sábado, 26 de octubre de 2013

26 DE OCTUBRE: FERIA TAURINA DE OCTUBRE EN ACHO - FOLIOS DE LA UTOPÍA: TORERO DE MI TIERRA - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2013 AÑO
EVANGELIO VALLEJO DE LA SOLIDARIDAD
Y UNIVERSALIDAD DEL MUNDO ANDINO
 
OCTUBRE, MES DE LA SALUD,
LA ALIMENTACIÓN, LA GESTA
DE ANGAMOS; VIDA Y EJEMPLO
DE MARIO FLORÍAN Y LUIS
DE LA PUENTE UCEDA
 
*****
 
26 DE OCTUBRE
 
 
FERIA
TAURINA
DE OCTUBRE
EN ACHO
 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
TORERO
DE
MI TIERRA
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
«Nació
del relámpago de dos puñales
que convergieron en la misma
herida».
Hernán Velarde
 
 
1. Tendidos de sol
y sombra
 
– ¡Fuera! ¡Fuera!
 
– ¡Que se vayan!
 
– ¡Fuera de la Plaza de Acho!
 
– ¡A Lima y a su Plaza de Toros se le respeta!
 
– ¡Lárguense!
 
– ¡Que salgan los cobardes!
 
– ¡Queremos buenos toreros! –Clama la gente, cada vez más airada.
 
El griterío es ensordecedor en los tendidos de sol y de sombra.
 
Mientras tanto, entre silbidos y rechiflas, se sofoca el picador de a caballo que retrocede ante la embestida del inmenso y bravo toro negro.
 
Ya ha revolcado a dos toreros que intentaron capearlo.
 
Uno de ellos, al parecer, con graves heridas ha hecho salir a toda velocidad a la ambulancia, halada por caballos, que lo ha llevado al hospital de San Bartolomé, el más cercano.
 
2. Un grito
estremecedor
 
El Juez de la Plaza, aparentando hacer un saludo protocolar, ha dado la vuelta y subido hasta el palco del Virrey Fernando de Abascal y Sousa, quien asiste a la corrida de gala, junto a su comitiva.
 
Le consulta qué medidas tomar y cómo culminar estos acontecimientos escandalosos, considerando que hay inusitada inquietud que ahora se manifiesta en la plaza, considerando que el descontento y la agitación social se extiende por todo el virreinato.
 
Corre el año 1815 y nunca antes en la monumental Plaza de Acho, desde su fundación en 1766, ha sucedido un hecho semejante de gritos destemplados y palabras disonantes ante la autoridad virreinal.
 
Es en el instante en que el Juez ha llegado al palco, cuando se escucha un grito de horror de toda la concurrencia:
 
– ¡Ay!
 
El toro, zafando los cuernos de los pellones y la coraza de malla y arena que protege al caballo del picador, ha introducido sus astas por los ijares del equino y le ha vaciado los intestinos haciendo que caballo y picador caigan a tierra ante el espanto y el alarido de la gente:
 
– ¡Corran! ¡Corran!
 
3. Ofrezca
la mayor recompensa
 
– ¡Corran!
 
– ¡Salven al picador!
 
Atraído el toro hasta el otro extremo del ruedo, se ha decidido ultimar al potro de un disparo, sin poder recogerlo de la arena, de donde varias veces vuelve a levantarlo con sus cuernos el toro embravecido.
 
– ¿Y ahora qué hacemos, su Señoría? 
 
Quien le habla así dirigiéndose al Virrey, tembloroso, pálido y anonadado, es el Juez de la Plaza.
 
– Ofrezca la mayor recompensa al torero que se arriesgue a torear a esa bestia. –Ordena, tembloroso y sofocado el gobernante.
 
Muy pronto vuelve el empleado:
 
– Nadie se atreve, Excelentísimo. Ningún torero se anima a salir al ruedo.
 
– Yo mismo los he demandado prometiéndoles una luenga recompensa, pero es inútil.
 –Llega diciendo en ese momento el Marqués de Esquilache, nervioso y con la melena descompuesta.
 
