sábado, 12 de junio de 2021

12 DE JUNIO: DÍA DE LA LITERATURA INFANTIL AMAZÓNICA - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
 
Construcción y forja de la utopía andina
 
JUNIO, MES DE LOS NIÑOS,
DEL MEDIO AMBIENTE, DE LA GLORIA
DE ARICA Y DE LA IDENTIDAD ANDINA
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO


 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL


 
*****
12 DE JUNIO
 
DÍA DE LA
LITERATURA
INFANTIL
AMAZÓNICA
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA


 LA FABULOSA
VIDA DE ARTURO
HERNÁNDEZ


 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
1. Cuenta
él mismo
 
Arturo Hernández, el autor de las célebres novelas “Sangama” y “Selva trágica”, nació en la provincia de Requena, en Sintico, a la margen izquierda del río Ucayali, en plena selva amazónica, el año de 1903, y murió en Lima el 2 de abril del año 1970.
Nunca pudo averiguar ni el día ni el mes de su nacimiento, sino apenas el año, pero más la circunstancia en que vino al mundo, que fue:
“En la época en que los salvajes irrumpieron en el pueblo de Samanco y raptaron a todas las mujeres”.
Eso lo cuenta así, él mismo. Es decir, ni siquiera nació en la capital de la provincia sino en un villorrio del distrito Emilio San Martín, nombre curioso pero que fue de un héroe de la Marina de Guerra del Perú en la guerra con Chile.
Y de quien se refiere la hazaña de que para hundir un barco enemigo hizo explotar una bomba cargándola en sus brazos y después a fin de que se active disparándola con su revólver.
 
2. Tres
días
 
Nació Arturo Hernández en un pueblo que a la vez desapareció varias veces, pero que ha vuelto a aparecer, como ocurre con la mayoría de pueblos de la Amazonía que cambian de uno a otro lugar.
Y eso debido principalmente a que los lleva el río, a causa que la tierra sobre la cual se asientan es arcilla aluvial que cualquier día vuelve a ser arrastrada por la corriente de agua.
Pero un día el río no solo se tragó el pueblo sino toda la tierra que Arturo Hernández tenía bajo sus pies. O sea, su lugar de origen sí desapareció por completo.
Ese día Arturo solo se salvó trepándose a un árbol en donde permaneció montado y sujeto a una rama durante varios días seguidos con sus respectivas noches, para después bajar, nadar y alcanzar una orilla desconocida, como si para él fuera otro mundo.
 
3. A punta
de palos
 
Aprendió a leer en la escuelita que organizó su padre para los hijos de los obreros que trabajaban en la recolección de caucho en el shiringal, que se llama así al paraje rico en árboles que ofrecen ese producto: ¡el caucho!, que en la época que vivió era tan apreciado como el oro.
Pero ocurrió que murió su madre y su padre entonces lo lleva a vivir con su abuela de parte suya, o sea su madre, quien odiaba a ese niño por ser fruto de una relación que nunca ella quiso ni aprobó. Por eso, cada vez que la abuela, por ejemplo, lo veía que intentaba leer lo castigaba, diciéndole:
– Ay, maldito. Otra vez ya te encontré en este vicio.
– Perdón abuela, pero no me pegues, te lo suplico. Ya no lo haré.
– Si no te pego entonces ¿cómo te vas a corregir de estas ociosidades? ¡Ya te he dicho, trabaja! ¡Dedícate a tus tareas, y no a estas cochinadas!
– ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay!
Y le daba duro.
– Así, infame, te voy a ser doctor, a punta de palos. –Le decía.
 
