martes, 21 de febrero de 2012

INFLUENCIA DEL AMOR EN EL DISCURSO DE BOLÍVAR (Del ensayo "La MISIÓN DEL RELÁMPAGO" de Carlos Garrido Chalén y Milagros Hernández Chiliberti

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INFLUENCIA DEL AMOR EN EL DISCURSO DE BOLÍVAR

(Del ensayo "La MISIÓN DEL RELÁMPAGO"

de Carlos Garrido Chalén (Perú)

y Milagros Hernández Chiliberti (Venezuela)


Podría decirse que el amor fue el gran motor que impulsó la vida y fundamentalmente el discurso y la obra literaria total de Simón Bolívar. Pero no ese amor a las cosas inmediatas o a las motivadas por esa suficiencia de muchacho rico o a una cultura que lo llevó al gran discernimiento de optar por la causa de la liberación americana (para lo que acreditó un amor social incomparable), sino ese otro, sentimental y cardíaco, tormentoso y lúdico, sorprendentemente correspondido, que lo empujó a los brazos de mujeres bellas dotadas de gran inteligencia y genialidad, en cuya congruencia amatoria y en sus desparpajos, se configuró, de tanto amar, su estirpe de poeta.

Con su primer gran amor, María Teresa Toro y Alayza, contrajo nupcias el 13 de abril de 1802, en la ciudad de Madrid. En sus 18 años de vida, anhelaba fundar una familia de abolengo y categoría para vivir como un burgués de la época. Quiso cristalizar sus deseos de ser esposo y padre, con la educación recibida de una heredada estirpe aristocrática, pero María Teresa muere a los ocho meses de matrimonio, dejando a Bolívar, en ese entonces joven e hiperactivo, un incipiente adulto de 19 años, en una soledad existencial jamás imaginada. Es allí cuando, lleno de dolor y de rabia, hace el juramento, que sería a la vez su primera proclama de nunca más contraer matrimonio.

Después de su esposa, fueron muchas las damas de todos tipos, colores y condiciones que suspiraron entre sus brazos. La lucha por la Independencia ocupó, indudablemente, gran parte de su tiempo, no obstante, muchas horas de sus días fueron dedicados a acariciar la damisela de turno, a la que en la intimidad de su lecho le juraba que la iba a amar y proteger todos los días de su vida. Y todas le creyeron (él incluso se creyó a si mismo). Y todas se entregaron en cuerpo y alma al genio inconmovible de un hombre que no era igual a nadie; que parecía superior a todos; que a pesar de su baja estatura física, irradiaba una luz inexplicable y estaba dotado de un arte como amante, que a todas conmovía.

A fin de olvidar el dolor de su precoz viudez, como sólo un hombre adinerado podría hacerlo, viaja a Francia, donde conoce a Fanny du Villars, una atractiva mujer de 25 años, esposa del Coronel Dervieu du Villars, un hombre bastante avanzado en edad, que, aunque no está probado, consiente la realización de los amores ilícitos de su cónyuge con Bolívar, que en conversaciones cada vez más íntimas con su amada, descubre un parentesco lejano, por la rama del apellido Aristiguieta, que no le impidió amarla como nunca había amado en su vida .

La relación de Simón Bolívar con Fanny du Villars, fue tan tormentosa y apasionada como conveniente y provechosa. Tanto que en Paris, en la residencia de la amada complaciente, ubicada en el Boulevard Menilmontant, Bolívar fundamentó parte de su vida futura. En aquel naciente Imperio Napoleónico, un caraqueño que se convertiría un día en Libertador, tiene la oportunidad de departir con la sociedad culta de la época y gracias a su dama dotada de natural empuje, inteligencia y simpatía desbordantes, conoce a quienes ejercerán mucha influencia en la templanza de su ideología: el prestigioso Bomplant, el ilustre Humboldt, el Príncipe Eugenio, hijo de la Emperatriz Josefina, y el famoso actor Talma, entre otras personalidades de ese tiempo.

De aquí se desprende que esta mujer fuera tan importante para Bolívar, por cuanto le dio abrigo, calidez y oportunidades, cuando intentaba huir de la soledad; y quizás ahora podamos comprender por qué la última carta de amor de Bolívar, en su lecho de muerte y que prácticamente demarca su visión poética del amor, fuese para ella.

“Querida prima:

¿Te extraña que piense en ti al borde del sepulcro? Ha llegado la última hora; tengo al frente el mar Caribe, azul y plata, agitado como mi alma por grandes tempestades; a mi espalda se alza el macizo gigantesco de la sierra con sus viejos picos coronados de nieve impoluta como nuestros ensueños de 1805.”

Si se analiza la presencia de Fanny en la vida del Libertador, realmente no es de extrañar por qué ella también estuvo con él en la primera soledad de su primer sepulcro, en la desesperación de su temprana viudez.

“Por sobre mí, el cielo más bello de América, la más hermosa sinfonía de colores, el más grandioso derroche de luz. Y tú estás conmigo, porque todos me abandonan; tú estás conmigo en los postreros latidos de la vida, en las últimas fulguraciones de la conciencia”.

El más bello cielo los abrigó a los dos en su mocedad parisina. Ella siempre estuvo a su lado y hasta llegó a usar su mente para pensar por él, como la estratega más eficiente que jamás lo hubiese abandonado, que dibujara sus primeras líneas de triunfo, aún cuando fue él quien dibujó sus pasos para regresar a Venezuela, dejándola en París.

