martes, 26 de abril de 2022

ITINERARIO DEL AMOR EN CÉSAR VALLEJO - POR CARLOS GARRIDO CHALÉN, PREMIO MUNDIAL DE POESÍA

 



ITINERARIO DEL AMOR EN CÉSAR VALLEJO

Del ensayo “Itinerario del amor en Vallejo”. Poeta y escritor peruano, Carlos Garrido Chalén

Dada su trascendencia universal, a César Vallejo es imposible fijarlo en el tiempo de las vagas melancolías o los forzados sentimientos. Se hace  necesario y perentorio, excluirlo de la ambigüedad de ese profundo pesimismo decantado que ha hecho que lo definan simplemente como “el poeta del dolor”. 

Claro que podría argumentarse que en su orden de preeminencias, el dolor suministro a su fervor (a sus “mayos desarmados de juventud”: Capitulación) la cuota instintiva para hacer una poesía a veces desgarrada; pero Vallejo. “el Coraquenque ciego/que mira por la lente de una llaga”: Huaco, es mucho mas que en un escéptico idealista en franca rebeldía con ese dolor sentimental. Es un poeta universal, pero antes que del dolor, del amor universal (“Amor contra el espacio y contra el tiempo”: Absoluta). 

Es irresponsable hablar de él, solamente desde su acercamiento al horror, del ardor combativo de su pluma a partir sólo de la onda expansiva de su agobiante y presunta soledad; de su idea intrépida de la inmanencia de Dios en el Universo solamente desde la supuesta antinomia de su exaltación vitalista. 

Cuando acudimos a él y a su original visión del mundo (a su “confianza en el anteojo no en el ojo;/en la escalera nunca en el peldaño; en el ala del ave… en la maldad no en el  malvado/en el cauce, jamás en la corriente/… confianza en la ventana, no en la puerta, en la madre, mas en los nueve meses”: Hoy me gusta la vida mucho menos), encontramos, no al lírico trovadoresco que recurre a la altisonancia para subyugar ( si “nada hay/sobre la ceja cruel del esqueleto …/nada delante ni detrás del yugo”: dos niños anhelantes), sino al Vallejo que ama. 

Que sufre y se duele por que ama. Su dolor expuesto a través del vigoroso realismo de un vocabulario nuevo, no es simplemente un hurgar en los abismos de idilios fatigosos, o una tentativa experimental para explicar la ambigüedad humana. Es la forma más auténtica de expresar su amor a la humanidad. Sólo se puede sentir el dolor propio y el ajeno, cuando se tiene amor (“…que nos dará la libertad suprema/en transubstanciación azul, virtuosa/ contra lo ciego y los fatal”: Líneas). 

En el santiaguino felizmente (“mas acá de la cabeza de Dios”), no se da el nihilismo nietzscheano  que afectó a muchos espíritus de su época, por que a su prolijidad (a sus “espaldas ungidas de añil misericordia”: A lo mejor soy otro ), se acercó con contundencia una poesía que se inflexiona y acomete con toda su incitación revolucionaria (en el mismo terreno de “la paz/la abispa, el taco, las vertientes/ el muerto, los decilitros, el búho,/los lugares, la tiña, los sarcófagos, el vaso, las morenas,/ el desconocimiento, la olla, el monaguillo,/las gotas, el olvido, la potestad, los primos, los arcángeles, la aguja,/los párrocos, el ébano/el desaire,/la parte, el tipo, el estupor, el alma…”) 

Su vocación no es la de tránsfuga que prestó su intuición y su rebeldía al egoísmo, ni la del ingenuo nigromante que inventó la filosofía del desengaño emprendiendo una búsqueda desesperada de su otra mitad a través del odio u otro sentimiento sibilino (“De allí este tubérculo satánico/esta muela moral de plesiosauro/y estas sospechas póstumas/este índice, esta cama, estos boletos”: A lo mejor soy otro)  

La suya fue una propuesta de amor social (“Y entonces oirás como medito/ y entonces tocarás como tu sombra es esta mía desvestida/ Y entonces olerás cómo he sufrido”: Pero antes que se acabe), que entró de sorpresa a esta tierra imprevisible (con sus “cuaternarios maíces, de opuestos natalicios”: Telúrica y magnética). No como una escuela conventual o palatina en busca de una certeza filosófica invulnerable, sino como un desafió natural - de repente inconsciente - para enfrentar las vicisitudes de un mundo eclosionado por la desgracia (“Amémonos los vivos a los vivos, que a las buenas/ cosas muertas será después. (Cuanto tenemos que quererlas/y estrecharlas, cuánto. Amemos las actualidades que siempre no estaremos como estamos”: LXX). 

