miércoles, 30 de junio de 2010

DEFENSA DEL PATRIMONIO DEL MUNDO ANDINO - LAS PUERTAS - PLAN LECTOR - NO HAY PUÉRTAS IDENTICAS - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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En la puerta de la familia Sánchez Lihón - Santiago de Chuco:
Luis Albitres, Carlos León y Martha Crosby


INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA,

INLEC DEL PERÚ, Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA


DEFENSA DEL PATRIMONIO DEL MUNDO ANDINO

CADA QUIEN TIENE UNA PUERTA

PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA

NO HAY PUERTAS IDÉNTICAS

Por Danilo Sánchez Lihón

1. Por muy humildes que hayan sido

Cada quien recuerda la puerta de su casa de su pueblo nativo, porque yo he indagado, creyendo que solo era mía esta pena. Y me han dicho:

– Yo mi puerta la llevo clavada en el alma. Y no me olvido de sus nudos, ranuras, ni se sus agujeros.

He respirado aliviado, pero, me pregunto ahora: ¿por qué?

En cambio, he comprobado que muchas otras personas, nacidas en otros lugares, no recuerdan las puertas de sus casas, sea la que da a la calle, sea las de sus cuartos interiores, en donde se criaron.

¡Nosotros, los chucos, sí! Las recordamos, por muy humildes que hayan sido.

Tanto que, pese a estar tan lejos en la distancia y en el tiempo, no es que las evocamos sino que salimos y entramos por ellas cuando basta que cerremos los ojos.

2. Nuestros silencios inconfesos

Sea cuando dormimos o sea en los amaneceres, ojerosos y desvelados, allí están. Sea cuando en lo mejor de un momento nos atraviesa un presentimiento.

Sea cuando de improviso nos asalta una tristeza, y que puede ser hasta en el fragor de una batalla.

Y, estemos en el lugar del mundo en que estemos, nos sumergimos en el subconsciente, entrando o saliendo por ellas.

¡Y qué dolor no estar con las manos y la frente apoyados o amparados por ellas!

¡Rogándolas que calmen compasivas una amargura!

¡O que nos sanen, o alivien por lo menos, aquellas heridas del alma!

¡Qué dolor no poder confesarles, o hablarles al menos a ellas; ya que nuestra madre no está con nosotros!

¡Porque son ellas las que están abiertas en el fondo de nuestros silencios inconfesos!

3. Desaparecieron en sus entrañas

Es, quizás, porque de niños, yo en Santiago de Chuco, tú quizá en algún otro sitio, hemos jugado mucho en sus travesaños y marcos de madera.

Y en sus vanos translúcidos. Y en su quicio, curvado por el paso de la gente que allí pisa y donde está el temblor de nuestros latidos.

Y, aunque fallemos en muchas cosas, saben que somos sinceros y valerosos.

A horcajadas sobre su umbral, ¡cuánto hemos soñado!, descubriendo rugosidades, curvaturas, escondrijos. Perdiendo y encontrando tesoros entre sus rendijas. Tienen todo el peso, el vuelo y la caída de nuestros impulsos e inquietudes.

Yo he dejado talismanes, en que se convertía cualquier vidrio o dije, y que desaparecieron en sus entrañas.

4. Son decisivas las puertas


Porque es montado en ellas que nos hemos enlazado con la vida de adentro y la de afuera.

Es desprevenido en ella que se nos han quedado las voces de vivos y muertos; de transeúntes y de sombras quietas.

Es cogido a sus jabas donde hemos contemplado a los viajeros y a los otros que se quedan.

Los adioses de gente que se va y las expresiones de dicha de quienes vuelven o regresan.

Es curioso, pero creo que hemos aprendido a mirar el mundo desde una puerta. Y eso es lo que nos prepara para asombrarnos, descubrirlo todo, ser solidarios.

También, quizás, para estremecernos de angustia, de pena o de miedo. Muy poco de alegría.

Porque a los chucos nos cuesta mucho estar alegres, porque para ello tendrían que coincidir muchas cosas. Y en todo ello son decisivas las puertas:

5. Por uno y otro universo

Como, ¿cuáles?

Tendrían que coincidir los hechos de adentro y los hechos de afuera. Lo que ocurre lejos y lo que ocurre cerca. Los sentimientos de antes y las emociones de ahora. Y aquello que sucederá en el futuro.

En todo ello son decisivas las puertas.

De allí que no hay dos puertas idénticas, porque cada una tiene su memoria y también su personalidad. Unas son galantes, altaneras, soberbias. Y otras son sumisas, modestas, balbucientes.