“¡Adiós Fanny! Esta carta, llena de signos vacilantes, la escribe la mano que estrechó las tuyas en las horas del amor, de la esperanza, de la fe. Esta es la letra que iluminó el relámpago de los cañones de Boyacá y Carabobo; esta es la letra escrita del decreto de Trujillo y del mensaje del Congreso de Angostura. ¿No la reconoces, verdad? Yo tampoco la reconocería si la muerte no me señalara con su dedo despiadado la realidad de este supremo instante”.

Y ella estuvo antes, para fortalecer los primeros actos vacilantes del joven Bolívar, cuando en sus ideales los cañones aún no habían sonado y sólo la música de su voz enamorada se jugaba el todo por el todo, para embriagarlo de cielo, abandonando un lecho de papel timbrado, por otro menos alusivo erigido sobre el sacrificio de su propia entelequia moral insobornable.

“Si yo hubiera muerto en un campo de batalla frente al enemigo, te dejaría mi gloria, la gloria que entreví a tu lado en los campos de un sol de primavera. Muero miserable, proscrito, detestado por los mismos que gozaron mis favores, víctima de un inmenso dolor; presa de infinitas amarguras”.

Y si te hubieses quedado conmigo - diría Fanny - o si me hubieses permitido acompañarte en tu lucha por la Independencia latinoamericana, juntos habríamos disfrutado de tu gloria - nuestra gloria - aquella que ambos bosquejamos sobre un tálamo pleno de ternura. Y yo hubiese abonado tu terreno para que sobre él no se erigieran herejes ni traidores, hubiese cuidado de tus bienes y de tu vida para que nunca conocieras la miseria…

“Te dejo el recuerdo de mis tristezas y lágrimas que no llegarán a verter mis ojos. ¿No es digna de tu grandeza tal ofrenda?”

Pero, ya ella pudo conocer sus lágrimas como la más grande ofrenda de un varón en el regazo de la mujer enamorada, cuando lejos de su Patria, la nostalgia hizo presa de su alma, al mezclar lejanía, dolor y desconsuelo con aquel magno sueño de romper las cadenas del yugo imperial.

“Estuviste en mi alma en el peligro, conmigo presidiste los consejos del gobierno, tuyos son mis triunfos y tuyos mis reveses, tuyos son también mi último pensamiento y mi pena final”.

Ella siempre estuvo detrás de sus primeros pasos, los más importantes, los de arranque y empuje. Ella fue en esos días, la luz de su memoria, la que siempre estuvo pendiente de cada detalle, la que manejaba sus actos, la que cuidaba de su imagen, la que le advertía de los posibles errores. Ella pudo también llorar con él, la nota cruel o el trance ingrato de la despedida imprescindible.

“En las noches galantes del Magdalena vi desfilar mil veces la góndola de Byron por las calles de Venecia, en ella iban grandes bellezas y grandes hermosuras, pero no ibas tú; porque tú flotabas en mi alma mostrada por las níveas castidades”.

Y es que realmente llegó a la vida de Bolívar para jamás salir. Aún cuando posteriormente pudo conocer a Anita, Manuelita o a otras que lo amaron, Fanny quedó tatuada en su alma para siempre como la sensación más estremecedora y de valor inacabable.

“A la hora de los grandes desengaños, a la hora de las últimas congojas apareces ante mis ojos de moribundo con los hechizos de la juventud y de la fortuna; me miras y en tus pupilas arde el fuego de los volcanes; me hablas y en tu voz escucho las dianas de Junín”.

Fanny siempre le habló en cada momento importante de su vida, mientras la tuvo a su lado y en su ausencia. Y él siempre la escuchó con la atención de quien escucha la palabra santa de una gran mujer tras la semblanza de un gran hombre. Podría decir que en cierta forma se sometió a sus arbitrios, a su bienhechora complicidad enamorada, porque venían pletóricas de luz y de sabiduría, del corazón y la mente de una mujer cabal, que, como gran visionaria, sabía del futuro y de él se nutría para adelantarse a la propia muerte que esa vez le quitaba a su hombre sin batalla.

“Adiós, Fanny, todo ha terminado. Juventud, ilusiones, risas y alegrías se hunden en la nada, sólo quedas tú como ilusión serafina señoreando el infinito, dominando la eternidad. Me tocó la misión del relámpago: rasgar un instante las tinieblas, fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderse en el vacío.(Bolívar Santa Marta, 6 de diciembre de 1830”

“Rasgar un instante las tinieblas”, esa también fue la misión de Fanny, cuando enamorada y de manera incondicional lo dio todo por su amado Simón, brillando para él y dándole sus bríos, hasta el momento en que el adiós forjó separación, dejándola en París y guardando su amor en el vacío.

En 1812, a raíz de la caída de La Primera República de Venezuela, Bolívar abandona su Patria y ofrece sus servicios al gobierno neogranadino. Enviado al Bajo Magdalena, en la población de Salamina, allí conoce a Anita Lenoit, hija de franceses residentes en Colombia, que a sus 17 años, poseía una cultura que la distinguía del resto de las mujeres en esa época en esos lugares.

