lunes, 2 de marzo de 2020

MARZO: CRECEN LAS LLUVIAS EN LA SERRANÍA - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
MARZO, MES DEL AGUA, DE LA MUJER,
LA POESÍA, EL TEATRO Y EL NACIMIENTO
DEL POETA UNIVERSAL CÉSAR VALLEJO
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO


 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL

 
*****
 
CRECEN
LAS LLUVIAS EN
LA SERRANÍA


FOLIOS
DE LA
UTOPÍA


 ARRECIA
LA
TEMPESTAD


 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
En esta noche rara
que tanto me has mirado.
César Vallejo
 
 
1. Bajo
el alero
 
– ¡Dios mío! ¡Que cesen ya tantos relámpagos y truenos! –Reza mi abuela juntadas las manos, gacha la cabeza y, a ratos, con los ojos desorbitados.
– ¡Virgen Santa! ¡Que no vayan a ocurrir desgracias con esta tempestad! –Ruega mi madre.
Miradas desde la ventana las casas yacen sumergidas tras un velo indescifrable de agua que cae, mientras un velo de oscuridad se extiende por toda la comarca.
La tempestad arrecia. Y las chorreras que recogen el agua de las canales de las tejas se precipitan con más furia al centro de la tierra. Fulgura una y otra centella seguida de una andanada de truenos.
Ha cesado la tempestad. Sin embargo, las calles están desiertas y anegadas. Sólo la lluvia redobla sus tambores y entona dianas y clarines en todo recipiente y superficie de lata y en los baldes que recogen el agua de los tejados.
 
2. Sus ojos
negros
 
De pronto una sombra se desliza por la calle envuelta en un rebozo.
– Oh, Dios, ¡es ella!
Su figura esbelta y dulce se delinea al cruzar la calzada donde rebrilla el torrente. ¿Adónde irá? ¿Habrá alguna tienda abierta bajo esta tormenta?
A ratos se esconde bajo un alero mirando caer la lluvia.
Por más que abraza su pecho envuelta en el rebozo no puede esconder el temblor de sus senos que crecen.
Ahora ya está de regreso.
Ha vuelto de comprar pan y bizcochos jaspeados con clara de huevo y semillas de ajonjolí, en una canasta que roza sus muslos nacientes y tibios.
¡Ah, sus ojos negros, hondos y brujos, en su rostro de alabastro!
 
3. Es
la vida
 
Más tarde, en el comedor de la casa se sirve el cedrón oloroso en tazas de loza, el bizcocho y el pan de yema.
Hay ternura en las voces de adentro, mientras el mundo de afuera se traba, refunde y desaparece en el fragor de la lluvia que se arroja inclemente.
Es invierno.
Llueve noche y día. El sol sale a retazos. Los ríos crecen y los campos se anegan e inundan.
– ¡Graniza! ¡Vean! ¡Graniza!
Arriba, entre las junturas de las tejas se han formado gavillas de hielo graneado y traslúcido, de blanco sobre el rojo del tejado.
Un guiño de complicidad con mis hermanos y primos y, disimuladamente, ya estamos tramando ir a recogerlo. ¡Es la vida que no se arredra ni detiene!
 
4. En
El Mirador
 
– Y... ¿qué les parece si con este granizo hacemos helado de saúco?
– ¡Sí! Y batimos los racimos que trajimos ayer.
– ¡Y hagamos una casa arriba en el Mirador!
– ¿Con tanto frío?
– ¡Pero llevemos frazadas! –Nos anima a jugar mi prima Amelia.
– ¡En el Mirador, abierto a todos los confines y horizontes!
– Entonces hay que subir pocillos, cucharas y azúcar para el helado.
– ¡Y miel de chancaca!
Y estirando los brazos ya en el tejado recogemos a dos manos el granizo que depositamos en unos pocillos azules que tienen pintados en sus flancos claveles rojos, girasoles amarillos y dalias blancas, mientras se despeñan los relámpagos y estallan los truenos.
 
5. ¿Oyes
el agua?
 
Y armamos la casa hecha de sillas, trastos y mantas colgadas. Y dentro saboreamos helado de saúco, hecho con el granizo de las alturas celestes. Mientras la lluvia afuera redobla entonando su canción secreta.
Y jugamos a la tienda y jugamos al hogar. Asombrados de escuchar el rumor de la lluvia, apenas al otro lado del tejado, como si nos separase una débil membrana de todo el misterio de la creación.
Y no es una estridencia inocente, ni ingenua ni candorosa. Es un naufragio, un holocausto, un orto bajo el cielo encapotado de marzo.
– ¿Oyes el agua?
– Sí.
– ¿De dónde viene y adónde va?
No sabemos, pero viaja, igual que los seres humanos. Igual que la vida, igual que la abuela.
Es en ese instante que escucho:
– ¡Hijo, hijo! –Clama la abuela.
– ¿Sí, abuelita? –Digo, saliendo hacia un borde.
 
6. La trenza
de la lluvia
 
– Ven. Sube por este lado a ponerle un balde a la gotera que está pasando agua al dormitorio. –Ruega.
– ¡Allá voy! –Contesto. Y subo al terrado sobre el cuarto donde la abuela duerme.
Me deslizo entre las cosas viejas que de noche remueven las almas de nuestros antepasados que aquí penan. Trepo por los muros, oliendo los adobes húmedos y abombados. Aquí está la teja ladeada que deja chorrear el agua y ha hecho un charco en el suelo que se filtra hacia abajo.
Introduzco mis manos que sobresalen por el techo vetusto y cojo las hilachas de la trenza de la lluvia desnuda que me moja los brazos pero que yo tuerzo hacia un lado su cabellera de plata.
– Ya la arreglé, abuela. –Contesto triunfante, saliendo a la boca del terrado.
– Ya dejó de gotea aquí adentro, hijito. ¿Cómo lo has hecho?
– ¡Abuela, si tú me dices que me parezco a mi abuelo Desiderio!
 
7. ¿Levanté ayer
la pupila?
 
– Eso eres hijito. Gracias. Gracias. –Responde orgullosa.
Y, hablando unas veces con alguien a quien no vemos, otras con los fantasmas que la persiguen, y otras tantas hablando consigo misma, mi abuela Sofía, madre de mi padre, se pierde caminando leve y difusa por el corredor de la casa con su cantilena interminable:
– ¡Ya se va a caer la bóveda de la sala! ¡Y son los gatos dañinos los que mueven las tejas! ¡Ayer no había esa gotera en mi cuarto! ¿O no la he visto ni sentido? ¿Ayer he levantado la vista? ¿Levanté ayer la pupila?
Y mi abuela se detiene solo para dudar, mientras ha zigzagueado un relámpago delante de sus ojos. Y ella cree que es un centelleo de su mente:
– ¡Me lagrimean tanto los ojos! Estos ojos que ya no se dan cuenta de lo que ven. Estos ojos que ya no miran.
– Ya me estaré quedando ciega. –Y otra vez mi abuela se detiene, pero esta vez es para llorar–. ¡Ya me he de morir, en este invierno tan frío y en esta lluvia que arrecia!
 
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