jueves, 6 de marzo de 2014

PUKA YAKU, LA AUNTENTICIDAD EN LOS CUENTOS DE FRANSILES GALLARDO - POR CRONWELL JORGE JARA JIMÉNEZ



PUKA YAKU, LA AUNTENTICIDAD EN LOS CUENTOS DE FRANSILES GALLARDO 

Comenta: Cronwell Jara

Poeta, narrador y docente universitario peruano 

Fransiles Gallardo, ingeniero civil de profesión; poeta y narrador de talento, nos entrega ahora Puka Yaku; río de sangre, un conjunto de cuentos, escritos con voz propia y registrada con definitivo talento. 


Explico por qué.


Existe una cuentística importante surgida en las décadas del 90 al 2010, en la literatura peruana. 


Es un hito bien ganado.


Fue, en un inicio, señalada por un consenso de la crítica nacional e internacional como la “narrativa de la violencia”, la que luego pasó a ser “narrativa de la violencia armada”, de la “guerra subversiva” o de la “guerra popular”. 


En este marco sobresalen y se consagran autores (que concursan y ganan merecidamente premios de todo calibre dentro y fuera del país).


Esta literatura atrapa la curiosidad. Refieren hechos sociales de suma violencia. 

Situaciones que sobrecogen, aterran, asquean. Las bombas y la sangre, las desapariciones humanas y las muertes encarnizadas, misteriosas, amañadas, aparecen también en la vida real, en las primeras planas de los diarios capitalinos y tocan alarma. 


Esto no es ficción. La historia peruana siempre fue cruenta. Y, dadas estas nuevas formas de violencia y crisis social, la narrativa breve la retratan.


Son los cuentos que describen la violencia armada en muchos ámbitos, sobre todo en las zonas centro y sur del país, y en Lima, la ciudad capital, por supuesto.


La violencia que atañe, en especial, a los espacios (provincias, pueblos y caseríos) más alejados y pobres, donde hay carencia indispensable para vivir: oportunidades de trabajo, medicinas, escuelas, alimentos, seguridad ciudadana, industrias, universidades; lugares, a veces, de pase de droga y “protegidos” solapadamente por el narcotráfico y, aunque parezca increíble, por las mismas fuerzas armadas o las policiales. 


Según se ve en los cuentos y en algunos diarios. Y la indolencia de la opinión pública y la iglesia, lo sabe (la corrupción en todas las instituciones del país tiende a crecer, como en muchos países del mundo). Y hay en esta población “olvidada” por el Estado, marginal, desprotegida: resentimientos por lo que signifique gobierno nacional, instituciones públicas, “democracia de los ricos”, Congreso de la República, justicia del Estado, “congresistas”, partidos políticos, medios de comunicación (alarmistas, racistas ante todos los colores salvo lo blanco y rubio; o indolentes, salvo excepciones).  


          Cuentos donde muchas veces las fuerzas de Sendero Luminoso se ven confrontadas con las fuerzas militares o policiales; y donde el cuento, no siempre imparcial en sus puntos de vista o parcializado con una u otra ideología (la del poder, la de los militares, o la de los subversivos), nos ofrece una imagen de todos modos terrible. Donde al entrechocar policías o militares vs. subversivos, se escenifican anécdotas nunca vistas en el imaginario narrativo, hechos y escenas con imágenes brutales: degollamientos, torturas, fusilamientos, linchamientos, decapitaciones, atropellos, abusos,  persecuciones y masacres a humildes campesinos, como asaltos a puestos policiales; muertes de niños, ancianos y mujeres inocentes y desarmadas; incendios, saqueos y violaciones no solo a mujeres jóvenes, también a niños o ancianas. Ilícitos cometidos por ambos bandos.

Cuentos donde se señala también cómo es que los subversivos luchan contra: la corrupción, el abuso del poder del Estado, los narcos, las injusticias sociales; además contra los ‘sucios y ocultos negociados del llamado Estado con las trasnacionales’, como contra las grandes mafias burocráticas del Poder legal y sus leyes arbitrarias, convenidas e injustas. En tanto que, como contraparte: los del gobierno se empeñan, a punta del terror que producen las armas y las bayoneta, la granada y las bala, por imponer con su presencia un orden basado en las leyes “creadas en democracia, por proteger sus intereses”, que son los que “le convienen al pueblo”.


Luego, la narrativa surgida en estos años, con esta impronta de guerra y sangre y clamor por una justicia popular (emerretista o senderista) parecería haberse impuesto de tal modo que habría desplazado otras formas de argumentar historias, de crear cuentos. 


No habrá un buen cuento si es que éste no trata la “lucha popular”. Y quien no se ciñe a este juicio, no es un buen escritor. No valdría otros modos de ver la vida; aunque ésta no siempre sea sangrienta desde que también es compleja, profunda, llena de misterios en todos los actos y recovecos del espíritu humanos. 