Quedó prendado de ella. Su agradable aire europeo y gran inteligencia le recordó a su amada Fanny, despertando sus artes de conquistador empedernido. La chica cayó rendida en sus brazos. Sin embargo, aquella relación fue breve. Cuando Bolívar decide proseguir su marcha, ella desconsolada no acepta separarse de quien fuera su primer amor y decide seguirlo hasta Tenerife. Posteriormente el caraqueño la regresa al hogar de sus padres y ella se queda en un mar de tristezas, aunque su fiel amor la hizo esperarlo por más de 18 años. El 18 de diciembre de 1830, ella hace lo posible y lo imposible, para volver a encontrarse con él; pero algo en esa relación pareció haberse resquebrajado.

En la Campaña Admirable, Simón Bolívar tuvo un tórrido romance, en Capacho, con Juana Pastrano Salcedo, a quien tuvo que dejar con el dolor de su corazón para continuar su gesta emancipadora. Después de muchos años, al pasar por la zona recordó a su amante y preguntó por ella, pero la madre de la muchacha la ocultó en Piedra Gorda “para no verla sufrir”. Ese “no verla sufrir” estaba emparentado con la angustia del desprecio, pues ella lo sabía amante de muchas mujeres y dudaba que a su hija le pudiera dar un amor imperecedero.

Una relación formal, larga e intensa, fue la que tuvo el Libertador con la bella Josefina Machado, quien curiosamente lo acompañó en sus batallas, junto con su madre y hermana. Bolívar la conoció cuando hizo su entrada en Caracas el 3 de agosto de 1813 y ella fue una de las muchachas que le entregó una ofrenda floral. Lo acompañó por seis años, pero fue la más desafortunada de las amantes del héroe, pues al amor seguían con frecuencia las agonías de la guerra y la ausencia. Por ella se dice que El Libertador hizo detener por cuatro días la expedición que iba a libertar a Venezuela para esperar el arribo de Josefina que llegaba tardíamente a Los Cayos. Ella luego sigue a Bolívar a Los Llanos, en donde se enferma y muere dramáticamente de tuberculosis en Achaguas en 1820.

En esa larga lista de amantes que inspiraron el genio poético de Bolívar, figura en un lugar especial Isabel Soublette, hermana del General Carlos Soublette, quien gracias a esa relación que dio mucho que hablar a la sociedad pacata de aquel entonces, fue ascendido, según el jefe del Estado Mayor de la Expedición de Los Cayos Ducoudray-Holstein, a Segundo Jefe del Estado mayor. Fue una venta de influencias que al menos valió la pena consumarse.

En Kingston, Jamaica, el Libertador conoce a Julia Corbier. Pernoctaba con ella cuando sus enemigos envían a un esclavo para que lo mate en la pensión que vivía. Creyendo que era él al que agredían, asesinaron a su amigo Félix Amestoy, que lo esperaba adormitado en una hamaca. En esa misma hamaca desde la cual se gozaba cuando llovía y componía sus poemas entrañables, que crítico como era de si mismo, a veces rompía.

Bernardina Ibáñez, a quien llamaban “La melindrosa” por su carácter compulsivo, es otro amor en la vida del guerrero. La conoce después de la Batalla de Boyacá.

Después aparece el amor apasionado y violento en la vida de nuestro héroe: Manuelita Sáenz. Ella enloquece a Bolívar y esta pasión acompaña al caraqueño hasta el final de sus días. Entra en la vida de Simón el 16 de junio de 1822 , próximo a cumplir 39 años; ella contribuye en mucho a fortalecer su genio libertario y sus afanes de poeta nato, que solía homenajear a sus amantes con los poemas y acrósticos más impredecibles.

¿Acaso Simón ya había sacado de su corazón a Fanny? No, absolutamente no, simplemente era un hombre con la continua necesidad de expresar sensualmente, sus incesantes ansias de libertad.

Cuando envió aquella carta a Manuela, ya habían transcurrido 17 años, desde aquella noche cuando mirando los bellos ojos de Fanny, se despidió de ella, jurando mantenerla por siempre en su corazón. Pero ya habían pasado también por sus brazos una docena de mujeres, sin demasiada significación. Al escribir esa mélica misiva manifestó abiertamente no solamente el alma de un hombre apasionado, sino que denotó la esencia lírica de un poeta avasallador.

"Manuela:

Llegaste de improviso, como siempre. Sonriente. Notoria. Dulce. Eras tú. Te miré. Y la noche fue tuya. Toda. Mis palabras. Mis sonrisas. El viento que respiré y te enviaba en suspiros. El tiempo fue cómplice por el tiempo que alargué el discurso frente al Congreso para verte frente a mí, sin moverte, quieta, mía…"

¿Qué podrían significar esas palabras, sino las de un hombre apasionado que por momentos se ve enredado entre la pasión por una mujer y su deber político? De manera tal que los confunde y planifica el uno en función del otro.

Utilicé las palabras más suaves y contundentes; sugerí espacios terrenales con problemas qué resolver mientras mi imaginación te recorría; los generales que aplaudieron de pie no se imaginaron que describía la noche del martes que nuestros caballos galoparon al unísono; que la descripción de oportunidades para superar el problema de la guerra, era la descripción de tus besos. Que los recursos que llegarían para la compra de arados y cañones, era la miel de tus ojos que escondías para guardar mi figura cansada, como me repetías para esconder las lágrimas del placer que te inundaba.

