viernes, 3 de julio de 2020

3 DE JULIO: HOY CUMPLE AÑOS MI HERMANA ROSA ANDREA - EL NACER DE LA VIDA - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
 
Construcción y forja de la utopía andina
 
  JULIO, MES DEL MAESTRO;
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DE HUAMACHUCO, LEONCIO
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CAPULÍ ES
PODER CHUCO

 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL





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3 DE JULIO
 HOY CUMPLE AÑOS
MI HERMANA ROSA ANDREA

EL NACER
DE
LA VIDA

 

Danilo Sánchez Lihón


1. Dando alaridos

Cuando vino al mundo mi hermana Rosita, yo tenía cinco años y mi hermano Juvenal siete. Es la tercera de una familia de once hermanos.
Para darla a luz mi madre daba tantos gritos esa madrugada en la habitación del segundo piso donde la atendían que creíamos temblando, y sacudidos como ramitas por una tempestad, que mi madre se moría.
Decían los mayores que entraban y salían del cuarto del segundo piso en donde la atendían que el hijo, o la hijita que iba a salir del vientre de mamá, se le había atravesado antes de nacer.
Eran las dos de la mañana que en mi aldea es noche cerrada, cuando a hurtadillas y trepidando de frío veíamos cómo mi abuela, mis tías y mi padre la sentaban en la cama.
Y luego le amarraban unas frazadas en torno a la cintura abultada, la alzaban y sacudían en vilo, en el aire para que la criatura bajara.
Y ella dando unos alaridos que a Juvenal y a mí nos estremecían y hacía que nos castañetearan los dientes.

2. Con toda el alma

Por eso, nos llevaron casi desnudos y en ese frío glaciar hacia una habitación más lejana, que era una sala lóbrega, solemne y sin luz, por cuyo umbral sentíamos que ululaba el viento.
¿Para qué mi padre nos confinó allí? A fin de que no nos asustáramos con ese padecimiento tremendo y atroz, ni gimoteáramos como lo veníamos haciendo ya hacía rato.
Pero ya enclaustrados en ese sitio y a oscuras no podíamos permanecer tranquilos.
Salíamos gateando a tientas y subíamos hasta la mitad de la escalera para escuchar y saber lo que seguía sucediendo.
Y ver si algo podíamos hacer para aliviar tanto sufrimiento del ser que nos dio la vida. Permaneciendo en las gradas heladas en donde tiritábamos no solo de frío sino de miedo y pavor de que le pudiera suceder algo a nuestra adorada mamá.
A quien queríamos y queremos con toda nuestra alma. Mientras oímos el ajetreo de las personas a esa hora pavorosa en que reinan las sombras que se han apoderado del mundo.
 
3. El suspiro de todos

Y cuando ni un solo susurro ya se escuchaba, ni del reino animal ni del reino vegetal, ni de los seres humanos que deambulaban conmovidos, apurados y estupefactos, en la grada del escalón casi desnudos nos encontró papá, arrodillados en esos maderos titubeantes.
Y con un resondro otra vez nos hizo bajar, obligándonos a permanecer en la sala sobre un tosco cuero de venado que había al pie de la mecedora. Pero de tanto temblar resultábamos fuera del pellejo y rodando en el suelo a cuál más gélido: el piso o ese cuero.
Ahí nos encogimos chocando diente con diente, al punto que yo tenía que sostener mi mandíbula inferior con las manos para no oír tanto ese ruido de cristales que temía que se iban a romper.
Hasta que escuchamos en esa noche tupida e inmensa el llanto límpido, terso y cálido de un recién nacido.
Era una nota dulce, diáfana y entrañable que lo sentí como un rapo de luz y de salvación en ese cataclismo, borrasca o tempestad. Era un llanto cariñoso, absoluto y total, tal y como ahora es mi hermana Rosita.

