FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
DONÓ
FORTUNA
Y VIDA
Danilo Sánchez
Lihón
1.
Portando
la
bandera
Alfonso Ugarte tenía 32 años
cuando se desató el conflicto que enfrentó al Perú y Bolivia con Chile en el
año 1879. Había nacido en Tarapacá el 2 de agosto del año 1847.
Era un empresario y hombre de
negocios eficaz, dedicado a la comercialización del salitre. Y como tal un
personaje acaudalado que anhelaba que el transcurrir de los días fueran tranquilos,
laboriosos y útiles.
Estaba a punto de emprender un
viaje de vacaciones a Europa cuando redoblaron los tambores y resonaron los
clarines de guerra. Y se desató el conflicto, cuando el 4 de abril del año 1879,
Chile declaró la guerra a Bolivia y al Perú.
Ante estos sucesos canceló su
viaje y se quedó a afrontar la situación por la cual iba a atravesar su patria.
No buscó un pretexto ni
subterfugio para eximirse del compromiso y del más duro de los trabajos, cuál
fue el fragor y la turbulencia de la guerra.
No eludió después su propio
holocausto, el 7 de junio en la defensa del Morro de Arica, portando la bandera
y alentando a sus soldados.
2. Discernir
lo bueno
De ser un hombre próspero pasó
a ser un aprendiz en la milicia. De ser una persona atildada y elegante se
convirtió en un peón y un artesano de vituallas. De su refinamiento de hombre
de mundo, pasó abruptamente a asumir su preparación como soldado. Y pronto se
convirtió en un guerrero insigne y en un héroe proverbial y legendario.
Al abrazar la causa a la cual
se adhiere lo hizo no solo como peruano, sino como un representante de la
especie humana, esclarecida e integral; consciente de que respaldaba principios.
No era su motivación el botín ni las prebendas que iba a arranchar sino
defender verdades sacrosantas e ineludibles.
Como un ciudadano que depone
todo a fin de asumir un deber básico, cuál es: resguardar la vida, la tierra de
sus ancestros, y a sus seres queridos. Y en esa misión afrontan la guerra,
distinto a quienes la emprendieron como negocio, enriquecimiento y rapiña.
Él se subleva y deja su
condición de ciudadano pacífico por una razón moral simple, por una ética imperativa
e inaplazable, por una motivación venerable, cuál es: defender fundamentos
humanos sacrosantos.
Y todo fue así porque tenía
fuego sagrado en el alma, de eso estaba hecho.
3. Donó
su vida
Porque cabe anhelar que todos
los seres de nuestra especie seamos personas que disciernen entre lo bueno y lo
malo. Y deciden por lo primero. Y que elijamos ser entre hienas o pastores
aquellos que defienden a una comunidad.
Rebelarse contra lo que es bestial,
injusto y abusivo, es noble y alturado; actitud que cabría esperarla incluso de
las especies primarias. Y de los propios y ocasionales adversarios o enemigos.
Ante tal circunstancia no resuelta,
es que Alfonso Ugarte no dijo: me voy, mi viaje estaba planificado desde antes.
No dice: desde allá es posible que ayude mejor.
Y no es que solo avitualló un
ejército con su peculio, sino que donó su vida a su terruño. No es que puso
toda su riqueza a favor de su país, sino que donó su espíritu, su paz, sus
negocios, sus amistades y su último latido.
Puso a disposición del
movimiento de resistencia sus contactos, sus relaciones sociales y de empresa, involucró
a sus trabajadores y a sus clientes. Y a su propia familia.
¡Y es que tenía excelso y
sagrado fuego en el alma!
4.
Cariños
hondos
Sus amigos pasaron a ser
oficiales del Batallón Iquique Nº 1 que organizó en base a obreros y artesanos
de esa ciudad. Y que él mantuvo con su propio peculio todo el tiempo, hasta la
hecatombe de El Morro de Arica.
Había sido elegido Alcalde del
puerto de Iquique el año 1876.
Allí dirige una empresa que tenía
agencias y sucursales en otras ciudades de América y Europa. Pero no se valió
de este pretexto para buscar un subterfugio, diciendo: soy ciudadano del mundo;
alegando no reconocer ideas limitadas de Patria.