Bolívar amaba tanto a la patria, sin embargo eso no le impedía idealizar a la mujer que besaban sus labios y endulzaba sus noches. Y más aún cuando a través de sus ojos era capaz de seguir mirando la América libre de sus sueños épicos.

"Y después, escuché tu voz. Era la misma. Te di la mano, y tu piel me recorrió entero. Igual… que los minutos eternos que detuvieron las mareas, el viento del norte, la rosa de los vientos, el tintineo de las estrellas colgadas en jardines secretos y el arco iris que se vio hasta la medianoche. Fuiste todo eso, enfundada en tu uniforme de charreteras doradas, el mismo con el que agredes la torpeza de quienes desconocen cómo se construye la vida. Mañana habrá otra sesión del Congreso. ¿Estarás?"

La pasión de Bolívar por Manuela se juntó a la admiración por quien siendo tan dulce, podía ser tan agresiva cuando se necesitaba. Al punto de ser cerebro en la planificación y piel cálida de amante, pero también un “hombre” más de su equipo, para salvaguardarlo en los momentos de peligro.

"Mi amor:

Estoy muy triste a pesar de hallarme entre lo que más me agrada, entre los soldados y la guerra, porque sólo tu memoria ocupa mi alma, pues sólo tú eres digna de ocupar mi atención particular.

Me dices que no te gustan mis cartas porque escribo con unas letrazas tan grandotas ahora verás que chiquitico te escribo para complacerte.

No ves cuántas locuras me haces cometer por darte gusto...

(Bolívar. Ortuzco, mediados de abril de 1824)"

Y en medio de las tribulaciones, la dulzura y el buen humor de Bolívar, llegaban hasta Manuela como un remanso del romanticismo que siempre caracterizaba a su amado héroe… Era el utensilio de conquista más encantador que la hacia sonreír y estremecer.

Simón Bolívar y Manuelita Sáenz pasaron a la tradición del pueblo latinoamericano, como muestra de compañeros fuertes y amantes apasionados. De hecho, James Thorne, el esposo legal de ella, es prácticamente un desconocido, quizás porque no es de buen gusto resaltar a los cornudos que han desfilado por la historia. Pero, sabemos que ella misma el 10 de abril de 1825, le expresó con rudeza sus motivos para abandonarlo y emparejarse con Bolívar:

"(…)Señor mío, eres excelente, inimitable. Pero, amigo, no es simple grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar; dejar a un marido que no tiene méritos no sería nada. ¿Crees por un momento que después de haber sido amada por este hombre durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo, o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero, ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido? (…)

¡Déjame en paz, mi querido inglés. Amas sin placer. Conversas sin gracia, caminas sin prisa, te sientas con cautela y no te ríes ni de tus propias bromas. Son atributos divinos, pero yo miserable mortal que puedo reírme de mí misma, me río de ti también, con toda esa seriedad inglesa !

¿Cómo padeceré en el cielo! Tanto como si me fuera a vivir a Inglaterra o a Constantinopla. Eres más celoso que un portugués. Por eso no te quiero. ¿Tengo mal gusto? Pero, basta de bromas. En serio, sin ligereza, con toda la escrupulosidad, la verdad y la pureza de una inglesa, nunca más volveré a tu lado…"

¿Cómo no estar prendado de una mujer de esa estirpe? Con brazos de diosa, piernas de universo y mente de guerrero. No en vano, la historia ha pretendido mitificarla como “La Libertadora del Libertador”.

A ella no le faltó nada. Le sobró todo. Fue para él puta y casta, célebre y bajopontina. El Cielo y el Infierno al mismo tiempo. Tenía magia y en esa liturgia se alianzó Bolívar para sentir sus perversiones de mujer ajena. Cuando hablaba, lo hacía como poeta, porque reflejaba al aeda en esencia que era el Libertador. Ese que antes que libertar pueblos, la liberó a ella misma de sus fantasmas infinitos y la llenó de promesas que su marido oficial no podía ofrecer. No porque no tuviera boca, sino porque le faltaba casta de amante inacabable. Fue la lujuria con la lujuria. Esa fuerza concupiscente que los llevó a repetidos ceremoniales de cama incomparables. Los dos se encontraron y se ensamblaron como un hechizo, en un proyecto que no lo tenía que matar la lascivia, sino solamente la sangre de los enemigos. Pero eso tampoco sucedió y los dos, aedas por donde se les mire, hicieron pacto de amor en el ring de las cuatro perillas y se entendieron de maravillas a la hora del orgasmo.

"Mi querida amiga:

Estoy en la cama y leo tu carta del 2 de setiembre.

No sé lo que más me sorprende: si el mal trato que tú recibes por mí o la fuerza de tus sentimientos, que a la vez admiro y compadezco.

En camino a esta villa te escribí diciéndote, que, si querías huir de los males que temes, te vinieses a Arequipa, donde tengo amigos que te protegerán. Ahora te lo vuelvo a decir.

Dispénsame que no te escriba de mi letra; tú conoces ésta*.

