sábado, 12 de octubre de 2013

12 DE OCTUBRE: DÍA DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS - FOLIOS DE LA UTOPÍA: Y SERÁN DE NUEVO - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2013 AÑO
EVANGELIO VALLEJO DE LA SOLIDARIDAD
Y UNIVERSALIDAD DEL MUNDO ANDINO
 
OCTUBRE, MES DE LA SALUD,
LA ALIMENTACIÓN, LA GESTA
DE ANGAMOS; VIDA Y EJEMPLO
DE MARIO FLORÍAN Y LUIS
DE LA PUENTE UCEDA
 
*****
 
12 DE OCTUBRE
 
 
DÍA DE
LOS PUEBLOS
ORIGINARIOS
 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
 
Y SERÁN
DE
NUEVO
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
1. Cantando
y bailando
 
El día 12 de octubre de cada año en que el mundo occidental celebra el Descubrimiento de América, nosotros afirmamos nuestra identidad y con entereza lo sentimos como un día de reivindicación y homenaje a nuestra cultura y a lo que es el Perú como esencia.
 
Porque pertenecemos a una cultura que alcanzó a concretar aquí la utopía social de que no hubieran seres marginados, expulsados ni desheredados de los bienes terrenales.
 
Porque se construyó aquí un orden social de ayuda mutua, de reciprocidad y fraternidad humana. 
 
Porque no hubo aquí un solo ser que un solo día del año se quedara de hambre, o sufriera abandono.
 
O que no estuviera integrado al grupo social que producía bienes a través de la siembra y la cosecha, de la construcción de caminos y puentes.
 
O que no se ocuparan en la construcción de templos y casas comunales. Y todo lo hacían con regocijo, cantando y bailando.
 
2. ¿Dónde
están?
 
Porque aquí hicimos los muya, o jardines de flores para regocijo de los sentidos, como los ojos y el olfato, como para fines alimenticios. Construimos en una latitud los waruwarus o camellones, para obtener y lograr allí productos de otras latitudes.
 
Hicimos las macamacas o chacras hundidas.
 
Las sojjas o chacras cercadas.
 
Las colcas o depósitos de alimentos.
 
Los reaccas o acequias de riego y filtración.
 
Los occonales o bofedales.
 
Y, sobre todo, somos solidarios. Entre nosotros no hay rencor, insidia, mala intención. 
 
Desechamos el individualismo, la complacencia en el ocio y el desafecto. Concurrimos a todo sitio con ofrendas, a dar, a obsequiar. Somos tiernos, generosos, delicados. Y construimos los andenes como maravillas tecnológicas, pero más como un portento cultural, porque es la expresión máxima de nuestra cohesión social.
 
Pero cualquiera que viene aquí y ve lo desolado de nuestro suelo dice con toda razón: si era la característica principal de una organización como del Tahuantinsuyo, ¿dónde están los andenes, o los caminos del inca, o los tambos donde se guardaban alimentos?
 
3. de trecho
en trecho
 
– Han desaparecido. Solo quedan algunos en zonas muy alejadas.
 
– Y ¿cómo así?
 
Les contaré lo que a mí me ha ocurrido. Hace poco viajaba yo de Moquegua a Puno, con dirección a la ciudad de Desaguadero, para ingresar a Bolivia en donde tenía que concurrir a un certamen académico. 
 
Después de recorrer el breve valle de Moquegua la carretera poco a poco empieza a ascender por terrenos adustos, áridos e inclementes, en donde no se registra ningún signo de vida, sino las desérticas estridencias de esas cadenas de cerros interminables, opacos de cascajo, polvo y piedras difuminadas que parece un castigo de Dios o de la naturaleza.
 
Sin embargo, de trecho en trecho yo divisaba unos letreros, de fondo blanco sobre una pared de ladrillo enlucido para soportar los rigores del ambiente, con letras pintadas de color azul, rojo y negro, donde se anuncia el nombre del lugar y luego en grandes caracteres muy visibles el aviso de: Zona Arqueológica.
 
4. ¿Dónde
un fruto?
 
Pasamos por lugares desolados que oprimen el corazón en donde hay varios de estos anuncios. Pensaba yo que a la vuelta de cada uno de aquellos cerros iba seguramente a encontrar poblados, cañadas donde corriera el agua, y allí estarían los lugares fértiles, vivibles y amenos, con campos verdecidos y bosques. Pero, ¡nada!
 
Mientras tanto, hacia donde se extendiera nuestra vista todo son páramos ariscos, resecos y pedregosos. Tierra parda, yerma y baldía. ¿Dónde por aquí hay algo verde, florido, con signos de vida? ¡No hay nada! 
 
Entonces, me preguntaba ya más explícitamente: Si no hay nada por aquí que pudiera dar lugar a la vida, ¿dónde pudieron florecer aquellas poblaciones para que estos sean sitios arqueológicos? ¿Acaso son cementerios? Pero, ¿tantos cementerios para ninguna vida?
 
