domingo, 8 de mayo de 2016

8 DE MAYO: DÍA DE LA MADRE - FOLIOS DE LA UTOPÍA: TÚ Y YO, SIEMPRE JUNTOS - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN


 
 
 


CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2016 AÑO
CONSTRUCCIÓN DE CONCIENCIA
Y CONCRECIÓN DE SOLUCIONES
 
MAYO: MES DE LOS TRABAJADORES,
DEL LEGADO DE LA PAPA DEL PERÚ
AL MUNDO, Y DEL MAESTRO ENCINAS
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO
 

SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL

 
*****
 
LOS CHUCOS FUERON Y SON
ESPACIO DE CONVERGENCIA

Expuesto a Eladio Ruiz Cerna el propósito de mi viaje, comunicó e invitó a un amigo suyo para que nos acompañara: Lorenzo Risco Ruiz, de ocupación comerciante en la ciudad y de especial estima en la zona rural por su gran sensibilidad social. Eladio y Lorenzo, hubieron de acompañarme en mi largo trabajo de campo, tras el paso de los chucos de ayer y siempre: Huacapongo, Cuevas de Chiminiga, Conra, etc. y sus campos, canales. Pero, grande habría de ser mi sorpresa, cuando en cada paso que dábamos sobre las movidas tierras de cultivo subiendo y bajando las quebradas hasta el cansancio, vivía y escuchaba la voz vivificante de la tierra y los chucos de ayer, que en diálogo telúrico se decían entre sí:
"... gracias taita Huayllío... aquí nuestro hombre muchik llega a nosotros... es para que continuemos la vida de ayer... aquí estamos juntos como ayer... con todas nuestras fuerzas y saberes... mira nuestras chacras, nuestros cultivos... nuestros caminos... juntos como ayer, nadie nos detendrá...".
Atónito de lo que escuchaba y vivía, y queriendo entender la razón de este diálogo telúrico, empecé a preguntar y repreguntar a mis acompañantes y a cuántos campesinos entrevistábamos: ¿por dónde se va a la costa? –espacio del pueblo muchik referido en el diálogo telúrico–. Ellos me respondían en su visión andina; y señalándome en dirección al poniente, me decían:
"...por allá, por Huasochugo y por Acque, se pasa a Chao, Virú, Moche y por camino de cordillera al valle Chicama...'
Otros, señalando al sur, nos manifestaban:
"... por allá se va al valle del río Santa y al Callejón de Huaylas, siguiendo los ríos Huaychaca y Chuquicara...".
Y también, señalando al oriente:
"... por allá llegamos hasta el Marañón...".
Entonces empezaba a entender que ese diálogo telúrico me comunicaba acerca de la fuerte relación de los chucos con los muchik; y junto con los pueblos alto-andinos, norte-sur, y trasandinos: zona amazónica. De este modo, puede entenderse claramente que el espacio del pueblo de los chucos representaba el centro de alta convergencia de esa amplia relación interregional; y que el pueblo muchik de los valles Santa a Chicama, fortalecieron esas relaciones en el marco de sus reciprocidades mutuas.
Más ahora, a la luz de la evidencia arqueológica  y etnográfica, es evidente que el gran espacio de los chucos fue y sigue siendo el gran espacio de convergencia de los pueblos bajo andinos, alto andinos y trasandinos o región amazónica.

VÍCTOR ANTONIO RODRÍGUEZ SUY SUY
Centro de investigación y Promoción
del Pueblo Muchik. (Versión adaptada)
 
*****
 
8 DE MAYO
 
 
DÍA
DE
LA MADRE

 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
TÚ Y YO,
SIEMPRE
JUNTOS
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
Cambiar el mundo
amigo Sancho, que no es locura
ni utopía, sino justicia.
Miguel de Cervantes
 
