domingo, 9 de agosto de 2009

PALLASCA RESTAURA TEMPLO DE "SAN JUAN BAUTISTA"

Foto: Padre Rolando Ortega Arias
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PALLASCA: UNA SOLA VOLUNTAD
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Pallasca se ha convertido en una sola fuerza, una sola voluntad. Los pallasquinos, hombres, mujeres, niños y ancianos, allá en nuestro pueblo, están poniendo su cuota de apoyo por la restauración de nuestro templo.
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La Operación Matogroso está contribuyendo técnica y profesionalmente. No solo contribuye, en esta primera etapa, al restablecimiento del techo de la Iglesia de San Juan Bautista, sino -en buena cuenta- está dejando escuela: preparando especialmente a los jóvenes.
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Es bueno reconocer, que prácticamente todos están asumiendo el compromiso de proteger el más importante monumento histórico de Pallasca; incluso aquellos que mostraron indiferencia, oposición y acaso mala voluntad.
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Anoche (jueves 6 de agosto) el párroco de Pallasca, Rolando Ortega, emocionado nos contó lo apoteósico en que se ha convertido la gesta pallasquina en favor de su templo mayor. Nos alegra sobremanera.

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Repetimos lo que hemos dicho más de una vez: ¡sentimos orgullo de ser pallasquinos!. Pero no debemos olvidar una cosa: todos debemos sumarnos, dando nuestra cuota. Pallasca nos necesita y no debemos fallarla.

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Aún falta dinero. Que cada una de las familias pallasquinas en Lima y otras ciudades se comprometa a depositar en la cuenta de ScotiaBank en soles (1933396) un monto de acuerdo a sus posibilidades.


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Del Portal de Pallasca
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PALLASQUITA LINDA
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No es difícil llegar a Pallasca
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Supone, en primer lugar, soportar unas horas de viaje más o menos duro a través de una carretera de tierra que parte desde Chimbote. Un poco más arduo (pero gratamente inolvidable), si el viaje se hace entre diciembre y marzo, porque hay que empaparse con una lluvia relativamente inmisericorde con todas las contingencias que ello acarrea.
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Supone, en segundo lugar -una vez que el vehículo está pasando por Llaymucha (claro, después de haber subido por la "Cruz de Maguey"), advertir más allá, la presencia de un manojo nutrido de techos rojizos -que, a manera de saludo y bienvenida, parece que sonríen con el candor y la timidez de una pastora con roja "lurimpa", como pidiéndonos que avancemos.
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Aquí es cuando la emoción nos embarga y, como alguien dijo alguna vez, comenzamos a sentir que realmente un corazón cuelga y palpita en nuestro pecho. Ahora -resulta casi irremediable- las lágrimas se convierten en la más elocuente y sublime lluvia de nuestra alma.
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A continuación nos sentiremos prendados de aquella incontrastable belleza, en una suerte de amor a primera vista. Es que ya estamos llegando a Pallasca!

