viernes, 28 de noviembre de 2014

FERROCARRIL - POR FRANSILES GALLARDO (MAGDALENA, CAJAMARCA)




FERROCARRIL

Fransiles Gallardo

 –Cholito, mañana nos vamos a la costa-, dice sonriendo con mostacho y todo, el viejo Joshua.

No hemos dormido casi nada, no vaya a ser que nos quedemos dormidotes  –sólo con un ojo, cabeceando–  y no si'olviden das de nosotros; despertándonos sobresaltados, de rato en rato.

 Entre sueños escuchamos el canto de los gallos, adivinando de qué casa provienen; asustándonos con el ladrido de los perros en la calle.

–No vayan a dejarnos dormidotes por muermos, ni gafos que juéramos-, soportando los ronquidos del viejo Joshua y los ligeros quejidos de mama Beca. 

Los gallos han cantado ya tres veces y, ni bien escuchamos el carraspeo del viejo Joshua y sus afanes de levantarse; dasito nos tiramos de la paracha, nos cambiamos de ropa, amarramos nuestros chamarros y nos sentamos derechitos en la banca de sala, por si quieran olvidarse de nosotros.

–Si así madrugaras, cholo, pa' regar la chacra del naranjillo, qué bueno sería  –dice el viejo Joshua, sonriendo.

Güenos dìas taita  –lo saludamos y nu'estamos pa' discuticiones, redepente si algo malo lo digo, se amarga y nos deja con las ganas di'rnos a la costa, ni de vainas; así que calladito nomás.

Desde hace varios días  Mama Beca está malita.

–La edá crítica, dejuro, será Bequita-, comenta entristecida la tía Génova Poma–.  Media shúmbula estás, Bequita, así nu'eres vos; bueno sería que el dotor te viera-, le dice palmeándole el hombro.

Ni los emplastos de llantén con higuerilla, hierba santa y barro mitoso del puquio, ni las mezclas de hierbas y menjunjes de doña Lolita Cabrejos, la curiosa del pueblo.

Tómeste este calientito, friyo dejuro li'a dentrao  nada le calma los dolores y ardores. 

Ni la mesada del cholo Basilio Chanduví -brujo güenazo soy-, diciendo con sus rezos -to los dañus y maloras yo corando yo sanandoyo mijorando -ni las danzas a media noche alrededor de una mesa de rajas de leña cubierta con mantel de lana multiclor – yo brojo maliro no suy, brojo corador suy, su’ijo del poquio di la pomapara suy, sus sicretus miad au a me solitu – sobre la mesa están distribuidos sables, calaveras, huacos, callanas, semillas, frascos con culebras y un cristos crucificado –yo lempiandooo, shaacc, shaacc, shaacc, yo corandooo, shaacc, shaacc, shaacc, livantandooo, shaacc, shaacc, shaacc –,  ni las invocaciones al Apu del cerro del Trinche ni los ruegos a los gentiles de la waca del Piloncillo, ni la limpia con cigarro inca ni el sanpedro inhalados por su nariz  –yo, limpiandooo shaacc, shaacc, shaacc, yo curandooo, shaacc, shaacc, shaacc levantandooo shaacc, shaacc, shaacc .

Nada. 

Ni las pastillas del compadrito Absalón Quiroga con sus lentes plateados, su paciencia de siglos para tomar el pulso y su milagrosa alforja de caminante  –bien acertao con los males es.

Nada. 

Ni las recetas de don Cosme Portal, el entendido en remedios y medicinas del pueblo de los Chiquilotes, logran aliviarle los males. 

Mama Beca está malita, doliéndole todo, quejándose de todo.

Después de cinco años de ausencia, el tío Federico Velásquez ha regresado de la costa pa' cumplir con una promesa a la Patrona de la Playería.

–¿Qué pué tienes Bequita, medio malita creyo estás?.

Entre recuerdos almacenados y aguardientes vaciados con el viejo Joshua y la parentela de siempre, comenta que al puerto de Pacasmayo ha llegado el doctor Josefino Gaviria.

–Es un médico buenote, Joshua y con toda seguridad segura va a sanarla; dejuro sus males son males que la medicina cura, Bequita-, le dice, consolándola. 

Pasados los días de fiesta, jarana y cañazo, el tío Federico regresa a la costa. 

-El primer lunes de agosto te'stamos molestando, Federico- le dice el viejo Joshua- sólo hay que conseguir unos reales pa' movilizarnos. 

-Los espero en mi casita, vayan con confianza nomás. 