 
1. Con nuestras
manos
 
Recuerdo madre, cuando yo era niño, la vez que hicimos un camino para que la gente pasara por una calle sin veredas, que solía hacerse un lodazal desde una a la otra pared y desde una a la otra esquina con las lluvias de febrero y de marzo.
De noche, tus hijos cargábamos piedras y te las íbamos pasando mientras tú, ya sin pañolón, que habías tirado hacia un costado, te inclinabas hacia adelante.
Y ponías paso a paso sitios en donde asentar los pies, que luego rellenábamos con piedras grandes y después con otras pequeñas, hasta hacer un sendero seco, alineado y parejo.
Ahí mismo trazabas las dos aceras, los bordes de las acequias por donde debía correr el agua para que nunca más se empozara, deslizándose ahora obediente y apacible, yendo calle abajo, alcantarillado que también íbamos empedrando con nuestras manos pequeñas junto a las tuyas precisas y compasivas.
Al otro día veíamos con gusto cómo la gente humilde, y también la otra ufana, soberbia e indiferente, lo usaban con holgura.
 
2. No es una
o dos
 
Pero igual, lo usan ya los niños, los ancianos, las mujeres, los varones y, en general, todas las personas que transitan por estas veredas. Calzadas que desde entonces ya son tuyas y nuestras por llevarlas incrustadas en nuestra alma, por haberlas hecho unidos y confidentes, mamá.
– ¡Qué raro! –Dicen unos, parándose al borde de la acera reciente que tientan con los pies para saber que si está firme y no son sueños–. ¡Ayer todo esto era un pantano! Y, sin embargo, ahora está empedrado. Además, con una acequia continua por donde corre el agua transparente. ¡Qué raro! ¿Quién hizo esto? ¿El Municipio? ¡No! Hubiera tardado meses. Un mes en traer los materiales; otro mes se hubiera labrado piedra tras piedra obstruyendo la calle. Otro mes hubieran revisado y cuestionado los planos.
Y así pasa otro transeúnte. Y lo mismo, habla en voz alta:
– ¿Dónde estoy? ¿No estaré soñando? ¿He pasado ayer por aquí? ¡Claro que he pasado! O, mejor dicho: ayer no pude pasar, mojándome hasta los tobillos. Y ahora no solo puedo sino que me detengo a meditar. ¡Qué raro! ¿Qué está ocurriendo aquí?
 
3. Hundidos
los pies
 
– ¿Qué? ¿En la noche alguien haya hecho esto? ¡Imposible! ¡Cómo va a ser! ¿Y en este frío que cala los huesos? ¿O tengo fiebre y ya estoy desvariando?
Así dialogan consigo mismos la gente, y no es una o dos personas sino muchas las que pasan y se detienen.
Ven la calle empedrada donde antes era un pantano y hablan sorprendidos.
– ¿Quién lo hizo?
– ¡Tú, mamá! Tú, con tu parvada de chiquillos que te seguimos a todas partes entusiastas y convencidos de todo lo que emprendes.
Tú siempre adelante, a veces oculta en la oscuridad, como esta vez en que yo solo veo tus brazos desnudos en pleno frío, estirando el cuerpo para dejar caer la piedra en pleno barro con agua estancada, con tu falda arremangada, hundida hasta las pantorrillas dentro del limo helado, que solo tu alegría convertía en pedestal o peaña. Y tú el bronce y la estatua que se esboza, erige y permanece ya para siempre imborrable.
 
4. Seguros
y confiados
 
– ¿Y por qué no llamamos a papá para que nos ayude?
– ¡No! –Dices, tajante–. ¡A él déjenlo leer! Para eso hemos salido, para que no le hagan bulla.
Recién ahora lo advierto: En el fondo, haciendo estos caminos en la tierra, le estabas protegiendo para que él los haga en la educación, en el magisterio, en el arte y en los sueños.
– ¡Alcancen más piedras! –Exclamas.
– ¡Ya no hay más!
– Entonces vamos a traerlas de esas calles de arriba. Por ahí están tiradas. Y estando regadas la pobre gente y hasta los animales se tropiezan en ellas.
Y allá subimos contigo y bajamos cada uno con la más grande en los hombros. Pero se han plegado a la faena varios otros muchachos sin que los llamemos ni digamos nada, solo conmovidos por lo que nos ven hacer.
Al amanecer la calle ya es una vía transitable. Caminos que nadie sabe cómo han surgido de la noche a la mañana, pero que ahora los siguen pasando seguros y confiados.
 
