caer, después de un salto, queden parejas y perfectas.
Nadie
como él para torcer los mejores alambres con que nos ponemos a rodar
los aros por las piedras haciéndolos saltarines y hasta dar brincos
graciosos.
Casi
todo el día se queda en su habitación, que es un corredor clausurado en
donde se arruman trastos viejos, mientras su mamá ayuda en algunas
casas lavando ropa, pelando mote o moliendo tinajas de maíz en el batán.
3. Un maestro
sabe
No
tiene papá, pero sí un hermano mayor a quien una mañana dos policías
han llevado preso porque el rastro de harina robada desde un almacén
llegaba hasta la puerta de su casa.
Ahí
se detenía el reguero y ya no pasaba más allá, en donde está el camino
de pencas hacia los caseríos altos. Por eso, los culparon. No indagaron
más, sino que apresaron a su hermano. De esto hace algún tiempo, y todo
porque son pobres.
Cuando
lo capturaron mi padre se acercó hasta el juzgado y le dijo al juez que
quería dejar como constancia la palabra de quien había sido su maestro
de escuela, hablándole así:
– Aseguro que el joven es inocente.
– ¿Tiene pruebas?
–
Lo sé porque ha sido mi alumno y conozco bien lo que es capaz de hacer
una persona que ha estado bajo mi cuidado. Estoy convencido que él nunca
robaría nada a nadie.
– Esta cometa puede ser de cielo. –Me expresa repentinamente ensimismado.
– ¿Qué es eso? ¿Hay cometas de cielo y de tierra? –Indago.
– Sí. Son raras las de cielo, pero hay.
4. Desaparecen
en el firmamento
– ¿Y cómo se las conoce?
– No se puede saber. Pero esta, ¿quién te la hizo?
– Mi papá, y yo lo ayudé.
– Puede ser de cielo.
– ¿Será?
–
Nadie sabe. El valor de lo que tienes lo conoces cuando lo pierdes. Por
ejemplo: tú no aprecias lo importante que es caminar, correr, tener
equilibrio. Si te falta, como a mí, ahí entonces recién te das cuenta de
lo valioso que es.
– ¿Si es de cielo y se va?
–
Has perdido una joya. Pero sólo se sabe cuándo se va. Y sólo allí te
das cuenta del inmenso tesoro que has tenido entre tus manos.
– Y, cuando se va ¿en qué se nota que era de cielo?
–
Cuando se arranca el hilo, las cometas de tierra caen a la tierra
cabeceando y en picada, o mansas como pájaros heridos; pero las de cielo
no caen, suben más alto, se van hacia arriba al infinito, desaparecen
en el firmamento.
5. En silencio
mira mi cometa
– Pero yo he visto que todas caen.
– Todas no, porque de miles que caen hay una que se eleva.
– ¿Y qué valor tiene una cometa de cielo?
–
¡Mucho! Es como tener un padre o una madre, si es que lo conservas; le
pides algo y se desvive por dártelo, si es bueno. Háblale y entonces te
entiende, busca dar una solución a tu problema y hasta puede hablarte.
Ella te protege y cumple tus promesas.
– ¿Has acompasado alguna cometa de cielo?
– Hasta ahora nunca.
En
silencio mira mi cometa; y luego se agacha, los mechones de pelo se
entrelazan en su nuca escuálida. Y así se queda un buen rato en
silencio, como si meditara.
Luego,
mueve sus dedos tirando el hilo, midiendo, haciéndolo girar de punta a
punta. Lo afila entre sus uñas y hace unos nudos finos que luego
refuerza, amarrándolos a las muescas de los carrizos que sobresalen.
6. Ulula
el viento
– Prométeme algo. –Me dice de repente
– ¡Sí! –le digo.
–
Cuando la vueles piensa en mí, pero fuerte piensa en mí, si es posible
pronuncia mi nombre: ¡Chapita! ¡Chapita! ¿Me prometes? –Y mirándome con
sus ojos negros siento que me ruega.
– ¡Claro! Te prometo. Pero, ponle la cola.
– Tu cometa no necesita cola.
– ¡Chapita! ¡Nunca he visto una cometa sin cola!
– Esta no necesita.
– ¿De a verdad?
– ¡Sí! Pero no te olvides. ¡Piensa en mí!
Las
cometas en Santiago de Chuco se elevan desde algunos promontorios bajo
los cuales se deslizan los ríos calmos o turbulentos, pero arriba en lo
alto ulula el viento.
En
La Piedra Bruja vuelan los del barrio Santa Mónica y San Cristóbal. En
el Cerrillo, frente a Huacapongo, los del barrio San José. En Chaychugo,
los del barrio Santa Rosa. Y en Cruzgay, los del barrio de Andaymarca.
7. Cartas
de amor
Se
las vuela desde lomas que quedan sobre los precipicios. Y las cometas
se alzan sobre el vacío que hace la hondonada, con peñones donde habitan
los cernícalos, las vizcachas o los zorrinos, sobre neblinas
fantasmales que se elevan enredándose en los arbustos, ¡sobre turbiones
de aguas cristalinas y heladas!