En el primer camión que baja de Wamanmarca acomodamos a mama Beca en la cabina del chofer, arropadita con su pañolón azulino con rayas verdes. 

En la caseta, como zorros devisando lindazo, nos sentamos junto al viejo Joshua.
A las nueve llegamos a la estación del ferrocarril.

Erre con erre, guitarra;
erre con erre, barril;
rápido corren los carros,
rápido el ferrocarril…

Nos impresiona el tren  collebra grandota, pareciendo di taita–, ese inmenso animal de fierro que está delante nuestro chuzzz chuzzz chuzz humeando frente a nosotros chaca chaca chaca, chuzz, chuzzz, suena y humea con una fila de vagones atrás. 

–De premera, pa' la ginte que tiene so platita  –comenta el flaco vendedor de los pasajes–;  la sigunda es pa' lus cumerciantes y nigociantes  –vestido con camisa blanca y gorrita azul–  y la óltima es pa' los endios chuscos como ostedes  –repartiendo los boletos de viaje.

–¡Ya, ya!, no tienes por qué halagarnos tanto, ¿ah? –dice ofuscado un señor de barba entrecana y sombrero de tarro negro -¡Como si vos no fueras indio o, crees que porque repartes boletos te crees dueño del tren! 

 L’otro vagún is pa' las rises, las guishas, los cuches y las gallenas– continúa explicando burlón el boletero, mostrando dos dientes partidos por la mitad -Ay las pirsonas viajan de gratis; piro lu qui lis pasi ayadentro, yu nu respondo, je, je, je. 
Detrás de los vagones está el tren cargado de mineral.

–Unos baldotes grandazos, cholo, llenitos de metal cenizo que la Norden Perú cúper corporácion saca de las viejas minas de Paderones, hasta el puerto de Pascamayo y di’ay en vapor hasta Chembote onde, a punta de fuego y moldes, los vuelven fierros de construcción, rieles, planchas, clavos, perfiles y tanta fierrería más.

El viejo Joshua, cogiendo del brazo a mama Beca, la acomoda dentro del vagón sobre una banca de madera  –mirando pa'delante, porque mirando pa'trás me mareyo, dice–; nosotros prendidos a la ventanilla del vagón miramos asombrados las plantaciones de mangos, los arrozales verdeando y llenitos de agua, los postes que pasan volando delante de nuestros ojos, los dos ríos juntarse, haciéndose uno más grandote y más bravo.

–Es el Jequetepeque-, nos ilustra el viejo Joshua.

Entre el asombro y la fascinación pasamos por unos huecos grandes, largos y oscuros, hechos entre los cerros.

–¡Túneles son, gafazo! ¿Qué pué, nu'as leíu en tu libro Bruño? ¡Por las puras entón te'chamos a l'escuela!–,  sintiendo miedo a la oscurana y temor de que el tren se empale, como mi yegua Valentina, quedándose paradote a media mitad.

–¡A'vé quién es el machazo que lo mueve a tremendo animalote, achichinsazo!–.

Llegamos al pueblo del paludismo y la tembladera. 

Mujeres de vestidos vuelosos, cargaditas de ollas con tamales, bandejas de arroz con trozos de gallina, tazones de yucas con carnero y bolsas de mangos maduritos, llenan los vagones. 

El viejo Joshua saca de su bolsillo monedas y billetes, diciéndonos contento:

-Come, cholito, aprovecha-.

Nosotros, bien mandados, pide y pide, come y come. Mama Beca, naranjitas nomás pela y el juguito lo chupa.

El tío Federico Velásquez, anoticiado de nuestra llegada, con sus brazos largos y su pantalón con tirantes, sonriente en la estación del tren nos espera.

–De no ser porque mi Beca está media malita, das-dás le meteríamos media de cañacito que traigo en mi alforja  –le dice el viejo Joshua, después de abrazarse con cariño.

–No se preocupe, primo  –contesta contento el tío Federico–;  di'un ratito mi Nievitas lo lleva a la Bequita a que el doctorcito Gaviria la vea y en un santiamén verá que das la cura y después, primito, nos agarramos a la cañaceada hasta que los gallos canten y las penas se acaben, primito  –cargando las cositas en una camioneta roja.

-Si hasta mi guitarra lu'e afinao, pa' cantarnos unos tristes bien tristes  –rumbo a su casa–, como en nuestros buenos tiempos, primito  –por la subidita del cerro, alejado de la playa.

Oscurana es ya y el tío Federico con el brazo extendido, señala una gran mancha oscura, que por la neblina, no logramos divisar bien.

-Es el mar, sobrino-nos dice sonriente.