lunes, 3 de marzo de 2014

CARLOS RAMÍREZ, EL POETA QUE RESPIRABA POESÍA - POR VÍCTOR ALVARADO (FUENTE: LIBROS PERUANOS)

CARLOS RAMÍREZ, EL POETA QUE RESPIRABA POESÍA

Por Víctor Alvarado

Fuente: Librosperuanos.com


El poeta lambayecano Carlos Ramírez Soto partió a la eternidad y como pocos entre sus pares, transcurrió su vida entera en olor a poesía. Nunca se academizó, ni pasó por una facultad de literatura y tampoco tuvo un maestro determinado, simplemente era una poeta en estado natural, desde que nació, más o menos como decir una joya en bruto desde que emergió en la literatura. Mientras muchos suelen bruñir sus poemas en medio de sudores y jadeos, a él le brotaba la poesía, como el agua de un manantial, lista para ser leída o bebida.

Creo que Chiclayo ha perdido a uno de sus cultores más sobresalientes, pero paradojas propias del Perú, pocos lo supieron y más aún, pocos se han enterado de su desaparición a los 71 años, una edad en que muchos ya se han eclipsado, él sin embargo, como un verdadero iluminado, seguía escribiendo vigorosamente como si estuviera frisando los 30 y 40 años.

Lo conocí a fines de la década del 60 al corresponderme fundar la revista “El río” en la Facultad de Estudios Generales de la naciente Universidad Nacional de Lambayeque (hoy Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo), con la asesoría del poeta y profesor Winston Orrillo, y dar inicio a un grupo literario del mismo nombre que existió por algunos años con otros animadores, pues me correspondió emigrar del departamento hasta el día de hoy.

EL RÍO Y ALBA
 
Carlos hizo filas en el grupo “Alba”, afín a “El Río” con dilectos poetas y amigos, con los cuáles hizo migas y afanes literarios, todos ellos testigos cercanos de sus andanzas y logros literarios. Nunca perdimos el contacto, siempre hubo oportunidad de reencontrarnos, dialogar e intercambiar experiencias y lecturas literarias.

Entre todos los de su generación, solía sorprender al amigo que encontraba casualmente, con un nueva composición, generalmente un soneto o una décima o un cuarteto, en los que era un maestro, y también en verso libre, que los escribía como conversando, siempre de buena manufactura.

Optó desde muy temprano  por la soledad, pero no una soledad tapiada o amurallada al contacto humano, sino con vasos comunicantes con la variopinta realidad del mundo, siempre estuvo enterado de las tribulaciones del planeta y sus habitantes, pero rehuyó afiliarse a algún ismo. Escribió a contra corriente, y construyó su propia torre de marfil, desde donde como bien lo define el poeta Luis Arce Torres, ”labra una  poesía filosófica, social, amatoria y popular.

FÉ POÉTICA
 
Nunca le conocí detractor alguno, y sí más bien rivales tocados por la envidia o el celo literario que le estamparon como apodo el nombre de un tubérculo, que yo siempre lo consideré de mal gusto, razón por la cual jamás lo usé para nombrarlo.

Se esforzó por encontrar puentes por donde su poesía fuese a transitar por el mundo, pero estos fueron escasos y mezquinos. Personalmente, supe escucharlo y admirarlo, pero nunca tuve oportunidad de hacerle justicia literaria, por falta de oportunidades para hacerlo, porque las tribunas periodísticas que he tenido a la mano más han sido propias del quehacer político informativo.

Hubo, excepcionalmente, voces locales que lo reconocieron y honraron, entre ellos el poeta Nicolás Hidrogo, un grato promotor de las artes y letras lambayecanas, quién lo entrevistó en el 2010 y tuvo el gesto de colgar la entrevista en “Youtube”, http://www.youtube.com/watch?v=VEQJ0iNx9xA, donde para plácemes de los amigos distantes, pudimos verlo y apreciar de Carlos, su testimonio de fe poética.

El día que se haga una revisión seria de su obra, podrá ser constatado que había conseguido bucear exitosamente en las aguas profundas del soneto, la décima y el cuarteto, géneros en los que se ven a los poetas excelsos, porque requieren de una técnica de difícil dominio,  un estro fuerte, aunado a un artesano, que como él, sabía darle el toque final a sus hallazgos.

LOBOS DE TIERRA
 
También alternó en la producción de himnos y valses, algunos habrían  sido perennizados por el compositor e intérprete lambayecano José Escajadillo. Mi hermano Jorge Fernández Sánchez me ha transmitido el texto de un vals de Carlos titulado “Lobos de Tierra”, que hace honor a la isla lambayecana donde nació, y a la que menciona como “mi tierra es el mar, (…) por eso tengo, viento por corazón y por alma un velero”.

No es un secreto de estado reconocer que Carlos adolecía de períodos depresivos, que felizmente nunca lo mellaron y más bien, como creador auténtico, supo revertirlos y canjearlos por copiosa y disciplinada producción poética. Igualmente hizo de su pobreza económica un acicate para adentrarse a la sicología humana y social, y recuperarlos en estampas poéticas.

A falta de editores y de recursos para publicar su obra, él los editaba en impresiones sencillas e incluso en forma suelta, en hojas, que las ofrecía a cambio de una colaboración económica.

Querido Carlos, en donde estés, no descanses en paz, sigue alumbrándonos con tu poesía, la necesitamos para cambiar la entraña materialista de este planeta y fundar un nuevo mundo de fraternidad, paz y amor.

A continuación, para muestra un botón, uno de los últimos poemas de verso libre, de Carlos Ramírez Soto:

TAMBORES

Dios me libre de ti y de tu baile
negra del diablo…
¡Ay! Si yo pudiera machacarte
te molería hasta los huesos;
mira que presentarte así
a estas horas de la madrugada,
cuando no hago otra cosa más que pensar en ti,
y en ese movimiento de hombros, de pies,
y de caderas; y de vaivenes encontrados,
hipocampo maravilloso, que te acercas, te deslizas,
hasta el borde mismo de mi desesperación…
Pero ¡basta! , basta de tambores,
que ayer fueron animales, que vibraron
otros cuerpos, otras ansias, otros campos;
y saltaron, corrieron, y bebieron manantiales
de agua fresca, cristalina, como tú, morena mía;
como tú, gacela negra; como tú, ángel herido.
 
Chiclayo, 28. 06. 2002