sábado, 26 de mayo de 2012

JUAN MANZ ALANIZ: EN EL PATIO INTERIOR DE LA MONTAÑA - POR CARLOS GARRIDO CHALÉN (PREMIO MUNDIAL DE POESÍA)



JUAN MANZ ALANIZ:  

EN EL PATIO INTERIOR DE LA MONTAÑA

Por: Carlos Garrido Chalén

Alphonse Louis Constant, decía que la imaginación es como los ojos del alma, - el miraje del reflejo de Dios - que aplicada a la razón, determina el genio, y que en ella, se dibujan y conservan las formas del mundo invisible.

Según el escritor francés, es ella la que determina la forma del hijo en el seno de la madre, - la plenitud está enamorada de la nada - fija el destino de los hombres y dirige a los combatientes en el campo de batalla. Y eso es verdad, porque no hay nada vacío en la Naturaleza (así como no hay muerte real, porque todo está vivo): todo está poblado y el hombre puede llegar, con su imaginación, a ver y saberlo todo (las fuerzas de ella están a disposición del que sabe resistirlas y el que dispone del amor de los demás, es porque se ha hecho dueño del suyo). Al final, esa misma imaginación, aspira y respira – igual que el cuerpo - lo que conviene a su alma.

El poeta mexicano Juan Manz Alaniz, con su “dolor de andamio”, “urdimbre de sábana que arropa/ y compromete”, “cuadrante en línea/ trabado a parpadeos en la curva de la noche”, es una prueba inequívoca de ese aserto, al haber generado con su imaginación prodigiosa, una obra de inmenso valor literario, que lo ha llevado con justicia a ser considerado uno de los escritores más importantes del país de Pancho Villa y también del Continente.

Mismo “lobo astral en celo de infinito”, en sus versos “contagiados de música nocturna/ endémicos de sueños y cometas” (Música nocturna), hay una voz genuina que todo lo interpreta, que se afina “encajonada/ justo a los pies de su silencio” (vanidad de luz) y habla desde su alma, para reivindicarse implícitamente a sí mismo y a su pueblo, a la naturaleza circundante y a su raza.

Cuarto de puerta cerrada
deslumbrado
al fondo del pasillo
que camino a diario
que a diario visito en el olvido (Cuarto de puerta cerrada)

A su lirismo de “cazador/ iniciado en el arte de matar”, a su “canto anacrónico/ viciado de rumores/ concéntrico y cuadrado al mismo tiempo” (Sobre el libro del misterio), confluye con fascinación un atisbamiento de mundos inventados, que terminan “clavados en su orgullo de pared/ como dos índices”, y le permiten configurar una poesía que no es ajena a la ironía, pero tampoco a la ternura, pero que sobre todo y ante todo, se deja llevar por los arrebatos invisibles de su genio creador, hacia un existencialismo de apertura por la vida.

Yo cazador
ahora sin un disparo
sin parafina en las manos
tengo aún la certeza
de dar positivo en la prueba (Cazador sin mañana)

Cuando dice: “Este día vengo a escuchar la noche /la oratoria de la fauna/ que vuela exacta y ordenada/ extendiendo su discurso de paloma..” y promete “...segar el trigo eterno/ nebulado de cometas/ a zurcir la rasgadura del ozono..”(Dolor de andamio), no está jugando a manipulador, (“al filo de la luz/ asomo mi ceguera/ los puños y los brazos/ el plexus y mi sexo./ Umbilical/ de un tajo/ el llanto me golpea” (Agua y soledades), y tampoco a fetichista, al sur del desparpajo, sino confiándonos una necesidad de su alma. Por eso es que promete:“Esta noche navegaré la pupila/ que siempre ha visto el sol/ con ojos de invidente/ y que ahora con ojos de águila me mira”. En su “cortina boreal” “dos lágrimas establecen/ su metáfora de invierno”(Metáfora de invierno).

Qué clavadista
sobre mi foso argonauta
sin nunca tocar el fondo.
Qué espíritu nebulado
carcome la medialuna
de mi muerte anticipada (Noche abajo).

Es esa misma “cuerda en plomada/ que nunca toca fondo/” con la que pretende“guardar el equilibrio” (Tres veces espejo), la que define su imaginarismo de poeta, su vocación de rama eléctrica, de imán, de aeda indemne.

He aquí el fantasma
el duende itinerante
de mi espíritu más alto
caído en la desgracia
presente omnipenado
que terminó mudo de cantarme.
Aquí te lo presento
salúdalo con un qué tal
para leerlo de tus labios
con un tanto gusto
que le cambie la mueca por respuesta.
Lo ves
éste soy yo
otra vez yo
el otro aparecido
del que no te hablo desde siempre
y arrastra las palabras
de esperarte.
La sombra hoy
que amparó bajo mi luz
de resonancias
sus mejores caminos
la emoción de volar
todos los vientos.
Reconócelo en la ojera develada
por mi fuego antiguo
en sus pestañas fijas
inhibidas de mirar
la ansiedad de tinta
congelada en mis pupilas.(Como el eco de la piedra).