Y son como luces de colores, notas de esperanza sobre los abismos.
Por
eso, al lado del que está volándola actúan los ayudantes de campo:
dando hilo, desenredando, ayudando a detenerlas. Uno o dos son
escribanos, provistos de papel, lápiz y goma, tensos y apurados como
quienes tienen que enviar consignas a un frente de guerra o cartas de
amor decisivas para un encuentro o una despedida.
Puesto
el mensaje, se corta el papel hasta el centro, se lo coloca en el hilo
de la cometa y se lo vuelve a pegar en los bordes cortados.
– Va correo. ¡Va correo! –Se grita.
– ¡Suéltalo! ¡Que vaya!
8. Sobre
los abismos
Y empieza a elevarse, zumbando el papel convertido en misiva o consigna en torno al hilo.
Allí dice:
– Comunicar si hay personas en peligro.
– ¿Quizá, alguna oveja vaga perdida por los barrancos?
– ¿Viene alguna avalancha del río?
– ¿Alguien se despide por los caminos?
En
agosto las hondonadas, los bajíos y el cauce hondo de los ríos se
cubren de neblina o sombras donde sobresalen los verdes de los
eucaliptos y las chacras de alverjas.
Más arriba reverbera el amarillo de los campos de trigo o cebada y los rojos y violetas de las flores de los cerros.
Hacia las cumbres todos los matices se entremezclan con el azul del cielo infinito.
Las cometas se elevan desde cualquier peñón sobre esos abismos.
9. El fucsia
de las flores silvestres
Desde
allí la caída de los cerros cubiertos de breñales es empinada, por
donde se arrojan los suicidas con gritos y silencios más cortantes que
esas piedras filudas, sea porque la suerte del destino les jugó mal los
dados, sea alucinados por alguna locura o delirio de amor.
¡Y
nuestras cometas son esos faroles de luz y de gracia sobre esos
despeñaderos de espanto! Son manantiales de agua elevados en el confín
del cielo azulino que se da a beber a quienes arrojaron sus vidas y sus
almas vagan y penan perdidas por esos infiernos.
Esa
tarde de agosto sobre el promontorio de La Piedra Bruja, el amarillo de
los rastrojos, el fucsia de las flores silvestres de los campos y el
añil del cielo, hacen del mundo otra cometa sobre la cual nosotros
viajamos dormidos o de pie.
En
la curva varios niños entrecierran los ojos tratando de divisar hacia
lo alto entre los cirros y cúmulos que parecen vellones de ovejas que
balan estridentes, sus "pandorgas", sus "pavas cantoras", sus "estrellas
de seis puntas", o sus "barriletes" luminosos.
10. El hilo se enreda
en los arbustos
Sopla
un viento suave, pero intenso, y los niños juegan cara al sol que se
oculta por estos cerros. Hacia el fondo, por la cuesta de tierra
endurecida por los pasos de tantos siglos, hombres y mujeres con sus
pollinos cargados suben o bajan camino a Pueblo Nuevo, Huayatán, Los
shulgomos.
Varias cometas bogan a ratos sobre el telón de los arreboles o los retazos de cielo azul.
Cuando
llegamos, dos cometas caen, una cabeceando y la otra desfallecida y ya
completamente yertas. Al final se voltean hacia tierra con la cola que
culebrea lánguida mientras el hilo se enreda en los arbustos y pencas y
se tiende invisible en la hierba de los prados.
Sus
dueños han corrido ladera abajo saltando los cercos de suganes y
resbalando en la alfombra de esas flores violetas llamadas "Rostros de
Cristo", que ensangrientan las manos y que crecen tupidas al ras de los
campos junto a los tréboles y las plantas de anís, a cuyas ramas nos
agachamos para arrobarnos aspirando su aroma.
11. Dando brillo
a los alfalfares
Mi
cometa es un "cambucho" de dos pisos, forrada de papel rojo, amarillo,
azul y verde intensos, intercalados con resonadores arriba y hacia los
costados.
Templado
el papel con gotitas de agua de lluvia que he esparcido con una rama de
alfalfa y he puesto a orear bajo el sol a tal punto que cada lámina
pegada de papel parece la cuerda afinada de un violín.
Sus
colores encendidos concuerdan con el violeta y los añiles del paisaje,
con las nieblas que se elevan del río y el naranja y rosa del contorno
que hace el cielo en el perfil de los cerros.
Me estremezco cuando pienso en lo alto que estará en relación con la hondonada del río que desde ahí se divisa.
Es
una tarde de agosto en que el sol está frente a nosotros haciéndonos
lagrimear los ojos y dando brillo a los alfalfares, como a los
jacintos y margaritas de los prados; dorando los caminos y desflecando
entre los árboles las neblinas de la quebrada "Las Guitarras".
