viernes, 10 de junio de 2022

11 DE JUNIO: ALFORJA DE CAMINANTE - FOLIOS DE LA UTOPÍA: LOS PASOS QUE VUELVEN - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
 
Construcción y forja de la utopía andina
 
JUNIO, MES DE LOS NIÑOS,
DEL MEDIO AMBIENTE, DE LA GLORIA
DE ARICA Y DE LA IDENTIDAD ANDINA
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO


 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL


 
CAMPAÑA PERMANENTE
POR EL CUIDADO DEL CLIMA Y
DE NUESTRO MEDIO AMBIENTE
11 DE JUNIO
 
ALFORJA
DE
CAMINANTE
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
LOS PASOS
QUE
VUELVEN


Danilo Sánchez Lihón
 
 
"Se había ido y sin embargo estaba”
Felipe Arias Larreta
 
 
1. Aleros
de los techos
 
– ¡Hijo mío! ¡Dios bendito que te ha traído! ¡Cómo estás hijito! –Y me abraza.
– Bien; abuelita. ¡He venido a verte!
– ¡Ay! –Llora–. ¡Ya me iré a morir! ¡Pasa, hijito, pasa!
Así me recibiría mi abuela ya difunta, en la casa ya vacía y derruida.
Porque con esas palabras me besó unas horas antes de morir cuando nadie podría haber imaginado un suceso tan terrible.
Por hechos como ese, vivo acosado por mis recuerdos de infancia y juventud, transcurrida en Santiago de Chuco, un pueblo en la cordillera de los andes al norte del Perú.
Tan cerca de las nubes que los niños tenemos que estarlas desenredando de los techos y aventando hacia arriba con un palo que lleva en un extremo una lata plana, un “eleva nubes” y un “espanta neblinas”.
¡Porque de ellas les gusta la inclinación y el entrecruzarse de los techos y quisieran quedarse, por eso se desmadejan a propósito cuando llegan, se demoran en pasar, y quieren esconderse entrando en los terrados o quedándose bajo los aleros!
 
2. ¿Quién
es?
 
Yo aquí nací y aquí me crie, hasta los 16 años de edad, por eso sé de estas cosas. Aunque desde que salí pasaron muchos años durante los cuales no regresé, sino solo dos veces y sólo por breves horas:
La primera al nacer mi última hermana: Elvira, y coincidentemente, horas antes que muriera mi abuela Rosa.
Y la segunda vez cuando murió mi padre, 15 años después de aquel suceso,
– ¡Es un ingrato!
– ¡Nunca se acordó de nosotros!
– ¡Pero ahora ha llegado!
– ¿Quién es? –, pregunta una sombra joven.
– ¡Es el hijo del maestro! ¿Te acuerdas cómo era? ¡Yo sí me acuerdo!
– ¡Qué! ¿Y nunca había vuelto?
Así es... Tanto que quienes poco me conocen piensan que yo no quiero a mi pueblo y lo he olvidado.
Pero, ¡eso no es cierto!
 
3. Subido
allí
 
Porque en cualquier lugar donde esté, así aterrice en el polo o caiga en otro planeta o me arrojen al fondo del mar –y durante todos los días de mi vida– cierro los párpados y ya estoy en Santiago de Chuco, la tierra donde nací y trajiné en sus casas, en sus calles y por sus campos.
Sea que esté adormilado en una mecedora en uno de los balcones que dan a los Champs Elysées en París, o en las arenas rojizas de la Praia Urca en Río de Janeiro, o soñoliento en el Taj Majal frente al horizonte azul verdoso de Atlantic City, aparecen las espigas inmutables que coronan los muros de las huertas de mi tierra natal.
Sucede siempre que ni bien se borra de mis retinas la realidad inmediata, cuando ya está mi alma sumergida y correteando por las calzadas y veredas, o torciendo las esquinas, o deambulando por los caminos y avanzando por los campos de mi aldea nativa. O ya estoy trepado en las paredes viejas –no crean que siempre feliz sino con frecuencia desolado– viendo a los toros jalar los troncos de eucaliptos recién derribados en algún bosque cercano.
O, simplemente, subido a una escalera escuchando las voces de la gente que pasa por la calle, sumergido y arrobado en el tono de su manera de hablar, sin preocuparme en tratar de entender lo que dicen, solo sumergido en la musicalidad de los acentos y en el encanto de las voces mismas.
 