4. Ni por todo el oro
del mundo
 
– ¡Nadie quiere salir, su señoría! ¡La única solución es regresar al toril a ese demonio! –Aconseja el Marqués.
 
– ¡Sería una deshonra para la Plaza de Acho, para el Municipio de Lima y también para el gobierno que representamos todos nosotros! –dice el Virrey, preocupado.
 
– Hecho que sería tomado como una premonición en contra de la corona española.
 
– Acontecimiento, además... –paladea sus palabras el taciturno general La Serna, quien hasta ese momento no había pronunciado palabra alguna– que aprovechará la gente levantisca que anda socavando el orden público y el prestigio de la Corona.
 
– He ofrecido todo el oro posible y ningún torero se anima a salir –reitera otra vez el Marqués, quien ha vuelto visiblemente desmoralizado.
 
5. Redimir
penas
 
– Su Merced, –interviene don Pablo Porturas Landázuri, quien recién ha venido de la ciudad de Trujillo, nombrado para ocupar el cargo de Ministro Tesorero de las Cajas Reales Matrices de Lima–. 
 
– Su Merced. –Repite–. Yo conozco a un torero de mi tierra, de la hacienda Angasmarca en Santiago de Chuco, quien está preso en la Penitenciaría que se ubica a dos cuadras de esta plaza. 
 
– ¿Y Usted cree que lucirá bien presentándose en este coso?
 
– Es torero de raza, a quien he visto torear bestias que nadie se atrevería a enfrentar. Quizás esté dispuesto a hacerlo en este caso si se le ofrece permutar la condena que sufre, por su libertad, si es que torea a ese animal.
 
– Además, a Vuestra Merced le asiste la potestad del indulto para redimir la pena de cárcel que sufre alguien. –Interviene solícito el Presidente de la Real Audiencia de Lima, quien ha escuchado atentamente la propuesta.
 
6. Cuadrilla
de gendarmes
 
– ¡Entonces que vayan por él de inmediato! –dispone Abascal. Hagan uso de mi calesa y corran, corran por orden mía y traigan a ese... ¿cómo se llama?
 
–Tomás Vílchez, torero natural de Santiago de Chuco, mi pueblo.
 
– Y, por qué… ¿por qué motivos está preso? –indaga el Virrey a su flamante Ministro Tesorero.
 
– Por doble homicidio. Y homicidio calificado, mató a su mujer y al amante de ella. –Informa, sin pestañearle los ojos, don Pablo Porturas.
 
– ¡Entonces, que al traerlo lo acompañe una cuadrilla de gendarmes! –Alcanza a disponer el Virrey, mirando hacia un punto indefinido–. ¡No vaya a ser que el muy ladino se nos escape en el camino! –Añade, trejo en lides de gobierno, y como pensando consigo mismo:
 
– Doble homicidio... Entonces este sí sabe matar. ¡Ya lo vemos! ¡Y será porque es torero!
 
7. Tarde
de sol
 
El Juez de la Plaza instruye para que durante el tiempo que toman las gestiones la Banda de Músicos interprete pasos dobles y mazurcas.
 
Mientras tanto, el toro da vueltas buscando por donde saltar la barrera y el público agita todo ropaje a fin de espantarlo. Se hace correr la voz:
 
– ¡Ya viene el torero! –A fin de distraer a la gente.
 
Cuando ya la gente llega al colmo de la impaciencia, desde la arena del callejón delante de los tendidos, el Emisario y un pelotón de soldados armados presentan al Virrey a un hombre demacrado y cejijunto a quien todavía enceguece la luz del día radiante, en aquella tarde de sol mugiente en la tres veces coronada Ciudad de los Reyes. 
 
El hombre aún trata vanamente de mantenerse erguido y sin doblarse.
 
Acercándose un poco al borde del balaustre de su palco, el Virrey –visiblemente incrédulo– le pregunta:
 
8. Un capote
y espada
 
– ¿Tú eres Tomás Vílchez, torero de Santiago de Chuco?
 