Pero los niños borramos las diferencias y las universalizamos con nuestra ternura y nuestra inocencia.

He allí, por ejemplo, los portones inmensos de dos hojas arrogantes y, dentro del marco de una de ellas, se abre una puerta más pequeña, donde muchos dieron su primer beso.

Yo no. Quizá por eso me he quedado en la vida desvelado. Y vague errante por uno y otro universo.

6. Como estás viendo

Ahora tú has regresado a tu pueblo después de una prolongada ausencia.

Caminas lentamente recordando y observando cada detalle.

Las casas parecen abandonadas, los techos cimbrados, las tejas ladeadas. Con soguillas que penden desde los aleros, rotas y ya hechas flecos, como manos mendicantes.

Los muros de las tapias tienen hierbajos y espigas que se alzan hacia el cielo.

En muchas casas, como ves la puerta ya está vencida e imposible de ser abierta.

Todo ello porque han cedido los adobes y se han ajustado los parantes y las hojas yacen mustias y yertas, como estás viendo.

Sin embargo, lo que más llama tu atención son estos candados de arquitectura antigua, de llave en canuto y de orificio hacia el frente.

7. ¡Y a eso se le llama vida¡

Todos oxidados ya por el tiempo. Unos en forma de escudos nobiliarios.

Otros en forma de hornacina de las iglesias. Y hasta imitando el pórtico de una cripta.

Encima de ellos, desde donde se sujetan y de los cuales penden, están las armellas.

Son dos aros absolutos que el candado une implacablemente, echando así llave a la puerta.

¡He aquí una vieja casona, orgullosa pero de peor suerte porque de ella solamente pende una de ellas!

De la otra sólo se registra el hueco carcomido desde donde debió pender el aro.

En cambio esta otra puerta tiene una cerradura empotrada, donde la llave penetra por un orificio hecho en la madera. No es candado sino llave.

¡Pero cuán desbocada es el resquicio, prueba de que muchas veces entraron y salieron! ¡Y a eso se le llama vida!

8. Todo el palpitar

Eso sí, como casi en todas, en torno a la cerradura aparece descascarada la pintura y hasta un poco hendida la madera, en una especie de rosetón o círculo.

El desgaste en la cerradura hace un círculo, ¿debido a qué?

Se entiende que es así por aquel dar vueltas a la llave.

¿No es inmenso? En estas huellas está todo el palpitar, los latidos y los sueños de la gente.

Ya que en ella rozaron las manos de quienes cerraban y abrían una o las dos hojas.

Y más minuciosamente podemos advertir, hacia el borde de la hoja o del ala de la puerta, otro desgaste, ya no hay pintura y la madera está hundida por el uso.

Sin duda, por sujetarla desde allí, apoyando una de las manos justo en aquel sitio cuando el dueño o la dueña atendían a alguien que venía a buscarlos.

9. Huellas insomnes

¡Que divagación profunda producen estas huellas!

Son como latidos hechos signo, de tantos y de nadie, de manos y corazones tristes o esperanzados; poseídos de algún gozo o aquejados de alguna pena.

De personas pasando con emoción o sin ella por entre estos marcos; o bien con dudas y silencios, que a veces es peor. ¡Es lo peor, sin duda!

Envueltas todas en la aparente rutina, pero en donde se cierne lo trascendente y eterno.

Costumbres, maneras de ser y sucesos que mirados a la distancia de los años dejan de ser rutina.

Porque lo que antes fue común y corriente, cuando se esfuma, recién deja ver dentro lo esencial e inconmensurable, lo permanente e ineluctable.

10. Mariposas de plumas doradas

¡Ah, las armellas, los candados y las cerraduras insomnes de las puertas que yacen abandonadas!

¿Qué abren o que cierra? ¡Ya nada!

Nosotros, nos hemos venido a vivir en otras ciudades, pero las puertas siguen allí; algunas enmohecidas, con el jardín familiar y el huerto entumecido al fondo.

Y, a la vez, floreciendo al centro de nuestros estremecidos espíritus.

Otras aún con la madre y los niños sentados o de pie al filo de la tarde, recibiendo y despidiendo a los seres queridos que se han ido, quizá para no volver nunca.

Aunque otros retornen firmemente asidos en las alas frágiles y a la vez poderosas de esa mariposa de plumas doradas e impalpables:

La hermosa y, al mismo tiempo, entristecida nostalgia.


MANIFIESTO EN RELACIÓN A LAS PUERTAS DE MI PUEBLO

1. Abiertas al paisaje infinito
Conservemos nuestras puertas de madera. y no las cambiemos por puertas, ventanas y balcones de fierro, soldadura y lata.