César Vallejo (“Carne de llanto, fruta de gemido”: Intensidad y altura; que ”crujía de una anual melancolía”: Quédeme a calentar la tinta en que me ahogo) no perdía su tiempo en la distinción platónica de un orden sensible y un mundo inteligible; presumía la existencia de una injusticia cósmica en el continuo engendrarse (cuando “la oruga tañe su voz  y la voz tañe su oruga”: De puro calor tengo frió); y tenía en el fondo ese oculto privilegio ontológico compensatorio al que aludía Spinoza, de ser considerado como una parte de Dios (“este bohemio Dios…” “pájaro cruel…” “vestido de suertero”: La de a mil, aunque a veces “un miedo terrible de ser un animal); pero digámoslo de una vez por todas, el punto de partida de su reflexión poética no fue la especulación teológica forjada bajo la premisa de la omnipotencia y omnipresencia de un Dios desconocido (que “sobresaltado, nos oprime”: XXI), sino su preocupación y amor indeclinable por el mundo (“este valle de lágrimas, a donde/ yo nunca dije que me trajeran”: La Cena Miserable), y a partir de esa experiencia sabia de “La cólera que quiebra al hombre en niños,/ que quiebra al niño, en pájaros iguales; la cólera que al árbol quiebra en hojas y a la hoja en botones desiguales /la cólera que quiebra al bien en dudas/ a la duda en tres arcos semejantes…” con el hombre. 

A Vallejo, ese “pichón de cóndor desplumado/por latino arcabuz”: Huaco, no se puede entrar por el entorno de la virulencia ni la festinación. Hay que hacerlo (“aleteando la pena de su canto”: Aldeana) por el camino de la comprensión altruista de sus adjetivaciones (“ ya va a venir el día; da/cuerda a tu brazo, búscate debajo/ del colchón, vuelve a parte/ en tu cabeza para andar derecho/ ya va venir el día, ponte al saco./ ya va a venir el día; ten/ fuerte en la mano a tu intestino grande, reflexiona/ antes de meditar, pues es horrible/ cuando le cae a uno la desgracia/ y se le cae a uno a fondo el diente/ Necesitas comer, pero me digo/no tengas pena, que no es de pobres/ la pena, el sollozar junto a su tumba;/ remiéndate, recuerda/ confía en tu hilo blanco, fuma, pasa lista/a tu cadena y guárdala detrás de tu retrato./ ya va a venir el día, ponte el alma”: Los desgraciados). 

Es muy fácil hablar del Vallejo Universal (“con un tiro en la lengua detrás” de su “palabra”: Hoy me gusta la vida mucho menos) lacerado por el dolor iconoclasta que sucumbe -quiérase o no - ante una credulidad irreverente (Aunque él siempre huyó de “la intelectualización del dolor” como precisa Coiné) 

Lo difícil es reconocer sus ventrales motivos. Por que mas allá del mero horror (de la “abrupta arruga” de su “hondo dolor”: Haces) y la nostalgia, hay un inédito y evidente rescoldo causal llamado amor que es necesario reconocer. O si no veamos su “Traspiés entre dos estrellas”

“Hay gentes tan desgraciadas, que ni siquiera
tiene cuerpo, cuantitativo el pelo,
baja, en pulgadas, la genial pesadumbre,
el modo arriba;
no me busques, la muela del olvido,
parecen salir del aire, sumar suspiros mentalmente, oír
claros azotes en sus paladares!
Vánse de su piel, rascándose el sarcófago en que nacen
y suben por su muerte de hora en hora
y caen, a lo largo de su alfabeto gélido, hasta el suelo
 