– Sí, lo soy, señor. –Es toda la respuesta.
 
– ¿Crees que puedes torear a aquel toro? –dice señalando al animal que la gente espanta por todo el ruedo. 
 
Sin dignarse mirar siquiera adonde el Virrey apunta con su mano, contesta:
 
– ¡Sí, señor!
 
El Virrey aún alcanza a decirle:
 
– ¡Es justo advertirte que nadie ha podido hasta ahora torearlo! Y también, ¡que ha herido a dos hombres y matado al caballo del picador!
 
– ¡Sólo necesito un capote y una espada, Señor!
 
9. Bizco
y cornipaso
 
– Conmutaré tu pena dándote la libertad de inmediato si haces una buena faena. –Sentencia la máxima autoridad, tomando asiento con solemnidad el Virrey del Perú.
 
– ¡No torearé por mi libertad, puesto que mi castigo es justo!
 
– ¡Hazlo por alguien o por algo!, entonces. –le advierte el Virrey impaciente.
 
– Lo haré por mis hijos que son huérfanos. Y por su Merced, que así me lo permite. 
 
Contesta de ese modo Tomás Vílchez con dignidad y con voz que se deja escuchar nítidamente, ofreciendo así la faena de la tarde a sus hijos y al Virrey del Perú.
 
– El toro es «bizco» y «cornipaso» –se compadece en decirle el asistente del Juez de la Plaza–. ¡Tampoco se ha dejado picar el morrillo!
 
– Ya he visto que todo es así como usted dice. Pero, gracias, de todos modos, señor.
 
10. Cinco
de la tarde
 
Le alcanzan capote y espada mientras el Virrey ordena:
 
– ¡Córtenle los grilletes!
 
– No es necesario, su Señoría. ¡Perderíamos tiempo! Soy presidiario y es natural que yo toree arrastrando mis cadenas.
 
Avanza dando saltos e ingresa al ruedo por el burladero más cercano. El público sigue aún más enfurecido.
 
Los demás toreros, vestidos de luces, ven asombrados que entra al ruedo un guiñapo humano, un esperpento desvalido, con los pies atados con cadenas aunque tintineantes.
 
Porta un capote y una espada todavía envueltos. 
 
Y compadecen a ese estropajo que en pocos minutos será, según el parecer de todos, un triste y miserable despojo ensangrentado en la implacable arena. Un cadáver que ha de ser botado a la fosa común del cementerio Presbítero Maestro que está cerca. 
 
Son las cinco de la tarde del 25 de julio del año de 1815 cuando todo esto sucede.
 
11. Con la misma
espada
 
Justo es el instante en que en el pueblo andino de Santiago de Chuco, las comparsas de «Kiyayas», rezago doliente de las que fueron pallas del Inca Atahualpa, cantan en la procesión pueblerina, entre el humo del incienso, del aroma que desprenden los trompos de alcanfores que arden, y del palo santo que las niñas vestidas de ángeles van colocando con manos inocentes en los sahumerios, en boca de las kiyayas se escucha esta copla alusiva:
 
«Pobre Tomás Vílchez,
el valiente toreador,
que al alborear
mató a su mujer
y mató a su rival.
¡Pobres sus hijitos
huerfanitos hoy!
¡Y pobrecito él!
que ya su viejecita
está por fenecer».
 
Eso cantan, haciendo alusión al hecho trágico que protagonizó Tomás Vílchez, dando muerte a su linda pero infiel esposa junto a su amante. Y lo hizo con la misma espada de torear, luego de que regresara triunfante de cortar orejas y rabo, en las Ferias Taurinas de Huamachuco, Chota y Contumazá.
 
12. La punta
del cuerno
 
Con la dificultad que la cortedad de las cadenas le imponen a sus pies, Tomás Vílchez avanza en la Plaza de Acho hasta el tercio del ruedo. 
 