4. Marinería
a bordo
 
Trató de fugar varias veces de esa tutela. Pero terminaron encontrándolo selva adentro. Razón por la cual su abuela decidió mantenerlo día y noche, amarrado a un palo.
En realidad, permanecía encadenado junto al fogón, en donde tenía que cocinar, lavar los platos, las ollas y la ropa. Y allí mismo dormía en el suelo. Lo mantuvo como esclavo, bien atado a una estaca clavada en la tierra.
Su única alegría consistía, cuenta él, en mirar los barcos ingleses que pasaban resoplando sus sirenas rumbo a Liverpool cargados de goma elástica.
Eran barcos de lujosos barandales que emitían volutas de humo en el cielo azulino de la Amazonía y con la marinería a bordo, vestidos de blanco inmarcesible, de ojos azules y en la boca pendiente un cigarrillo.
En la entrevista que Arturo Hernández concedió a Hernán Velarde para el diario Expreso, cuenta lo siguiente:
 
5. Nunca
se imaginó
 
–Un día pasó una barcaza llena de soldados, con destino a una guarnición del interior.
Levanté la mano para saludarlos presa de una emoción desconocida y al mismo tiempo sentí que una mano como una garra me sacudía por los hombros.
– ¿Qué miras, desgraciado?
– Me gustaría ser uno de ellos, abuelita.
– ¿Tú?
– Sí ma, ¿por qué no?
– ¡Porque eres un imbécil...!
Así era de cruel mi abuela.
Refiere él de ese modo. Y nosotros comentamos: Pobre viejita, nunca se imaginó que llegaría a ser General de Brigada del Ejército Peruano y además doctor en leyes con el cargo de Fiscal General del Consejo Supremo de Justicia Militar.
 
6. Sin que nadie
sepa de él
 
Pero, un día pasó el ejército reclutando jóvenes para el Servicio Militar Obligatorio. Mintió que tenía dieciocho años cuando apenas tenía quince. Y cargaron con él en la lancha, levándolo de cuajo y sin apelaciones. Que él para nada las tenía.
Estando en el Regimiento de Cazadores del Oriente 51, y cuando ya tenía grado de sargento, su capitán llamado Guillermo Cervantes, se rebeló contra el Estado Peruano, y con él arrastró a la tropa a su servicio, pidiendo mayor atención para los álgidos problemas de su región, la Amazonía.
Cinco meses duró la sublevación que finalmente fue develada. Arturo Hernández cayó prisionero y fue trasladado a Lima en condición de amotinado y con la amenaza de ser fusilado sumariamente en cualquier momento.
Sufrió presidio en un viejo velero fondeado en el litoral y luego en la cárcel de Guadalupe, con la vida pendiente de un hilo, sin saber si cada amanecer o cada anochecer sería conducido al paredón.
Parecía un olvidado en una mazmorra oscura húmeda y maloliente sin que nadie sepa de él ni de su caso. Ni se sepa de cuál era, ni cuál sería su triste destino.
 
7. Dolor
y lágrimas
 
Pero un día, sin qué ni por qué lo echaron a la calle y lo dejaron libre. Fue peor que estar preso. Porque si hubiera sido en la selva al menos hubiera sabido defenderse. Pero no era la selva sino una ciudad que le pareció desalmada. Expresa:
“Dormí en el Parque de los Garifos, sufrí hambre y conocí el sabor amargo de la desocupación”.
Y ser primero un vagabundo. Para luego ser un jornalero de construcción civil, un peón de hacienda, un mozo de bar, un conductor de tranvía, un portapliegos, un mozo de cocina. Todo eso fue. Y cuenta:
Hasta que logré un “conchave” en el vapor Ucayali, al que fui por llamarse como mi río. Fueron muchos viajes por la costa del Caribe, en calidad de mozo de salón, el último de la nómina y el primero en el trabajo.
Días de dolor y lágrimas, siempre con la esperanza de alcanzar algo que llenara mi espíritu. Cansado de dar vueltas en el mar, acepté el cargo de capataz de cuadrilla de los trabajadores que jalonaban la vía Mejorad, en Ayacucho.
 