Soy tuyo de corazón. (Bolívar. Potosí, 13 de octubre de 1825)"

Bolívar, no siempre tenía tiempo para escribir a Manuela. De vez en cuando dictaba la carta a un escribiente o un amigo. En esas circunstancias tan impersonales, su estilo poético no afloraba. La angustia de amarla, deseando protegerla pero estar lejos de ella, lo hacían planificar traerla siempre a sitios que consideraba seguros, como una necesidad de la propia sangre. Cuando estaba en ella, en él se producía una especie de connubio con la vida y con la muerte. Y era como si en esa alianza de amor, se promovieran todos los epítetos y alumbraran como un farol virreinal los más inocultables despropósitos. Pero eran él para ella, y ella para él, y en ese fuego fatuo, se amaban desde el cenit hasta el amanecer, con una saña insobornable. Y el amor era una fiesta pero también una tragedia impredecible. ¿Fiesta y tragedia?. Si. La fiesta la ponía ese frenesí con el que solían amarse sin reproche; y la tragedia, ese encenderse de motores que aguzaba envidias paralelas.

"Mi bella y buena Manuela: Cada momento estoy pensando en ti y en el destino que te ha tocado. Yo veo que nada en el mundo puede unirnos bajo los auspicios de la inocencia y el honor. Lo veo bien, y gimo de tan horrible situación, por ti; porque te debes con quien no amabas; y yo porque debo separarme de quien idolatro! Sí, te idolatro más que nunca, jamás. Al arrancarme de tu amor y de tu posesión se me ha multiplicado el sentimiento de todos los encantos de tu alma y de tu corazón divino (…).(Bolívar 17 de noviembre de 1825)."

Bolívar pena internamente, porque está conciente que en aquella sociedad donde intentan enraizarse, nunca los iban a aceptar como pareja legal. Ella estaba casada con otro hombre a quien ni siquiera amaba y al que recordaba como una figura borrosa intolerante en el universo de su peores pesadillas. Es en esos momentos, cuando aflora como inevitable, el conflicto de tener que separarse de ella, sabiendo que deificado en el corazón de ambos, se negaba, sin embargo, y bajo los más ruines pretextos morales, al conato público de las envidias citadinas.

Sin pretenderlo, el amor crea idolatrías que el tiempo no puede acabar. Pero no esas generadas por dioses falsos, sino las que consigna la vida en el corazón de los verdaderos amantes para generar dependencias sucesivas. Y Bolívar encontró en ese amor, más que en sus otros amores, una manera de brillar con el brillo de sus propias concupiscencias, para no olvidar que existía. Y alejado de ella, recordaba los pormenores de su trajín íntimo inigualable y porque la pensaba puta en el catre, concibió que la “idolatraba”, que la quería cerca para “maltratarla” con el empuje de su sexo victorioso jamás puesto en duda ni siquiera por sus enemigos. Y eso lo sabía la Manuelita Sáenz, que encontró en la savia lujuriosa de su jamelgo americano, lo que el inglés desconocía. Y ambos fueron cóncavo y convexo, ajuste de cuentas para una pasión que no podría describirse. No porque faltaran palabras, sino porque el verdadero amor sexual no puede pintarse con los pinceles del engaño que produce la falta de inmediatez en esa truculencia.

"Cuando tú eras mía yo te amaba más por tu genio encantador que por tus atractivos deliciosos. Pero ahora ya me parece que una eternidad nos separa porque mi propia determinación me ha puesto en el tormento de arrancarme de tu amor, y tu corazón justo nos separa de nosotros mismos, puesto que nos arrancamos el alma que nos daba existencia, dándonos el placer de vivir. En lo futuro tú estarás sola aunque al lado de tu marido. Yo estaré solo en medio del mundo. Sólo la gloria de habernos vencido será nuestro consuelo. El deber nos dice que ya no somos más culpables!! No, no lo seremos más. (Bolívar 17 de noviembre de 1825."

La necesidad de escapar de la culpa, de no condenar a aquella mujer a una vida de amantes extramatrimoniales, hacía que Bolívar dudara y vacilara cada vez que la distancia geográfica se interponía entre ellos, aún cuando Manuela le había demostrado con creces cuánto lo adoraba. Entonces ella, encontraba la manera de calmar y alentar al mismo tiempo su inquieto corazón apasionado, y Bolívar - reincidente inmoral en el jubileo de su personal acostumbramiento - volvía escribirle con más aliento y valor, desde las alas de su intrépido cometido.

"Mi amor:

¿Sabes que me ha dado mucho gusto tu hermosa carta?

Es muy bonita la que ha entregado Salazar. El estilo de ella tiene un mérito capaz de hacerte adorar por tu espíritu admirable.

Lo que me dices de tu marido (*) es doloroso y gracioso a la vez.

Deseo verte libre pero inocente juntamente; porque no puedo soportar la idea de ser el robador de un corazón que fue virtuoso, y no lo es por mi culpa. No sé qué hacer para conciliar mi dicha y la tuya, con tu deber y el mío: no se cortar ese nudo que Alexandro con su espada no haría más que intrincar más y más; pues no se trata de espada ni de fuerza, sino de amor puro y de amor culpable: de deber y de falta: de mi amor, en fin, con MANUELA LA BELLA. (Bolívar. La Plata, 26 de Noviembre de 1825)"

Manuela le había escrito a Bolívar aceptando que su marido no era una mala persona, pero asegurando que no poseía los méritos que él ostentaba. Y le cuenta al Libertador, que su marido “más celoso que un portugués”, según su propia descripción, conversa sin gracia, camina sin prisa, se sienta delicadamente y no se ríe ni de sus propias bromas; llegándole a confesar estar asqueada de esa seriedad inglesa iconoclasta. “Por eso – le dice -, no me gusta ni lo quiero y nunca más volveré a su lado”, acotando que ella solamente ama a Simón.

Bolívar le reconoce la calidad de “virtuoso” al corazón de Manuelita. Pero prefijado por ese “fue”, le asigna al mismo tiempo una concomitancia diferente del que se exculpa. Su amada viene de tirar todo por la borda para arrojarse libre a sus brazos de amante insaciable y en ese decidirse pierde acaso su virtud teológica primigenia, su solemnidad de mujer clasificable, para patear todos los tableros sin importarle nada, en una sociedad prejuiciosa que la condenó por infiel, pero al mismo tiempo la envidió por ser mujer de ese grande de América. Eso – comunicado a través de una carta que podría ser al mismo tiempo un himno confesional – le dio mucho gusto al Libertador, que sabía el territorio que pisaba y que se arriesgaba a transcurrir porque Manuelita era una gema que tenía que conquistar definitivamente, a su manera.

·Mi adorada: ¿Con que tú no me contestas claramente sobre tu terrible viaje a Londres???!!!¿Es posible, mi amiga? Vamos, no te vengas con enigmas misteriosos.

Diga Ud. la verdad; y no se vaya Ud. a ninguna parte. Yo la QUIERO RESUELTAMENTE.

Responde a lo que te escribí el otro día de un modo que yo pueda saber con certeza tu determinación. Tú quieres verme, siquiera con los ojos. Yo también quiero verte, y reverte y tocarte y sentirte y saborearte y unirte a mí por todos los CONTACTOS. ¿A que tú no quieres tanto como yo? Pues bien, esta es la más pura y la más cordial verdad. Aprende a amar y no te vayas ni aún con DIOS MISMO. A la mujer ÚNICA como tú me llamas a mí.

Tuyo. (Bolívar. La Magdalena, julio de 1826)."

He aquí una muestra del lirismo sensual y erótico en las románticas epístolas de Bolívar. Su amada Manuela pretende irse a Londres, al cabo de 4 años de sus amores, que si bien no son continuos ni estables, están marcados por el fuego de cada encuentro, pero ahora ella pretende alejarse para disipar enigmáticos anhelos e internos dramas femeninos. Él se juega el todo por el todo en esa misiva con cuyos rasgos le grita la grandeza de su amor por ella y la necesidad de su piel y su contacto físico. No le permite que se vaya ni siquiera con Dios.

"Mi encantadora Manuela: Tu carta del 12 de setiembre me ha encantado: todo es amor en ti. Yo también me ocupo de esta ardiente fiebre que nos devora como a dos niños. Yo, viejo, sufro el mal que ya debía haber olvidado. Tú sola me tienes en este estado. Tú me pides que te diga que NO QUIERO A NADIE. ¡Oh no! A NADIE AMO: A NADIE AMARÉ. El altar que tú habitas no será profanado por otro ídolo ni otra imagen, aunque fuera la de Dios mismo. Tú me has hecho idólatra de la humanidad hermosa o de Manuela. Créeme: te amo y te amaré sola y no mas. No te mates. Vive para mí, y para ti: vive para que consueles a los infelices y a tu amante que suspira por VERTE."

A sus 43 años, Bolívar parece sentir haber vivido tanto que se llama a sí mismo viejo, y confiesa sentirse quebrantado con “esta ardiente fiebre que nos devora” metáfora del calor libidinoso por anhelar tenerla entre sus brazos. Ella anteriormente le había manifestado querer viajar para olvidar las ganas de querer morir por no tenerlo cerca. Ya ella pudo responderle que no se iría a Londres, ella le corresponde en ese amor inmenso que ha roto las barrera de la sociedad, ella prefiere matarse antes que perderlo. Bolívar le pide que no se mate, que viva para él; en sus profundidades guarda la esperanza de encontrarse de nuevo con Manuela.

Estoy tan cansado del viaje y de todas las quejas de tu tierra que no tengo tiempo de escribirte con letras chiquititas y CARTAS GRANDOTAS como tú quieres. Pero en recompensa si no rezo, estoy todo el día y la noche entera haciendo meditaciones eternas sobre tus gracias y sobre lo que te amo, sobre mi vuelta y lo que harás y lo que haré cuando nos veamos otra VEZ. No puedo más con la mano. NO SÉ ESCRIBIR. (Bolívar, Ibarra, 6 de octubre, 1826).

Y aún en el cansancio del viaje y de todas las quejas de la tierra, Bolívar aparece explicativo, con un sentido del humor que era un portento y se descubre espiritual y habituado a la oración y a la meditación romántica que lo acercaba a su amada con presurosa disposición, haciéndole conocer que sabía como le gustaba que le escriban y los planes que ambos emprenderían bajo el fogón de ese amor maravilloso. Ese “no se escribir” lleva por eso la premura de demostrarle lo contrario, porque en su alma de poeta volaban pájaros de ralea fina, como si fuera el espacio paisajístico del mismo Edén construido para esa Manuelita que parecía tener la piedra filosofal para convertir todo en adjetivos de ese amor inclaudicablemente tierno y vigoroso.

·Albricias. Recibí, mi buena Manuela, tus tres cartas que me han llenado de mil afectos: cada una tiene su mérito y su gracia particular. No falté a la oferta de la carta, pero no v. a Torres y la mandé con Ur que te la dio.

Una de tus cartas está muy tierna y me penetra de ternura, la otra me divirtió mucho por tu buen humor, y la tercera me satisface de las injurias pasadas y no merecidas. A todo voy a contestar con una palabra más elocuente que tu Eloisa, tu modelo. (Bolívar, Bucaramanga, 3 de abril de 1828)"

Bolívar admite emocionarse con las cartas de Manuela. Y al hacerlo se declara plenipotenciario de la ternura más inusual para un hombre de batalla, pero nos deja ese herramientario para poder explicar que era fuerte, pero tambièn dueño de una debilidad poderosa. Esa que confunde a los aedas porque no se sabe de donde viene y adonde irá. Pero tal no es una debilidad que lo disminuye, sino que lo potencia y acerca al paradigma de la devoción por un ser como Manuelita que debe haberlo llenado de palabras y de gestos, para hermosear aún mas la genialidad de su amado, que era intransigente con el mal, recto como ninguno, pero que a veces se dejaba devorar por el “buenismo” de su percepción de hombre enamorado. Por eso que se salta todas las rampas y se descubre profeta y mira a la Eloisa que modela a Manuela, y que supo de la inocencia de Abelardo, como la mujer completa de toda su inspiración. Y cuando rema en sus aguas sabe precisamente por eso que el amor es la única fuente valedera y el caudal de todos los instintos. Y es ese deseo de libertad que vibra en los purismos y en las aleluyas el que compromete a Manuela y a Simón para concebir que la emancipación no es solamente una posibilidad de redención social sino un requerimiento del alma y de la vida.

"¡Querida loca mía!

Hablando ayer con el Mariscal Sucre me contó que estabas en Paita, sola y triste. El dolor de no haberte visto antes de partir no es más grande que el saberte sin mi compañía y alejada de todo y de todos, tú guerrera por excelencia, la más aguerrida de mis soldados, tú libertadora del libertador, no mereces terminar tus días así. Mi gloria que no es nada sin tu compañía, te reclama tu ausencia, yo haciéndole coro digo cuanto te extraño. Algo se rompió en mi pecho, es un dolor que no se quita ni se aplaca. ¿Por qué siento espinas en el corazón? ¡Por qué la miel me sabe a agua salada? ¿Por qué?

Amaneció. Dios y una dulce sensación de nostalgia me hizo escribirte, no llegarán más mis letras a lomo de caballo, no oirás más mis trémulos te quiero ni sentirás mis besos, sin embargo nunca, nunca, nunca dejare de amarte! con este loco corazón que a pesar del tiempo te siente, estaré velando por ti, alejando los peligros que puedan perturbarte, mi alma toda estará colgada a tu puerta y te consolara en tus días tristes y se reirá contigo en tus momentos felices y sabrás una vez más cuánto te amo! (Bolívar, 26 de Diciembre de 1828)."

Este podría ser el homenaje más certero de Bolívar a su amada, porque la reconoce “libertadora del libertador”, “guerrera por excelencia” “la más aguerrida” de sus soldados y le asegura que su gloria no es nada sin su compañía. Y de ese gesto magnánimo aflora el poeta de sus avivamientos: ese que siente que algo se rompe en su pecho, como un dolor insoportable, ante la ausencia de ese amado imprescindible. Sin ella el abismo, el desierto imposible de entender. Las espinas hincándole las entrañas. Pero siempre la promesa de nunca dejarla de amar, de siempre velar por ella para alejarla de todo lo peligros que puedan perturbarla y de amarla toda la vida con todo el corazón...

"Mi amor:

Tengo el gusto de decirte que voy muy bien y lleno de pena por tu aflicción y la mía por nuestra separación. Amor mío, mucho te amo, pero más te amaré si tienes ahora más que nunca mucho juicio. Cuidado con lo que haces, pues si no nos pierdes a ambos perdiéndote tú.

Soy siempre tu más fiel amante.

(BOLÍVAR. Guaduas, 11 de mayo de 1830)"

Bolívar consejero, se resume bienhechor y aconseja a su amada sano juicio para enfrentar una soledad tortuosa como la que vivía alejada del genio libertador y le ofrece las seguridades de una fidelidad que el tiempo se encargó de desenmascarar, porque al terminar de pacificar el Perú a fines de 1823, el Libertador emprende el retorno a Lima donde se encontraba la Sáenz y en el camino conoce a Manuelita Madroño, una deliciosa niña de 17 años, con la que sostiene una aventura galante de pocos meses, antes de conocer y de gozar de las caricias furtivas de Teresa Laines, Manuelita White, Joaquina Garaicoa, Teresa Mancebo, Aurora Pardo y muchas mas.

Lo bueno de él, es que a todas les construyó un edificio de palabras dentro de esa literatura suya que no se parecía a la de nadie; que era, dentro de su liberalidad, un ejercicio de dar. Como lo es la literatura y el arte en general, que no los construye el recibir, sino el estar ofreciéndose por encima del tiempo y la distancia.