¡Ay de tanto! Ay de tan poco! Ay de ellas! ¡Ay de mi cuarto, oyéndolas con lentes! ¡ Ay de mi tórax, cuando compran trajes! ¿Ay de mi mugre blanca, en su hez mancomunada! ¡Amadas sean las orejas Sánchez, amadas las personas que se sientan amando el desconocido y su señora, el prójimo con mangas, cuello y ojos! ¡Amado sea aquel que tiene chinches, el que lleva zapato rojo bajo la lluvia, el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas, el que se coge un dedo en una puerta, el que no tiene cumpleaños, el que perdió su sombra en un incendio, el animal, el que parece un loro, el que parece un hombre, el pobre rico, el puro miserable, el pobre pobre ¡Amado sea el que tiene hambre o sed, pero no tiene hambre con que saciar toda su sed ni sed con que saciar sus hambres! ¡Amado sea el que trabaja al día, al mes, a la hora, en que suda de pena o de vergüenza, aquel que va, por orden de sus manos, al cinema, el que paga con lo que falta, el que duerme con espaldas, el que ya no recuerda su niñez; amado sea el calvo sin sombrero, el justo sin espinas, el ladrón sin rosas, el que lleva el reloj y ha visto a Dios, el que tiene un honor y no fallece. ¡Amado sea el niño, que cae y aun llora y el hombre que ha caído y ya no llora! ¡Ay de tanto! ¡Ay de tan poco! ¿Ay de ellos!

LA CAUSA DEL AMOR Y EL EFECTO DEL DOLOR

En “voy a hablar de esperanza “ ( de “Poemas en prosa”), el poeta afirma:

“Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista también lo sufriría, si no fuese católico, ateo o mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente” Cuál seria su causa? Donde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa. Nada es su causa; nada ha podido dejar  de ser su causa. A que ha nacido este dolor, por si mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia mi dolor seria igual. Si la vida fuese, en fin de otro modo, mi dolor seria igual. Hoy sufro desde arriba. Hoy sufro solamente”. 

“Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre esta lejos de mi sufrimiento, que de quedarse ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna la yerba al menos. Lo mismo el enamorado. Que sangre la suya mas engendrada para la mía sin fuente de consumo” 

“Yo creía ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer” y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en la estancia luminosa no echaría sobra. Hoy sufro suceda lo que sucede. Hoy sufro solamente”. 

Vallejo, en aparente confusión semántica y rompimiento de la sintaxis y la lógica, (con su “dialéctica emocional, lógicamente absurda”, como dice André Coiné) ensaya una explicación ambigua e impersonal de su dolor, que no es al parecer un subterfugio deliberado para confundir y distorsionar su inevitable soledad (su “miedo practico” de ser “aquel tal vez a cuyo olfato huele a muerto el suelo”), si no, una manera poética muy personal de decir que su sufrimiento (“ el bohemio dolor sobre su pecho”: Oración del camino) que copa toda su universalidad, carece de un entorno autónomo definido, pues si bien “es tan hondo que no tuvo causa” y disyuntivamente “nada es su causa”, queda un rescoldo para suponer que “nada ha podido dejar de ser su causa” que a su empeño masoquista de sufrir “suceda lo que suceda”, ha concurrido el propio mundo con su totalidad causal (como “un pilar soportando consuelos”), aunque el alegue que “le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer” y que “si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusieran en la estancia luminosa no echaría sombra”. Pero no nos convence que al Vallejo que quería “ser feliz de buena gana” y creía “que todas las cosas del Universo eran inevitablemente padre o hijo” se le ocurra que su dolor “no es padre ni es hijo” por que no pudo nacer definitivamente por generación espontánea. 

Su dolor, generado por un amor social inacabable (“estoy plasmando tu fórmula de amor/ para todos los huecos de este suelo: LXV), es un tributo personal que el poeta nos ha legado, y tal vez dentro de su moral, la más legal y sincera de sus virtudes. Fundamentalmente porque no se trata de una falacia psicológica para conmover, y menos de un duelo atractivo dentro de una conciencia fanatizada y una escéptica para crear una “herejía poética”, y muy lejos de toda reconciliación, un atajo hacia la duda, sino de la conquista personal de un hombre, que en el fondo vivió como pudo y como quiso (“ Ardiendo, comparando/viviendo, enfureciéndose/golpeando, analizado, oyendo, estremeciéndose/muriendo, sosteniéndose, situándose, llorando“: La paz, la avispa, el taco, las vertientes).

      Carlos Garrido Chalén
Premio Mundial de Literatura "Andrés Bello"
      Version Poesía 2009, de Venezuela
     Presidente Ejecutivo Fundador de la
  Unión Hispanomundial de Escritores. UHE
Fuente: