viernes, 3 de diciembre de 2021

DON LUIS JOSÉ RUIZ Y RUIZ: EL MÉDICO DE MI ALDEA - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 

 
 
Construcción y forja de la utopía andina
 
DICIEMBRE, MES DE LAS MONTAÑAS,
DE LOS DERECHOS DE LOS ANIMALES;
DE LOS MIGRANTES, Y DEL NACIMIENTO
DEL DIOS NIÑO EN LA NAVIDAD
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO


 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL
 
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DON LUIS JOSÉ RUIZ Y RUIZ

Don Luis José Ruiz y Ruiz - Foto: Ángel Gavidia

EL MÉDICO
DE
MI ALDEA


Danilo Sánchez Lihón
 
1.
 
Cuando yo era niño y vivía en mi pueblo, que es Santiago de Chuco, provincia del departamento de La Libertad, al norte del Perú, en la serranía, los asuntos de salud los atendía don Luis Médico, que así llamábamos a un señor muy querido, ya mayor, y quien era poseedor de una larga experiencia en el campo de la medicina adquiridos al haber trabajado en un centro médico de Santiago de Cao que tuvo la virtud de descubrirle su verdadera vocación de persona desvelada por curar y sanar de las enfermedades que padecía la gente.
No era profesional ni científico sino un hombre práctico y enormemente ecuánime, verdaderamente sabio en su campo. ¿Cuántas veces mis padres recurrirían a él para que me cure? ¡Muchas! Él, estoy seguro ha velado muchas veces sobre mi cuerpo afiebrado y tembloroso.
Su oficio pasó a formar parte de su apellido: don Luis Médico. Y la gente lo trataba así con sumo respeto y por reconocimiento. De ninguna manera de forma despectiva, puesto que no era un tinterillo de la medicina. Al contrario. La población confiaba plenamente en su discernimiento.
 
2.
 
De quien yo escuché decir esta frase: “Después de Dios, para aliviar la vida, don Luis Médico”. A quien siempre se encontraba, quien nunca se hizo negar, ni se ausentó dejando vacíos que nadie pudiera llenar. Él siempre estaba. Y no ponía ninguna condición ni prerrequisito para atender a un paciente: ni boleta, ni carnet, ni pago, ni análisis, ni nada. Quien entraba de frente a la dolencia y al mal que había que atacar para curar y sanar, siendo además quien consuela a la gente, que le da aliento y le da esperanzas.
Todo el pueblo acudía a él y la gente lo estimaba. Y es que él remediaba todos los males. Era hombre grueso, de mediana estatura y de rostro apacible. Era caritativo y bueno de carácter. Era la bondad personificada. En quien se cumplía el dicho de hacer el bien sin mirar a quien. Daba aliento al enfermo, él mismo le daba sus remedios. Pedía una cuchara, servía y les daba en la boca, que para el paciente estos hechos son los que verdaderamente curan. Ver y sentir la bondad humana.
Atendía partos, extraía muelas y realizaba operaciones menores con un instrumental que él mismo adquirió importándolo directamente de Alemania. Tenía conocimientos de sanidad, de asepsia, curaba heridas y era curioso en todo. Él mismo preparaba sus medicamentos, sus ungüentos y pócimas en frasquitos que rotulaba y sellaba, cultivando también la medicina natural.
 
3.
 
Casi siempre venía la gente del campo trayendo varias acémilas para trasladar al doctor. en la montura del mejor caballo el poncho de jebe y el sombrero de fieltro para la lluvia y partían entre relámpagos y truenos, marchando por caminos farragosos, cruzando puentes temblequeantes, con frecuencia los acompañantes llorando y rogando encontrar con vida a la madre o al padre enfermos.
El doctor en su maletín cargaba todos sus implementos y remedios: sus jeringas para las inyecciones, sus frascos de penicilinas, sus emplastos y cataplasmas, y diversidad de frascos conteniendo sus pócimas.
Casi siempre eran cólicos graves los que tenía que atender, después de las fiestas patronales de los pueblos. Llevaba entonces purgantes que él mismo preparaba para curar una disentería. Y a veces operar cirugías menores, atravesando para ello jalcas y climas frígidos, o bien bajíos y temples, llanuras y barrancos, durmiendo en casas o chozas afincadas en potreros y pajonales.
Donde desde los cerros se avisaban que ya llegaba el doctor, y la noticia corría de cumbre a cumbre, y con ella la alegría entre los miembros de la familia, principalmente de niños y jóvenes, que con la presencia del doctor estaban seguros que se salvaban sus seres queridos que yacían postrados.
 
4.
 
