jueves, 8 de junio de 2017

ENTRE DOS FUEGOS - POR FRANSILES GALLARDO (MAGDALENA, CAJAMARCA)




ENTRE DOS FUEGOS 

  Fransiles Gallardo 

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 Desde la loma del cerro Carachi, se divisan los colorados tejados de las casas de Huancaspata y el morado de los papales de marzo, presagian buenas cosechas.

Nos asombra la soledad del pueblo y un estremecimiento de angustia,  nos escarapela el cuerpo.

A la carrera bajamos el zigzageante camino, que nos lleva a la entrada principal del pueblo y de allí, a la vieja plaza de armas con su glorieta de madera y teja en el centro.

Un perro lanudo, nos recibe ladrando.

En la esquina de la iglesia de una sola torre, curpada y tapada con su chal negro de lana, está doña Asencia  Limache, “han matau mijo” llorando sin lágrimas “han malograu mi’ija” jalándose los pelos.

Su voz es un lamento sin tiempo ni medida. Un aullido en medio de la soledad.

El sol se oculta por el abra que da a Santiago de Challas, pintando de grises y granates los campos y tejados.

Don Almanzor Chihuala con el dolor reflejado en el surco de sus arrugas; que convierten sus cuarenta y cinco años en un anciano de setenta, nos recibe lloroso en la puerta de la antigua casa de adobe pintada con calcita blanca que hemos alquilado como vivienda y depósito; donde se guardan los materiales de construcción que usaremos para el canal que estamos construyendo y que regarán las fértiles laderas y pampas comunales de las alturas del río Grande, afluente del Huacrachuco, que deposita sus aguas en el Marañón.

-Desgracia papay ingiñero- nos dice sacándose el sombrero.

Agarrando sus dos manos al cielo, se hinca de rodillas delante de mí.

Desgracia ingiñero, desgracia- balbucea, abrazándose de mis canillas.

Palmeándole el hombro, le pido que se pare y me cuente la tragedia.

-Belisario- le digo a mi maestro de obra -tráeme  una botella de alcohol rebajado, que tengo debajo de mi cama.

A pico me tomo un buen trago y don Almanzor, también.

La noche del miércoles y disparando ráfagas de metralleta una veintena de senderistas han llegado al pueblo, dinamitando el local comunal.

Lanzando vivas y disparos reunieron a los comuneros al costado de la glorieta y luego de sus arengas a la lucha armada, realizaron el temido juicio popular.

      Han azotado públicamente con cincuenta vergazos a Lorenzo Mendoza por ser un mal ejemplo para la comunidad, al convivir con dos mujeres a la vez. 

Luego preguntaron por Catalino Anchucaja, “el perro, cochino soplón de la revolución”, y como nadie en el pueblo sabe de él, desde hace algún tiempo “haciendo arrodillar han degollao como corderito, cacau, su pezquecito, han cortao, ingiñero” a Cipriano, su hermano menor de solo trece años “para escarmiento y para que sepan que así mueren los soplones y traidores de la revolución”.

Luego de pedir cupos de guerra en las tiendas de don Eufrasio y ño Josefo Perales para el sustento de la lucha armada se han marchado cantando y vivando, llevándose al Casimiro Varas y a su primo Sebastián para enrolarlos en sus filas.

Atravesando la quebrada chica, se perdieron por las alturas del cerro Piscupichu.

Anoche, “velando el cuerpito del Cipriano hamos estao” y sin aviso ni nada ha llegado un destacamento de sinchis, con fusiles y pasamontañas, siguiendo a la columna de sendero “ni lástima del muertito luan tenido” a patadas y culatazos han roto las puertas de las casas, sacando a rastras a la gente del pueblo, los han amontonado en un costado de la glorieta “mudo testigo de nuestro sufrimiento, ingiñero”.

-¡Aquí estuvo sendero y no nos avisaron, carajo!- grita una voz ronca, tras el pasamontañas -indios de mierda, ustedes son senderistas; les dan de comer, los protegen y los esconden; deberíamos matarlos a todos, por haraganes, ignorantes y traidores a la patria; comunistas seguros son!- dice escupiendo al suelo.

    -Como pues comunicamos con ostidis, jificito- ha dicho don Almanzor  Chihuala, teniente gobernador de Huancaspata -dos días de camino hay hasta Challas y carru nuay pa Tayabamba, jificito- explica.

Un culatazo en la barriga, lo ha hecho encogerse y un puntapié en las posaderas lo ha hecho tragar la tierra de su propia tierra.

-¿Donde está el soplón del Catalino Anchucaja?- pregunta amenazador, rastrillando su arma de reglamento.

Silencio.

Nadie sabe nada de su paradero; lo único que se conoce, es que hace
más de dos meses “voy hacer compritas a Sihuas, pronto vengo”
desapareciendo, sin dejar rastro alguno.

      En su frustración por no llevar vivo o muerto a Catalino Anchucaja; cinco policías, arrastrándola de los pelos, han violado a Clementina de tan solo doce años “delante de su hermanito muertito, ingiñero”, llevándose a Vicente Túpac y Leonidas Huamán, por sospecha de apoyo a los terrucos “ni miedo al muertito luan tenido ingiñero”.

Luego de pedir donativos “plata queremos, gallinas queremos, artefactos queremos” diciendo “para recompensar a las fuerzas policiales que luchan contra la subversión y la violencia senderista” han dicho.

Atravesando la quebrada chica, se han perdido por las alturas del cerro Piscupichu.

-¡Desgracia papay, ingiñero- dicen los ojos secos de don Almanzor Chihuala, con un dolor sin nombre -¡Desgracia ingiñero, desgracia!- repite.

En la esquina de la iglesia de una sola torre, curpada y tapada con su chal negro de lana, está doña Asencia  Limache “han matau mijo” llorando sin lágrimas han malograu mi’ija” jalándose los pelos.

Su voz es un lamento, sin tiempo ni medida.

Un aullido, en medio de la soledad.



De: Entre Dos Fuegos, Historias de Ingenieros.
Arteidea – Colegio de Ingenieros del Perú


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