¡Seamos sensatos! No reemplacemos la puerta que da a la calle, por otra de rejas, barrotes y vidrio, igual que en las barriadas de las ciudades costeñas.

Tampoco reemplacemos los viejos portones por puertas enrollables de calamina corrugada.

Seguramente cuestan menos. Aunque frente a este argumento, hay que preguntarnos: ¿Se puede vender nuestro espíritu? ¿Se puede vender nuestra razón de ser en el universo?

Conservemos nuestras ventanas de dos o más hojas abiertas al paisaje infinito.

Y los balcones de antepecho hacia los cuales se dicen las serenatas, que por ser de madera resuenan mejor con el acorde de las guitarras y hacen del nuestro un pueblo idílico y conmovedor.

2. Pueblo bello, tierno y glorioso

Que el mundo que leguemos a nuestros hijos sea el mismo mundo cálido, acogedor e íntimo que recibimos nosotros.

No claudiquemos llevando puertas ensambladas en Trujillo o en Chimbote, con vitrovén y ranuras metálicas.

Así, ¿podrán sostenerse las carpinterías aldeanas con el aroma de los maderos fragantes, traídos de los bosques de Paibal, Aguiñuay o La Colpa?

Que cada día las casas no se asemejen más y más a cárceles y tumbas, por ser frías y desalmadas.

Sino, ¿dónde encontraremos el temblor de las manos de la gente que se ha ido?

Santiago de Chuco debe conservar su identidad de pueblo bello, tierno y glorioso.

3. Una lágrima escondida

Conservemos aquella identidad que nos liga tanto a la poesía de César Vallejo, cuando dice:

Pena un frágil aroma de aguacero.

Están todas las puertas muy ancianas,
y se hastía en su habano carcomido
una insomne piedad de mil ojeras.
Yo las dejé lozanas;
y hoy las telarañas han zurcido
hasta en el corazón de sus maderas,
coágulos de sombra oliendo a olvido.
La del camino, el día
que me miró llegar, trémula y triste,
mientras que sus dos brazos entreabría,
chilló como en un llanto de alegría.
Que en toda fibra existe
para el ojo que ama, una dormida
novia perla, una lágrima escondida.

4. Nuestra identidad de pueblo andino
Y valoremos lo que es cultura. Porque por nuestra cultura es que valemos en el mundo.

Y no solo porque es sugestiva, sino fundamental para solucionar los problemas pendientes en el desarrollo de nuestro pueblo.

Porque en la medida en que seamos un pueblo con niveles avanzados de cultura y asunción de valores, seremos una comunidad más protegida y mejor alimentada.

Con cultura tendremos actitudes más dispuestas para acceder a la ciencia y a la tecnología, a fin de solucionar nuestros problemas y ser capaces de utilizar el inmenso potencial físico y biológico existente entre nosotros.

Y en esta perspectiva, lo primero que tenemos que cuidar y salvaguardar es nuestra identidad de pueblo andino.

Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente

Teléfonos:

420-3343 y 420-3860


Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:

Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Instituto del Libro y la Lectura: inlecperu@hotmail.com


Hola Shay:

La última vez que visité Santiago de Chuco (mayo de 2010), llamó mucho mi atención las puertas entreabiertas de las casas, sobre todo de aquellas ubicadas en la periferia del pueblo, como esperando la llegada de un familiar errante en el mundo. Como podrán apreciar en las imágenes que siguen, algunas puertas están a un metro de altura de las veredas; es decir no aptas para personas sin vocación de alpinista.
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En Chiquián de mi niñez también las puertas del vecindario permanecían entreabiertas durante el día y uno podía ingresar libremente como si todo el pueblo fuera una gran casa. Muy pocas tenían candados, pues no existían "los amigos de lo ajeno".
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Una de las puertas de Santiago de Chuco, cuya fotografía está al pie, tenía como único seguro una cucharita de plástico. En chiquián se aseguraban las puertas con corontas, palitos o pasadores de zapatos anudados en la aldaba, para que las hojas no se abran con el viento y salgan a la calle los cuyes y las aves de corral en ausencia de su dueño. 356 fotografías de las puertas chiquianas obran en el libro "Sentimientos", entregado a la Casa del Poeta de Huari, en mayo del 2009, con ocasión del Encuentro XVIII de AEPA.


LAS PUERTAS DE SANTIAGO DE CHUCO
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(22 Y 23 MAY 2010)

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Fotografías: Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

Puerta de la casa de César Vallejo en Santiago de Chuco
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