5. Trazar
una senda
 
Así, nos enseñaste a cómo conducir el agua de las lluvias y tempestades, como a convertir lo dañado en una oportunidad de probar nuestro entusiasmo, nuestra alegría y hasta nuestro valor.
Así nos enseñaste a no ser resignados, fríos ni indolentes. A corregir lo que está mal, a convertir lo duro en amable, lo escaso en abundante y a hacerlo en motivo de alegría. Y a hacerlo todo con nuestras propias manos.
A no quejarnos, a no echar la culpa a otros ni afanarnos en pensar a quién correspondía hacerlo. Y algo que sede entonces para mí es clave: a reconocer la energía oculta que hay en los niños que es la reserva moral felizmente de todos los pueblos del mundo.
Y en ello radica uno de los   secretos de la grandiosidad que siempre tiene una madre, cuál es la inspiración que ella recoge y del coraje que a ella lo inspira el contacto con sus hijos que para ella siempre serán niños.
Pero más aún: a cómo hacer rutas y senderos posibles en esta vida.
Y a servir, sin que se sepa quién había hecho el bien de trazar una senda donde antes había un fangal y una ciénaga.
 
6. Por
aquí
 
Recuerdo también, aún con miedo, que a los conejos que criamos en casa no les quedaba ya comida para esta noche ni menos para el día siguiente. ¡Y chillan desesperados de hambre mirándonos suplicantes!
Entonces, con el sol ya oculto, te echas el pañolón a la espalda, me coges de la mano y nos vamos a traer hierbas del campo. Y esto ocurre a una hora en que ya se anuncian las sombras de la noche.
Dejamos las últimas casas al final del pueblo. Y vamos por unas chacras sembradas de trigo, maíz y cebada. Pasamos “La Pera” y avanzamos en dirección a la quebrada que hay al pie de “Las Tierras Amarillas”.
Por aquí hay unos estanques que se llenan de berros, hierbabuena y azucenas. Aun así. Por más que buscamos no encontramos forrajes que pudieran servir como alimento que comieran los conejos.
Pero, al fondo hay una poza grande y misteriosa, de aguas verdosas y quietas.
Todos los grillos cantan a esta hora haciendo intrincada y conmovida la penumbra ya reinante.
 
7. El titilar
de las estrellas
 
Al borde de ese gran estanque, cubierto por la maleza, y subiendo ya por la falda del cerro, ¡divisamos ya a oscuras una mata coposa de acelgas!
¡Pero es monte y todo allí está mojado y resbaloso por la lluvia! Y abajo quieta y misteriosa yace la laguna encantada. Entonces tú, agarrándote de unas ramas titubeantes, te empinas más y más. Y casi tu cuerpo está suspendido sobre las aguas fantasmales.
Yo temo, angustiado, que te caigas y te pudieras hundir en ese espejo insondable y no aparecer dejándome solo en el mundo. Pero vas arrancando una a una, ¡y cómo puedes!, todas las acelgas; que las vas tirando y yo las voy recogiendo hasta llenar dos enormes canastas.
Y con ellos regresamos abrazados, ya contentos, conversando y teniendo como fondo el chasquido de los saltamontes, el gorjeo ya en sueños de las aves dormidas y el croar acompasado de los sapos.
Y jugueteando con nuestras manos libres tratando de rozar las lucecitas de las luciérnagas y el titilar de las estrellas en el cielo severo reflejado ya amable y apacible en el fondo de nuestros corazones.
 
 
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