No. No asumió el cinismo de
decir: soy de acá y soy de allá. Él defendía cariños hondos como amores entrañables
y consumados. Para salvaguardar ese tesoro del alma financió un batallón bajo
su propia cuenta y riesgo.
Y no es que dijera “hasta aquí
llegó mi cuota”. Aunque con solo asumir ese compromiso ya su acción resulta
extraordinaria, gigantesca y ejemplar.
Y es que tenía excelso fuego
sagrado en el alma.
5.
Fallar
jamás
Pero hizo mucho más: se
entregó entero a la causa de la resistencia en salvaguarda de la soberanía
nacional. Y lo entregó todo: su tiempo, su peculio, su hacienda, su razón, su
emoción, ¡todo!
De hombre acomodado y de oficina
se hizo un miliciano y montonero.
De alcalde que había sido se
hizo un hombre de gleba. Cambió su vida totalmente. No solo suspendió su viaje
y donó sus arcas a la causa de la Patria, sino que entregó todo: cotidianeidad,
coraje y sueños.
Y no fue el único quien
cumpliera una misión parecida. Lo mismo hizo Ramón Zavala, incluso más joven
que él, pues tenía 27 años, quien igual que su amigo Alfonso armó un batallón con
su fortuna y luchó hasta morir en la defensa de Arica.
¿No son benefactores y
paladines para tenerlos en cuenta en cada acción de nuestras vidas? ¿No en los homenajes
sino para alentarnos hasta en los asuntos cotidianos?
Con dichas muestras de
abnegación sin límites, no podemos fallar jamás, ni amilanarnos nunca, ni
desfallecer. Mucho menos temer.
¡Y es que eso ocurre cuando
hay fuego sagrado en el alma!
6.
Nos
enaltece
A Alfonso Ugarte en Tarapacá una
bala estuvo a punto de destaparle los sesos.
Le astilló la sien, que se
hizo vendar para contener la abundante hemorragia de sangre que afloraba. Y
continuó luchando.
En esa batalla, a un ejército
con caballería, y nosotros sin ella, luchando cuerpo a cuerpo, los hicimos añicos
y huir despavoridos.
Y fueron ellos quienes
tendieron la celada para ultimar a unas columnas diezmadas después de la
Batalla de San Francisco.
Y es que el coraje lo tuvimos a
raudales como guerreros de aquellas horas infaustas, sin dejar de ser eminentes
en el fragor de la batalla lo fuimos también con grandeza para no ser hienas para
rematar heridos.
Y eso lo portamos todos aquí,
en el fondo del corazón como una ínclita herencia que nos enaltece como seres
humanos.
¿No son ejemplos formidables
de virtud y eminente altruismo?
¡Y es que nos imbuía hasta
hacerlo una fuerte emoción en el pecho, el fuego sagrado en el alma!
7.
La razón
que
lo anima
Alfonso Ugarte después del
descalabro de la batalla de San Francisco, en donde participó, no dijo: ¡ya
perdimos y basta! ¡Ya lo intentamos y hasta aquí es suficiente!
¡No! No dijo ya estamos
justificados. ¡Ya cumplimos! No dijo seamos sensatos, juiciosos y atinados: Ya
perdimos batallas, perderemos la guerra y entonces salvemos lo que se pueda.
No dijo: creo que ya coloqué
bastante en la balanza. La historia si quiere que me juzgue. ¡No dijo eso! No
dijo: ya puse mi esfuerzo, mi talento. ¡toda mi fortuna! Y arriesgué hasta la
vida.
No, para él la victoria final no
era el fin, el cometido era mantener la bandera izada en lo alto. ¡Que flamee
en el horizonte de manera inmarcesible era su alto propósito! Y eso lo cumplió
arrojándose al océano con la bandera en lo alto. Y ese gesto nos corresponde
recoger y proseguir nosotros.
Él siguió luchando con
denuedo, lo que quiere decir que nada lo daba por perdido. Y continúa luchando,
porque la razón que anima su heroísmo es infinita.
¡Y es que él tiene fuego
sagrado en el alma! ¡Y nos lo da a nosotros!
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XVIII
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