Siendo así, ¿por qué estas son zonas arqueológicas? ¿Quiénes eran los que antes vivían aquí? ¿Marcianos? ¿Máquinas? ¿Gente que no comía ni tomaba agua? ¿De qué se alimentaban? ¿Dónde corre el agua que aplaque su sed? ¿Dónde un fruto que alivie su hambre?
 
5. Ave
o reptil
 
Andaba en estas cavilaciones cuando otra vez, otro anuncio de Zona Arqueológica. Me enderecé largo rato en el automóvil para descubrir algún vestigio de vida en estos parajes desolados e inertes. 
 
O para preguntar a mis soñolientos acompañantes en el vehículo: ¿que si dice Zona Arqueológica cómo pudieron vivir en estos cerros inclementes?
 
O, sino, ¿cómo es que pudo haber vida en estos parajes estériles e implacables en donde resulta difícil incluso que se pudiera ver volar un ave o impulsarse a un saltamontes, o cruzar una lagartija.
 
O quizá corriendo ver a algún alacrán. O atravesando a algún roedor. O haciendo algo a cualquier alimaña. 
 
Y ojalá dando su salto vertiginoso a cualquier otro animal más grande no importa desorientado, así sea ave o reptil. Pero no.
 
Ya inquieto por mi propia pregunta, me dije: ¿pero de repente algo distinga en este páramo, algún rastro de presencia humana.
 
6. Permanecí
extasiado
 
Ya con esta ansiedad en el alma empecé a rastrear con la mirada a lo cerca y a lo lejos, tratando de distinguir siquiera alguna ruma de piedras. O siquiera viendo la huella de un camino. 
 
En eso distingo, en los cerros de al frente unas hileras borrosas. Eran como renglones en algunos sitios, o como peldaños de una escalera que se sucedía desde la honda cañada hasta la cumbre de los cerros. 
 
¿Serían andenes? O, ¿qué eran? ¡Sí! Mientras el colectivo daba curvas seguía mirando esos renglones deshechos! ¡Sí! ¡Eran viejos andenes! Mi exaltación en silencio no tuvo límites, como si volviera a sintonizar con la vida después de muchos siglos. 
 
Permanecí extasiado y mirando un largo tiempo. Y cada vez descubría más y más vestigios. Ya no me cabían dudas. Ya había pasado por todas las pruebas de mis cavilaciones. 
 
Sólo me faltaba una comprobación definitiva. Si había vestigios de andenes al frente, y por todos lados, indudablemente lo habría también aquí en el cerro por el cual la carretera ascendía y que atravesábamos en ese momento.
 
7. Un pueblo
henchido
 
Pedí al conductor que se detuviera un breve momento y yo podría comprobar en el mismo sitio si eran andenes esas hileras desmayadas de piedras de al frente. 
 
Se detuvo el auto. Bajé y corrí ladera abajo un buen trecho, para tener una buena perspectiva. Manifiestamente, aunque erosionados pero ahí estaba la construcción de los andenes, en este paisaje de muerte, de abandono y de miseria.
 
Eran andenes antes de la conquista española que pude reconocer entre estas cárcavas, montículos y despojos inclementes. E imaginé en vez del espectáculo polvoriento y devastado de ahora, vergeles de cultivos de diferentes matices que habrían antes.
 
Y una explosión de vida invadió mi ánima estrujada; de cánticos de hombres y mujeres, de trinos de aves, de rumor de cascadas, de voces familiares, de vida feliz y exultante. 
 
Imaginé un pueblo henchido, alegre, jubiloso, compartiendo las experiencias diarias del mundo cotidiano, del trabajo y de la vida.
 
8. Lo
restituiremos
 
Imaginé un paisaje inabarcable, tal y cual lo estaban viendo mis ojos, pero en vez del páramo gris, obscuro y cruel por lo inhóspito y desalmado, imaginé el colorido de las flores, los aromas de las plantas, la armonía de los sonidos que la vida natural e inocente concordaría en armonizar aquí.
 
Lo que tenía ahora eran los tinglados de líneas que se extendían en el horizonte y que la erosión todavía no había culminado de borrar totalmente. Imaginé cómo todo era antes fraternal y solidario. Cómo todo era cordial, amable y tierno. Imaginé los cariños, los afectos, la exaltación del alma. Imaginé, imaginé, imaginé. Solo que esta imaginación no es de algo futuro sino de lo que fue aquel mundo ideal y soñado.
 
De allí que Capulí, Vallejo y su Tierra instale su utopía no como algo irreal o imposible, tampoco como lo que recién haremos, sino como aquello que hemos sido, recuperando lo esencial de nuestro hermoso pasado. En cinco siglos de abandono todo aquello se ha secado. Se ha vuelto grava y desierto, montes pelados y escombros. Todo esto, entre todos juntos, ¡lo restituiremos!
 
 
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