8. Mi amor
propio
 
Pero se dio la oportunidad de asimilarse a la Marina de Guerra del Perú en la Zona Naval del Callao. Hacia allí fue. Ingresó. Y pronto ascendió a Alférez de Fragata.
Al mismo tiempo, tenía 26 años de edad, postuló a la Universidad de San Marcos para estudiar Derecho, o Abogacía, como entonces se llamaba. Clausurado San Marcos se trasladó a la Universidad Católica, donde culminó sus estudios el año 1936. He aquí su relato:
– ¿Sabe Ud. cómo y por qué ingrese a la Universidad? –Le cuenta al periodista y hombre de letras Hernán Velarde–. Gracias a un amigo que quiso burlarse de mí. "¿Ya que eres tan aspirante, por qué no te presentas a la Universidad?".
Lo dijo con tal tufillo de mala fe, que hirió mi amor propio y cualquier día me vi haciendo turno para los exámenes de ingreso, entre 800 alumnos que luchaban por colocarse en una de las 80 vacantes para Letras.
Fue un examen de pura "mechadera", los aspirantes caían como moscas, por eso cuando el jurado me llamó:
 
9. ¡Qué
maravilla!
 
– ¡Aspirante Arturo Hernández del Águila!
Yo, en vez de decir ¡presente!, quedé mudo y clavado en el suelo. Pero entonces vino nuevamente "en mi ayuda" el burlón, quien me envió trastabillando hasta los pies del Jurado.
Me revolcaron malamente. Al final me entregaron un papel con mi nota. Yo naturalmente ni lo miré. "Mi amigo" reía aun cuando traspusimos la puerta de San Marcos, donde por hacer algo, saqué el papel con mi nota.
¡Qué maravilla! No sé por qué milagroso mecanismo me habían puesto 11. Entonces vi que "mi amigo" lloraba. Nunca supe si fue de felicidad o de envidia.
Así, en el año 1942, publicó su novela autobiográfica “Sangama”. En el año 1950 se casó con una bella y bondadosa maestra que se consagró al cuidado de su obra, su nombre: Telma San Martín.
 
10. Receta
moral
 
En el año 1952 su novela fue traducida al francés y se volvió best seller, libro del mes en Francia.
Luego su fama se extendió a Europa.  Se tradujo al alemán, inglés, ruso y al yugoeslavo.
Los cheques por regalías en cada remesa sobrepasaban los 300 mil francos, o sus equivalentes. Compró una casa y se dedicó a escribir entre otras, obras como: “Selva Trágica”, “Tangarana y otros cuentos”, “Bubinzana (La canción mágica del Amazonas)”.
En este trajín declaró alguna vez:
“en realidad yo he aprendido todo lo que sé trabajando”.
Y cuando se le preguntó acerca del tema de las técnicas literarias en sus novelas, temas muy de moda en los años que le tocó vivir, respondió que el único consejo que quería dar a quienes aspiraban a ser escritores era:
“Vivir más e inventar menos”.
Receta moral en estos tiempos de fanfarronadas, embustes y artificios.


12 DE JUNIO

DÍA DE LA LITERATURA INFANTIL

AMAZÓNICA

LA
CASA
PROMETIDA

LEYENDA
DE LA AMAZONÍA



Danilo Sánchez Lihón


1. El
Día

Nuestros antepasados padecieron mucho hasta aprender a techar sus casas, de tal modo que ellas resistieran la fuerza de la lluvia, del trueno y del relámpago, que aquí son tremendos e implacables.
Así, El Día vivía en una pequeña choza, hecha del largo de sus brazos abiertos y de la altura de su persona, que era de mediana estatura, cobija que la hizo cubierta con ramas de plátano y hojas redondas que crecen en las aguas tranquilas.
Pero azotaba la lluvia y la pequeña morada quedaba deshecha, y las ramas y las hojas destrozadas, flotando en las aguas que lentamente las llevaban río abajo, quedando anegado el lecho en donde El Día dormía.
Después de una noche en que el cielo parecía derramar enteras sus tinajas, El Día se levantó muy enojado por el daño que siempre hacía la lluvia. Dispuesto a tomar venganza cogió su arco y su flecha; y salió con pasos firmes al campo descubierto, a esperarla.