Pronto lo ve el toro y arremete desde lejos embistiendo a aquel punto borroso e insignificante.
Todos lanzan un grito de horror y de compasión hasta el momento de verlo desplegar la capota y deslizarse el animal por en medio de su cuerpo como una tromba, sin saber nadie por donde ha atravesado, salvo por el centro de aquel fantasma. 
 
Y queda el toro arrodillado en la arena.
 
Una raspadura horizontal a todo lo largo de su pecho es la prueba que el toro tenía la punta del cuerno derecho levantada hasta la altura del hombro de Tomás Vílchez, quien endereza el rostro ligeramente al hacer la suerte.
 
13. El
¡Toro!
 
Por lo que acababa de ver, la plaza rebosante de público guarda ahora un silencio sepulcral. 
 
El toro no sabe si ha acometido a un cuerpo o a una sombra. 
 
Al voltear se detiene desconcertado y por vez primera orejea dubitativo y rasca con las patas en la arena.
 
Apenas arrimándose de costado, con breves pasos como le permite la cadena de los pies, el hombre que torea avanza hasta el medio del ruedo, ya reconciliado con el sol de la tarde.
 
– ¡Toro! –Se le oye decir con voz rijosa, libre y a la vez prisionera. 
 
– ¡Toro! –Llama otra vez, con voz más imperiosa, golpeando el capote, desafiante.
 
Ya se siente amo y señor del infierno que tiene al frente. Y del otro que tiene adentro en su pecho y en sus entrañas. Y del toro que babea mirándose frente a frente.
 
14. Ora
a la izquierda
 
El toro, arremete de nuevo desde lejos haciendo retumbar el suelo con pisadas que son un redoble de espanto y de muerte. 
 
Sin moverse, Tomás Vílchez hace que las astas pasen por detrás, por su espalda, e inmediatamente, presintiendo que ha de voltear, lo espera haciéndole un molinete, esquivándole el pitón gacho del costado izquierdo.
 
Basta eso para que el gentío encopetado reviente en gritos y aplausos. Y, sin salir de su asombro, delire, gritándole:
 
– ¡To-re-ro!
 
– ¡To-re-ro!
 
– ¡To-re-ro!
 
Tanto como le permiten los grilletes, espera y lo deja pasar una y otra vez, rozándole ora el pecho, ora el dorso; ora a la derecha, ora a la izquierda, como también dejándolo pasar por el sobaco. 
 
El toro incansable, voltea y cornea impetuoso. El torero sin moverse tiempla el capote y hace los pases.
 
15. Parado
a pie firme
 
– ¡Ooo... lé!
 
Retumba la plaza.
 
– ¡Ooo... lé!
 
Celebran desde los tendidos.
 
– ¡Ooo... lé!
 
Ovaciona la gente.
 
La Banda de Músicos atruena con el pasodoble «Morena de mi tierra», que produce un estremecimiento en el torero, quien se detiene para mirar el horizonte sobre las tribunas que estallan en ovaciones.
 
Terminado el último tercio, se instala en la plaza un silencio electrizante para dar paso a la «suerte suprema».
 
Con la espada en ristre e invitando al toro a embestir, parado a pie firme, lo espera hasta dar con el estoque en el exacto lugar.
 
16. Un cielo
preñado
 
La bestia, sin saber si arremete a un fantasma o a una llamarada roja, a la vez hunde los cuernos directos al brillo de los eslabones de la cadena de los pies en donde el Sol de la tarde quiere arder en ese instante como fuego.
 
El Virrey mismo se pone de pie y avanza hasta el borde del balaustre rompiendo totalmente el protocolo ante su comitiva.
 
El toro ha cogido a su vez al torero.
 
Las pallas del Inca Atahualpa, en Santiago de Chuco, sienten en ese instante como nunca en el tono de su canto, un sabor agrio, salado y amargo. 
 
Y desgarrársele aún más la pena, mirando los ojos llorosos de la Virgen Santa que pasean en procesión, y a quien miran suplicantes en ese trance en que techumbres y guirnaldas se ven repentinamente amenazadas por un cielo preñado de presagios como de relámpagos, truenos y aguacero.
 