Y en este contexto se llega a sentir que ‘cuento que no se enmarca con el sello de la violencia armada, está fuera de la historia y fuera de las antologías. No son trascendentes en este contexto de indignación y rebelión popular. Y, por tanto, no merecen estudio o crítica. Porque ‘sus personajes viven en una burbuja de aire’ y no alcanzan a trascender como para llamar la atención al lector de modas literarias que busca la explosión del petardo en los cuentos. 


Como si estos temas fuesen requisitos indispensables. Motivando, incluso, una sensación de vacío por los cuentos de Ribeyro o de Arguedas, puesto que, aunque prestigiados, se sentirían ya obsoletos, ‘quedaron atrás, la coyuntura de la historia lo exige’. 


Así aparecieron en estos últimos 30 años, revistas, congresos de escritores, gruesas antologías y prolíficas críticas literarias tratando la nueva temática: la literatura de la violencia armada. 


Y con ella, los escritores de aire heroico, los Ché de la pluma y del cuento, los dueños de la verdad, los Túpac Amaru redivivos hechos narradores del pueblo, las metrallas del verbo pensante con nueva visión ideológica. Sin ellos los Andes y la selva se vienen abajo. 


Nadie más siente o piensa, sólo ellos tienen derecho al resentimiento.    


Sin embargo, ahora que aparece Puka Yaku; río de sangre, el nuevo libro de Fransiles Gallardo, se descubre algo muy importante, por lo menos desde mi punto de vista. 
    

Y ello es: la autenticidad. Algo que tiene que ver con el tono personal, emocional, vivencial y, por tanto, con la experiencia propia en los puntos de vista que aplica el autor en sus cuentos.


Y es que los cuentos del llamado ‘boom de la literatura de la subversión’, justamente, resultan en gran medida inauténticos


¿Por qué? Porque se perciben efectistas, en su mayoría se les huele a cuentos con historias extraídas de periódicos, noticias de la TV o de la radio; o de artículos, ensayos y revistas. Y lo peor: resultan, a lo largo de los años, las mismas historias ‘refritas’ (la misma cantaleta, iguales tratamientos, diálogos, tono emocional, técnicas) que se reinventan y se remedan en otros cuentos. 


Y lo más terrible: sus autores no han pisado el lugar de la historia que describen. Y si la han pisado, es porque ya pasó todo. No fueron a donde olía la pólvora. Cuando ésta reventaba ellos estaban en Lima o en su provincia, lejos del fragor, bien protegidos, o fuera del país. 


En otras palabras, no experimentaron esa realidad de la que hablan. Aunque tampoco el ‘haber padecido una experiencia real y hablar de ella’, garantiza la calidad de un cuento’. 


¿Y cómo, además, se percibe la inautenticidad? Fácil. Muchos de sus cuentos aparte de sentirse esquemáticos y melodramas distantes, a veces más parecen ofrecer una visión turística pero dramática.


Pero más huelen a artificio, a telenovela mexicana o peruana mal hechas.


Lo que narran logran crear bulla, alarman, pero no vibran, no palpitan ni respiran vida real, auténtica. No huelen a vida sino a simple ficción y fingimiento. No se les percibe sudor ni hedor humano. Se sienten historias truculentas (aunque nuestra historia lo sea, como lo son algunas obras clásicas; y aunque nuestra historia sea además: despiadada, cruenta, escandalosa, mórbida); tampoco resudan ese aroma a campo gozado o sufrido por quien realmente lo ha trajinado y vivido. 


Y, claro, en las literaturas de todo mundo ocurre lo mismo. Pero hay literaturas auténticas e inauténticas. Como escritores auténticos e inauténticos. Y en esta temática de la literatura con los temas de la “guerra armada popular”, los escritores y los cuentos inauténticos sobran; y más, los escritores con pose de guerrillero frustrado, quienes nunca estuvieron en ningún lugar de combate; o, apenas quienes tiran la piedra y esconden la mano.  


Con Puka Yaku; río de sangre, los 23 cuentos reunidos en este libro del escritor e ingeniero Fransiles Gallardo, no tenemos como lectores, en lo que se refiere a su calidad literaria y a su autenticidad, nada que lamentar; sino, agradecer la presencia de un excelente trabajo artístico.


El de ser un libro que, dados sus méritos, fácil podría trascender las fronteras; ser leído aquí, en Ecuador, Chile, México o en cualquier país del mundo, de llegar a ser traducido. Bien lo merecería.






Cronwell Jara, autor de Montacerdos, Ricardo Virhuez, escritor y editor,

Fransiles Gallardo y Bethoven Medina, ingeniero agrónomo y poeta.

Hace algunos años atrás.