2. Y fue
a buscarla

– Estoy hastiado de la lluvia que anega mi lecho, por eso he decidido buscarla y abrirle la barriga ¡hasta dejarla muerta! –Dijo, hablando consigo mismo de lo perturbado cómo se sentía.
Inclinando la cabeza y estirando los brazos escuchó las pisadas de la lluvia que andaba dando vueltas por la colina más cercana. Y allá se encaminó presuroso y con sigilo, convencido de que tenía que matarla.
La esperó en un recodo por donde tenía que pasar la lluvia, el arco y la flecha de filo envenenado listos en sus robustos brazos. Y por si acaso lista también su lanza para abrirle la barriga, como El Día decía.
Y así estaba, observando y meditando cómo asestarle un golpe mortal, certero y de segura y definitiva muerte a la lluvia impertinente.
De pronto se presentó una persona de gran talante con una cabellera larga y flotante, que le caía sobre la frente, y también sobre la espalda.

3. Era
la lluvia

Vestía una falda que contenía todos los colores del arco iris.
– ¡Muchacho de ojos negros! –Le dijo, compadecido–. ¿Qué haces aquí de pie en el campo descubierto y mojándote sufrido e inclemente?
– Espero a La Lluvia para matarla. –Contestó lacónico y abrupto El Día, quien seguía enojado por no haber podido dormir, ni tener lecho seco para su descanso.
Pero susurrando se preguntaba: ¿Y quién es este cuñado a quien no lo he visto antes ni hasta ahora?
– ¡Ah! –Le contestó la persona gigante muy asustada–. Sigue esperando a La Lluvia que por allá viene.
Y apresuradamente se alejó avanzando a grandes saltos entre los árboles, llegando a los cerros y uniéndose un poco más lejos a los flecos de lluvia que caían y a los cuáles encaminó por otro rumbo y destino.
El Día al ver esto echó a correr tras él persiguiéndolo, pero pronto La Lluvia que ya era tempestad empezó a elevarse y perderse por el alto cielo.

4. En el aire
caliente

– ¡Ay, caramba! –Se lamentó El Día–. El cuñado con quien hablé era La Lluvia ¡y ahora se me ha escapado!
Desde esa ocasión ya no hubo nubes en el cielo. El aire zumbaba ardiente y la tierra empezó a endurecerse porque no llovía. Y fueron secándose los pequeños ríos, quebradas y lagunas. Por lo cual la gente al principio estaba contenta porque la pesca era abundante por la disminución de la corriente.
Pero pronto comenzaron a secarse los grandes ríos y las lagunas antes insondables mostraron su fondo pantanoso, cubierto de tallos y raíces humedecidas que pronto se secaron.
Entonces ya no había peces ni tampoco frutos en los campos. Ni nada qué comer ni probar. Hombres y mujeres trasladaron sus viviendas al fondo de lo que antes era el lecho de ríos y lagunas, a fin de tener siquiera un poco de agua para las ollas cada vez más resecas.
Ya no había ni aves ni peces porque todos se quedaban boqueando en el aire caliente sin agua para calmar su sed.

5. La boa
negra

La humanidad sufría horriblemente de hambre, de sed y de dolores a la piel, a las manos y a los pies.
Los huesos y hasta los dientes se partían por lo resecos que estaban. Al cabo de cierto tiempo toda el agua desapareció de la faz de la tierra.
Sólo en el Ucayali quedaba una poza en donde bordeaba cristalina el agua soberana. ¿Cómo es que se mantenía llena? ¡Nadie lo sabe ni pretende averiguarlo!
Pero la razón de tanta escasez todos sí la atribuyen ahora no solo a El Día que amenazó a La Lluvia, sino a los poderes de la espantosa habitante de la laguna; la temible Boa Negra.
Buscando algo para beber la gente se acerca hasta ese manantial, pero en el intento de sacar agua muchos mueren.
Porque el reptil al percatarse de que están aprovechando de lo que le pertenece, entonces sacude la cola con furia, haciendo rodar a los hombres al fondo del abismo en donde se atraganta de ellos.
Mil formas buscan los seres humanos para conseguir un poco de agua.