4. Ya
no existen
 
Todo esto: ¿Qué será? Y, sobre todo, ¿por qué duele tanto extrañarlo?
Santiago de Chuco así en mí siempre está presente, palpitante y vívido en todo momento, pero más a esa hora temprana de la mañana, cuando despierto. Y huyen o se desvanecen las presencias rústicas de esta realidad, para dar paso a las querencias ¡vivas, tangibles y buenas de mis sueños de mis días de infancia!
Y sonrío diciéndome: ¿Por qué en la vigilia nunca me acuerdo de ese muro de adobes por el que subí de niño? O de esos peldaños de la escalera. O de ese retazo verde en el cerro de enfrente que se distingue desde el desván de la cocina. O de ese recodo en la calle.
¿Ni se hacen fijos de esos ojos negros de la niña inmarcesible que luego se esfuma detrás de una ventana? Y sin embargo en mi ensueño sí, ahí están vivaces, frescos y nítidos en mi desvelo todas esas imágenes y sus palpitaciones.
¡Y con qué fatalidad –me digo yo a mí mismo– se interna mi ser por esos recodos, senderos y recovecos ya perdidos! ¡E inhallables en la realidad inmediata y en el trajín cotidiano!
Y que ya no existen, para siempre. Ni en este mundo ni en otro: salvo en el ámbito que llevo y tengo dentro, y salvo en mi delirio, en mi vagabundeo y desatino.
 
5. Mundo
inhallable
 
Y, ¿por qué –me digo– cuando abro del todo los ojos, esas queridas presencias se esfuman de la superficie de los días como si huyeran o les perturbara la rutina de estas horas y la claridad de este mundo de afuera?
Entonces seguro que se me verá sonreír tristemente por esta magia de mi pobre añoranza, que la entiendo y de veras la compadezco porque no es sencillo vivir así, atrapado en esa especie de dos vidas:
Una despierta, casera, con preocupaciones ordinarias y la otra en sueños, libre, vagando por sitios y con personajes de aquella época, tan íntimos, querendones y entrañables, y ahora, para mí, inhallable.
Y es que Santiago de Chuco hechiza, porque es un pueblo lleno de vibraciones y energías comprobables, pero más de conmociones fantasmales.
Lo sé, porque he salido a caminar –a altas horas de la noche– por sus calles encubiertas. ¡Y tengo para mí verdades absolutas de cómo lo pueblan con ahínco los espíritus!
¡Cómo no ha de ser! Sí son más de cuatro siglos y medio de historia desde su fundación española, en 1565. Pero más: el palpitar de antes, de mis ancestros indígenas que hicieron de esta tierra boca y fabla de oráculos.
 
6. Viejos
amantes
 
Eso hace que uno sienta en cualquier esquina un suspiro que aflora, una queja que se oye, una sombra que se esfuma.
Por eso, yo he tenido un gusto casi trágico y mortal por merodear en sus casas abandonadas y a oscuras.
En las cuales paseaba sintiendo el ser y estar íntimo de los seres, cada forma y cada atisbo de luz y de sonido. Pero, sobre todo insuflado del aliento de sus dueños desaparecidos.
Sabiendo que en cualquier momento iba a estremecerme el abrazo de la muerte, porque ella estaba ahí, pero compasiva y misericordiosa conmigo.
Y hasta sentía que me quería, como una madre cuida y quiere a un hijo a quien todo consiente y perdona.
Sí, es ella, la muerte; ¡con quien me encuentro y me deja seguir como si fuéramos viejos amantes!
Y, como hacíamos entonces, ideando el mañana, ahora podemos acercarnos a los bordes del tiempo, pero tratando de bajar –como antes subir– por las cuerdas de la ilusión para asir un tiempo feliz que gracias a la remembranza volvemos a recuperar.
 
7. Arraigar
en lo nuestro
 
No es nostalgia lo que me embarga, porque si ella me tentara querría yo que se repita lo que quedó atrás. ¡Y no anhelo eso!
Pese a que crea que el futuro en nuestras sociedades es regresar a nuestros pueblos de origen, pero para construir allí nuevas opciones, perspectivas y esperanzas.
Más bien, considero que es clave arraigar en lo nuestro, volviendo a nuestras fuentes, pero sin negar ni maldecir el presente; porque el hoy es espléndido cuando se lo afronta con valor y con fe.
Y el futuro lo es mucho más, aún. Pero también el pasado es invalorable cuando se lo mira con ternura y a partir de allí se proyectan nuevas posibilidades.
Sobre todo, cuando es para afianzarnos en el amor entrañable por lo nuestro. Y, con el coraje que nos da sentirnos ligados a la tierra.
Aún más cuando es para forjar el porvenir de felicidad que debemos depararles a nuestros pueblos a los cuales nos debemos. Y es deber nuestro velar por su felicidad y realización plena.
 
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