Juan Manz Alaniz, Patriarca de las letras sonorenses, es por eso y ante todo, un poeta. Cuando dice:”El árbol respira/ y en su ceguera me ve relámpago” (Ritual de atmósfera), está demostrando que no se ganó el sustantivo jugando a la ranchina o en el póker. “Soy/por obra y gracia/ de mis mejores años desperdiciados/ un hombre/ que es/ lo que soñó./ Un hombre que se vierte/ con el azul orbe/ que lo aurora/ y se ama aún crepúsculo/ y se canta/ aún madrugada”, dice para confirmarlo, y al hacerlo pone en ebullición las partículas más íntimas de su genio de prístino cantor enamorado, para llenarnos de esa porción de fe que lo acurruca y define. Como cuando retruca:

“Yo quiero
a ésta mujer que me duele
que nos ha dolido juntos
esta mujer
decimoctava
desde octubre
a fines
más reciente
por sobre las diez y siete
la que más me duele” (Ciudad de siempre)

En él juega, “varado en el talle que triunfa..” en la cintura de su amada, “el ámbar que infunde en el trigo/ su actitud de marzo” y le da valor para “describir el azul/ cobalto y plata/ que por su piel se curva”, para terminar acorralado por un amor que todo lo engulle y fortifica, y lo hace militar en los círculos concéntricos e infinitamente demarcatorios, de la vida.

“ Sol/ que tropiezas con la noche/ para equilibrarte con la luna/ que amanece,/ traza tu cruz de cinco puntos en mi frente/ para trascender el ciclo de tus frutos,/ espiga de lanza verde/ clavada en la tierra de lengua rugosa,/ habla el dialecto de nácar/ que cuelga en tu cuello/ su rosario de silencios/ y juega a respetarse con mi pecho.../ Códice vegetal,/ espejado espejo en la vigilia de la harina/ yergue la serpiente que se sueña mariposa/ en su paciente espera…puente de violines a dos voces/ que tiende un puente/ para que la muerte avance/ ida y vuelta de mano con la vida” (Inédita nave).

Su desempeño como autor en el Poemario “Padre Viejo” (Itom áchai), es consagratorio, porque Manz se lanza sin miedo a recrear el pasado glorioso de los Yaquis descendientes de Yuku Jeeka, la curandera mayor y profetiza de los yoemes, cuyos dones incomparables le permitían en esa cosmogonía maravillosa, conversar con las plantas y los animales más disímiles.

“Itom áchai/ condúceme al patio interior/ de la montaña/ iluminado por la música/ que te sustrajo el mal hijo,/ y hazme escoger Padre viejo/ entre tambor y arco,/ indumentaria o canto,/ que me aleje de ti en esta hora/ pero te acerque a mi voz./ Déjame ser un encantado astral,/ tras luz ido nocturno,/ para llevar al pueblo mayor/ hablándome al oído/ y nunca hablándome a los ojos.” (Padre viejo).

Cuando expresa: “lávate la mano de mi culpa vieja,/ encalada cara/ ríe de mis ropas o juégame a la suerte,/ pero no te olvides de llorarme ahora/ viernes del yoreme por la pascua yaqui../ Pero no te olvides de golpear ahora/ con ese cuchillo sobre de la espada/ en señal de alerta/ tu ademán de tiempo..” (Pascua Yaqui), el poeta Juan Manz entra a crear sin más plantilla que la de su propio ingenio, una poesía que se nutre en la savia de un ayer glorioso que jamás termina,- que no debe terminar, porque tiene el humor y sin concesiones - y está enraizado en su fervor de vate inacabable. Y es que al final, el poeta resulta la continuación de una larga ofrenda exprofesamente desatada, que al expresarse se congratula y celebra a sí misma, como un “vigía que nunca se está yendo y se despide..”(Cabeza de Rey).

El poeta mexicano en ese ir y venir abordando la palabra, termina siendo ese“Cardenal, encopetado por la ira”, que se posa con su vuelo en su garganta. Pero también una “flor que dialoga con el mundo cuando canta” (Aliento grave), mientras su “bandera se abanica con palmeras de jardín” (Temblor de voces) y él intenta “jugar con la oscura/ reputación de las ideas/ con la doble persona de sí mismo/ y el otro él que nunca duerme” (La oscura reputación de las ideas) y se agiganta. Mientras “a la izquierda del pecho/ encalla el desarreglo de la sangre”(Los ojos otros).

“Cántame cantor,
en la dimensión que rastreas
siguiendo mis encuadres,
hasta que logres inventar la clave que me falta,
hasta que encuentres en el final de mi caída
la culpa que me sobra” (Comunilero) 

Por eso a Juan Manz hay que celebrarlo jubilosos cuando canta.

Fuente:



http://unionhispanoamericana.ning.com/
http://unionhispanoamericanadeescritores.bligoo.es/
http://carlosgarridochalen.ning.com/