6. Tanto tiempo
sin hacer nada

Así, instruidos por el Mono Martín, unieron varias cañas al final de la cual ataron una cantimplora.
Así, con ella lograban sacar unos cuantos sorbos de agua que chupan desesperados en las cañas apenas mojadas en la poza.
Sin embargo, no era suficiente para vivir. Además, faltaban ya las fuerzas para sostener los carrizos desde la orilla.
El Día entonces le habló al Mono Martín de este modo:
– Irás a La Lluvia llevando un recado. Le dirás que me disculpe y que venga. Que queremos que llueva, pero que por favor trate de no mojar otra vez el lugar donde vivo.
Cogiéndose de las ramas de los árboles subió el Mono Martín hasta el cielo donde mora La Lluvia.
Y la encontró sentada en el suelo, rascándose la barriga y los dedos de los pies, legañosa, despabilada y aburrida de estar tanto tiempo sin hacer nada.

7. Y arrancó
a gemir el mono

– El Día me manda a decirte que lo disculpes, que no quiso ofenderte; pero que en todo caso lo perdones; que ya no sientas encono, pero que lluevas por favor, y que trates de no mojar el lugar donde vive ni el lecho donde reposa. –Le dijo el mono, cansado de viajar.
La Lluvia lo miró despreciativamente, y le replicó con mal talante:
– ¡Ah! ¡Pide que debo darle gusto ahora! –Contesta. Y mirándole al mono le advierte–. Dile a El Día que él me amenazó, que tenía lista su flecha para abrirme la barriga. ¡Ahora que se arregle como pueda!
El Mono Martín lloró entonces en su delante. Y desde entonces nunca más se le han secado las lágrimas, ni de la nariz, ni de los ojos.
– ¡Abuelo! –Le implora–. Si no vienes, toda la gente de la selva se va a morir, puesto que ya no quedan muchos.
Y arrancó a gemir el mono Martín, con ahogos, hipos y babas.
– Cálmate, nieto. –Le dice la Lluvia que estuvo contemplándolo un rato.

8. Saltando
las ramas

– ¡Hip! ¡Hip! ¡Hip! –Lloraba el mono.
– ¡Cálmate nieto! –Le ruega, porque el mono ya se ahogaba en gemidos y en suspiros.
– ¡Cálmate!
Pero más chillaba el mono.
– Iré. ¡Iré! –Dijo por fin–. Dile que iré.
Con esto recién se fue calmando el otro.
– ¡Iré! Pero para eso dile a El Día que me amenazó, que tendrá que realizar una prueba.
– ¿Cuál?
– Dar muerte a la Boa Negra que mezquina el agua.
– ¡Eso es imposible!
– Sólo así bajaré. Además, dile que iré llevando toda mi gente para enseñarles a construir sus casas y a techar de una vez el lugar donde viven.
 

12 DE JUNIO

DÍA DE LA LITERATURA INFANTIL AMAZÓNICA

 


EL CAZADOR

Y

EL AGUA

 


Danilo Sánchez Lihón

 

El agua

en su sorda

antigüedad

César Vallejo

 

 

1. Los ricos

potajes

 

– ¿Quién barre mi choza, tiende mi lecho y prepara mi comida?

Se preguntó el cazador, teniendo un sobresalto y dando un golpe falso del remo en el agua.

Esto ha sido al borde del entresueño del mediodía, mientras permanece descansando, recostado en la floresta.

Se ha despertado con esa interrogante repentina. Y en ello sigue cavilando.

Porque siempre al regresar, bajando el arco y las flechas que lleva colgado del hombro y atravesándole la espalda, ve que la comida está allí.

Además, servida y humeando. Y se fascina observando los ricos potajes puestos en su mesa.

 

2. De

buena mano

 

Pero ahora, aún lejos de su cabaña, se hace otra vez la misma pregunta:

– ¿Quién barre mi choza, tiende mi lecho y prepara mi comida?

Y no atinando a dar una respuesta valedera a este interrogante, apura su regreso inquietado por despejar esta incógnita.