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Ya en la ciudad, encontramos una placita cuadrada -casi vacía en los días de semana pero densa y bulliciosa los domingos y días de fiesta- en cuyo centro una hermosa fuente derrama agua por el elevado surtidor que es, en realidad, la representación escultural de un cisne rodeado por los brazos de un infante (el "negrito de la pila"); y en la esquina que da al noreste, una iglesia colonial construida a mediados del siglo XVII, que vista de cerca es chiquita pero cuyas torres se agigantan con la distancia y crecen aún más cuando sus campanas repican llamando a misa o doblan anunciando alguna muerte en el pueblo. Al frente: el Palacio Municipal, reconstruido después de su destrucción por el vandalismo de delincuentes terroristas.
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Y, por cierto, en Pallasca están también las callecitas angostas, empedradas algunas y desnudas otras, por las que nadie pasa sin intercambiar un saludo: "Buenos días don Rómulo", "Buenas tardes, doña Eulalia". Porque, naturalmente, son calles hechas para juntar a las gentes, no para distanciarlas.
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Ahora, si levantamos la mirada (no hace falta levantarla mucho, porque el cielo está ahí nomás) se advertirá la presencia de un azul infinito por donde lerdamente se desplazan unas blanquísimas nubes que le ponen una nota de paz y dulzor a este paisaje de acuarela. Unas besan al “Chonta” /la montaña más elevada del pueblo) y otras, como bufanda, envuelven al “Parihuanca”, el coloso liberteño que también nos vigila.
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Llegar a Pallasca es, finalmente, encontrarse con niños, hombres y mujeres que en un principio pueden parecer huraños pero pronto se muestran como realmente son: hospitalarios en grado sumo; lo que, sutilmente, obliga a los forasteros a quedarse en su corazón y no poder ni querer desprenderse. Y para que esto ocurra no hace falta (aunque no sería demás) el ritual de bañarse en el manantial de "Aguaytoro", o beber un sorbo de sus escasas pero límpidas aguas, porque ello acontece en forma espontánea y natural, como todo aquello que brota de los buenos sentimientos.
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Por la ubicación de su Plaza de Armas y el declive de algunos de sus principales barrios y calles ubicados en los flancos norte y sur, para la fértil imaginación popular la apariencia de la ciudad se asemeja a una alforja que estaría montada sobre las ancas de un cuadrúpedo; de ahí que socarronamente, se le haya asignado el irreverente pero no mal intencionado apelativo de "Alforja del diablo", aunque, claro, no ha faltado quien sobre la base de la misma apariencia le haya otorgado el piadoso pero menos imaginativo título de "Balcón del Cielo", que también es usado en otros pueblos.
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No es, ciertamente, lo uno ni lo otro, pero no cabe duda de que Pallasca, la ciudad de los "chupabarros", está a solo un paso del Edén. Muestra de ello es la apacible campiña de Tambamba, el paisaje sin par de Pambahua y Cruzmaca, la hondura de ensueño de Kuymalca, los imborrables paisajes de Shindol, Tucua y Culculbamba, el frescor casi helado de las noches en el Tambo; las madrugadas venturosas de mayo y la poesía romántica de las tardecitas de junio...Y más, mucho más.
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Don Moisés Huerta ("Don Moshe") el inolvidable fotógrafo del pueblo, supo certeramente retratarlo, no con aquella vetusta cámara que le permitió capturar las más disímiles imágenes, en blanco y negro, de la gente y los paisajes, sino con un par de palabras -resumen de emoción, imaginación y cariño- que nosotros repetimos aquí, añorando el aroma tibio de la panizara y la belleza escarlata de la cantuta: "Pallasquita linda".
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“Balcón del Cielo”, “Pallasquita linda”” o “Alforja del Diablo”. Como usted quiera llamarla. La verdad es simple:
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Pallasca es un pueblo culto y hospitalario. Admirado a muchas leguas a la redonda. Probablemente con algunas carencias materiales, pero rico en vigor, buena voluntad y esperanza...y algo más: alegría. Esa alegría que, llena de esplendor, retoza detrás del toro de trapo”; zapatea, ebria de música y orgullo en las “luminarias” de la fiesta patronal; excita el entusiasmo colectivo en los trabajos de la República y ha logrado que, más que una socarrona ironía, el mote de “chupabarros” sea un estímulo y acicate para procurar la satisfacción de las necesidades y mirar hacia delante con optimismo y dignidad.
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Pallasca es Pallasca
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Un pueblito de la sierra ancashina, bello, saludable y acogedor, por sus paisajes infinitos, por su clima y por el calor imantado de su gente, que es capaz de atraer al más distante de los humanos, convirtiéndolo en huésped perpetuo de su corazón.
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Esto es Pallasca: ¡UN SENTIMIENTO!

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Fuente:
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Información: Cortesía del escritor Bernardo Rafael Álvarez
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