domingo, 24 de enero de 2016

24 DE ENERO: CÓMO ES LA VIDA, ¿NO? - FOLIOS DE LA UTOPÍA: POR ESO HA VENIDO A LLEVARTE - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN


 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2015 AÑO
DE LA DEFENSA DE LA VIDA
Y DEL PLANETA TIERRA
 

ENERO, MES DE LA DEFENSA DE LIMA
DEL NACIMIENTO DE ARGUEDAS, HERAUD
Y LOS PARADIGMAS DE MACHUPICCHU
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO
 

SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL
 

*****
 
NO ME ES POSIBLE ESCRIBIR

No me es posible escribir
Sin recordar
Por lo menos tu nariz padre César
No me es posible enterrar tu perfil
En una rima y nada más. El fulgor
Que pone en marcha mi esqueleto
Y tiñe mi sangre de rojo
No viene de las estrellas
Sino de ti padre César
Tú que ayunabas noche y día
En este mundo pero te nutrías
De universo ¿cómo hiciste
Para convertir tu sollozo
En pan de todos tu desesperación
En agua pura?

JORGE EDUARDO EIELSON
 
*****
 
24 DE ENERO
 
 
CÓMO ES
LA VIDA,
¿NO?
 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA

 
POR ESO
HA VENIDO
A LLEVARTE
 

Danilo Sánchez Lihón
 
Hoy 24 de enero del año 2016 ha fallecido en Chimbote Javier Castillo Mendoza, hijo de mi madrina Margarita y de mi padrino Carlos. De acuerdo a la tradición de mi tierra él viene a ser mi hermano de pila bautismal. La siguiente semblanza no es acerca de Javier sino del día en que en Santiago de Chuco se enterraba a su mamá, cuando Javier apenas tenía dos años de edad.
 
1. Esta
vez
 
Terminado el ensayo de hoy día 19 de junio de 1951, preparándonos para el desfile del 28 de julio en que competiremos para obtener el gallardete de Fiestas Patrias, corre una noticia como un reguero de pólvora: Ha muerto la Profesora Margarita Mendoza de Castillo, directora de la Escuela de Mujeres 272, esposa de nuestro director, don Carlos.
¡Ha muerto la profesora Margarita!
¿Cómo? Allí recién supimos que había sido operada en Trujillo y había vuelto a Santiago de Chuco muy delicada de salud. ¡Y ha muerto!
Nuestro pueblo yace ensombrecido. La tristeza y la congoja invaden nuestros corazones.
No hay un solo sonido estridente. Todo es tristeza lacerante, desconsuelo y dolor profundo, como un Viernes Santo. Caminamos como sombras, pisando levemente el suelo.
Esta vez nuestro plantel escolar enfila por la misma calle por donde ensayamos los desfiles, pero nuestra actitud no es la de adalides sino la de víctimas compungidas.
Asistimos al entierro de quien, no siendo de nuestro pueblo, se quedará para siempre entre nosotros.
Han llegado sus familiares desde Trujillo. Y delegaciones de alumnos y profesores de otras ciudades.
 
2. Tanto
dolor
 
La Misa de Cuerpo Presente se realiza en el atrio de la iglesia, al frente de la plaza. Nunca antes el altar de la iglesia ha salido hasta fuera del templo y quedar frente a la plaza, llena de una multitud aglomerada y compungida.
Asisten todos los planteles escolares con sus cuerpos docentes, estos en actitud solemne y vestidos de oscuro. Y el alumnado con sus uniformes de gala, llevando coronas de flores. Las niñas más pequeñas de vaporosos vestidos blancos. Y prendidos a los uniformes hondos crespones negros.
Todos los centros educativos están ya emplazados portando ramilletes de flores. Es un mar de coronas, hechas de rosas, gladiolos, crisantemos, claveles y azahares.
Los niños del campo portan flores silvestres, de aquellas que tienden sus corolas desde el borde de los caminos.
Nunca hemos visto tanto dolor en la gente sencilla, tanta identificación de hombres y mujeres con un ser que realiza su labor de manera apartada y silenciosa, una maestra de escuela.
 
3. Paso
a paso
 
Desfilamos con nuestra Banda de Guerra en silencio, pendiendo de cada instrumento banderolas negras y nosotros con un brazalete de luto en el brazo.
En este momento se alza el ataúd en lo alto donde pareciera que se bambolea a los sones de una banda de músicos que toca una marcha fúnebre que estremece el alma. Y parte el cortejo.
Don Carlos va detrás del catafalco con dos de sus hijos mayores que lleva de la mano: María Cristina de ocho años, bella y llorosa como un lirio del campo. Felipe de seis años y medio, cejijunto, con los ojos hundidos y las mandíbulas apretadas en un rictus de melancolía suprema.
En la casa de la abuela Cipriana se han quedado Manuel de cinco años, Inés de cuatro, y Javier de apenas dos añitos. Don Carlos, como un junco que quisiera doblegarse va paso a paso, soportando el cierzo, como una roca batida por las olas, o una bandera que intenta arrasar la tempestad y la borrasca.
Es un entierro solemne. Ya el ataúd está en el Alto de San José y las escuelas aún están apostadas en la plaza sin poder desplegarse.
 