Simón Bolívar conoció por eso que el de poeta, era un oficio para saldar cuentas y ofrecerse en ceremonias de amor para arreglarlo todo. Y se hizo poeta en el avatar del amor que sabe de cuerpos encendidos, entrelazados de orgasmo y de promesas que no siempre se cumplen, pero quedan registradas en el libro de la vida.



Fuente:





IM
ÁGENES DEL RECUERDO

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

JULIO 2011

Quito: casona donde Manuelita Sáenz conoció a Simón Bolívar


https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg2vXsDu9PjauqRNENMwADTgzfyD0TrqAk4ZHSwZ4CHuNc122y6JNconJR-qMdqn9xV-jkjJYEoImZdO7wxR_mPJqgDY-rwtnMr2Zay2I6gGyZcAyCnRvM6xuLeR2iq7hOppmTSuzNGiJQ6/s1600/NALO+ALVARADO+BALAREZO+408.jpg



Quito: salón principal, lugar el encuentro de Manuelita Sáenz y Simón Bolívar



Interior de la casona




Quito: Plaza de la Independencia donde esta ubicada la casona



OBRA DE TEATRO: MANUELITA SÁENZ Y EL LIBERTADOR

Aureo Sotelo Huerta (Aija, ANCASH)



Manuelita Sáenz y El Libertador, en el Ccori Wasi
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EL RECTORADO Y EL TURP

EN EL XL ANIVERSARIO DE CREACIÓN
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DE LA UNIVERSIDAD RICARDO PALMA


“Formamos seres humanos para una cultura de paz”


PRESENTÓ CON ÉXITO LA OBRA

MANUELITA SÁENZ Y EL LIBERTADOR

Del 4 al 7 de junio de 2009

AUDITORIO:
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CENTRO CULTURAL CCORI WASI
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Av. Arequipa Nº 5198 - Miraflores - LIMA

ARGUMENTO

Don Ricardo Palma, nuestro ilustre patrono, de quien dijera el gran historiador Porras Barrenechea: “En las coordenadas de la cultura nacional, Raimondi representa la geografía, Palma la literatura y Garcilaso la historia”, nos presenta varias tradiciones donde se ocupa acerca de Simón Bolívar, Manuelita Sáenz, Rosa Campusano, San Martín y otros personajes de nuestra Independencia.

Para hacer esta versión teatral que hemos titulado: MANUELITA SÁENZ Y EL LIBERTADOR” nos hemos valido de las siguientes tradiciones: “La carta de la Libertadora ”, “Doña Rosa Campusano”, “ La Protectora y la Libertadora ”, “La vieja de Bolívar”, “Las tres etcéteras del Libertador”, “La última frase de Bolívar” y “La achirana del inca”, en donde nuestro tradicionista evoca las hazañas heroicas de estos personajes.

La mayoría de países de América Latina han optado por el sueño de la integración de nuestro continente, no sólo en lo político, sino también en lo económico, cultural y social, para hacer frente al poder de las grandes potencias hegemónicas, que en resumen significan el pensamiento bolivariano, y al que nos aunamos con esta obra teatral.

“Creo que Palma hundió su pluma en el pasado para luego blandirla en alto y reírse de él”, decía J.C Mariátegui, por tanto, nuestra intención al hacer esta obra de teatro, es presentar las agudas ironías y reflexiones que nuestro gran patrono hiciera sobre nuestra historia.

REPARTO

1-Reynaldo Arenas (Bolívar)
2-Jorge López Cano (Palma)
3- Stephanie Iturrino (Manuelita Sáenz)
4- Sydney Estacio (San Martín)
5- Adriana Polack (Rosa Campusano)
6-Carla Tabra (Etcétera)
7-Yen Barrientos (Faustino Sánchez Carrión)
8- Jean Pier Villanueva (El escritor Herman Melville)
9- Valeria López Cano (Etcétera)
10- Antonio Cornejo (Oficial)
11- Sandra Castro (La vieja de Bolívar)
12- Maira Chiriboga. (Dama guayaquileña)
13- Pedro Infante (Oficial)
14- Marylín Montejo (Pregonera)
15- Gabriela Valcárcel (Dama guayaquileña)

SONIDO:
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Andrea Amézquita.
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VESTUARIO:
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Confecciones Gisella Piñeiro.

DIRECCIÓN ARTÍSTICA:
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Jorge López Cano

DIRECCIÓN GENERAL:
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Aureo Sotelo Huerta
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EL AUTOR

Aureo Sotelo Huerta, como autor dramático, ha publicado más de 70 obras de teatro, 4 trabajos de investigación, narraciones, revistas gráficas, ensayos y composiciones musicales.

Es ganador de varios premios nacionales e internacionales y es también el autor teatral más representado del país. En el 2007 fue nominado como el “Dramaturgo del año” por el Centro Cultural de España y el grupo teatral Casandra.
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Fuente:
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Dramaturgo Nacional Áureo Sotelo Huerta. Reportaje, sobre parte de su trayectoria, hacer clic en:
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Fotos en escena:

Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

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Posando para el recuerdo
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Centro Cultural Ccori Wasi

Centro Cultural CCori Wasi

Centro Cultural Ccori Wasi.

Entrada editada por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)