Por ahora solo sabe que los alimentos que encuentra servidos están calientes, y que es fresco, bueno y sabroso el aderezo, como salidos de buena mano.

Temprano sale a pescar enrumbando su canoa, ya sea río arriba, o ya sea río abajo.

 

3. Viandas

servidas

 

Hoy día ha cazado un cervatillo y dos paujiles. Se los echa al hombro y emprende el camino de retorno.

Llegado al río acomoda su canoa con la carga y empieza a remar suavemente a contracorriente y sin hacer ruido.

Su cabaña aún está distante pero la hora es propicia para retornar; aún con la luz del día, aunque ya declinando el sol en el horizonte.

El atardecer ha roto sus celajes amarillos y rojos en el poniente.

Ve su imagen reflejada en un remanso y se siente bien al mirar el arco cuya faja atraviesa su pecho.

Llevando en la curva de su espalda las presas que ha cazado, detrás de su cabello revuelto e hirsuto sobre su rostro anguloso.

 

4. El carbón

encendido

 

Contempla largo rato los copos de neblina blanca sobre el verde del follaje y de los cerros.

– Pero, ¿quién barre mi choza, tiende mi lecho y prepara mi comida?

Se dice de nuevo al llegar y encontrar que las viandas están otra vez servidas, que huele a aderezos bien sazonados, y que los condimentos son recientes y exquisitos.

– Mañana vigilaré quién visita mi choza. –Dice.

Se levanta temprano, prepara su aljaba, alinea sus flechas y sale como siempre de madrugada.

Pero al desamarrar su canoa irrumpe otra vez el carbón encendido de su pregunta sin respuesta.

 

5. Pasos

menudos

 

Queriendo reconocer el secreto de estos hechos, allí mismo toma la decisión de quedarse y esperar.

– ¡Hoy debo saber quién entra en mi choza; y amorosa hace todo para complacerme! ¿Quién es?

Desamarra su canoa de la estaca que tiene clavada y se pone a contemplar cómo lentamente el agua la va arrastrando hasta hacerla desaparecer río abajo. Y regresa a su morada a buscar explicación a su dilema.

Sin despojarse del carcaj que lleva puesto, toma sitio en un rincón en penumbra, desde donde puede observar todo el ámbito de su aposento.

Al cabo de un momento escucha unos pasos menudos, y a pie descalzo, sobre las hojas y la tierra apisonada. Y luego el chirrido de la puerta cuando se empuja y se abre desde afuera.

 

6. ¿Quién

eres?

 

Ha entrado una niña preciosa con la falda recogida trayendo un atado de frutos silvestres que extiende sobre la mesa.

Ligera y presta enciende el fuego, corta carne reciente que allí encuentra; pela las papas, desgrana el maíz y lo cocina.

Sancocha las verduras y las adereza.

Luego lava, arregla, pone las cosas en orden. Sirve la comida y la cubre con hojas de palma para cuando él llegue. Y se apresta a salir.

A él, desde el rincón donde permanece, le cuesta pronunciar palabra, pues se siente extasiado. Pero es en ese instante que por fin alcanza a decir:

– ¿Quién eres?

Con el susto la niña suelta lo que lleva, y busca entre las sombras el lugar desde donde la voz ha salido.

 

7. El rubor

en sus mejillas

 

– ¿sí?

Él, dejando su escondrijo, vestido aún con su atuendo de caza, sale completamente. Y mirándola otra vez le inquiere:

– ¿Quién eres? –Repite mientras ella se sonroja.

– ¡Soy el agua! –Habla ella, tímida y balbuceante.

– ¿El agua?

– Sí.

– ¿En dónde vives?

– En el manantial.

Expresa ella, ya mirándole de cerca y de frente, cuan bella y hermosa es.

– Y, ¿cómo es que me conoces?

– Porque cada día te inclinas a beber de mi fuente. Y me besas.

Le confiesa ella, encendiéndosele más aún el rubor en sus labios, de sus ojos y sus mejillas.

 

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