17. Los grilletes
esplenden
 
En la Plaza de Acho en el Rímac hay un revoltijo en el que toro y torero se hacen un solo ovillo de sombra, de arena; de sol, ¡y de pena! 
 
Un ¡ay! lastimero resuena en los contornos porque toro y torero caen en un solo hálito de muerte o de vida, la espada clavada totalmente en el cuerpo de la bestia. 
 
El cuerno del toro atravesando el pecho del torero.
 
Cuando ya nada se mueve corre la cuadrilla entera que especta la escena desde los burladeros. 
 
Tomás Vílchez ha quedado atravesado por el asta levantada del toro cornipaso, directamente clavada en el lado izquierdo de su pecho.
 
Todos los varones vestidos con sus trajes de luces, lo alzan en hombros paseándolo por el ruedo, mientras los grilletes esplenden, colgando tintineantes en sus pies.
 
18. Enjugándose
los ojos
 
El público compuesto por los señores de la corte, los clérigos y sabios entogados, las señoras y señoritas ataviadas de joyas, esmeraldas y diamantes, el pleno de la Universidad nacional Mayor de San Marcos con sus insignias y medallas, todos puestos de pie, con coraje y agitando pañuelos repiten ante aquel cadáver harapiento que la cuadrilla pasea solemne y reverente:
 
– ¡¡To-re-ro!!
 
– ¡¡To-re-ro!!
 
– ¡¡To-re-ro!!
 
Y no pocas lágrimas bajan por los rostros conmovidos y sollozantes.
 
– ¡Ha muerto el torero más grande que jamás haya conocido en la vastedad de este reino! –Dice el Virrey Abascal, enjugándose también los ojos.
 
Y añade:
 
– Quisiera conservar sus cadenas como reliquia de su hombría, valor y tragedia.
 
19. Hoy día
torean
 
Descendientes de Tomás Vílchez, el legendario, son las generaciones sucesivas de aquellos grandes toreros de mi comarca Santiago de Chuco, tierra de César Vallejo, con su hacienda Angasmarca.
 
Los Vílchez hasta el día de hoy torean en las fiestas de los pueblos en la sierra norte del Perú. Hijo de Tomás fue Adelmo, quien quedó muy tierno a la muerte de su padre Tomás Vílchez, y quien cuando se enrazaba toreaba hasta con los ojos vendados.
 
Hijo de Adelmo fue Anastasio, quien toreó hasta cuando tuvo los cabellos completamente canos. Hijo de Anastasio fue Juan, quien al torear y saltársele un ojo a consecuencia de un pitón enrevesado, se lo arrancó de cuajo, con nervios y todo, arrojó a la tierra el cuajo que colgaba y siguió en su faena, hasta matar al toro.
 
Hijos también de Anastasio fueron Obdulio y Dorila, quien salvó a su hermano cuando éste cayó a la arena, cogiendo para el caso la capa, ya estando ella con siete meses de embarazo. Hijo de Dorila fue Andrés; de Andrés, Francisco; de Francisco, Ángel... toreros natos, hasta el día de hoy, en que hacen delirar a la gente en las plazas colmadas de vítores, de luces y pasodobles estallantes.
 
20. En el cielo
infinito
 
Los Vílchez no cobran jamás un solo centavo por torear. 
 
Cuando los toreros de cartel no pueden con un toro embravecido, el pueblo los reclama con fervor. 
 
En esas tardes el cielo se cubre de amatistas, de grana y oros.
 
Es allí cuando ellos recién ingresan, ceñido su uniforme de bayeta blanca y envueltos en una faja roja semejando la bandera flameante del Perú.
 
Y se los nombra hasta cuando en las noches los niños sueñan en sus fantasías con ser héroes para hacerse amar por las niñas más bellas del pueblo.
 
Esas mismas niñas asoman sus rostros angelicales en los balcones de nuestras casas ensimismadas. Y miran quizá, con el leve fulgor de esos ojos adorables, tardes de toros y toreros encadenados, con eslabones tintineantes cual estrellas y luceros en el alba.
 
 
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