jueves, 28 de octubre de 2010

EL CONSULTORIO (CUENTO) - POR ADDHEMAR SIERRALTA NÚÑEZ

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EL CONSULTORIO

(Cuento)


Una descripción singular de lo que ocurrió en un consultorio médico nos relata Addhemar H.M. Sierralta.

El agua se deslizaba en la pared tapizada con paneles cerámicos grises, caía lentamente como la marcha de los pacientes de la tercera edad que habían acudido esa mañana al consultorio. El silencio, solo rasgado por el caer acuoso cual catarata dormida, era sorprendente. Cada cierto tiempo una auxiliar con voz debilucha y pronunciando los nombres, como niña de transición miedosa, llamaba a cada paciente para conducirlo a dejar su muestra de sangre, pasar rayos X, tomarse ecografía, hacerse una mamografía o simplemente pasar consulta con el médico de turno.

La cierta musicalidad del agua corriendo por la pared causaba un efecto terapéutico o tranquilizante entre quienes habíamos acudido al consultorio. Quizá la poca comunicación entre los concurrentes se debiera a que el centro médico estaba dedicado a los exámenes de prevención y a tratamientos oncológicos. Y es sabido el temor que el cáncer infunde entre todos en la actualidad.

Por lo menos, entre los pacientes, había dos féminas de las que se pudiera decir potables. También silenciosas y una vestida de negro. La casualidad se daba porque yo también estaba con ropa negra.

Al costado un veterano –el único locuaz- comentaba con un tipo de ascendencia oriental que le habían indicado tomar muchos vasos de agua y caminar antes de una prueba a la que sería sometido. Salvo unas pocas palabras esporádicas el silencio primaba en esos momentos.

Para decir verdad los rostros de los pacientes –probablemente el mío también- eran “caras de circunstancia”, como hubiera dicho mi abuela. Es decir de una seriedad inusual y hasta de preocupación. No era para menos, a alguno o alguna podrían darle una noticia poco agradable y no deseada.

Por un momento el ruido de la catarata artificial me fue adormeciendo. En qué tiempo estuve. Hasta hoy no podría decirlo. Lo que si recuerdo es que los rostros circunspectos y adustos se habían transformado : unos en sonrisas, otros en tristeza y algunos pocos en llanto. El veterano pelo blanco y caminante sonreía, le había dicho que su tumor era benigno. El descendiente de oriental estaba con preocupación, muy serio. Recibió la noticia que debía hacerse exámenes más precisos. La dama de negro salió con una sonrisa de oreja a oreja y parecía disfrazada de bruja alegre para la fiesta de “Halloween”. Obviamente tuvo buenas noticias. Pero una pareja de japoneses jóvenes lloraban abrazados. A ella le habían diagnosticado cáncer de mama. Un tipo bien trajeado y algo petulante sentado a mi costado mostraba un rostro muy triste. Después supe que le dijeron que su mal era del páncreas y tenía poco tiempo de vida.

De pronto me sacaron sangre y pasé a rayos X. Me citaron para dentro de tres días. Pensaba en mil síntomas habidos y por haber. Erupciones, lunares, dolores diversos. Qué cara tendría, triste o sonriente. Me miraba en el espejo. Estaba con una bata verde y me veía cómico, panzón, cabello plateado, por lo menos tenía tres días antes de la consulta.

De pronto desperté. Era el único en la sala de espera. Señor, me dijo la auxiliar vestida de rosado y con un rostro sonriente, es hora de cerrar, agregó… y mis análisis, pregunté… se los enviamos a su correo electrónico ayer. Salí de inmediato a la oficina –puesto que tenía que regresar allí antes de ir a casa- fui a la computadora para abrir mi correo y buscar los resultados.

Al abrir el e-mail me indicaban lo siguiente : usted ha salido bien de los análisis, mantenga el cuidado de su salud y lo esperamos el próximo año para su examen periódico.

Lo real fue que ahora si me despertaron, pero en mi casa, mi esposa me dijo :

- Vamos apúrate y levántate que tienes cita en el consultorio temprano. No tomes desayuno para los análisis.

- Ya me los hice.

- Debes haber estado soñando. Ya apúrate.

Salimos al poco rato y llegamos al consultorio. Entramos y subimos al segundo piso. Había una pared gris que era tan alta como dos pisos, tapizada también en cerámica gris, y por ella se deslizaba cual catarata lenta, agua y más agua con un sonido musical. Los pacientes que esperaban eran los mismos que había visto anteriormente. Por lo menos, pensé, ya se los resultados de todos y me puse a observar sus rostros detenidamente.

Fuente:

TIEMPO NUEVO

Addhemar Sierralta

Año 2 No. 101

Miami, 24 OCT 2010

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