4. Alguien había nacido

Y todo se hizo luz en ese instante que parecía fatal. Todo lo iluminó ese llanto intenso en la noche intrincada y llena de pavor. Resaltaba ese gemido de la creación sobre todas las voces, apuros, alarmas y temores del universo. Como si todos los demás sonidos se hubieran apagado, humillado y arrodillado reverentes ante ese triunfo de la vida, en donde ahora solo sobresalía aquel sollozo como un absoluto.
Que, pese a que era llanto, era como si repentinamente hubiera salido el sol. O amaneciera. O como se abriera alguna puerta en el infinito. O estallara algún fenómeno en el espacio estelar.
Rato después es que escuchamos el suspiro de todos, y ruidos de utensilios. Era que alguien había nacido y era que mi madre se había salvado.
Entonces yo recostado en mi hermano me puse a llorar, pero hondamente y sin quejidos. Eso sí, bañado en lágrimas y con temblores incontrolables de mi cuerpo. Embargado por un hondo sentimiento, no sé si de alegría o de pena por el misterio de la vida, confundido y límpido como a veces suelo llorar. Con suspiros hacia adentro; solo para el fondo de mi corazón que lo siento sufrir, aunque no se lo pueda notar desde afuera.

5. Como una flor

Ahí fue que Juvenal no sé si sabiendo que yo lloraba y para consolarme, porque él presintiera que algo me podía pasar, aunque no veía mis lágrimas ni podía escuchar mis quejidos, o quizá solo por querer curiosear, me dijo:
– ¡Yo, hermanito, voy a ver qué pasa! Y luego te vengo a contar.
Yo me quedé en esa sala tenebrosa y él subió gateando otra vez por la escalera. Se demoró un rato grande en que empezaron a darme miedo los retratos de los abuelos y bisabuelos ya difuntos que pendían de las paredes de esa sala.
Pero después volvió, cayendo hacia abajo como alguien que se desprendiera de un árbol, ya de regreso, para decir feliz y rozagante:
– Nos ha nacido una hermanita, linda como una flor.
– ¿La has visto?
– A ella no, pero todos la miraban.
Tuvo alma para hacer aquella imagen literaria. Y, yo me pregunto hasta ahora, ¿cómo él allí mismo adivinó que se llamaría Rosa? Porque eso dijo: como una flor.

6. Avivar el fuego

Y por eso hasta ahora quedo yo todavía sorprendido de lo que dijo Juvenal, y del nombre que lleva mi hermana, que es a su vez el nombre de mi abuela, la mamá de mi mamá, quien fue la partera esa noche y quien fue la primera que la sostuvo a mi hermana y la recibió en sus manos y después en sus brazos.
Ya los dos en la oscuridad de la sala nos abrazamos de contentos en esa noche tensa, enmarañada y llena de correrías y de voces. Y nosotros tirados en ese suelo y en esa oscuridad abismal.
Recién a esa hora descubrió papá que estábamos casi desnudos en ese frío helado, apenas con trusa y bivirí, tal y cómo nos habían acostado y sacado de la cama.
Ya arropados salimos al corredor contiguo donde se había armado un fogón restallante a cuya vera, y ahora sí bien arropados, nos sentaron.
Allí la Mechita ya contenta avivaba el fuego con leña seca que calentaba unas ollas preparando caldo de gallina para mi mamá y todos quienes estaban despiertos. Después se soasaron choclos. Y pronto nos servían en pocillos humeantes mates de panizara, manzanilla y toronjil.

7. Tan débil y tan fuerte

Y no sé en cuántas ollas más, se preparaba infusiones de hierbas que alivian y sanan aplicados como cataplasmas a las parturientas.
Recuerdo tanto el rostro sudoroso y de contento de La Mechita, quien toda su vida fue empleada del hogar en la casa de mi abuela Rosa, tras las candelas altas, vivas y agitadas del fogón, que es el signo de lo que es la vida cuando se la asume en lo que es ayudar, condolerse y ser solidarios.
Eran tan alegres sus lágrimas confundidas con las llamas amarillas y chisporroteantes de la leña eran tan alegres y cariñosos sus ojos por vida que se había salvado, que espantaban las sombras pavorosas que se apretujaban arrojadas hacia el alrededor.
Así nació mi hermana Rosita, quien para nosotros es una segunda madre, al menos para mí, pese a que sea menor mío. Y aunque mi mamá, que esa noche parecía tan indefensa, siga viendo por nosotros, ¡es ella la que está pensando en qué me falta, qué me agobia o qué me aqueja, que en verdad es mucho. ¡Pero que, si alguien lo sabe en parte, es ella!
Pero, ¿cómo es la vida, ¿no? ¡Tan débil y titubeante! Como también: ¡tan fuerte, tan intensa y valerosa!


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