12. Zumba
como una mariposa
Es
tan bello el mundo, y quizá lo siente mi cometa, que tengo que
sujetarla con las dos manos porque se agita queriendo escapárseme.
Apenas mis ayudantes de campo –quienes son mis hermanos y mis primos
pequeños– anudan el primer carrete de hilo, cuando ya está en el aire,
briosa, lozana, llena de hermosura sin par.
La dejo más suelta y se balancea con ímpetu y gallardía. Pienso en el Chapita, como me lo ha pedido.
Zumba como una mariposa que sale de su capullo, tensa y ligera. Y ya está lejos con el viento y sobre lo profundo.
Le
doy más hilo y ya está recortándose arriba sobre el perfil de los
cerros, más arriba de esa línea que hacen las montañas y que tiembla en
donde se une el planeta tierra con el cielo, mientras el carrete gira
loco en el suelo.
Pronto,
ya está danzando de un lado a otro, como una muchacha que juega, como
un ave o un pensamiento que se esfuma, pero entre las nubes.
13. Al borde
de la tierra
– ¡Más hilo! ¡Pide más hilo!
Atan
mis hermanos y primos dos, tres carretes más y la cometa ya está muy
lejos, haciéndonos señas como un ser querido que cumple cabalmente su
destino, pero desde una dimensión lejana, distante e inasequible.
Otra
vez pienso en el Chapita y lo veo en su cajón con ruedas. Entre tanta
maravilla se me fija el cartílago tenso y a la vez fláccido de su nuca,
sus dedos enfermos, sus piernas entumecidas y sin vida.
– ¡Se va a romper el hilo!
Ha cortado mis manos el hilo con una fuerza que no puedo ya sujetar. Tira y tira. Corro casi al borde de la peña.
–
¡Dale más cuerda! –Escucho que me gritan los muchachos que ya están
pendientes de mi cometa. Mis hermanos se desesperan al verme al borde de
la tierra.
– ¡No te vayas a caer! ¡Mira el suelo! ¡Regresa! –Suplican
– ¡Ya no tengo más hilo! ¡Se va a romper! –Rujo y bramo.
– ¡Párala en la tierra! ¡Párala! ¡Pisa el hilo con tu pie, sin soltarlo de las manos!
14. Y
la he perdido
– ¡Pero jala! ¡Jala demasiado!
– ¡Cuidado! ¡Cuidado! –Me advierten dando alaridos.
Dicho
y hecho, latiguea el hilo y veo culebrear su delgado filamento en el
aire, como una hebra de sol e ilusión que se corta. Vuelvo los ojos
hacia arriba, la cometa hace dos esguinces en el aire y en vez de bajar
sube como si le dieran el hilo que pedía.
– ¡Se arrancó el hilo! –gritan.
– ¡Pero no cae! ¡No cae!
– ¡Más bien sube! –repiten.
Es cierto, cada vez se eleva más y más en el cielo con un vuelo parejo. Ya apenas la vemos más allá de las nubes.
– ¡Miren! ¡Se ha roto el hilo y esa cometa no cae! –exclaman los presentes.
Ahora es apenas un puntito de sangre o de luz en el firmamento.
Yo me quedo en silencio.
– ¡Era de cielo! –Me digo a mí mismo– ¡Y la he perdido!
15. Sus ojos
llenos de lágrimas
Caminando
de regreso quiero ir a decirle al Chapita que la cometa era de cielo,
pero cerca de las primeras casas escucho que alguien me llama desde
lejos:
– ¡Fredy! ¡Fredy!
Es el Chapita que impulsándose con un movimiento de su cuerpo que hace desde dentro del cajón.
Y echa a correr todo lo que puede el carrito de madera que se precipita por la pendiente. Y así avanza emocionado.
– ¡Tu cometa es de cielo! ¡Es de cielo! –me grita aún desde lejos.
– ¿Sí?
– ¡Es de cielo! –me repite con el rostro iluminado.
Ya cerca le digo:
– Y, ¿cómo lo sabías?
– Porque le pedí una promesa y se ha cumplido. –Me mira con sus ojos llenos de lágrimas.
16. Era
de cielo
– ¡Ah! –le contesto enternecido.
– ¡Mi hermano ha salido libre de la cárcel! ¡Ya no está preso! ¡Ya llegó a mi casa!
– ¿Y tanto le pediste a la cometa? –le pregunto.
– ¡Sí! –me dice– Puedes pedirle hasta ser millonario ¡y se cumple!
– ¡Qué bueno entonces! –Y lo abrazo.
– Y, ¿dónde está?
– ¿Quién? –le respondo intrigado.
– ¡Tu cometa! –indaga ansioso.
–
Se fue –le digo–. ¡Ya no está! No cayó. Se elevó más pero ya sin hilo.
Se perdió por el sol. Ya no pudimos mirarla porque nuestros ojos
empezaron a lagrimear. ¡Es cierto, era de cielo! Y si es así como me
dices, vino a cumplir aquí una misión. Y lo ha cumplido.
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