4. Que
el viento mece
 
El sacerdote con sus acólitos ya ingresan al cementerio y no han empezado los centros educativos ni siquiera a iniciar la cuesta, mirando hacia lo lejos el largo cortejo que sube la pendiente en una hilera doliente.
Ya aquí, en el cementerio, lo atravesamos pisando retamas y sunchos que crecen entre las tumbas, porque la maestra Margarita, presintiendo su final, le pidió a su esposo ser enterrada en lo empinado de una peña.
Y así se ha cumplido, escogiendo el único peñasco que hay en el cementerio, pero que da a la hondonada del río, en la parte de atrás, no hacia el pueblo, habiéndose cavado la tumba en plena piedra, en el flanco posterior del camposanto, en un lugar solitario de belleza íntima, arisca y salvaje.
Y ahí estoy, de pie, al lado del catafalco, mientras recogen las cintas, retiran los ornamentos, y se empinan los hombres con voces guturales para introducir el ataúd en el nicho cavado en la roca, embargado yo por la pena.
Porque desde aquí se mira el paisaje más prodigioso de la tierra, los verdes cercos de penca, los tunales y magueyes, las casitas en medio de las chacras de habas, alverjas y alfalfares. El tenue amarillo de los campos de trigo y cebada que el viento mece.
 
5. La vida,
¿es así?
 
Me da pena que sea tan hermoso el mundo y la vida. Y nosotros tan quebradizos, que algún día ya no podamos contemplar ni podamos ver lo lejano como tampoco lo minúsculo.
A este abejorro que ronda haciendo resonar sus élitros, como a la flor del alhelí que en este camposanto hace flotar con el viento sus pétalos.
Me da pena este ramillete de flores ingenuas que entrelazo entre mis manos y oprimo a mi pecho, con sus colores estallantes que hacen más hondas y más hirvientes mis lágrimas.
Me da pena que a quien entierren ahora sea a mi madrina, quien me alzó para que el sacerdote empapara mi cabeza con el agua de la pila bautismal.
Quien cada vez que me encontraba me cogía de la mano y me llevaba consigo, sacando un nuevo caramelo de su delantal, a fin de dármelo.
Cuando se inclina a mirarme me hace abrir la boca, para ver si es cierto que ya he terminado el confite anterior.
La vida, ¿es así, en cuanto cesa y se acaba?
 
6. Su amor
mil veces
 
Regresar del cementerio es doloroso cuando se deja en él para siempre a un ser querido, viendo los campos en flor con los frutos cargados ya en las espigas de maíces y trigos. Por eso, ¡pobre maestro don Carlos!
Regresar del cementerio de Santiago de Chuco es peor, porque este se empina en una colina desde la cual el crepúsculo se desgarra en esmeraldas, amatistas y zafiros en el horizonte inescrutable.
Y nos duele contemplarlo, y nos duele que ya no lo pueda ver el ser querido que ahora hemos dejado y yace inerte en esa colina, expuesta a todos los misterios e incógnitas de lo bello y verdadero. Por eso, ¡pobre maestro don Carlos, mi padrino!
¡Cuánto debe haber llorado y sentirse estremecido en las noches solitarias y compungidas! ¡Cuánto debe haberse confesado ante ella y vuelto a declarar su amor mil veces!
Ahora, en su casa, sus hijos lo sienten levantarse en la noche y salir rumbo al cementerio. Lo siguen hasta cierto punto, porque es temible el sueño de los muertos.
Lo único que hacen entonces es soltar a Vidú, el perro fiel que oliscando su rastro corre en dirección del camposanto, hasta volver al amanecer con los ojos llorosos y enrojecidos, igual que su amo.
 
7. Mares
embravecidos
 
Hoy ha venido don Carlos y lo hemos recibido en el patio entonando la canción: “Oh buen Jesús, clemente y amoroso”.
Después de enjugarse los ojos con un tembloroso pañuelo blanco, ha dicho:
– Quiero agradecer a todo el plantel en general, y a cada uno en particular, por su solidaridad, porque me siento acongojado en el dolor, pero fortalecido por el cariño de todos ustedes, tanto alumnos como maestros.
Sus colegas, los profesores también tienen lágrimas en los ojos. Entonces, en nombre de los alumnos habla Helí Miñano, diciendo:
– Sabemos que su dolor es inconsolable, pero queremos prometerle, señor director, que conforme es su deseo este año ganaremos el gallardete en el desfile, en honor a Ud. y en memoria de la inolvidable y querida maestra Margarita, que Dios lo tiene ahora en su gloria. ¿Lo prometemos compañeros?
– ¡Sí! –Gritamos todos, queriendo atravesar con nuestro grito y decisión los mares embravecidos de la muerte, para que ella nos lo oiga.
 
Epílogo
tenaz
 
Y así ha sucedido: el desfile de este año, de parte de la escuela, ha sido apoteósico. El veredicto del jurado por unanimidad ha sido a favor de nuestra escuela, el Centro Viejo.
Y es que todos hemos puesto el alma por obtenerlo en memoria de la maestra Margarita y en mérito de nuestro director, quien nos ha dado el honor de ubicar a la escuela como el astro rutilante en la educación de toda nuestra provincia y de otras provincias del Perú.
Hoy día 24 de enero desde Carolina del Sur su hermano mayor Carlos Felipe Castillo Mendoza, escribe un texto titulado “Remembranza póstuma a mi hermano Carlos Javier” donde expresa lo siguiente:
Estoy seguro que esa sonrisa dulce y tierna al morir, fue porque al cerrar tus ojitos para irte de este mundo, los volviste abrir para encontrarte con el rostro santo de nuestra madre Margarita y de papá Carlos, ella tenía una deuda contigo, fuiste el último de sus cinco hijos que menos disfrutó de tu presencia en vida; por eso ha venido a llevarte para estar contigo y  darte todo lo que ella no te dio, lo tenía guardado para este día, … Hay regocijo y fiesta en el cielo, nuestros padres te acunan en sus brazos, como el día en que naciste.
 
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