También era enérgico. Cierta vez una joven de familia patriarcal había concebido un hijo y el padre la confinó prácticamente a morir. A última hora llamaron a don Luis Médico que dictaminó que tenía que operarla de inmediato, pero el padre no quería que nadie se enterase:
– Señor, –le dijo– el niño se está muriendo en el vientre de esta señorita. Muere el niño y muere la madre. Apenas tengo cinco minutos para llevarla a mi consultorio. Estoy arriesgando todo, inclusive que muera en mis manos. Menos riesgo sería para mí decirles que ya no hay nada qué hacer, que todo está perdido. Dejen sus prejuicios y rencores.
Allí fue que se interpuso la madre y dijo:
– Llevémoslo de inmediato doctor. Yo asumo toda la responsabilidad. Es mi hija. Y si tengo que irme de esta casa con ella me voy. Yo misma le ayudo, doctor.
– Sí, doctor, proceda nomás. –Dijo finalmente el padre hasta entonces endurecido en su corazón.
Y salvaron al niño y salvaron a la madre que con los meses y años llegaron a ser la alegría de los padres y abuelos. El niño llegó a ser después un gran médico no sabemos si es porque le contaron esta historia o porque así es la vida.
 
5.
 
Don Luis Médico tenía su botica en una esquina del Chorro de Pichi Paccha, que es el lugar en donde se fundó Santiago de Chuco, entre el jirón Grau y Bolívar, que a la vez era su consultorio, llena de frascos y de remedios.
Su botica se llamaba San Cristóbal, de puerta verde, con una grada de subida y el piso en alto de madera machihembrada. Él mismo preparaba sus medicamentos midiendo en probetas y pesando en balanzas mínimas las sustancias y productos que recetaba y curaba males de distinta índole y especie.
Basaba su práctica en el conocimiento consuetudinario de la medicina. Era un autodidacta que estaba suscrito a varias revistas, boletines y publicaciones médicas que leía con extrema dedicación.
En su maletín cargaba jeringas, emplastos, desinfectantes, sulfas, todo un equipo para curar heridas, y cuando emprendía un viaje largo a lomo de mula llevaba su instrumental para hacer operaciones menores.
 
6.
 
Cierta vez lo habían llevado de urgencia a Sangual que queda en la jalca en donde salvó a una persona atacada de cólico miserere, que es mortal. De regreso con su ayudante le silbaron las balas por las orejas de su asistente, con quien siempre viajaba.
– ¡Deténganse y entreguen todo lo que tienen! –Gritó alguien.
Salió a todo galope el jefe de la banda y reconoció a don Luis Médico.
– Disculpe, doctor. Estos cholos no saben quién es usted, o no sé que les pasa. Mil disculpas doctor, y siga su camino. No tengo nada qué ofrecerle, pero aquí en mi montura tengo amarrado este Gallito Chuco. Acéptelo como un presente doctor y nuevamente mil disculpas.
Y le obsequió el jefe de esa banda de forajidos un Gallito Chuco, que así se llaman a unos gallos de pequeño tamaño, pero de extraordinario valor.
– ¡Saquen sus sombreros y saluden al doctor! –Alcanzó a decirles a sus cuatreros el bandido mayor.
 
7.
 
– ¡Cuánto le debemos, doctor! –Le decían, después que realizaba una curación.
– ¡Nada! ¿Por qué voy a cobrarle? Con eso alimenten bien al enfermo.
Don Luis Médico no cobraba por sus servicios. Si alguien le daba buenamente algo lo recibía, pero cuando sabía que eso no afectaba la economía de esa familia. Cuando se veía que se esforzaban por darle algo sacrificando algo esencial en esa casa se negaba rotundamente a recibir pago alguno. Cuando aún así insistían él decía una frase que para los chucos es un exorcismo:
– ¡Cómo me vas a pagar si somos familia!
Y ya entre sus seres queridos decía: “Hay que dolerse del prójimo”, que es una frase muy santiaguina.
Don Luis Médico, cuyo nombre completo es Luis José Ruiz y Ruiz, nació en Santiago de Chuco, y murió en esta misma comarca en marzo del año 1965 y está enterrado en el cementerio de esta localidad.
Él es abuelo de un representante conspicuo del movimiento cultural Capulí, Vallejo y su Tierra, el profesor Manuel Ángel Ruiz Paredes, quien recuerda que ningún nieto dejó de decirle “Papá Luis” por la devoción que le tenían. Y recuerda lo cariñoso y afectivo que era siempre con sus nietos, a quienes encontrara donde los encontrara siempre les mostraba extraordinario afecto y le daba una peseta a cada uno para sus caramelos.

 

 

Don Luis José Ruiz y Ruiz - Imagen: Ángel Gavidia
 

EL MÉDICO

DE

MI ALDEA

 

 

Danilo Sánchez Lihón

 

 1. Cariñoso

y afectivo

 

– ¡Cuánto le debemos, doctorcito! –Le dice la gente aliviada y agradecida por la ciencia prodigiosa de don Luis Médico, y después que ha realizado una curación.

– ¡Nada! ¿Por qué voy a cobrarle? ¡Con lo que quieren pagarme alimenten bien al enfermo! –Esas son las palabras más frecuentes que salen de su boca.

Don Luis Médico no cobra por sus servicios. Si alguien le da buenamente algo lo recibe, pero eso solo es cuando sabe que no afecta la economía de esa familia.

Cuando ve que se esfuerzan por darle algo, sacrificando el diario vivir en esa casa, se niega rotundamente a recibir pago alguno.

Cuando aun así insisten él dice una frase que para nosotros los chucos es un exorcismo, cual es:

– ¡Cómo me vas a pagar si somos familia!

 

2. ¡Cómo voy

a cobrar!

 

Después de lo cual ya nadie puede insistir.

Porque, dicho eso, si se insiste hasta puede tomarse como una ofensa, porque entre nosotros se consideras que la familia es sagrada. Y no se lo puede ofender haciendo cobros.

Insistir en pagar sería como estar diciendo:

Disculpe, pero no somos familia.

O peor:

– No le reconozco como familia. O no lo reconozco como tal, lo cual sería muy grave hasta sugerirlo.

Pero, ya comentando entre sus seres queridos, dice: “¡Cómo voy a cobrar! La medicina es servicio. Además, hay que dolerse del prójimo. La gente no tiene para pagar. Y mucho más cuando en la casa cae alguien enfermo”.

 

3. Cálida

y amable

 

De don Luis Médico su nombre real y completo es Luis José Ruiz y Ruiz, quien nació en Santiago de Chuco, y murió en esta misma villa o comarca en marzo del año 1965.

Está enterrado en el cementerio de nuestra localidad, y es parte de la sangre amada de nuestro pueblo.

Don Luis tenía su botica en una esquina del Chorro de Pichi Paccha, que es el lugar en donde se fundó esta aldea que es Santiago de Chuco; entre el jirón Grau y Bolívar, local que a la vez era su consultorio.

Es una tienda acogedora, de estantería con vidrios, que bajaba desde la parte alta hasta el nivel del piso, llena de frascos y remedios, tienda a la cual siempre daba ganas de entrar, por lo cálida y amable que era.

Y que al pasar por él siempre nos quedábamos mirando lo que allí adentro.

 

4. A lomo

de mula

 

Esta botica se llamaba San Cristóbal, de puerta verde, con una grada de subida y el piso en alto de madera machihembrada.

Donde se lo veía a él preparando sus medicamentos, midiendo en probetas y pesando en balanzas mínimas las sustancias y productos que recetaba y con los cuales curaba males de distinta índole y especie.

Basaba su práctica en el conocimiento consuetudinario de la medicina. Era un autodidacta que estaba suscrito a varias revistas, boletines y publicaciones médicas del Perú y del extranjero, que leía con extrema dedicación.

En su maletín cargaba siempre un libro, al lado de jeringas, emplastos, desinfectantes, sulfas, y todo un equipo para curar heridas y enfermedades. Y cuando emprendía un viaje largo a lomo de mula llevaba su instrumental para hacer operaciones menores, y siempre un libro para leerlo en los descansos que tuviera.

 

5. No hay

de qué

 

Cierta vez lo habían llevado de urgencia a la hacienda Sangual, que queda en la jalca en donde salvó a una persona atacada de convulsiones, que espumaba y deliraba. De regreso con su ayudante le silbaron las balas por las orejas de él y de su asistente, con quien a veces viajaba.

– ¡Deténganse y entreguen todo lo que tienen! –Gritó alguien saliendo de entre las peñas.

Otros de la misma banda salieron a todo galope, los enmarrocaron a ambos y lo llevaron a la guarida de su jefe que quedaba en una cueva y quien de inmediato reconoció a don Luis Médico.

– Disculpe, doctor. –Le dijo el jefe, con su modulación más amable.

–. Estos cholos brutos no saben quién es usted. ¡O no sé qué les pasa! Mil disculpas doctor.

– No hay de qué. –Respondió don Luis, solo por decir algo.

 

6. Toda

la gente

 

– No tengo nada que ofrecerle, doctor. Salvo este Gallito Chuco. Acéptelo, doctor, como un presente, y como una disculpa por lo que le han hecho estos cholos a quienes le voy a tener que dar un ejemplar castigo.

– Gracias.

Y nuevamente mil disculpas. ¡Y devuélvanle ustedes al doctor todo lo que le hayan quitado! ¡Cholos brutos! Y siga su camino, doctor

Y le obsequió el jefe de esa banda de forajidos un Gallito Chuco, que así se llaman a unos gallos de pequeño tamaño, pero de extraordinario valor. Y que solemos darle el atributo de traernos buena suerte.

Y ordenó furioso a sus hombres:

– ¡Saquen sus sombreros, presenten armas y saluden al doctor!

Alcanzó a decirles furioso a sus cuatreros este bandido mayor.

–¡Y acompañen al doctor hasta buena parte del camino!

Así era don Luis, quien se ganó el cariño, el aprecio y la devoción de toda la gente.

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